viernes, 27 de octubre de 2006

LA LETRA ENTRA MUCHO MEJOR CON AMOR

Con don Juan Soria las cosas cambiaron radicalmente para bien, enseguida se notó su buen talante, su disposición para la enseñanza, de vez en cuando contaba un chiste y esto hacía de que hubiese un buen ambiente, mucho mejor que el que yo percibía con los maestro anteriores.
Entre los compañeros de este año recuerdo que estaban, Jesús Alias, Manolo Pascual (Manolino), Dionisio Mohedas, Marcelo Sierra, Ángel de la Montaña, Emilio Galea, Eustasio Collazos Simón (q.e.p.d), , Crispín Durán, Andrés Bartula que era de Zamora pero que estaba en casa de sus tía y estuvo todo el curso con nosotros.

También hubo sus momentos difíciles, como cuando alguien propuso que mandásemos una nota a la chica que más nos gustase, se trataba de decir las mayores burradas que se nos ocurriesen, en el tono mas machista y grosero posible, la frase que puse ni siquiera sabía lo que significaba, lo escribíamos en chuletas y nos las pasábamos entre nosotros por debajo de los pupitres, pero como siempre tiene que haber un chivato, en un descuido alguien, del que si me acuerdo pero del que no voy a revelar su nombre, nos interceptó las chuletas y se las dio a Don Juan.

Fue terrible, en un primer momento parecía que nos iban a meter en la cárcel, a mi se me venía el mundo encima, nos llamaron de todo, además, y eso es lo malo de los pueblos, lo sabia todo el mundo, todos sabían hasta las frases literales que habíamos puesto, unos decían que íbamos a ir al infierno, otros que nos llevarían a un reformatorio y no se cuantas cosas más, sin embargo, mi madre no se lo tomó muy a mal, y ni siquiera me pegó, yo creo que pensó con buen criterio, que la cosa no era para tanto, pues éramos niños de siete u ocho años y ninguno sabíamos lo que realmente significaba lo que habíamos escrito a las chicas, nosotros sólo queríamos parecernos a los chicos mayores, y por eso tratábamos de imitar su forma de expresarse.

Entonces los sábado había clase, no había los jueves por la tarde, lo sábados era el día temible, el día de la LUCHA, así se llamaba un concurso que Don Juan Soria hacía los sábados por la tarde, para incentivarnos y motivarnos por medio de la competividad, el lugar físico que ocupábamos en los pupitres, coincidía con los puestos que por merecimiento habíamos conseguido en la lucha de los sábados.

El concurso consistía en que un alumno te hacía una pregunta, si tu no te la sabías y sin embargo, él si sabia la que tú le hicieses, se permutaba el puesto que tenías, es decir que el que estaba detrás podía avanzar un montón de puestos, y claro está, todos querían hacer las preguntas al primero, todos querían hacerme las preguntas a mi, no quiero pecar de inmodestia, yo era el primero de la clase, pero los sábados hubiera preferido no serlo, porque el hecho de ser el primero, llevaba la servidumbre de que todos te podían preguntar y tu únicamente defenderte, no había opción al ataque, por eso de este juego el recuerdo es agridulce, el hecho de estar sometido al bombardeo de todos mis compañeros no me gustaban en absoluto, y me ponía muy nervioso, los sábado apenas comía pensando en lo que se me avecinaba después, desde siempre los nervios por los exámenes se me han agarrado al estomago y me han dado unas ganas tremendas de orinar. La lucha de lo sábados tenia el aliciente de que si el resultado había sido bueno y continuabas el primero, esto te daba prestigio ante todos los demás y satisfacía tu ego al menos durante toda una semana.

El aprovechamiento de este año con Don Juan fue excelente, teníamos ocho años y los conocimientos adquiridos, sobre todo en matemáticas, eran espectaculares, con ocho años sabíamos lo que era una razón, una proporción, sabíamos, sumar, restar multiplicar y dividir quebrados, regla de tres simple y compuesta, reparto proporcional.

No se me olvida el examen final de curso, que era oral y ante todas las fuerzas vivas del pueblo, el alcalde, que era mi tío Vidal, el teniente y el sargento de la Guardia Civil, Don Antonio Juarros era Secretario del Ayuntamiento, Don. Abilio el cura párroco, y gente invitada que quería asistir a los exámenes, entre ellos recuerdo a mi tío Ignacio, que por la tarde me dio la enhorabuena por el aprovechamiento que había conseguido en el curso.

Don Juan nos preguntaba y nosotros salíamos al encerado.

A ver Andrés ¿que es una razón?

Respondía solícito y muy educado “Don Juan, una razón es la relación que existe entre dos cantidades, representa por lo regular las veces que una cantidad contiene a otra.

¿Y una proporción que es?

La igualdad de dos razones.

Salimos varios al responder lo que D. Juan nos preguntaba, la gente asentía con la cabeza y hacía murmullos de aprobación. Hicimos sumas restas, multiplicación y división, pero siempre de quebrados de número mixtos como decíamos entonces.

¿Alguien quiere preguntarles algo?, propuso Don Juan, entonces el Sargento de la Guardia Civil, me pregunto a mí, a ver:

Siete sardinas y media a real y medio la sardina y media ¿cuantos reales son?

Al principio me dejó descolocado, pero pude advertir enseguida la trampa que escondía la pregunta, a real y medio la sardina y media, enseguida me di cuenta de que una sardina valía un real, una vez deducido esto, la operación era muy fácil, siete sardinas y media, pues valían siete reales y medio.

Pero es que, además, tuve la suerte de que cuando me lo estaba preguntando anoté en la pizarra 1+ ½ real igual a 1+ ½ sardina,.en todo problema lo fundamental es comprender el enunciado, esto nos lo repetía con frecuencia Don Juan, mira tú por dónde, sin querer me encontré con una proporción perfecta, por lo tanto podía responder a la pregunta mediante deducción matemática y demostración práctica de lo que era una proporción.

1+1/2 sardinas =1+1/2 reales

En toda igualdad de varios términos, aquellos que sean iguales se pueden suprimir, si quitamos ½ nos queda que uno es igual a uno, por lo tanto una sardina valía un real, no sólo sabía que una sardina valía un real, sino que había aplicado las matemáticas para demostrarlo, el sargento empezó a aplaudir y contagió a todos los asistentes que aplaudían emocionados.

Del sargento no recuerdo su nombre, pero si que se parecía mucho al actor Walter Matthau, y que decía que mi hermana Paqui, se parecía mucho a Carmen Sevilla.

Walter Matthau era ese actor que junto a Jack Lemon trabajaban en una magnifica película, eran los dos periodistas, la película se titulaba.....

(¿cómo se llama esta película? sí hombre, esa que hacen los dos de periodistas, nada, que no me sale el nombre, bueno habrá que preguntarle al señor Google, o a mi hijo Javier, que como periodista que es sé que esta película le gusta mucho).

Aquí dejo de escribir y me dispongo a consultar en internet

Bueno pues entro en google y anoto en buscar“Walter Matthau Jack Lemon periodistas”, y el señor Google me responde muy bien, no sólo dice que la película se llama Primera Plana, que es de 1974, su director es Billy Wilder, sí, al que se refirió Fernando Trueba, cuando le dieron el Oscar por Belle Epoque, que dijo “no creo en Dios, sólo creo en Billy Wilder:

Pero, y esto es lo que más me maravilla, en la misma pregunta, el señor Google responde que hay un artículo escrito en su día, en el suplemento dominical del diario Marca, suplemento, por desgracia, hoy desaparecido, que habla de la película Primera plana,. dicho artículo está escrito, por un tal Javier G. Matallanas, que casualidades de la vida, es mi hijo.

No me cansaré de pregonar que lo de internet y google es cosa de magia, y claro está, no podía desaprovechar la ocasión para presumir de hijo y con todo el orgullo de padre, suspendo la narración de mis memorias y os coloco aquí el citado artículo, y la reflexión que hace mi hijo sobre su propio artículo dos años después, os pido disculpas, pero espero que me comprendáis por la interrupción.

Andrés Gómez Ciriaco

Las manchas del leopardo*
Javier G. Matallanas

Walter Matthau: “Cásese con un enterrador o con un verdugo; con quien sea, menos con un periodista”. Susan Sarandon: “Pero Hildy va a dejar el periodismo”. Walter Matthau: “No se pueden quitar las manchas a un leopardo ni enganchar un caballo de carreras a un carro de basura”. Éste es un diálogo de ‘Primera Plana’, el ‘remake’ que hizo el genio Billy Wilder de ‘Luna Nueva’. Ésta es la descripción de la vocación periodística, de la pasión por la profesión más bonita del mundo. Con sus virtudes y sus miserias, como las de todos los seres humanos, los periodistas cuentan la vida de la gente a la gente. Aventurarse a este nuevo reto. Dar forma y contenido al suplemento que hoy nace, realimenta el entusiasmo y la pasión por el periodismo.En este oficio, lo que has hecho no vale para nada una vez publicado. Con los reportajes y entrevistas de este suplemento va a suceder lo mismo, pero al menos tenemos una semana para reposarlo. Una vez cerrado, como cada día que se cierra el periódico, hay que empezar de cero, buscar la historia, componer el puzzle del reportaje, hacer o recibir una llamada de una fuente, darle al coco para sacar y buscar buenas historias... Imbuidos en este nuevo producto, no pasamos por alto el peligro que corre en estos días la libertad de expresión. Sean clubes de fútbol, multinacionales o gobiernos, los poderosos quieren amordazar al mensajero y ocultar la verdad. No pasarán.En Primera Plana, Jack Lemon, el tal Hilty al que el director no le deja casarse para no quedarse sin su mejor reportero, describe así a los periodistas: “Un hatajo de pobres diablos, con los codos raídos y los pantalones llenos de agujeros, que miran por la cerradura y que despiertan a la gente a medianoche para preguntarle qué opina de Fulanito o Menganita. Que roban a las madres fotos de sus hijas violadas en los parques. ¿Y para qué? Pues para hacer las delicias de un millón de dependientas y amas de casa. Y, al día siguiente, su reportaje sirve para envolver un periquito muerto”. Espero que las páginas del MARCA, junto a este suplemento ‘DoMingo’ que hoy nace, envuelvan la fruta, vayan al contenedor de reciclaje o donde les venga en gana. Pero que antes, se lo hayan leído y hayan disfrutado como nosotros al hacerlo. Como hacemos cada día MARCA. Por y para ustedes. Queridos lectores.

*Artículo del primer suplento DoMingo, de Marca, publicado el 1 de febrero de 2004. Aquella sección la llamé 'Una de piratas' y hablaba de nosotros, los periodistas

El 1 de febrero de 2004 iniciamos una apasionante aventura en Marca. Aquel suplemento 'DoMingo' fue un reto del que salimos reconfortados, reforzados y despedidos, todo hay que decirlo, porque quizás era demasiado pretencioso intentar aumentar la calidad del periódico más leído en la historia de España. Fue una experiencia gratificante y enriquecedora en lo personal y en lo profesional. Hoy domingo quiero recordaros mi artículo de la sección 'Una de piratas' que apareció en aquel primer número del 'DoMingo'. Me sorprende al reelerlo el párrafo en el que avisaba del peligro que corría la libertad de expresión. "No pasarán", decía. Sí pasaron. Pasaron por encima de mi puesto de trabajo, pero no se pueden poner puertas al campo. Cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Y no se pueden quitar las manchas a un leopardo...

martes, 24 de octubre de 2006

LA LETRA CON SANGRE NO ENTRA













Fotografía facilitada por José Ignacio Camarero, en la que reconozco a Don Abilio con bonete y a su derecha a la Señorita Paca, los niños de comunión no los identifico, el niño podría ser Ramón García Jiménez?


A la escuela nacional fui en el año que cumplía los seis, aunque, como los cumplo en diciembre cuando comenzó el curso tenia cinco años. El curso empezaba cuando se acababan los toros y estos siempre empezaban el día 16 de septiembre y acaban el día veinte, con la merendilla.
Mi primer maestro fue Don Manuel, era de Talaván, los recuerdos de esta época son pocos y difusos, recuerdo eso si, que era manco, aunque no sabría precisar de que mano, creo que era bien parecido, estuve un curso con él, de septiembre de 1955 a Junio de 1956, contaba mi madre que D, Manuel decía que yo era un poco vago, a mí la sensación que me quedó de este curso es de que no sabia muy bien por donde iban los tiros, vamos que no me enteraba de nada.

El 14 de agosto de 1956 nació mi hermano Vicente, ese día perdí la hegemonía, había dejado de ser el único chico entre cuatro chicas, y para no estar cuando llegase la cigüeña, entonces nos traía la cigüeña, nos habían llevado a dormir en casa de Tía Matilde, que era muy amiga de mi madre, siempre se llevaron muy bien, Matilde era una mujer muy afable, muy buena persona, las dos amigas tenían el mismos número de hijos y casi con las mismas edades, en aquel momento nosotros éramos Puri, Mena, Paqui, Yo, Milagros y Vicente que acababa de nacer, y los de tía Matilde eran: Isabel, Loli, Lilia, Esperanci, Jose Manuel y Mati, bueno,Esperanci era Mati y Mati era Esperanci, era una cosa muy normal en el pueblo que hubiese hermanos con los nombres cambiados, no se por qué, pero solían poner un nombre en el juzgado y otro distinto al bautizarlos, normalmente se empleaba el nombre de bautismo, el problema venía cuando se tenia que hacer algo oficial, como en el caso de Esperanci, cuando se fue a matricular para hacer el ingreso de Bachillerato nos enteramos que se llamaba Matilde y por ende su hermana se llamaba Esperanza, aunque para nosotros siempre se han llamado como estaban en el bautismo. Esto mismo ocurrió con mi padre que se llamaba Vicente en lugar de Andrés y yo me enteré cuando nos fuimos a Rentería cuando le dieron de alta en la Seguridad Social, toda la vida como Andrés y resulta que oficialmente se llamaba Vicente, en mi pueblo en el libro de familia yo creo que lo arreglaron y pusieron Vicente Andrés, pero es que había tenido un hermano que se llamaba Vicente, ya digo que de estos casos hubo muchos en mi pueblo.

Ese día que nació mi hermano Vicente, había ido a llevar a los guarros, pero no era la dehesa que era al sitio habitual donde solíamos llevarlos, mi recuerdo se sitúa concretamente en la confluencia de la callejas de Serradilla con la carretera, creo que debían llevarse a la rastrojera. Recuerdo que me había hecho un San Antonio que se me había infestado, un San Antonio en nuestro argot, consistía en frotarse un dedo, normalmente era el dedo corazón de la mano derecha, hasta quedarse sin piel, esta tontería no sé muy bien porqué la hacíamos además de ser doloroso corríamos el riego de que se nos infectara la herida, pues las condiciones higiénicas de esa época no eran las mas propicias para tener heridas.

Aquel fue el primer año que fui a Valdefuentes a pasar el verano con mis padrinos Diego y Ana, creo que también vino mi hermana Mena. Mi padrino era vinatero y además tenia una huerta, la primera película de la que tengo algún recuerdo la ví en Valdefuentes, no recuerdo su título lo que si recuerdo es que cantaban la canción Amor que viene cantando, que creo que es de Pepe Blanco.

En Valdefuentes se celebraba en el mes de agosto feria de ganado a la que acudían a vender y comprar ganado, todos los pueblos de alrededor, de Monroy, aunque, dista sesenta kilómetros, también iban, estaba oscureciendo y llegaron Moriles y su primo Reyes de Sol, (q.e.p.d) yo me acerqué a ellos mientras se lavaban en unos cubos de agua que les había facilitado mi padrino, y esperaba que me dijeran algo, pues a mí mi timidez proverbial me impedía decirles nada, siempre he sido un gran tímido, casi enfermizo, Moriles dijo: ¡Coño como se parece este niño a Pitachina! ¡Anda cómo no me voy a parecer si soy yo!

Al año siguiente el maestro que me tocó en suerte, en mala suerte, fue Don Santiago, era natural de El Casar de Cáceres, de este recuerdo algunas cosas más que del curso anterior, aunque casi todas malas,.Tenia la cara que parecía un boxeador, era joven, y pegaba mucho, demasiado. Con este maestro nos tocó dar la tabla de multiplicar, maldita la hora, le cogí tanto miedo, que muchas tardes, no asistía a clase y me escondía detrás de las escuelas hasta que estas terminaban, aún a sabiendas que mi madre se iba a enterar de todas maneras, no aguantaba que me pegasen, pero era peor aún que me castigasen. El castigo consistía en tenerte de rodillas durante la duración de la clase, con los brazos en cruz y con un libro en cada mano, si se te caía el libro, tenias que poner la mano para que te diesen con la regla, ¡tenías que poner la mano y mantenerla sin rechistar para que te pegasen! Si apartabas la mano, cosa de lo mas natural por instintiva, el castigo se multiplicaba por el doble. Lo malo era que al final no sabía porque me pegaban, no era consciente de merecer el castigo, si al menos hubiera sabido el porqué de los golpes y castigos, al menos hubiera intentado rectificar, yo sólo sabia que todas las tardes cobraría.

Afortunadamente, una tarde el castigo fue tan grande y mi llanto tan fuerte, que alcanzó a oírlo Don Juan Soria, que estaba dos clases mas allá, este hizo de mediador, actuó de hombre bueno, como lo que en realidad era, le pidió a D. Santiago que me levantase el castigo, y me hizo prometerle que me aprendería la tabla del nueve, que era al parecer el motivo de las desavenencias entre el maestro y yo, creo que cumplí mi promesa y las cosas cambiaron un poco, al menos D. Santiago llegó a decir públicamente, que cuando quería era muy aplicado, esto me lo han dicho muchas veces a lo largo de mi aprendizaje por esta vida, que cuando quiero y me lo propongo consigo metas importantes, naturalmente que esto es así para todo, las cosas se consiguen con un diez por ciento de talento y con un noventa por ciento de esfuerzo, pero no es menos cierto que para que esto se cumpla uno tiene que estar motivado, tiene que crearse el clima idóneo y ahí es donde es fundamental la labor del un buen maestro, en crear ese clima donde no haya temor, aunque si respeto, y el alumno se sienta estimulado para el aprendizaje.

Mi primera comunión fue en Mayo de 1957, el único regalo que recuerdo de este día, fue un bolígrafo Bic, de tinta negra y color naranja, fue mi primer bolígrafo y creo que también el primero de toda la clase, entonces no nos dejaban escribir con bolígrafo, porque acostumbrados como estábamos a escribir con pluma, usábamos el bolígrafo como lo hacíamos con la pluma y rompíamos las hojas de los cuadernos de tanto apretar, la pluma no era estilográfica, eso vendría más tarde, sino que era una pluma que se introducía en un palillero y que mojábamos en un tintero de loza blanca, que estaba en el centro del pupitre, la tinta se hacía en clase deshaciendo unas pastillas en agua.

La pluma algunos, los menos, la limpiaban en un trapo que llevaban en el plumier, los más, yo entre ellos, cuando terminábamos de escribir, la secábamos directamente sobre el pelo, por eso, en los días de lluvia era muy normal ver a muchos de nosotros con la cara de color azul , ya que la tinta se desteñía por el efecto de la lluvia a caer sobre nuestras infantiles cabezas.

Los mocos, según las buenas reglas de urbanidad, se debían limpiar sin duda con un pañuelo, con el moquero, como se decía en el pueblo, pero esas reglas era para niños cursis y remilgados, nosotros nos los limpiábamos directamente sobre las mangas de la camisa o del jersey.

Sobre esto de los pañuelos, tengo una anécdota que me hizo mucha gracia, hace ya algunos años, cuando se empezaron a vender los pañuelos en los semáforos, recuerdo que un señor mayor, muy indignado recriminaba en voz alta al vendedor y nos alertaba a los transeúntes.“¡No compren ustedes, es una estafa, no son pañuelos de verdad, son de papel!”.

Hice la primera comunión de blanco, vinieron hasta mis padrinos, el señor Diego y la señora Ana desde Valdefuentes, de los únicos que me acuerdo que hicieron la comunión conmigo son Mauri, (q.e.p.d) y Reyes, que era un chico muy listo que vivía en la cábilas.

Después de comer me fui con algunos chicos a la era a jugar, por supuesto vestido con el traje de primera comunión, entonces era costumbre el día de la comunión recordar o renovar las promesas del bautismo, yo no aparecí a dicha ceremonia, lo que si aparecí más tarde fue con mi traje de primera comunión todo manchado de barro y hierba.

El problema vino después para la foto, no había fotógrafos en el pueblo, y las fotos de la comunión se hacían a la semana siguiente en Javier o Caldera, dos estudios de fotografía, que creo eran los únicos que había en todo Cáceres capital.

En aquella época no había tintorerías en el pueblo, bueno ahora tampoco las hay, pero aunque las había en Cáceres, no se estilaba eso de las tintorerías, las prendas se limpiaban en casa, recuerdo a mi madre, después de los días de fiesta, con el cepillo blanco de la ropa, en un plato un poco de gasolina, y en otro un poco de mistol, y dale que dale a las manchas hasta hacerlas desaparecer de la prenda de vestir. Mi madre intentó limpiar el traje como pudo, primero con el método de la gasolina, pero no dio resultado, luego ya a la desesperada lo lavó y claro está, éste encogió.


A mi madre todavía le cabía la esperanza de que en el estudio de Caldera, retocaran la foto y consiguieran que no se notaran las arrugas, pero los milagros no existían, tampoco existía el PHOTO-SHOP, lo cierto es que cuando me sacaron la foto de primera comunión, el traje estaba igual de arrugado y de corto que en la realidad. Esto no lo podía consentir de ninguna manera mi madre, su niño tenía que tener una foto de la primera comunión como Dios manda, y ¿qué creéis que hizo?, pues encargó que me pintasen, bueno en realidad, lo que hicieron es que sobre la foto que era en blanco y negro, la retocaron pintándola de color, recuerdo a un señor tomando nota sobre mis rasgos y apuntando,”ojos y pelo castaño, traje blanco con charreteras doradas”, de esto da fe la foto-pintura o pintura- foto, pues la . la tengo en la cabecera de la cama en mi casa de Monroy, al otro lado está la de mi mujer, Maribel, que aunque es madrileña, su foto es en blanco y negro, y sin embargo, la mía, aunque soy de pueblo, es en color.

El curso siguiente, 1957/58, afortunadamente fue mi maestro Don Juan Soria, las cosas cambiaron totalmente, este no pegaba, bueno una vez si me dio una gran paliza, pero ahora con la perspectiva del tiempo, no lo considero grave, sobre todo, si pongo en la balanza todas las cosas buenas que hizo este buen hombre, gran maestro, mejor profesor, por mi, no exagero si digo que gran parte de lo que soy, se lo debo al bueno de Don Juan Soria Pérez (q.e.p.d)

De esta época están mucho más próximos los recuerdos en mi mente, me acuerdo sobre todo, de la leche en polvo y el queso americano, que nos daban, lo único que dejó el Plan Marshall en España, la leche nos la daban al salir a las once al recreo, tía Rufina, era la mujer encargada de convertir en leche aquellos polvos, los desleía en agua, y si esta no estaba muy caliente, que era casi siempre, se formaban grumos.

El queso lo daban por la tarde, estaba envasado en unas latas cilíndricas, que pesaban más o menos dos kilos, eran amarillas y el queso era más amarillo todavía, casi naranja, recuerdo, a Don Juan repartiendo el queso, para cortarlo se había aprovisionado de un artilugio consistente en un alambre en forma de circunferencia, metida en un palo al modo de asa, al que previamente habían hecho un agujero, longitudinal, para introducir el alambre, como el queso era blando, de una sola pasada cortaba el queso haciendo un círculo no muy grueso y luego las porciones las cortaba con un cuchillo.

A mi que nunca me ha gustado el queso, lo cogía con mucho asco y lo llevaba a mi casa, hasta que un día nos obligaron a comerlo en clase, en mi vida lo he pasado peor, menos mal que nos dejaron salir enseguida y pude devolverlo en la calle.

Por la mañana al entrar en clase cantábamos, puestos en pie y con el brazo derecho en alto, el Cara al Sol, otras veces cantábamos, Montañas Nevadas, o Augusta Reina, he intentado recordar las letras, sólo recuerdo algunas estrofas, pero gracias a la magia de Google, ahí van completas:

Cara al sol con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.



Formaré junto a mis compañeros
que hacen guardia sobre los luceros,
impasible el ademán,
y están presentes en nuestro afán.

Si te dicen que caí,
me fui al puesto que tengo allí

Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz
y traerán prendidas cinco rosas:
las flechas de mi haz.




Volverá a reír la primavera,
que por cielo, tierra y mar se espera.
Arriba escuadras a vencer
que en España empieza a amanecer

España una
España grande
España libre
Arriba España

Lo del ademán está siempre muy presente en todas estas canciones, alguno decíamos “impasible el alemán”.

Es posible que España fuese una, no estoy muy seguro, pero no era grande y muchos menos libre.

Salvador de Madariaga: “Antes de 1936, todos los españoles vivían en España y en libertad. Hoy, (escribía en 1954) unos cuantos de miles viven en libertad desterrados de España, y el resto viven en España, desterrados de la libertad.”

La mirada clara, lejos,
y la frente levantada,
voy por rutas imperiales
caminando hacia Dios.

Quiero levantar mi Patria,
un inmenso afán me empuja,
poesía que promete
exigencia de mi honor.

Montañas nevadas,
banderas al viento,
el alma tranquila.
Yo sabré vencer.
Al cielo se alza
la firme promesa,
hasta las estrellas
que encienden mi fe.


José Antonio es mi guía
y bendice Dios mi esfuerzo;
cinco flechas florecidas
quieren alzarse hacia Dios.
Renovando y construyendo,
forjaré la nueva historia;
de la entraña del pasado
nace mi Revolución.


Las dos últimas estrofas no recuerdo que las cantásemos, Franco no consentía que se hablase de José Antonio sin mencionarle a él, aunque eso si, en todas las escuelas, estaba el crucifijo en el centro, a la derecha de Dios, pues el crucifijo representa al hijo y el hijo es Dios, el retrato de Franco y a la izquierda el retrato de José Antonio.

Augusta Reina de Extremadura, es un himno a la Virgen de Guadalupe, pero no deja de ser igual de imperialista o más que el Cara al Sol y Montañas Nevadas

Augusta Reina de Extremadura,
de tus vasallos oye el clamor,
himno ferviente de su fe pura
que al cielo elevan en tu loor.




Somos los hijos del gran Pizarro,
los hijos somos de Hernán Cortés;
y en nuestro pecho, noble y bizarro,
un alma late que fuego es.




Bajo los pliegues de tu bandera
luchar queremos cruzadas mil;
no el Nuevo Mundo, la tierra entera,
rinda tributo de amor a Ti.
Cruzados somos que la fe guía
de tu hermosura vamos en pos;
mayor belleza que en Ti, María,
hallarse puede tan sólo en Dios.

De hoy más tu gloria nunca
olvidadalos extremeños pregonarán;
de Guadalupe, Madre adorada,
jamás tus hijos te olvidarán
Donde dice “un alma late que fuego es”, yo cantaba entonces “un almanaque que fuego es” de todas formas lo mismo da, son igual de retóricas las dos maneras.
Hoy que criticamos con mucha razón el fundamentalismo de los islamistas, ¿que tenemos que decir de estos versos?

Bajo los pliegues de tu bandera
luchar queremos cruzadas mil;

A propósito de banderas victoriosas, recuerdo que durante mucho tiempo estuvo escrito en la pared con letras rojas, en la parte trasera del castillo, en el paseo de los viejos, que decíamos entonces, la siguiente frase:

“Que al volver banderas victoriosas no tengan nada que reprocharnos”.

Las banderas victoriosas de entonces no les reprocharon nada, pero nosotros los hijos y nietos de esa generación, si tendríamos que reprocharnos, que a estas alturas, muchos de los vencidos que fueron condenados y represaliados sin culpa alguna, sigan siendo ignorados, la ley de la memoria histórica, debe servir no para levantar viejas heridas, sino para reconocerles a ellos y sus familias su sufrimiento.

Andrés Gómez Ciriaco

lunes, 16 de octubre de 2006

LA ESCUELA DE LA SEÑORITA PACA

La señorita Paca era una ex monja que tenía una escuela particular, la escuela yo la recuerdo situada, primero, en la calle de José Antonio, hoy calle Empedrada, en una bodega llena de tinajas propiedad del Señorito, luego fue trasladada a la casa donde ella vivía con sus padres, se entraba por un patio que estaba en la parte trasera, esta casa creo que actualmente se conserva igual.

El señorito, así se le llamaba a Francisco Collazos, farmacéutico, dueño de la farmacia del pueblo, mejor dicho de la botica, para hablar con la propiedad que se hablaba entonces, era Paco para los amigos, aunque, las malas lenguas dicen que no los tenía por lo avaro que era, estaba considerado como el más rico del pueblo.

Aunque era el boticario, yo nunca lo vi en la farmacia, tenía empleado a Emilio Moreno, hijo de Don Marcelino uno de los dos médicos del pueblo, el otro era Don. Vicente Hurtado. Emilio era mancebo, pues así se denomina al empleado de farmacia, y lo fue por mucho tiempo, empleado quiero decir, mancebo en la otra acepción no lo fue mucho tiempo porque se casó con Doña Araceli, que ejercía de maestra nacional en Monroy.

La farmacia estaba en la misma calle que la primitiva escuela de la señorita Paca, recuerdo que estaba decorada con buen gusto, tenía a modo de mostrador una mesa de madera tallada con estructura de forja, tanto el suelo, como los frisos, eran de cerámica de Talavera, predominaba el color azul, tenía dos jarrones, uno a cada lado de la mesa y en un rincón una escupidera, todo ello también, de la bonita y elegante cerámica de Talavera.

Hoy llama poderosamente mi atención lo de la escupidera, era un hábito muy común escupir sin ningún reparo en cualquier parte, en la farmacia por motivos de higiene lo apropiado era hacerlo en la escupidera, pensándolo bien, no sé porqué me extraño tanto de esa costumbre de escupir, hoy lo hacen todos los futbolistas, y sobretodos, de una forma redundante y recalcitrante Helguera del Real Madrid.

Mi primera toma de conciencia de lo dura que es la vida fue el primer día de clase, delante de la puerta de la bodega-escuela, un veintitantos de septiembre, después de la fiestas del pueblo, un día frío y desapacible, el otoño nos pilló desprevenido, ligero de ropas y pesado de tristezas, sentía frío en el cuerpo y en el alma.

A la escuela de la señorita Paca íbamos desde los cuatro hasta los seis años, allí aprendimos a leer, a sumar y a restar. Aprendimos a leer con la cartilla, y las cuentas las hacíamos en una pizarra donde escribíamos con un pizarrín.

Como éramos muy obedientes, y el recreo es para recrearse, pues eso, que durante el recreo, nos recreábamos haciendo competiciones a ver quien orinaba más alto, nos poníamos en la pared de enfrente de la escuela, en la casa donde hoy vive Nazario Collazos, apuntando hacia arriba, a ver quien la tenía más larga y quien llegaba más alto. Recuerdo a Juan Amarilla, hijo de un guardia civil, como mi principal rival a batir, tanto, en la longitud de sus altas micciones, como en la otra longitud.

La maestra se sentaba detrás de su mesa con una larga caña, que alcanzaba a cualquier punto de la clase, no tenía necesidad de levantarse para pegarnos. Ya en aquellos tiempos la escuela era mixta, chicos y chicas todos juntos, mira en eso estábamos bastantes avanzados, lo que ocurría también es que los niños de cuatro, cinco y seis años estábamos juntos , y claro está, unos iban mas adelantados que otros.

Recuerdo estar escribiendo en mi pizarra, una serie de números, creo que era de tres cifras y no tenía ni idea de que iba aquello, me limitaba a copiar de los más mayores, entre ellos estaba Ángel Arévalo, que estiraba mucho el número dos y yo hacía lo mismo que él, pero sin tener nada claro de que número se trataba, hasta que se percató la señorita Paca de que copiaba de los mayores, y desde entonces me hacía listas en la pizarra grande, a la que no nosotros llamábamos encerado, sólo para mi, así fue cómo aprendí a conocer los números.

Por navidad recogíamos musgo para hacer el nacimiento, era una tarea que yo consideraba de las mejores que se podían hacer, los mayores colocaban las figuras y hasta que no terminaban todo no nos dejaban verlo. Yo me quedaba extasiado viendo los molinos, los ríos hechos con la plata que a mi me parecía que de verdad era agua, los reyes magos se iban acercando hacía el portal a medida que se aproximaba el día de Reyes.

Durante el periodo navideño, al final de la misa se procedía a la adoración del niño, besándole las rodillas, nos poníamos todos en fila, el cura con un pañuelo iba limpiando cada vez que lo besábamos, y todo esto iba acompañado de los cantos de voces femeninas de villancicos desde el coro.

A mi me gustaba especialmente este:

Ya le llevan al recién nacido
mantillas, pañales, fajas y fajetin?
porque vienen los fríos de Enero
y el rey de los cielos está por vestir
.

Esto de los fríos de enero, me tenía muy preocupado, me acostaba por las noches pensando en los borreguitos que nacían a la intemperie, y que si la noche era muy fría, se morirían sin remisión, mi obsesión era que al menos deberíamos llevarles mantillas, lo de los pañales, la faja y fajetín se podía prescindir, sobre todo del fajetin que no sabia lo que era, ni aún lo sé.
Hasta tal punto me tenía preocupado esto del frío y del niño Jesús, que una de las primeras poesías que me aprendí, fue esta de Lope de Vega:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierta de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
“Alma asómate agora a la ventana:
verás con cuanto amor llamar porfía!”
¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!

Aunque esta poesía, mas tarde tendría mucho que ver también con las obsesiones, con las promesas incumplidas y los propósitos de enmiendas imposibles relacionados con la natural inclinación de los adolescentes hacía el descubrimiento de su propio cuerpo, y sobre todo, a las amenazas que nos lanzaban ¡Te quedarás ciego, el cerebro se te hará agua, pecador te vas a condenar, vas a ir al infierno!. Cuánto daño nos han hecho las consignas de la época sobre el miedo al infierno, soy agnóstico, pero, estoy convencido de que de existir otra vida, nos salvaríamos todos, existiría sólo el cielo, el infierno no puede existir, si hay Dios, no puede consentir que exista el infierno, bastante sufrimos ya en esta vida, para que encima, en la otra, se nos condene eternamente al infierno.

Ya he dicho que en esa época no había agua caliente, en invierno, todos los sábados por la noche, mi madre nos reunía a los cinco que éramos entonces y nos lavaba, el agua se calentaba al fogón de carbón, por supuesto de encina y se vertía en una palangana, nos aseaba pasando la esponja empapada en agua y jabón, y sin aclararnos apenas nos secaba con la toalla, que previamente se había calentado encima de la rejilla que se ponía a la lumbre del brasero de picón

Recuerdo estas citas al aseo de los sábados, como una liturgia pagana, entrañable y muy confortable, sobre todo por el roce de la toalla caliente sobre nuestros cuerpos, y por la ternura que imprimía mi madre a la escena, que nos cantaba:

Pepón es un muñeco
Chiquito y de cartón
Se lava la carita
con agua y con jabón
se desenreda el pelo
con peine de marfil
y aunque le den tirones
no llora ni hace así
( hacer muecas con la cara)

Mi madre en invierno siempre nos ponía coletillos, hechos por ella, según la definición que da el Diccionario de la RAE el coletillo es un corpiño sin mangas, usado por las serranas de castilla. Pues resulta que mis hermanas no eran serranas de castilla, sino mas bien llaneras de Extremadura, usaban corpiño y por supuesto yo que no era ni serrana ni llanera, sino un chico, también usaba coletillo, el pecho en quilla que tengo, no sé si es debido a lo apretado que me ponía mi madre el coletillo, o a que tengo el corazón muy grande, esto no lo digo yo, lo dicen los médicos, el informe que me dieron cuando me operaron de una rotura de cadera, dice que. tengo un corazón muy grande, en el limite de la normalidad.

Era también un rito que al ponernos los coletillos, mi madre recitase y todos la acompañásemos al unísono:

Bendito, alabado sea
el Santísimo Sacramento
del altar de la pura y limpia
Concepción de María Santísima
Madre de Dios Señora nuestra
concebida en gracia
sin pecado original

También recitábamos:

Bendita sea tu pureza
eternamente lo sea
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza
a ti celestial princesa
Virgen sagrada Maria
yo te ofrezco en este día
alma vida y corazón
mírame con compasión
no me dejes madre mía.


A propósito de serranas, en Monroy llamábamos serranos, a los trashumantes que venían en invierno con sus vacas, u ovejas a Extremadura, a mi me encantaba oírles como hablaban, con su pronunciación castellana, tan distinta a la nuestra, con una dicción que a mi me recordaba a la que oía en la radio a los actores de Matilde Perico y Periquín, programa de Radio Madrid, con aquellos míticos actores que eran Pedro Pablo Ayuso, Matilde Vilariño, Matilde Conesa, Juanita Ginzo, entonces oímos la radio todos alrededor en la mesa camilla, como hoy se ve la televisión, escuchábamos por la noche el programa antes citado, teatro radiado, a Pepe Iglesias El Zorro. Ustedes son formidables, programa un tanto populista, donde un histriónico Alberto Oliveras, no cesaba de repetir ¡ustedes son formidables!, cada vez que alguien ofrecía algún donativo, para atender a alguna causa, recuerdo que se estuvo pidiendo bastante tiempo para los damnificados por las inundaciones de Valencia y era su sintonía, la novena sinfonía de Dvorak, la llamada del Nuevo Mundo.

En uno de esos teatros radiados, que en su mayoría eran dramas, recuerdo como un niño buscaba desesperadamente a su madre, me puse a llorar desconsoladamente, siempre he sido muy llorón, mi madre me consolaba diciendo que me había dormido y entre sueños creía que me pasaba a mi realmente , pero no, sabía perfectamente que no era mi, sino al niño del teatro pero me solidarizaba con él y lloraba sin consuelo.

domingo, 15 de octubre de 2006

FELIZ CUMPLEAÑOS JUANVI



Amigo Juan Vicente
desde el Puerto de Santa María
te felicitan tu día
toda esta buena gente.
A.R.P.

Juan Vicente Rosado Gómez,
el que más entusiasmo pone
sobre las cosas de Monroy
queremos lo mejor para tí hoy.
A.G.C.

El mar el levante
mueve y olas a
la playa llevan
imagenes mis ojos llenan
tú, raíces de mi pueblo besas.
V.G.R.

martes, 10 de octubre de 2006

DE LA CASA VIEJA DE LA CALLE NUEVA A LA CASA NUEVA DE LA CARRETERA VIEJA


Mis padres habían comprado tres casas contiguas, una supongo que a la tía Camila, al menos así la llamaban, casa de la tía Camila, la habían reformado algo y la dejaron como vivienda, las otras dos, se las compraron a mi abuelo Torrente. En el sitio que ocupaban éstas, habían mandado construir en la parte baja un bar y en la primera planta un salón de baile, a través de una puerta se accedía directamente desde el comedor de la vivienda al mostrador del bar. La parte de atrás de la vivienda daba a un patio con arriates, un pozo que se solía secar en verano y una piconera. Había un corral que ocupaba todo el largo de la casa y el bar, al que se accedía por una puerta a modo de trasera, pero que estaba en la fachada principal y daba a un pasillo ancho de bóveda de ladrillo en cáscara de huevo de cuatro arcos, de cuya construcción recuerdo perfectamente a tío Miguel Monega , uno de los últimos artesanos de la albañilería, como iba colocando los ladrillos macizos uno a uno, hasta conseguir esa maravillosa forma abovedada, tan típica de la construcción en nuestra zona.

El corral de forma rectangular, quedaba delimitado en la parte sur, por el patio de la casa vivienda y fachada trasera de la casa del bar y en su parte norte, de derecha a izquierda, por una cuadra para seis caballos, un pajar, un tinado para cuatro vacas, y una zahúrda para cuatro o cinco cerdos, contaba con un pozo , que no se secaba nunca, con un pilón adosado al brocal, donde se daba de beber al ganado, y un estercolero. Dentro de la cuadra y en un rincón estaba el gallinero donde dormían y ponían su huevos en los nidales unas treinta gallinas, que durante el día andaban sueltas por el corral, claro está tenían su correspondiente gallo.

No tenía ninguna intención de moverme de la calle Nueva, a la casa nueva, pues esa casa además de estar en la carretera, vi cuando la estaban construyendo, que en las excavaciones para los cimientos salían cocos, que se hacían una bola, debían ser gusanos, y pensaba que aquella casa estaba llena de bichos, y encima tenia dos pozos que si me asomaba, decían que me cogería el Pacimulo , supongo que debería ser un monstruo mitad pez y mitad mulo, debería ser mas bien un Pecimulo.

La construcción de los salones del bar y del baile se hizo a la manera tradicional, con bóvedas de ladrillo, paredes de piedra, que fueron revestidas con cal, todavía se empleaba el mortero de cal apagada mezclada con arena, fue una de las últimas casas que se hicieron en el pueblo a la manera tradicional y artesana, la único moderno fue el forjado de parte del salón de baile, la parte que estaba encima del bar, que se hizo con vigas de hormigón armado y bovedillas de cerámica, como muchos de los forjados de ahora, el techo del baile se hizo todo de madera, con caída a cuatro aguas.

Ahora, debido al deterioro de su revestimiento, mi hermana Paqui, que heredó la parte baja, es decir el bar y parte del corral y mi hermano Vicente, que le tocó la parte de arriba, donde estaba el baile, con su parte alícuota de corral, decidieron, con muy buen criterio, quitar el revestimiento exterior y han dejado al descubierto el encanto de la piedra desnuda, y de los arcos de ladrillos que rematan las ventanas y puertas.

La casa vivienda la heredó mi hermana Mena, que la ha conservado prácticamente igual que la heredó, consta de un zaguán, que yo lo recuerdo solado con pizarra, pero que por concesiones a la modernidad se quitaron las magnificas lanchas de piedra que lo recubrían y lo revistieron con cemento, el techo del zaguán es de madera, afortunadamente éste lo dejaron como estaba, tiene tres habitaciones, un comedor con bóvedas de ladrillo enlucido, en forma de cáscara de huevo con cuatro arcos, una alacena con su bonita puertas de rejilla, y un baño que es de nueva construcción, antes no existía baño, las necesidades se hacían en la cuadra, y se las comían las gallinas que revolteaban alrededor mientras las hacíamos, más de una vez se confundían y te picaban en el culo.

En la parte de arriba de la vivienda están los sobrados, con sus trojes que recogían el grano de la cosecha de todo el año, y donde mi madre amasaba el pan, que luego llevamos al horno de Carmen Serensa, donde se horneaba con fuego de leña de encina avivado con jara, pan candeal que duraba una semana, hecho con levadura madre que se iban cediendo unas vecinas a otras.

El pan se marcaba con unos sellos tallados en madera con las iniciales de los dueños, sellos que eran verdaderos obras de arte, solían tallarlos los pastores, a mi se me antojaban que eran como el sello de los papas, pues me recuerdan a los que aparecían en el papel de las bulas que se compraban a la Iglesia, y que tenían distintos precios en función de si uno era criado o señor, creo que el catecismo decía algo así: “La Bula de la Santa Cruzada, es un privilegio pontificio, que se concede a los españoles para librarse de abstenerse de comer carne en ciertos días” eso si previo pago, y digo yo ¿y si no tenias dinero para comprar la Bula, qué pasaba? Bueno que tontería digo, qué iba a pasar nada, si no tenias dinero tampoco podías comer carne. Los sellos se estampaban en la masa del pan para que no se confundieran en el horno, con los de otros vecinos, el pago por el horneo se hacía en especie, con un pan, dos como mucho.

En los sobrados también se incubaban los pollitos, cuando la gallina estaba clueca, se la subía al sobrado y se le daba pan migado con vino, según mi madre para que transmitiese más calor e incubase mejor todos los huevos, yo no sé si tendría más calor, lo que si sé era que la gallina agarraba unas borracheras de padre y muy señor mío.

Mi hermana Paqui ha transformado el bar en vivienda con el gusto que tiene como experta restauradora que es y Vicente transformó el salón de baile en un precioso loft que tan de moda están ahora.

La nueva casa estaba relativamente cerca de la otra, aunque en el pueblo se consideraba que estaba muy lejos, se decía --tienes que ir para abajo ¡qué pereza!--, porque mi casa estaba a bajo en la carretera, un día hice una apuesta con mis amigos, estábamos jugando en la plaza, y me entró hambre, era la hora de la merienda, dije que me iba a casa a por el bocadillo, empezaron a refunfuñar diciendo que iba a tardar mucho, y que no podían esperarme para jugar, yo les dije que no tardaría mas de cinco minutos en ir y volver, gané la apuesta, aunque no gané nada pues apostar era sólo una forma de hablar, solo empeñábamos la palabra, pero la palabra valía mucho, estaba por medio tu credibilidad que era lo más importante.

En el pueblo había baile sólo en las fiestas muy señaladas, había tres funciones al mediodía de doce y media a dos y media, antes de cena de nueve a once y después de cena de doce a cuatro de la madrugada, se cobraba entrada por cada sesión, aunque los casados no pagaban, sólo pagaban los solteros, había por entonces tres salones de baile el del Casino, que había que ser socio, el de Ángel Blanco apodado“Gallina” y el de mis padres.

En los primeros años la gente acudía a mi casa al baile después de cena, porque al baile antes de la cena iban al salón de Ángel Blanco, la gente decía que el café que hacía mi madre era mejor, de esta forma salíamos ganando nosotros, porque el baile después de cena duraba el doble que el de antes y se consumía por consiguiente mucho más en el bar, está tradición se mantuvo en el pueblo varios años, hasta que Ángel Blanco, decidió pasar a la ofensiva y puso el baile después de cena gratis, aquí empezaron las hostilidades entre los Pitachas y los Gallinas.

Ángel Blanco, además del baile, tenía cine, en verano en un patio al aire libre y en invierno en el mismo salón de baile, nosotros teníamos prohibido totalmente asistir al cine, sólo nos permitían ir en casos muy especiales, por ejemplo, cuando pusieron la película Molokay, mi madre que era muy religiosa, aquí si hizo una excepción, pero yo creo que fue la única, recuerdo haber visto alguna película de Joselito, desde la casa de mi tía Juana, la hermana pequeña de mi padre, desde una especie de palomar donde se divisaba la pantalla, aunque no completa.

En la sesión de tarde de los domingos se ponían películas toleradas, yo me quedaba en la puerta del cine viendo como todos mis amigos pasaban, yo no podía entrar porque lo tenía prohibido, Ángel Blanco, un hombre con una barriga muy prominente que estaba siempre fumando un puro y llevaba un cinturón con una hebilla dorada muy grande, más de una vez y más de dos, el hombre, se compadecía de mi, que debía de pensar que yo no tenía ninguna culpa de las disputas con mis padres y me hacía pasar gratis, --pasa Pitachín pero que no se entere tu madre. Yo pasaba muy contento y pensaba que en el fondo aquel hombre no era tan malo.

El hecho de que mi familia tuviera bar y baile, ha tenido gran influencia en mi educación, me encantan las tertulias, los relatos orales, creo que se aprendía a escuchar, entre otras cosas porque no te dejaban opinar, yo trataba de pasar desapercibido, medio escondido en un rincón de mostrador, para que nadie advirtiese mi presencia y me mandara irme, como sucedía tantas veces --Niño vete de aquí que estas son conversaciones de mayores y tú no puedes oírlas.

Me encantaba escuchar cuando se hablaba de la guerra, tomé enseguida conciencia que la guerra era una cosa muy triste, sobre todo cuando mi padre contaba como fue su despedida, tenía veintitrés años y acaba de licenciarse del servicio militar que lo había hecho en Valladolid, mi padre, siempre que lo contaba se le saltaban las lágrimas, hablaba de como, el pueblo se solidarizaba con los que eran llamados a filas, y acudía todo el mundo a despedirlos, me imaginaba las escenas de desgarro que se producían, siempre me han entristecido las despedidas, no me gustan, y aunque mi padre era huérfano, pienso en esas madres diciendo adiós a su jóvenes hijos, y las novias teniéndose que alejar de sus recientes enamorados muchachos, pensando que nunca iban a volverse a ver, mi padre hablaba de los comerciantes que en un gesto de solidaridad y preocupación colectiva, repartían viandas gratis para los que se iban a la guerra. Con pan y vino se hace más corto el camino, aunque sea un camino de un triste viaje sin retorno para algunos.

También veía la guerra con una parte romántica, cuando mi madre hablaba de las madrinas de guerra, que a mi se me antojaba que eran novias en la distancia, novias que sabían escribir muy bien las cartas y que decían cosas bonitas y agradables para mantener la esperanza y la moral alta de los soldados, pensaba que eso era el verdadero amor, un amor platónico e incondicional, sin esperar nada a cambio, sólo el saber que había alguien que te quería aunque fuera en la distancia, pensaba en ti y esperaba tu regreso sano y salvo, y te lo decía por carta, cartas para leerlas en voz alta como si fueran poesías recitadas, me imaginaba lo bonito que sería el encuentro cuando terminada la guerra, los soldados volviesen a casa, y en el peor de los casos, las madrinas de guerra mitigaban los malos momentos de la guerra con sus misivas llenas de afecto, compresión, al menos infundían esperanza en una vida mejor.

Mi padre hablaba de los rabos negros y de los rabos blancos, de la Dictadura de Primo Rivera, que según él fue una de los mejores gobiernos pues se hicieron muchas carreteras, hablaba de la CEDA de Gil Robles, mi madre hablaba de la República y de que a mi abuelo le obligaban a contratar obreros, aunque no tuviera trabajo para ellos, se hablaba mucho de los requetés porque mi padre simpatizaba con los requetés, los partidarios de Don Carlos, y de su himno el Oriamendi, es curioso la fijación que a mi me producía el dichoso himno, pues escribía, en un ejercicio constante e inconsciente de caligrafía la frase “Dios, Patria, Rey”.

Hoy todavía me sorprendo escribiendo sin venir a cuento esta frase, aunque su significado esté muy lejos del que le daban entonces. Soy agnóstico, la única patria con la que me quedo es la de mi infancia, y no soy monárquico, soy republicano, aunque, eso si, admito que me siento un poco Juan Carlista.

Javier Cercas, escritor nacido en Ibahernando un pueblo con nombre imposible, como él mismo dice, hace una definición que está muy alejada de la concepción de patria que tenían los Carlistas, yo me identifico totalmente con ella, dice así: “Un patriota es alguien para quien amar su tierra, su gente y su lengua constituye el mayor estímulo para amar otras lenguas, otras gentes y otras tierras.”

No he tenido a lo largo de mi vida muchas pesadillas, las únicas que recuerdo tienen siempre como motivo la guerra, la angustia de despertar y creer que estábamos en guerra siempre me producía sensaciones de impotencia, miedo y rabia, era lo peor que podía pasar al género humano, la guerra siempre es algo deleznable desde cualquier punto de vista.

Entre las cosas que más me han repugnado de lo que se contaba de la guerra eran las famosas purgas y las depuraciones, que en nombre de no sé que Dios y de no sé que autoridad, llevaban a cabo esos déspotas ejecutando a sus propios vecinos, a los que por envidia, odio o lo que es peor por pura diversión de señoritos borrachos, les quitaban el bien más preciado: la vida.

Mi madre solía contar que entre los ejecutados había un señor que era muy bueno, muy religioso, que su único pecado era ser republicano, no era comunista, sólo era republicano, decía ella, esa era otra, ser comunista era lo peor que se podía ser. Crecí pensando que los comunistas tenían cuernos y rabos, que eran auténticos demonios.

En el pueblo había tres personas que estaban señaladas por comunistas, aunque seguramente ninguno lo era, un tal Julián Besteiro (obviamente era un mote) y en todo caso con este mote sería más bien socialista, tío Raña y el señor Juan, que era uno de los dos peluqueros que había en el pueblo. Con los dos primeros traté menos, de Juan que era mi peluquero, recuerdo el buen manejo y el alegre sonido que le sacaba a la tijera, era un hombre afable y cariñoso que siempre estaba de buen humor, de bastante mejor humor que muchos de los que eran de derechas.

Cuando mi madre detectó la pérdida de mi fe y que abrazaba ideas de izquierda, creo que debió de cambiar de parecer con respecto a los comunistas, ella sostenía que si su hijo era bueno, también debía de haber gente buena entre la gente ateas y de izquierdas.

Nunca he sido marxista, estaba demasiado condicionado por mi pasado, aunque hubo un tiempo, que me devanaba los sesos intentando integrar las ideas del marxismo con el cristianismo, era en mi época de comunión diaria y cuando conocí en la mili al bueno de Javier Benavides Orgaz, nieto de un militar que luchó junto a Franco en la Guerra Civil, el General Orgaz, pero pese a su antepasado, Javier era militante de izquierdas y ayudaba al padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo.

Javier sería una de las victimas de otros señoritos llenos de odio que le segaron su joven y prometedora vida, junto a otros cuatro compañeros, un triste día, el 24 de Enero de 1977, en la celebre matanza de Atocha.