martes, 29 de agosto de 2006

Reflexión pos-vacacional


Para la mayoría se acaban las vacaciones, aunque a muchos todavía nos queden días libres para asistir a los toros. Es curioso observar cómo en Monroy las fiestas de los toros no están bajo la advocación de santo, santa, o de algún Cristo, en la mayoría de los pueblos de Extremadura, por estas fechas la fiestas se celebran en honor, he dicho antes, de algún Cristo, y no sé si he dicho bien, y peco de irreverente porque por lo que yo aprendí Cristo solamente hay uno, pero claro está a uno le descoloca el que se nombre a tantos:
Cristo de la Victoria, Cristo Bendito, Cristo de la Buena Muerte, Cristo Negro, Cristo de los faroles, Cristo de la Luz, Cristo de Velázquez, por cierto precioso cuadro, Cristo de Dali... Yo estoy más en estos casos con el gran poeta, Antonio Machado:

Oh no eres tu mi cantar
no puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar.

Lo mismo ocurre con las vírgenes, bueno con éstas mucho más, hay casi tantas vírgenes como pueblos hay en España, aunque la única Virgen entera y verdadera, y más en estos tiempos que corren, es y ha sido siempre la Virgen Maria.

Bromas aparte, es la primera vez después de cuarenta y dos años que he estado en Monroy el día de Santa Ana, y aunque hace tiempo que perdí la fe, la fe religiosa quiero decir, porque la fe en el género humano, confío en no perderla nunca, bueno pues a pesar de mi agnóstica visión, no pude evitar emocionarme al escuchar el himno de Santa Ana:

Monroy te saluda
como a su madre
y tu nombre repiten (o bendicen?)
montes y valles

Mientras se celebraba la novena, me quedé en la puerta, no llegué a pasar dentro de la iglesia, hasta allí llegaban las voces melodiosas de las mujeres, siempre me pareció que las mujeres de Monroy que cantan en la iglesia lo hacen muy bien, me acordé de mi madre, y de todas las mujeres de su generación, esa generación de abnegadas y entregadas mujeres, que hacían de la escasez virtud, esas mujeres que olían tan bien, a Myrurgia mezclada con agua bendita, que llevaban el velo en la cabeza y el misal en la mano, y en verano tenían que ponerse los mangos, porque las mujeres no podían entrar en la iglesia con manga corta, para los hombres no existía este impedimento.

Las canciones de iglesia que escuché en mi infancia, siempre me emocionan grandemente, ocurrió igual la primera vez que asistí a una procesión de Semana Santa después de un montón de años fuera, y que decir de la emoción tan especial que me embarga el día de las Candelas y sus Purificás, me queda pendiente todavía volver a oír los villancicos por Navidad en la Misa del gallo.

El olor a incienso y a “Myrurgia”
me transportan a mi infancia
cuando en latín era la liturgia
y el cura nos daba la espalda

Serena emoción, sublime canto,
sencillos, mágicos momentos,
de puro canto sin instrumentos
y sentimientos de puro encanto

El velo, los mangos, el misal
reminiscencias de otrora,
tiempos con otros talantes
que nos hacen reflexionar

¿No era catolicismo antes
como el islamismo ahora?

Piezarza