miércoles, 31 de diciembre de 2008

Solo de saxofón



Cuando veo esta escena de la excelente película La lengua de las mariposas, no puedo resistir la emoción. Está el magnífico solo de saxofón interpretando el pasodoble "En er mundo", y  está el niño que se encuentra sentado entre los músicos, y me veo a mi mismo, cuando más o menos con su misma edad, me sentaba entre los músicos que tocaban en la tribuna del baile de mis padres.


Sensaciones, olores y emociones
de la infancia perdida para siempre
a veces se recuperan en la mente
pero, son sólo aproximaciones.
¿Aproximaciones solamente?

Dulce olor a pan con leña y jara horneado,
Dulces y aromáticas vísperas de fiestas
Dulce aire perfumado de heno recién segado
Dulces perrunillas, bizcochos, floretas.

El solo de un saxofón que interpreta
en Er Mundo
, Suspiros de España,
o el solo que toca una sola trompeta
Cerezo Rosa, llegando a las entrañas

La tierra caliente reciente mojada,
la mies morena extendida en la era,
las sin par mañanas de primavera,
la verde espiga de la fresca cebada.

La espiga seca de los amarillos trigos
las recias encinas, los espigados pinos
los plateados, longevos, ilustres olivos
los senderos, veredas, cañadas caminos.

El azul intenso del inmenso cielo
el rojo brillante del fulgurante fuego
las bonitas trenzas de tu pelo negro
los tirabuzones de su rubio pelo.

En las madrugadas del mes de abril
sentir, palpar el rocío de la mañana
a lomos de una yegua torda o alazana
al trote o al galope, de frente o de perfil

Sensaciones, olores y emociones
de la infancia perdida para siempre
a veces se recuperan en la mente
pero, son sólo aproximaciones.
¿Aproximaciones solamente?

jueves, 18 de diciembre de 2008

UN MONROYEGO EN ESTADOS UNIDOS (II)
























































































































El pasado 25 de junio, colocaba con este mismo título una entrada en el blog. Pues bien, el amigo Julio ha contestado a los comentarios de entonces y además ha enviado las fotografías que están aquí colocadas más arriba.

(Pinchar aquí ver el comentario de Julio)


El Domingo, Maribel, que se había pasado toda la tarde buscando fotografías entre los numerosos álbumes que tenemos de nuestros hijos, encontró ésta y me la dejó dentro de mi cartera.





Al ver la fotografía me acordé de Julio y me extrañó de que no nos hubiera dicho nada sobre nuestros comentarios a aquella entrada y que sería bueno enviarle la fotografía, pues en ella están Domi Y Jesús, dos de los amigos con los que jugaba de pequeño.



El lunes a llegar a la oficina y abrir el correo electrónico, estaba uno de Julio en el que me anunciaba el comentario que había dejado en el blog y me enviaba fotografías de cuando estaba en Monroy.



Se trata sin duda de una simple casualidad, pero no deja tener su aquel, que prácticamente a la misma hora que Julio estaba mandando su correo, desde un lugar próximo a las cataratas del Niágara, mi mujer hubiera encontrado en Madrid, la fotografía en la que aparecen junto a mí, dos de los amigos que le habían acompañado durante su infancia en Monroy.



También me ha comentado Julio, que un hijo de su prima Maxi, (debe ser la niña que aparece en una de las fotografías) que vive en Badalona, hace más a menos un mes le escribió un correo, ya que cuando leyó el primer comentario que mandó Julio a este blog, se intrigó cuando mencionaba a sus propios abuelos y le preguntaba si podían ser familia, ahora están en contacto los dos.

viernes, 5 de diciembre de 2008

HOMBRES QUE MURIERION SIN HABER VISTO EL MAR



A mediados de octubre, cuando caían las primeras lluvias, se empezaban a arar los campos para sembrar los cereales, era la sementera, entonces había pocos tractores, la mayoría de la labor se hacía con yuntas de caballos y se araba con la vertedera, que era el arado romano en versión moderna, tenía la virtud de que era reversible, y de esta forma el surco era igual a la ida que a la vuelta. La vertedera tenia formones que había que ir a aguzar, como mi padre estaba en el Barroso y no solía venir todos los días, cuando venía, normalmente los fines de semana, dejaba los formones para que yo me encargase de llevarlos a la fragua.

Cuando iba a aguzar los formones, a mí me tocaba hacer de soplador, con aquellos grandes fuelles que avivaban el fuego de la fragua, mientras, los mayores hacían sonar sus grandes martillos, mazas, al ritmo que les marcaba el herrero, yo mientras, sopla que te sopla.

Los demás intervenían en el aguzado de mis formones, y en justa correspondencia yo tenia que avivar el fuego para los suyos. Trabajos en equipo, como el de la matanza, donde se ponían de acuerdo las familias para matar en días distintos, y así poder ayudarse los unos a los otros. Tiempos sin duda duros, pero también solidarios.

La fragua era la de mi tío-abuelo Guzmán, era tío de mi madre, hermano de mi abuela Francisca. Tío Guzmán era el encargado de poner mote a medio pueblo. A mí me llamaba “Tío Animal”, por lo bruto que era. En el invierno no le apetecía salir a tomar sus vinos y hacía que yo le llevase a su casa una garrafa de cinco litros de vino que solía durarle, más o menos, una semana.

Un día jugando con otros niños en el canal no se me ocurrió otra cosa que meter la cabeza entre los hierros de la cancela, (engarilla), que allí había y luego no podía sacarla, los chicos asustados fueron a avisar a la fragua, estaba al lado, y me liberó, creo que fue su hijo José, separando los hierros.

Hubo una semana que me olvidé de llevar los formones y también de llevarle la garrafa, no sé cuál de las dos broncas me dolió más, si la de mi padre por no llevar los formones, o la del Tío Guzmán por no llevarle la garrafa.

La verdad es que mi padre muy pocas veces me reñía, nunca me pegó, para eso estaba mi madre, siempre presta a usar la zapatilla, por eso las pocas veces que mi padre me regañó me afectaron mucho.

La bronca esta de los formones me la echó en el bar, estaba presente, como casi siempre el Perche, recuerdo a mi padre apelando a mi responsabilidad y haciéndome entender los trastornos que se pueden causar por no atender nuestras obligaciones, la verdad, es que mi padre tenía toda la razón del mundo, por mi culpa tuvieron que perder un día de labor.

En la cara que poniba me notaba mi madre, cuando tenía tres años, que no sabía mentir, y en la cara que ponía cuando mi padre me estaba regañando también se me notaba mi pesar y mi arrepentimiento.

Cuando cuatro años después de salir del pueblo, ya con dieciocho años regresé por primera vez en el mes de julio de vacaciones, estuve unos días en casa de mi Tía María, recuerdo que toda la gente que me encontraba me preguntaba que si había visto al Perche.

Por fin un día que pasaba por delante del Bar de Roberto, el herrador, otro hombre del que guardo un grato recuerdo, pues era muy simpático conmigo, aparte de herrar a los caballos y a los bueyes, hacía también con las tijeras unas bonitas grecas y filigranas en los cuartos traseros de los mulos y de los burros. Su mujer Isabel me llamó y me dijo que el Perche estaba dentro y que se alegraría de verme.

Efectivamente el Perche se alegró mucho al verme, yo estuve un poco prepotente y jactancioso, como solemos ser todos a esa edad, que nos creemos que lo sabemos todo y no sabemos absolutamente nada, entre las muchas tonterías que dije. estaba la de que me iba estupendamente en Madrid y que había que salir del pueblo si se quería vivir bien.

El se puso a repasar anécdotas sobre mí, me recordó ese día de la bronca de los formones y como mi padre, después de haberme regañado se había sentido orgulloso de mí por como había reaccionado ante su bronca, pensó que quizás había sido demasiado duro conmigo, hasta le había dado pena, según me contó el Perche, al verme tan afligido.

Me recordó la anécdota, de cuando recién nacido mi hermano Miguel Ángel, y éste estaba en un cuco en el bar, mi padre preguntó ¿Qué pensará este niño? Y yo respondí presto: Tres Kilos y medio.

O aquella otra ,cuando, creo que era los miércoles, la televisión anunciaba una programación que a nadie le gustaba: Teatro de la Pera, leí yo en voz alta. Y es que la O era tan grande, que yo creía que no era una letra, el programa era:



Teatro de la Ópera.

Ahora, recuerdo yo, otras anécdotas de ti querido Inocencio Benito, Alias “El Perche”, de cuando hablabas con admiración de tu hermano, el apuesto Mendi, Mendingo era su apodo, era más joven que tú, estaba en La Legión, y contabas y no parabas lo valiente y decidido que era tu hermano, que había viajado mucho y había estado en un montón de sitios, todo lo contrario que tú, que solo saliste del pueblo para hacer el servicio militar en Madrid.

Contabas lo que gustaba tu hermano a las mujeres y que había tenido muchas novias, sin embargo, tú la única novia que tuviste era de mentira, era una mujer guapísima que salía en la televisión anunciando aquellas perlas majóricas que no se distinguían de las verdaderas, aunque para ti, esa mujer del anuncio si se distinguía de las mujeres verdaderas, a las que creo, que por timidez no te atrevías a acercarte nunca, recuerdo que siempre que salía esa guapa chica del anuncio se te iluminaba la cara.

De cuando hablabas de tu trabajo como leñador y de cómo había que cortar las encinas, para conseguir que siguiesen dando sombra, bellotas y leña al mismo tiempo, que eso de cortar leña no era una cosa de advenedizos, que requería oficio.

Y así es, querido Perche, en el tan cacareado y famoso desarrollo sostenible, se pone como paradigma la dehesa extremeña, y eso se debe en gran parte a personas como tú, amantes de su oficio y enamorados del campo.

O cuando hablabas de la caza, porque eras cazador y hablabas de la caza del pato en el río Tamuja y a mi me parecía, por cómo lo contabas, que este río estaba muy lejos y que te ibas de safari.

O cuando contabas, una y otra vez la aventura que tuviste con una guapa chica, cuando hiciste la mili, gracias, según tú pregonabas a los cuatro vientos, a que, según la chica, tenias unos dientes y unos ojos muy bonitos.

O cuando vi la película Río Bravo en el cine de verano, RECA, que estaba en el castillo y me pedías una y otra vez que te la contara y yo te contaba cómo el protagonista descubría al pistolero que estaba herido y escondido en el Bar, por la sangre que caía en un vaso que estaba encima del mostrador, y entonces, me salía fuera y de espaldas al mostrador de nuestro bar, me ponía a hacer de John Wayne en esa escena de la película.

Si, amigo Perche, aquel día que fui al pueblo supe que me tenías cariño y que te gustaba contar a la gente cosas mías, que detrás de tu aspecto callado, de tu timidez y de tu aspecto de rudo labrador había en tí la ternura de un niño grande.

Sirvan estas líneas como sentido homenaje de admiración y gratitud a ti y a todos los que como tú, habéis muerto en el pueblo sin haber visto la mar, pero soñabais todos los días con ella, después de vuestro duro, abnegado y bien hecho trabajo.


Hombres que se mueren sin haber visto la mar
(Letra y música: Pablo Guerrero)

Dos siglos de silencio, que tanto pesan,
te duelen más, amigo, que la tristeza,
que la tristeza, que la tristeza
de ver que es para el amo lo que tú siembras.

Por ahí van, por ahí van,
son hombres que se mueren sin haber visto la mar.

Trabajaron cien años, que consiguieron,
la sombra de una encina cuando murieron,
cuando murieron, cuando murieron
cubrió por fin la tierra todos sus sueños.

Por ahí van, por ahí van,
son hombres que se mueren sin haber visto la mar.

La voz del campesino, que fue escondida,
entre cerros y valles, campo y fatiga,
campo y fatiga, campo y fatiga
fueron voces sin eco, toda su vida.

Por ahí van, por ahí van,
son hombres que se mueren sin haber visto la mar.

Pero tu voz dormida, no es para siempre,
puedes cantar ahora, grita más fuerte,
grita más fuerte, grita más fuerte
no pidas por favor lo que te deben.

Por ahí van, por ahí van,
son hombres que se mueren sin haber visto la mar.

jueves, 27 de noviembre de 2008

LA PROVIDENCIA DE MI ABUELO


A mi abuelo Miguel, el único abuelo que conocí, le recuerdo siempre en el mismo sitio, sentado en la misma silla, alrededor de la misma mesa, dentro del bar de mis padres, mirando hacia fuera por la misma ventana donde veía pasar siempre a la misma gente.

Permanecía en su rincón desde que se levantaba hasta que se acostaba, allí desayunaba, comía y cenaba, solamente lo abandonaba para hacer sus necesidades al aire libre en el corral, en cuclillas. A su edad no era nada fácil mantener el equilibrio y más de una vez se cayó cuando estaba agachado y hubo que levantarle.

Todos los días, antes del almuerzo y de la cena, se bebía su ración de vino blanco, que se le servía en una botella, cuyo uso original era el de contener gaseosa de la fábrica, que había por entonces en Monroy, propiedad de Jacinto Flores. Gaseosa cuyo sabor no tenía nada que envidiar al de Seven- Up que se vende hoy fabricado por una gran multinacional.

Mi hermana Paqui era la encargada de ir a por las gaseosas a la fábrica, a veces la acompañaba yo, íbamos a por ellas en un burro y las transportábamos en las aguaderas de esparto.

Había en el bar de mis padres varios parroquianos de la edad de mi abuelo, que tenían también la costumbre de tomar el vino en botellas de gaseosas de cuarto de litro, pistola, decían ellos.

Mi abuelo llegó a Monroy proveniente, creo que del hospicio de Plasencia, fue adoptado por una familia que no tenía hijos, Torrente era el mote de su padre adoptivo, apodo que luego heredó él.

Hizo la mili en Marruecos, cuando aquella duraba tres años y había soldados de cuotas, esos a los que se refería la famosa canción que cantaban, todos los años llegado el sorteo, los quintos del pueblo, ésa que recomendaba resignación si alguno le tocaba África:

Si te toca te jodes
que te tienes que ir
que tu padre no tiene
seis mil reales pa ti.

No sabría precisar si le tocó la carnicería que fue la guerra con Marruecos y el celebre Desastre de Annual, que tan bien contó Ramón J. Sender en su gran novela Imán, donde relata con gran maestría lo dura, inútil, áspera y desoladora que fue aquella guerra, bueno, como todas las guerras, se destaca en esta novela la gran corrupción que imperaba en el ejército Español y el sufrimiento de los más de doscientos mil soldados que les tocó padecerla.

Luego a muchos de los que quedaron vivos de aquellos les tocó también pasar las penurias de la guerra del 36, fue sin duda una generación muy desgraciada.

Lo que único que recuerdo que contaba, sobre sus peripecias de la mili, era que la había hecho con El Gallo, aunque a mí me cuesta creer que el famoso torero Rafael Gómez El Gallo, hiciese la mili, pues éste sí que tenía los seis mil reales de los que hablaba la canción.

A este torero es al que se le atribuye la famosa frase: Lo que no pue ser, no pue ser, y además es imposible. O esta otra: Tiene que haber gente pa to. La soltó cuando le presentaron a Ortega y Gasset y le dijeron que era filosofo. Este torero, que al parecer era el que creó la escuela que luego siguieron Curro Romero y Rafael de Paula, también decía, que prefería una bronca a una cornada: Las broncas pasan, se las lleva el viento, las cornás me las quedo yo.

Mi abuelo se quedó viudo muy joven, con cuarenta y tantos años, a mediados de los años cincuenta partió su herencia entre sus tres hijas, aunque creo que se reservó algunas fincas para él, porque, mi madre le insistía que cuando muriera esas fincas me las debería dejar a mi para que pudiese estudiar una carrera, el siempre contestaba que sería en partes iguales para las tres hijas, que no podía hacer distingos.

Mi madre le decía que de acuerdo, que muy bien, pero entonces que se fuese también a vivir por turnos con las otras dos hijas, él se hacía el loco. Lo cierto fue que yo no heredé las fincas, y él si estuvo viviendo en mi casa, hasta que se murió en año 1965. Por entonces, mis hermanas Mena, Paqui y yo, vivíamos en Rentería con mi padre en casa de mi tía Ángeles. Mis hermanas y yo no asistimos a su entierro, si lo hicieron mi padre y mi tía Ángeles y su marido, Paco.

Yo estudiaba sentado al lado de mi abuelo en la misma mesa, dando la espalda a la ventana para no distraerme con la gente que pasaba. En el invierno al calor del brasero de picón, que era la principal fuente de calor, por no decir la única, que había entonces en el pueblo.

El brasero se colocaba sobre el agujero hecho al efecto en la tarimilla, en las mesas del bar no teníamos la acogedora bayeta, (faldas) que llevaban las mesas camillas de dentro de las casas.

A veces estudiaba en voz alta, pues creía que de esta manera me entraban mejor las lecciones. Recuerdo una mañana que estaba estudiando religión de cuarto, la lección trataba de demostrar la existencia de Dios, hablaba de perfecto orden que había en la naturaleza, ( los astros, los espacios, las plantas, las fuerzas físicas, las estaciones, los días, el hombre), para que reinara este orden no había más remedio que pensar que tenía que haber un ordenador, que no podía ser otro que Dios.

Mi abuelo, que casi nunca hablaba y permanecía siempre ensimismado, ese día al escuchar la lección de mis labios dijo:

Todo eso es mentira, Dios no existe.

¡Pero abuelo! Repliqué con vehemencia ¿Cómo no va a existir Dios? Todo este perfecto orden cósmico que existe, ¿Quién puede hacerlo posible?

Mi abuelo, con mucha tranquilidad respondió: No sé, será la providencia, pero no Díos

Lo de perfecto orden cósmico me sonaba muy bien y lo repetía sin cesar, no comprendía como mi abuelo y algunos parroquianos ponían en duda la existencia de Dios, con lo claro que estaba que tenía que haber un ser supremo que rigiera nuestros destinos.

Esta lección me la aprendí muy bien y la soltaba de carrerilla antes los asiduos parroquianos del bar, que casi todos asentían y alababan mi discurso, le decían a mi padre lo listo que yo era y que bien aprovechaba mis estudios.

Yo que tenía la madre más religiosa del mundo, resultaba que su padre era ateo, pobre abuelo Miguel, estabas condenado para siempre al infierno.

Claro que tienes que comprender, aunque creo que tu lo entendías, que un niño que estaba influenciado por esa atmósfera tan religiosa que se respiraba a su alrededor, no podía pensar de otra manera y considerar que su abuelo era poco menos que un monstruo.

Esa atmósfera que hacía que todo girase en relación con lo que la Santa Madre Iglesia ordenaba, y que la mayoría de las veces ordenaba o no las condenaba, cosas tan inhumanas que hacían la vida, ya de por sí llena de privaciones en aquella época, mucho más desgraciada, sobre todo a las mujeres.

Si alguna joven en edad de merecer tenía la desgracia de que se le muriese un ser muy allegado, por ejemplo el padre, la madre o un hermano, ya le habían arruinado la vida por una gran temporada, tenía que guardar luto riguroso durante cuatro años, no podía salir ni siquiera a pasear, no podía escuchar música, tenía que vestir de negro, no podían reír ni cantar porque estaba mal visto y lo más grave, aunque no sintiese pena, tenía que fingirla.

Costumbres como la de la petición de la patente, o piso, cuando alguna chica se hacía novia del algún chico de fuera, le obligaban a pagar a éste el tributo de tener que invitar en los bares a todos los jóvenes del pueblo y si se negaba ya estaba el lío servido.

O la de la famosas campanillás, que consistía en ir con cencerros a molestar e insultar a la viuda que se había vuelto a casar, curiosamente si era el viudo el que se casaba no se lo hacían.

La calificación moral de los espectáculos que se atribuía la Iglesia en exclusiva, cuando una película era calificada con 3R, mayores con reparos, las mujeres no asistían a la película. Que bien contado está en la excelente película Cinema Paradiso, cuando el cura cortaba las escenas de besos, esto sucedía en un pueblo italiano, pero allí también era la Iglesia Católica la que mandaba.

Estaba mal visto que las mujeres fumasen, que se pintasen en exceso, que se pusiesen pantalones, no podían ir solas a los bares, estaba hasta mal visto, incluso, que las chicas hablasen pronunciando las eses, se criticaba a las que estaban sirviendo en Madrid cuando venían al pueblo por finolis y si venían muy maquilladas y pintadas se las calificaba directamente y sin ningún recato de fulanas.

A la Iglesia las mujeres tenían que entrar con velo, en verano, si llevaban manga corta tenían que colocarse unos mangos hechos ex profeso para la ocasión. El luto, según el tiempo que hacía del óbito, tenía sus estadios, primero las mujeres tenían que llevar un manto entero, después medio manto, hasta que se llegaba al alivio de luto. A los hombres les bastaba con llevar un brazalete negro en la manga y corbata negra.

En el islamismo las costumbres actuales de esta religión musulmana son inmensamente machistas. De modo que esta religión autoriza a los hombres a tener varias mujeres y, sin embargo, las mujeres sólo pueden tener un hombre y encima tienen que compartirlo con otras mujeres ¡Vaya morro el del señor Mahoma!

Sus mujeres tienen que llevar velos, burkas y demás zarandajas, no pueden asistir a espectáculos, lo mismo que pasaba con nuestras mujeres hace menos de cincuenta años.

Ojalá, que dentro de cincuenta años, todos los países se encuentren con respecto a la religión, al menos, como estamos nosotros ahora, aunque sea en un estado aconfesional, y les quede algún que otro signo religioso en sus colegios, en su caso la media luna. sería un gran paso sobre todo de cara a la liberación de la mujer.

Aunque a algunos nos guste que los estados sean laicos y que la religión quede estrictamente para el ámbito privado, echando la vista atrás nos damos cuenta, que no es poco lo que hemos conseguido en estos años de democracia con respecto a las libertades de todo tipo y sobre todo las relacionadas con la libertad de la mujer, aunque, todavía quede mucho por hacer, los logros conseguidos han merecido la pena.

Y a ti, mi incomprendido abuelo Miguel, quién te iba a decir, que aquel niño que le sentó tan mal que no creyeses en Dios, aquel niño que rezaba todos los días con su madre el Rosario y se sabía todos los misterios: lunes y jueves los gozosos; miércoles y sábados los gloriosos; martes y viernes los dolorosos; que recitaba la letanía en latín de carrerilla, como un papagayo y que estuvo tentado de irse al seminario de Plasencia, hoy sea tan descreído como lo fuiste tú.

Y que ahora piensa, que el no creer en Dios no hace a nadie un monstruo, que a pesar de no creer y precisamente por ello, se puede ser bueno. Si no creemos en un ser superior, lo más importante que nos queda es el hombre y es pensando en su dignidad donde debemos basar nuestro comportamiento.

Me estoy acordando escribiendo ahora esto, de cuando a mi madre se la llevaron en una ambulancia a Cáceres con una gran hemorragia, debido a un aborto y tú, al ver que se la llevaban y que nadie te decía nada, te levantaste de tu rincón y te dirigiste al mostrador donde estaba despachando, yo tampoco sabía muy bien lo que le pasaba a mi madre, pero me pareció mucho más grave al ver que llorabas desconsoladamente, implorando que te dijésemos qué le pasaba a tu hija. Estaba presente nuestro asiduo parroquiano, el inefable Perche y a él como a mí, se nos saltaron las lágrimas. No abuelo, no eras un monstruo a pesar de no creer en Dios tenías sentimientos.

Precisamente el Perche era el que te preguntaba de vez en cuando, con sorna, cuanto te habías gastado invitando a una de las bailarinas, animadoras se les llamaba, que actuaban contratadas en las fiestas de los toros en el “concierto” de mediodía. Nunca supe si habías ligado o no, porque a mi madre le sentaba muy mal este episodio y le pedía al Perche que por favor se callase, pues no quería que yo lo oyese. Hoy pienso que llevando tantos años viudo, bien te merecías haber disfrutado un poco de aquella bailarina, por eso no hacías daño a nadie, pero eso era incomprensible en aquellos tiempos.

Pienso que la humanidad tiene derecho a sufrir en ésta vida lo menos posible, entre otras cosas, porque no hay otra donde poder resarcirnos y es en esta premisa en la que baso mi ética, en procurar que los que estén a mi lado sufran lo menos posible, no quiero hacer a los demás, lo que no quiero que hagan conmigo.

Creo que la dignidad del ser humano debe estar por encima de todas las cosas.

viernes, 14 de noviembre de 2008

LOS DEL BABATEL


También formaban parte de nuestra pandilla, cuando venía de vacaciones, Luis Melguizo Gutiérrez, hijo del Comarcal, así llamábamos, al que creo que su verdadera denominación era Juez Comarcal del Servicio Nacional del Trigo. Luis estudiaba en Toledo y tocaba en la tuna de su Colegio que estaba regido por los hermanos Maristas, a los que nosotros les decíamos los del babatel, por el blanco almidonado de sus pecheras, que semejaba un babero de niño.

Una tarde salió en un programa en directo con la tuna de su colegio, entonces todos los programas se hacían en directo, lo presentaba el mítico locutor Jesús Álvarez, fui a avisar a su madre que vivía en una de las casas de los maestros que daban al canal, y aunque, sólo interpretaron una canción, dio tiempo a que viese a Luis que estaba muy repeinado, a su madre se le saltaron las lágrimas.

Con Luis hice muy buenas migas, era de Polán, un pueblo de Toledo, su familia se dedicaba a la elaboración de mazapanes, es curioso pero todos los Comarcales que conocí eran originarios de la provincia de Toledo, el primero que recuerdo era uno que tenía un coche parecido al biscuter, que le llamaban el Huevo, después del padre de Luis, vino el padre de Frutos y Aníbal que también fuimos amigos, estos eran de Alcañizo.

Tengo grabado en la memoria una tarde de domingo de finales de verano, fuimos Luis y yo con su padre y Don Juan Soria a la caza de la tórtola, esperábamos al atardecer apostados detrás de una pared a que las tórtolas se acercaran a los bebederos.

Esa tarde la recuerdo como una tarde mágica, había una luz muy especial, era la atmósfera de los grandiosos atardeceres, que luego he vuelto a contemplar y sentir en Monroy, pero, ésta era la primera vez que era consciente de lo que significaba una puesta de sol, los rastrojos eran de un dorado intenso que armonizaba perfectamente con el verde de las encinas, era tal la sensación de paz, armonía y serenidad, que me sentía en perfecta comunión con el país, con el paisaje y con el paisanaje.

Cuando más tarde empecé a leer a los de la generación del 98 y sus famosos escritos dedicados a los campos de Castilla, entendía perfectamente su predilección por los campos dorados.

Luis fue mi rival, sin que él lo pretendiera, en mi relación platónica con Esperanci. Recuerdo con tristeza una tarde que íbamos de paseo y nos paramos delante de su casa, estaba enfrente de la fábrica, a esperar que saliese su hermano José Manuel. Esperanci salió a la puerta y sólo hacía caso a Luis, coqueteaba con él, se mostraba muy simpática y sonriente.

Sentí una gran frustración, fueron mis primeros celos, más que celos, lo que sentí fue inferioridad, yo era un niño de pueblo que llevaba unos pantalones que pretendían ser vaqueros, y ni siquiera eran largos, encima estaban zurcidos y remendados, mientras que Luis iba vestido como un niño bien, además era guapo y apuesto, no podía competir con él, yo era un pobre niño de pueblo y él un niño de ciudad que estudiaba en un colegio de pago.

La canción famosa Esperanza de Enrique Montoya, servía de bálsamo a mis penas:


Esperanza, Esperanza
sólo sabes bailar cha cha cha

Te conocí y me enamoré
y me ilusioné
ahora todo se acabó
No sé por qué tu fingido amor
le causó dolor
a mi pobre corazón

De nada vale la vida que he vivido
si de mujeres nunca se sabe
la que no es mala lo parece algunas veces
y la que es mala no lo parece.

Ay qué pena me da Esperanza por Dios
tan graciosa pero no eres buena.
Ay qué pena me da Esperanza por Dios
tan graciosa y sin corazón

Esperanza, Esperanza
sólo sabes bailar cha cha cha



Poco importaba que Esperanci no supiese bailar cha, cha, cha, tampoco había fingido nada conmigo, y no se puede calificar de mala a una mujer porque no te corresponda en el amor, creo que lo único cierto de la canción con respecto a mí, era que mi pobre corazón si estaba dolorido, me sentía muy triste y desesperanzado, nunca mejor dicho.

Aunque esto no era óbice para entender que las chicas se enamorasen de él antes que de mí, no era cuestión de culparlas, ni a ellas ni a Luis, la culpa la tenían las famosas circunstancias del señor Ortega y Gasset.

Luis tenia dos hermanos pequeños, Julián, que era muy rubio, y Pilarin, una niña también rubia muy guapa, con los ojos muy bonitos, venía con frecuencia a casa a ver al bebé, que era entonces, mi hermano Miguel Ángel y de paso se quedaba a jugar conmigo, debería tener tres o cuatro años, creo que Pilar es enfermera en el Complejo Hospitalario de Toledo.

Recuerdo, un día poco antes de las elecciones del 2003, que estando con la concejal de Urbanizaciones Carmen Castillo, en su despacho en el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, se acercó un momento, el entonces alcalde, José Martín Crespo. Cambiamos impresiones sobre los planes del Ayuntamiento que afectaban a los terrenos colindantes del Complejo de oficinas ÁTICA 7, del que soy Administrador-Gerente, me confirmó que iban a hacer un centro comercial y un hotel de lujo, me hizo incluso un boceto, que todavía conservo, de cómo iban a quedar ubicados.

Martín Crespo estaba muy enojado, acababa de enterarse, después de veinte años siendo alcalde por el PP, de que no figuraba en las listas. Comentó sin ningún recato, que los que iban eran todo unos niñatos sin experiencia, que el primero que figuraba en la lista iba en ella por ser marido de quien era, se le notaba muy resentido, e incluso amenazaba con formar un grupo independiente.

El alcalde hacia estas manifestaciones, dando por sentado, que los que estábamos allí éramos todos de su cuerda, no sé por qué, siempre que he ido al Ayuntamiento de Pozuelo todos los concejales y funcionarios con lo que me entrevistaba daban por sentado que soy de derechas, la verdad es que yo no hacía nada para desengañarlos, pues me convenía para mis gestiones que pensasen que era uno de los suyos, en aquella ocasión iba con dos abogadas, una si es de derecha, la otra no tanto, pues es amiga personal de José Luis Rodríguez Zapatero.

Sabía por su hermano Julián, que me lo encontré un día en Monroy, que Luis vivía en Pozuelo, y no sé por qué, con este solo dato me dio por preguntarles que si conocían a Luis Melguizo Gutiérrez, fue el Teniente de Alcalde Adolfo Dodero, el que dijo: Me suena mucho ese nombre, creo que está en el Comité Electoral del PP de Pozuelo. Pero, ahí quedó la cosa.

A los pocos días salieron las listas y en la de los candidatos a concejal para el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón para las elecciones del 2003, en el puesto número 22, figuraba Luis Melguizo Gutiérrez, era uno, a los que el ínclito alcalde Martín Crespo, tachaba de niñato.

Aunque, a alguien que cuenta con cincuenta y tantos años es Ingeniero Naval y Subdirector General Adjunto de la Dirección General de la Marina Mercante (DGMM), dudo que se le pueda calificar de niñato, eso sí, en la lista los que figuraban en los primeros lugares eran bastante más jóvenes que Luis Melguizo. Y el primero de todos el alcalde, Jesús Sepúlveda, era marido de Ana Mato, hoy creo que ya no lo es, quiero decir que no es su marido, alcalde sigue siéndolo.

Sin duda ser alcalde de Pozuelo es un destino muy apreciado por todos, y no en vano, pues Pozuelo está entre los pueblos con la renta per cápita más alta de España, claro que hay que tener en cuenta que vive Emilio Botín y esto hace que la media suba considerablemente, ya sabéis eso de que si uno come un pollo y otro ninguno, las estadísticas dicen que cada uno ha comido medio pollo.

También viven en Pozuelo, muchos políticos y hombres influyentes entre ellos destacan dos presidentes del Gobierno de España: Felipe González y José Maria Aznar, y uno de Monroy, que no tiene mucho que envidiar a ninguno de estos personajes ilustres, tiene una gran frutería en la Plaza del Ayuntamiento que es famosa en todo Pozuelo y sus alrededores, pues suministra a domicilio a toda esa gente importante que vive en lujosas urbanizaciones, se trata de Manolo Fernández Durán, de la familia de los Tabacos.

Manolo es hermano del celebre Paco, fallecido no hace mucho y al que desde aquí quiero rendir homenaje y dejar constancia de mi reconocimiento por ese derroche de simpatía, buen humor y optimismo que transmitía cada vez que me encontraba con él en Monroy. A uno, cuando sea mayor, le gustaría tener ese buen humor y afrontar la vida con tanto optimismo, como el que tú tenías siempre a gala, incluso en tus últimos días, a pesar de tu dolorosa enfermedad. Descansa en paz amigo Paco.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Los duros e infumables Ideales, los excelsos Jirafas














Ya he dicho en alguna ocasión, que no teníamos permitido ir al cine del pueblo, porque había un enfrentamiento entre el propietario y nuestra familia, por aquello de la competencia, además de cine, tenían también salón de baile como nosotros. Mi madre para paliar esta situación nos regaló un cine NIC sonoro, bueno eso de que era sonoro, lo decían las instrucciones, porque la realidad era muy otra.

El sonido se conseguía mediante placas, así se llamaban antes a los discos, el principio de transmisión del sonido de este aparato de cine era el mismo que el de una gramola que tenía mi abuelo Miguel y que, en otros tiempos, había amenizado a los parroquianos de su bar. La gramola y un billar americano, que también era de mi abuelo hoy serían piezas muy cotizadas como antigüedades, pero entre todos los nietos acabamos por estropearlas y las dejamos inservibles.

Las placas eran de pizarra y cada cinta de película venía con una, las cintas eran de papel con dibujos pintados que se animaban mediante una manivela que hacía girar, al mismo tiempo, la placa y la película. Mediante un artilugio que terminaba en una aguja como la de los tocadiscos, se pretendía que se escuchase el sonido. Se oían todas igual, tan igual de mal, que terminábamos por inventarnos el argumento.

La película que más nos gustaba era una donde unos ladrones robaban un caballo y para camuflarlo lo pintaban, luego resultaba que llovía y el caballo se desteñía y los ladrones eran arrestados.

El cine NYC en sonoro
con las placas de pizarra
aquel caballito pintado
por la lluvia denunciado
su robo por los macarras


Las noches de los domingos de invierno nos las pasábamos unas viendo películas en el cine Nic, otras yendo a casa de mi tía Juana. Íbamos todos menos mi padre, que se quedaba atendiendo el bar, no sentábamos alrededor de la mesa camilla al calor de brasero, solíamos jugar con mi prima Mena y mi primo Isaac a la Oca, mi tía Juana siempre tenía en la vitrina una botella llena de aguardiente con uvas verdes dentro, que eran especialmente gordas, nosotros las llamábamos de cogujón de gallo, creo que era porque no nos dejaban llamarlas como estáis pensando.

Otras noches tocaba ir a casa de mi tía Maria, y allí solíamos jugar al parchís, las casas de mi tía Maria y de mi tía Juana estaban en la calle Nueva, una enfrente de otra. Contigua a la de mi tía María, estaba la casa donde yo había nacido y vivido hasta los tres años, que fue cuando nos mudamos de una casa vieja de la calle Nueva a una casa nueva de la vieja Carretera.

Una vez terminada la visita de vuelta a casa nos arremolinábamos los seis hermanos, junto a mi madre, y ella nos echaba su abrigo por encima para quitarnos el frío, la gente decía mira la Pura parece una gallina clueca con sus pollitos, a mi madre no le disgustaba que la llamaran gallina clueca, al contrario, creo que le gustaba la comparación.

Hacía tanto frío que por las noches de invierno mi madre sacaba al patio, al sereno, un recipiente lleno de leche con azúcar, a la mañana siguiente estaba helado. Las temperaturas y el acondicionamiento de las casas no eran muy propicios para comer helados en invierno, pero como en verano, pocas veces podíamos permitir el lujo de comer helados, mejor era tenerlos en invierno que no tenerlos nunca.

Los primeros helados de corte que llegaron al pueblo eran los CAMAY, fue mi primo Justo Simón el que los trajo, los domingos no los vendía en el comercio, lo hacía donde vivía, que era la casa donde yo había nacido, costaba uno tres pesetas, como la paga que tenía asignada era de una peseta, me compraba uno cada tres semanas.

Por esta época llegó a Monroy un teniente de la guardia civil, que procedía del País Vasco, entonces Las Vascongadas, eran de Fuenterrabía, hoy Hondarribia, tenía tres hijos: Arsenio, Elías e Iñaqui, las primeras botas de fútbol que vi en mi vida eran las de Arsenio, los tacos eran de cuero y a mí me parecían el no va más

En los días de lluvia organizábamos partidos de fútbol, en la planta de arriba de casa de Iñaqui, en el sobrado, jugábamos con cajas de cerillas, las utilizábamos como si fuesen chapas, entonces las cajas de cerillas venían ilustradas con las caricaturas de los jugadores de fútbol de primera división, cada uno jugaba con los jugadores de su equipo favorito, los equipos más valorados por nosotros eran el Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid y Atleti de Bilbao.

En este tiempo casi todo el mundo utilizaba cerillas para encender los cigarrillos, por lo que no era difícil hacerse con todos los jugadores de un equipo. Los mecheros no eran de uso tan extendido como ahora, los había de mecha que eran utilizados por las personas mayores, también los había de gasolina, en el bar de mis padres había una máquina expendedora de gasolina para mecheros a diez céntimos la carga.

Eran muy simpáticos los tres hermanos vascos, el más gracioso era Elías siempre se estaba riendo y haciendo bromas, a su madre también la recuerdo con mucha simpatía y su padre, a pesar de lo que imponían entonces los guardias civiles, era también bastante afable, de vez en cuando subía a vernos jugar. Me llamaba poderosamente la atención la forma de hablar de toda la familia, me chocaba su acento, tan distinto al nuestro.

A propósito de cerillas, los sábados después de salir de clase, ya de noche, nos escondíamos a fumar detrás de las escuelas, en donde entonces había una peña muy grande. Normalmente fumábamos Peninsulares que eran los más baratos, eran unos cigarros con la cajetilla y el papel blanco, también fumábamos Ideales que eran igual de baratos y de malos. No hay que confundirlos, con otros que aunque en su etiqueta figurase la palabra Ideales en letras bien grandes, eran llamados, popularmente, Caldo Gallina, éstos lo fumaban liados la gente mayor con posibles, los menos pudientes fumaban picadura.

Entonces todo el mundo liaba sus pitillos, tenían su correspondiente petaca de cuero, donde guardaban el tabaco suelto y el librito de papel de fumar, de cada cigarro de Caldo Gallina, liaban dos tercios, dejando el tercio restante para el próximo. Los Ideales nuestros tenían el papel amarillo, tanto éstos como los Peninsulares eran sin boquillas y estaban tan apretados y tenían unas estacas tan grandes que no tiraban y se nos apagaban con frecuencia, creo que nosotros fuimos la primera generación que no supimos liar los cigarrillos.

Los cigarros y las cerillas los comprábamos sueltos en Casa de Tía Piedad, antes nos habíamos iniciados fumando los de anís, estaban hechos con paja de la planta del anís, venían cinco sujetos con una cinta de papel, costaban un real y picaban como demonios.

Recuerdo una vez que Eustasio trajo un paquete de cigarrillos rubios de la marca Jirafa, al parecer se le había caído a su tía Catalina en el suelo del estanco y a él se le olvidó devolverlo a la estantería. El paquete era más largo que el de Bisonte, que era el rubio nacional por excelencia, quien fumaba rubio era considerado un potentado, téngase en cuenta que por esta época todavía existían los colilleros, yo los he conocido, éstos iban con un bastón que tenia un pincho en la punta recogían las colillas que se encontraban por el suelo, luego las deshacían, liaban el tabaco resultante y se lo fumaban, entre los colilleros famosos de Cáceres estaban los hermanos Margallo.

Ni que decir tiene que los Jirafas nos sabían a gloria, nos sentíamos unos privilegiados, comparados con los duros e infumables Peninsulares e Ideales, estos nos parecían excelsos, el no va más.

No se me olvidará nunca el olor del primer Chesterfield que vi fumar, fue en el salón de baile de mis padres, quién lo fumaba, era un chico joven, Justo, creo que se llamaba, había tenido que emigrar como tantos otros, venia a pasar las fiestas de los toros. Sin lugar a dudas, que le había ido bien, porque, por entonces, fumar cigarrillos rubios americanos, no estaba al alcance de cualquiera.

Un día íbamos Eustasio y yo por el campo, era en las vacaciones de Navidad, nos gustaba mucho pasear y hablar de lo divino y de lo humano, habíamos comprado dos cigarros y cuatro cerillas en la pipera el pueblo, que ya he dicho que se llamaba Piedad. Hacia viento y las cerillas se nos apagaron, aparte de que no había nadie en el campo porque el tiempo era desapacible, aunque lo hubiese, tampoco le habríamos pedido lumbre, pues todos nos conocían y estaba rigurosamente prohibido fumar, hasta que no se hiciese la mili, delante de los mayores.

Cuando ya habíamos perdido toda esperanza, e implorábamos al cielo para que nos permitiese lograr encender los duros cigarros, Eustasio dio una patada desesperado a unas cenizas que había en el suelo y ¡Oh milagro, aún quedaban rescoldos! Era sin duda una señal divina, Dios se había apiadado de nosotros, no era tan fiero como nos lo pintaban.

A pesar de las privaciones y carencias que soportábamos, creo que entonces, como dice Serrat, en su canción, yo era feliz.

Siempre que recuerdo estos momentos vividos con Eustasio, y salvando las debidas distancias, no puedo evitar asociarlos e identificarme con Blasillo y su inseparable amigo, esos dos tiernos y entrañables personajes de los chistes de gran maestro del humor, Antonio Fraguas “Forges”. Le leo desde cuando publicaba en Informaciones, y los jóvenes de entonces teníamos a gala, como signo de progresía, llevar doblado bajo el brazo un ejemplar del periódico, del que era santo y seña el chiste de Forges.

En mi despacho tengo el honor de tener enmarcado, un chiste original suyo, publicado en Informaciones el día 12 de febrero de 1972, fue el único recuerdo que pudo recoger, Maribel de su paso por el tristemente desaparecido diario de la tarde.

Mi niñez
(Letra y música J. M. Serrat)
Tenía diez años y un gato
peludo, funámbulo y necio,
que me esperaba en los alambres del patio
a la vuelta del colegio.


Tenía un balcón con albahaca
y un ejército de botones
y un tren con vagones de lata
roto entre dos estaciones.

Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines
y una historia a quemar temblándome en la piel.

Era un bello jinete
sobre mi patinete,
burlando cada esquina
como una golondrina,
sin nada que olvidar
porque ayer aprendí a volar,
perdiendo el tiempo de cara al mar.

Tenía una casa sombría,
que madre vistió de ternura,
y una almohada que hablaba y sabía
de mi ambición de ser cura.

Tenía un canario amarillo
que sólo trinaba su pena
oyendo algún viejo organillo
o mi radio de galena.

Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,
una acequia, un establo y unas ruinas al sol.

Al viento los ombligos,
volaban cuatro amigos,
picados de viruela
y huérfanos de escuela,
robando uva y maíz,
chupando caña y regaliz.

Creo que entonces yo era feliz.

Tenía cuatro sacramentos
y un ángel de la guarda amigo
y un "Paris-Hollywood" prestado y mugriento
escondido entre mis libros.

Tenía una novia morena,
que abrió a la luna mis sentidos
jugando los juegos prohibidos
a la sombra de una higuera.

Crucé por la niñez imitando a mi hermano.
Descerrajando el viento y apedreando al sol.

Mi madre crió canas
pespunteando pijamas,
mi padre se hizo viejo
sin mirarse al espejo,
y mi hermano se fue
de casa, por primera vez.

Y ¿dónde, dónde fue mi niñez?

jueves, 30 de octubre de 2008

BICICLETAS, NI SIQUIERA EN VERANO

Segundo de bachillerato, en cuanto a resultados académicos, fue el mejor curso de los cuatro que me examiné en el Brocense, me quedaron dos asignaturas: Francés y Formación del Espíritu Nacional.

En el examen de ésta última asignatura, más conocida por Política, el Profesor, un tipo repeinado, con bigotito al estilo de la época, muy remilgado todo él, nos pilló hablando a Eustasio y a mí, y nos puso una cruz a cada uno en el papel del examen. Eustasio, más atrevido que yo, soltó un borrón con la pluma estilográfica sobre la cruz. Él aprobó, a mí me suspendieron.

Yo creo que Don Juan Soria nunca llegó a estudiar francés, cuando cursó sus estudios, tanto de Bachiller como de Magisterio, esta asignatura no debía entrar, por eso, difícilmente nosotros podíamos aprenderlo con él.

Durante el verano de 1961 nos enseñó a leer en francés, Adeli, la hija mayor de Don Juan Casares, que a la sazón estaba cursando estudios de Magisterio en Cáceres, así que puedo decir, al igual que Víctor Manuel en su canción Adónde van los besos: “Todo el francés que supe y sabré nunca fue culpa de ella”.

Entonces no había elección posible y todos teníamos que estudiar francés, por eso, se me puede cantar, como le hacen a Víctor Manuel, también, en otra canción que se meten con él por no saber el idioma de Shakespeare: “Andrés, tu no sabe Inglé”. Y en honor a la verdad, francés tampoco mucho.

Fue un verano en el que disfruté bastante, pues prácticamente apenas tenía que estudiar, aprendí a montar en bicicleta en la de mi amigo Pedro Macías Borrego “El del Forestal”, una GAC roja que tenía los frenos de varilla, yo no tuve bicicleta propia hasta ya bien mayor, tan mayor que estaba ya casado cuando me compré la primera.

Muchas tardes me gustaba ir con Pedro hasta la charca de la dehesa, donde su padre, el señor Lucas, Guarda Forestal de Monroy y su comarca, tenía un huerto que lo regaba de la propia charca, sacaba el agua con la ayuda de un cigüeñal hecho con palos. Al final de la tarde nos deleitábamos comiéndonos una lechuga de las de “oreja de mulo” recién cogida de la huerta, sin ningún aditamento, ni siquiera sal pero me sabía muy dulce y refrescante.

En la charca de la dehesa, el señor Lucas, no nos dejaba bañarnos, para eso nos escapábamos al río, por supuesto andando, campo a través, fuera de los caminos convencionales, cual aventureros audaces, aunque no demasiado, pues también éramos prudentes, cómo todavía no habíamos aprendido a nadar, llevamos una cuerda por si acaso, cuando se metía Pedro en el agua yo me quedaba fuera sujetándola y viceversa.

Aprendimos a nadar solos, a base de intentarlo una y otra vez, sin ningún método, nos costaba hasta dos y tres años conseguirlo. Recuerdo mis primeros aprendizajes en la charca del Acediano, a la hora de la siesta, solía escaparme con chicos mayores que yo, entre ellos estaba mi primo Isaac, que se preocupaba por mí y me protegía. Esta charca estaba un poco más alejada que la otras dos que había entonces en el pueblo, la de la Dehesa y la de la Era, pero, por eso mismo, nos sentíamos más libres de las miradas de los mayores, por supuesto, nos bañábamos desnudos, en pelete, decíamos.

La proeza consistía en escaparse de casa a la hora de la siesta y no tener miedo de los tritones, que había muchos en las charcas, nosotros los llamábamos morches, esta denominación sólo la he oído en Monroy, no he visto en ningún diccionario local esta palabra, en Monroy es muy usada. Cuando alguno de nosotros se caía de bruces con estruendo, decíamos que se había pegado un morchazo. Recuerdo que cuando estaban fregando el suelo y yo pasaba y pisaba, mis hermanas se enfadaban conmigo y me decían: Morche, más que morche, eres un morche lagunero.

A veces, terminaban lanzándome el trapo mojado a las piernas, que como es bien sabido, estaban desnudas, pues llevábamos pantalones cortos, calzonas. No había llegado todavía al pueblo la fregona, los suelos se fregaban de rodillas, apoyando éstas sobre un rodillero de madera, cuando se estiraban para abarcar el mayor espacio posible a fregar sin mover la tabla, aprovechábamos para ver las corvas a las chicas.

Por cierto, las chicas no se bañaban, al menos públicamente, nunca en mis catorce, casi quince años que viví en el pueblo, vi a una mujer bañarse. Bueno una vez si que vi bañarse a Esperancita, una mocita de buen ver hija del Veterinario Don Francisco, claro que para ello tuve que subirme a la pared que separaba mi casa de la Bodega de doña Carmen y vi que ésta se bañaba en una tinaja cortada por la mitad.

El paseo del verano estaba instituido en la carretera de la Era, salíamos a pasear al oscurecer en pandillas constituidas por chicos y chicas de la misma edad. Mi pandilla estaba formada por Esperanci, Mari, Pili Camarero, mi prima Mena y Mati. Los chicos éramos Eustasio, Isarique, Vidal, José Manuel y yo, luego se sumaban los que no eran de pueblo y estaban de vacaciones con sus familias, como era el caso de Ramón Pedro Rubio.

Un domingo decidimos bañarnos en la charca de la era, pero estábamos tan a gusto, que se nos hizo tarde y llegaron las chicas de paseo, como estábamos desnudos hubo un tira y afloja entre las chicas y nosotros, con el siguiente dialogo:

Nosotros (Todos): Por favor, iros que tenemos que salir

Ellas: No nos vamos. Vais a tener que quedaros hasta que se haga de noche.

Nosotros (Algunos): Bueno, pues si no os vais salgo desnudo.

Ante esta tesitura y por el que dirán, las chicas se apartaban y nos dejaban salir.

Para evitar que esta situación se repitiera en el futuro, decidimos que había que ponerse bañador, pero como no teníamos y en el pueblo no los vendían, la solución de emergencia que adoptamos Telesforo y un servidor, fue ponernos una braga, él de su hermana Tere y yo de mi hermana Paqui, hay que decir a nuestro favor, que una braga de entonces tapaba más que un bañador tipo slip de ahora y no digamos que uno tipo tanga.

A propósito de prendas de vestir, la ropa que usábamos en aquellos tiempos, nos la hacía mi madre, estaba suscrita a una revista llamada Hogar y Moda, que traía patrones que ella recortaba para hacer todo tipo de prendas y vestidos a mis hermanas.

A mí también me hacia los pantalones, compraba tela de color azul y aunque ésta, no era ni en el tono ni en la textura como la de los vaqueros, ella hacía la hechura como si de pantalones vaqueros se tratase. A mí esto no me gustaba, pues comparaba los míos con los vaqueros de verdad, sobre todo, con unos que llevaba Ángel Arévalo que tenían los bolsillos y las rodilleras forrados de cuero. Sin embargo los míos estaban hechos con una tela mucho más fina y se rompían enseguida, mi madre los zurcía y re que te zurcía, echando remiendos y culeras hasta que ya no se podía más.

Los pantalones me los hacía cortos, por encima de las rodillas, una casa buena si tenían estos pantalones al ser cortos y era que, las rodilleras tenían un cuero mejor que las de Arévalo, pues estaban hechas de una piel mucho más fina, la piel a la intemperie de mis sufridas y desamparadas rodillas.

Recuerdo también que algunos niños en Monroy, sobre todo de las familias más pobres, no llevaban calzoncillos y tenían los pantalones con una raja en el trasero, de modo que cuando se hacían sus necesidades no manchaban la ropa, claro que la ropa no la manchaban, pero sí todo lo que tenían a su alrededor. Curiosamente el otro día vi un documental, donde unos refinados japoneses, utilizan hoy día este mismo método con los niños pequeños, no les ponen pañales y dejan que sus líquidos, y no tan líquidos, elementos fluyan libremente.

En la charca de la era en el borde del cibanto, así llamamos nosotros al promontorio de tierra donde se apoya el agua de las charcas, había un trozo de césped, que no se secaba nunca, no era muy grande, apenas cabíamos dos o tres y esto teniendo que dejar casi medio cuerpo fuera.

Cuantas noches del cálido verano monroyego, nos hemos tumbado los amigos, solos los chicos, en este pequeño oasis de hierba, conservado gracias al frescor que le transmitía la brisa del agua cercana.

Soñábamos que en este mismo sitio y bajo esta misma bóveda de la Vía Láctea, pudiésemos tocar alguna estrella. No importaba que ésta fuese de carne y hueso y tampoco nos importaba que no hiciese películas.

Dos de los miembros que formaban nuestra pandilla, Mari y Eustasio hace tiempo que no están entre nosotros, con estas líneas pretendo hacerlos presentes, aunque, sólo sea en el recuerdo y que sirvan también de homenaje y reconocimiento a los niños que fueron, de uno que fue amigo suyo y que sigue creyéndose, por momentos, que todavía es niño y por lo tanto sigue, a veces, teniéndolos como amigos.


Te recuerdo, me recuerdo Eustasio,
como Blasillo y su inseparable amigo,
tiernos personajes del Forges “El Sabio”
jugando entre las flores y el trigo

Soñando sobre el verde tapiz del suelo
encontrar la libertad y otros dones
por toda la inmensidad azul del cielo
entre blancas nubes de algodones.

lunes, 27 de octubre de 2008

CINTAS SIN CAPAS

Estos éramos los componentes de la rondalla de Monroy, fundada gracias a Don Marcelo Blázquez Rodrigo, voy a tratar de indentificarlos a todos, de izquierda a derecha, de abajo a arriba y por filas:

Domingo Benito (q.e.p.d.), Manolo Canelada, Mauri Magdaleno (q.e.p.d), Antonio Plaza, Ángel Collazos Simón, Don Marcelo, Andrés Gómez Ciriaco, Vidal Gómez Real, Telesforo Jiménez Sierra, Paco "El de la Posada"

Jesuli "El Sacristán", Nisi Galea, Lorenzo Mateo.

Paco Cerro, Santiago García, Ceferino Gómez Real, José Canelo (q.e.p.d.), Alberto "Tito", Nino, Jeromo Benito, Ricardo, Manolo Vega, Ulpi. (q.e.p.d.)

Eulogio "Frutos", Isaac Durán, Paco Canelada, José Antonio "Pino", Jacinto Vega, Mauricio "Chiola".

LA RONDALLA Y LA PRIMERA TELEVISIÓN EN MONROY


A pesar del desencuentro, nunca mejor dicho, pues el encuentro del fútbol nunca lo llegamos a jugar en las Erillas con sus porterías nuevas, siempre nos llevamos bien nuestro entusiasta coadjutor y un servidor, dando ejemplo de buenos cristianos, no me lo tuvo, no se lo tuve, en cuenta, hasta el punto de que llegué a formar parte de su núcleo de influencia, fui elegido en candidatura propuesta por él, en votación democrática y secreta presidente de una congregación de adoradores nocturnos, en versión para niños llamada Los Tarsicios.

Aunque ahora caigo, que a lo mejor Don Marcelo, si tuvo en cuenta este incidente, pues no recuerdo que volviese a organizar partidos de fútbol, quizás pensó que para ser entrenador tenía que escoger a unos, en detrimento de otros y esto generaría situaciones desagradables, como la protagonizada por mí, y prefirió no crearse problemas que afectaran a la cohesión entre nosotros.

Por las noches volvía de las clases de solfeo acompañado por José Luis, creo que se llamaba así, un chaval que vivía por detrás de la fábrica, era de una familia en la que todos eran muy altos, me parece que su padre era tío Largo, se debieron ir del pueblo por esas fechas y ya no les he vuelto a ver.

Cuando llegábamos a la altura del bar de la Lorenzana, el de Deme la de los churros, nos quedábamos en la puerta por fuera sin entrar, luego poco a poco, entrábamos disimuladamente, sin hacer ruido, tratando de pasar desapercibidos nos pegábamos a la puerta, desde allí contemplábamos extasiados la primera televisión que había llegado al pueblo, estaba en pruebas, se veía con mucha niebla, pero eso no quitaba para que los dos nos quedásemos embelesados viendo, lo que creo que era una serie sobre la guerra de los franceses en Argelia, quizás, fuese un documental, porque la televisión tampoco se oía bien, pero nos fascinaba lo que salía en la pantalla, nos parecía que era cosa de magia que a través del aire pudiesen llegar las imágenes, aunque fuesen en blanco y negro, hasta nuestro pueblo.

Esta televisión en pruebas se la llevaron, porque nunca llegó a verse bien, tuvimos que esperar casi dos años más, hasta que llegó la televisión definitivamente a Monroy, fue en 1962. Llegaron al mismo tiempo tres televisiones, a tres bares del pueblo, la de Tío Panta, la del Lobo y la nuestra. A mi hermano Miguel Ángel, que nació el 29 de abril de ese año, Teodori, la de tío Críspulo, decía que iba a mi casa a ver al niño de la televisión.

Llegó el momento de que los que quisieran formar parte de la tuna tenían que comprarse los instrumentos, me dijeron en casa que no había dinero para ello y que no podía ser, me llevé un disgusto tremendo, creo que entendía las dificultades económicas de mi casa y no protestaba, pero no podía reprimir la pena, me acostaba llorando y me levantaba llorando desconsoladamente.

A mi padre le gustaba jugar a la lotería, la compraba todos los años por navidad, contra reembolso, a la Hermandad de la Falla Virgen del Pilar de Valencia, incluso le nombraron por su fidelidad de años, Fallero de Honor y le regalaron una insignia de plata de esta hermandad, que a mí me gustaba lucir, sobre todo después de que la suerte quiso, que nos tocasen 500 pesetas, para mi madre estaba clarísimo que fue la Virgen del Pilar la que había mediado para que no me quedase sin bandurria, me compraron una que creo que costó 400 pesetas.

Esta bandurria la decoré con calcomanías que venían en los chicles Bazoka, como si de una premonición se tratara, en la parte frontal al lado derecho puse el escudo del Real Madrid y en el lado izquierdo el escudo de La Real Sociedad de San Sebastián, estas dos ciudades iban a tener bastante que ver en mi vida.

La convocatoria para formar la tuna fue todo un éxito, compramos instrumentos unos treinta, mi primo Vidal no necesitó comprar, pues tenia una mandolina, creo que heredada de su Tío Luis.

Don Marcelo en los ensayos, al principio, daba partituras para las canciones, pero como no todo el mundo había asistido a las clases de solfeo, optó por darnos las canciones con en nombre de las notas escritas directamente en un papel, lo imprimía mediante una especie de imprenta que él se fabricaba, creo que a base de glicerina o ¿era gelatina? Desde luego el aspecto encajaba más con la gelatina, lo cierto es que a mí se me antojaba que aquel producto podía ser peligroso, pues lo relacionaba con la dinamita, debía ser por aquello de la nitroglicerina, eso sí, las partituras sui generis tenían un precioso color azul.

La partitura de Clavelitos nos la pasaba así:

MI FA MI FA MI MI FA MI FA MI MI RE DO DO SI SI LA ....

La de Caminito:

RE FA LA LA LA LA, LA LA SI LA LA #DO SI LA SI LA.

Luego nosotros no las aprendíamos de memoria y a tocar, aunque algunos conseguían, caso de Fori, tocar las canciones que estaban de moda de oído, yo siempre fui un negado para ello, hasta tal punto que en el coro de la iglesia, desafinaba mucho y don Marcelo me insistía, agitando una y otra vez su mano derecha: la misma nota, la misma nota, pero como los extremeños no pronunciamos muy bien las eses que digamos, yo le entendía: “la mi manota”, “la mi manota”

Recuerdo que una vez fuimos a Talaván y tocamos en lo que a mí me pareció un teatro. Por Navidad íbamos casa por casa, cada día a una, tocando Villancicos, nos acompañaba un coro formado por chicas. Cada casa daba el correspondiente donativo que pasaba a lar arcas de la Iglesia.

En la tuna solamente había una chica, Nisi Galea. Cuando mejor me lo pasaba era cuando íbamos a dar la serenata a las novias de los chicos mayores, o a las chicas que pretendían fuesen sus novias, claro que esto generaba malentendidos, muchas veces la chica no sabía quien era el pretendiente y acudía a nosotros los pequeños para que les desvelásemos de quien había partido la idea de rondarlas.

Yo me hacía el interesante y les decía que era secreto, la verdad, es que muchas veces no se sabía muy bien de quien había partido la idea, podían ser varios los de la propuesta o bien por consenso, porque nos cogía de paso la casa de la chica.

Cuando insistían mucho, sí sabía el chico que a ellas les gustaba, les decía que había sido éste el que lo había pedido.

Claro que la cosa se complicaba cuando en una misma casa había varias hermanas en edad de merecer, a mí me encantaba este juego de las chicas interesándose por los chicos y viceversa, me parecía muy romántico.

Yo estaba enamorado de Esperanci, soñaba con la idea de ir a rondarla, pero solo lo soñaba, no me atrevía a pedírselo a los mayores, insinuaba a los que tenía con ellos más complicidades, que eran los más pequeños, a Fori, a Vidal, a Plaza, que podíamos proponer a los mayores ir de ronda a las chicas que viviesen por la carretera, empezando por arriba, desde la fábrica hacia abajo, por supuesto esto incluía a mis hermanas, pero, yo en quien pensaba realmente era en una de las hermanas Molineras.

Me gustaba imaginar que cuando sus hermanas Isabel, Loli o Lilia, preguntasen de quien había sido la idea, y para quien de ellas era la serenata, les diría que era secreto, pero que había uno, que estaba muy enamorado de una de ellas, nos les diría quien era el enamorado ni quien la pretendida, temía que se burlasen de mí, tenía solo doce años, pero eran unos año intensa, irremediable y perdidamente enamorados..

Cuando los chicos mayores empezaron a lucir cintas dedicadas por las chicas, capas nunca tuvimos, yo acariciaba la idea de que Esperanci me regalase una, gracias a mi hermana Paqui tuve una dedicada por ella, aunque siempre sospeché que la cinta me la regaló mi hermana y no Esperanci, entre otras cosas, porque Esperanci no sabía nada, pues lo mío era puro amor platónico, aunque me dio muy fuerte, hasta tal punto que cuando tía Matilde decidió irse a vivir a Cáceres en un piso que compró en la Calle García Plata de Osma, yo me sentí terriblemente triste y me despertaba todas las mañanas sin poder contener el llanto.

En nuestro repertorio teníamos, además de un montón de villancicos, las canciones propias de tuna: Carrascosa, Clavelitos, Noche de ronda, Sola se queda Fonseca, a mí me gustaban especialmentes, aunque, no fuesen propiamente canciones de tuna, Caminito y Alma Llanera; entre las canciones de ronda mis favoritas eran estas dos:

NOCHE CLARA


En esta noche clara de inquietos luceros

lo que yo te quiero te vengo a decir,

en tanto que la luna extiende en el cielo

su pálido velo de plata y marfil.



Y en mi corazón, siempre estás

y la reina de mi alma serás,

porque yo nací para ti

y la reina de mi alma eres tú.



En esta noche clara de inquietos luceros

lo que yo te quiero te vengo a decir.



Abre el balcón y el corazón

Siempre que pase la ronda,

piensa mi bien que yo también

siento una pena muy honda,

para que estés cerca de mí

te bajaré las estrellas

en esta noche tan bella

de toda mi vida será la mejor.






LAS CINTAS DE MI CAPA


Cual amantes van las olas a besar

Las arenas de la playa con fervor,

Así van los besos míos a buscar

De la playa de tus labios el calor.


Si del fondo de la mina es el metal,

Y del fondo de los mares el coral,

De lo más hondo del alma me brotó

El cariño mío que te tengo yo.


Enredándose en el viento

Van las cintas de mi capa,

Y cantando a coro dicen:

Quiéreme niña del alma.



Son las cintas de mi capa,

De mi capa estudiantil,

Y un repique de campanas,

Y un repique de campanas,

Cuando yo te rondo a ti.



No preguntes cuando yo te conocí,

Ni averigües las razones del querer,

Sólo sé que mis amores puse en ti,

El porqué no lo sabría responder.


Para mí no cuenta el tiempo ni razón

De por qué te quiero tanto corazón,

Con tu amor a todas horas viviré,

Sin tu amor cariño mío moriré.

lunes, 20 de octubre de 2008

Curas, fútbol y otras pasiones

Calicatura de Gensana que venia en las cajas de cerillas de la época

Juan Pedro, el Obispo navarro de Plasencia, tuvo a bien enviar a Monroy un coadjutor, hasta entonces nos habíamos bastado y sobrado con el párroco Don Abilio, creo que fue en 1960, cuando llegó a Monroy, recién ordenado sacerdote, Marcelo Blázquez Rodrigo, un serradillano de poco más de veinte años.

Este joven cura iba a revolucionar el pueblo, enseguida comenzó a dar clases de solfeo, creó un coro, una rondalla, hacíamos obras de teatro, nos compró los primeros balones de fútbol de reglamento que conocimos, aquellos que cuando rematabas de cabeza y lo hacías dando por donde se inflaban, te arrancaban de cuajo un mechón de pelos. Mandó poner las primeras porterías que tuvimos en el pueblo, concretamente en las Erillas, las colocó, lo recuerdo muy bien por lo que luego relataré, Ricardo Canelo.

Siempre andaba a la sombra de las muchachas en flor, le gustaba mucho tocar el piano, algunos dicen, que también a las muchachas. Entiendo que querían decir que a las muchachas también les gustaba que les tocase el piano, anda que lo estoy arreglando, bueno, sin ambigüedades ¡Cómo no iban a gustarle a un joven veinteañero las muchachas! Por muy sacerdote que fuese, antes que nada era hombre. Y a la inversa, supongo, que a las chicas también les gustaría, que un joven culto que sabía tocar instrumentos, les tocase algo a ellas, además del piano.

La Iglesia Católica tiene códigos imposibles de cumplir, no se puede llegar virgen al matrimonio, si no es a costa de la salud física y psíquica de los novios. No se puede exigir, indefinidamente, el celibato y la castidad a un hombre o a una mujer, que estén sanos, eso genera a la larga y no tan a la larga, comportamientos perversos, en los índices de pederastia, tan elevados, que se dan en el seno de la Iglesia Católica, creo que tiene mucho que ver, la exigencia de que los sacerdotes deban ser célibes, pues, lo único que se consigue con esto es crear seres obsesionados con el sexo.

Una noche en lugar de dar solfeo, Don Marcelo trajo a clase un aparato de radio para escuchar la retrasmisión de un partido entre el Real Madrid y Barcelona, era una eliminatoria de la Copa de Europa, estábamos todos alrededor de la radio, de pie, lo seguíamos con mucha atención, yo era, como casi todos del Real Madrid, mi primo Vidal, creo que para llevarme la contraria, se hizo del Barcelona.

Mis conocimientos de fútbol eran muy escasos, tanto que cuando Suárez marcó un gol, yo empecé a saltar, y claro cuando los demás me increparon y me llamaron chaquetero, entonces caí en la cuenta y enseguida pedí disculpas, creía que Suárez era del Real Madrid, claro que fue peor el remedio que la enfermedad, luego todos se reían de mi ignorancia.

Ese partido terminó con empate a dos, se jugó un 9 de noviembre de 1960 en Madrid. La vuelta fue en Barcelona el 23 del mismo mes, el resultado 2-1. El Real Madrid sufría su primera eliminación de la Copa de Europa. Decían las crónicas de entonces, que los culpables de que el pentacampeón europeo no siguiera en la competición continental fueron dos árbitros ingleses: Mister Ellis y Mister Leafe. El primero concedió un injusto penalti al Barcelona en el Bernabéu, y en el segundo anuló ¡cuatro goles! al Madrid en el Camp Nou.

El Madrid se vengaría once días después en la liga ganando por 3-5 .

Esta vivencia de la eliminación de Madrid y la injusticia de los árbitros ingleses, conformó, para siempre, mi trayectoria como seguidor de Real Madrid. Muchos suelen argumentar que todos los paletos somos del Real Madrid, yo no se lo discuto. Seremos paletos pero no tontos, pudiendo elegir, sería de necios no ir con un buen equipo, el mejor de mundo en el siglo XX, como luego ha quedado demostrado.

Lo de ser para siempre de un equipo, hoy tengo mis dudas. Mis hijos Javier y Gonzalo han jugado en el Atlético de Madrid en las categorías inferiores, cuando ellos jugaban no tenía ninguna duda y era del equipo de mis hijos y no sólo del equipo, incluso era de todos los equipos de las categorías inferiores del Atlético.

Cuando Fernando Torres empezó a jugar en el primer equipo del Atlético, me hice socio e iba con Fernando, menos cuando éste jugaba contra el Madrid. Pero, en los últimos derbis que jugó Fernando contra el Madrid, me sorprendí yendo con el Atlético, sobre todo en uno que se jugó en el Bernabéu, nos había invitado Joaquín Martorell, el dueño de Bahía la empresa que le representa, a su padre y a mí a asistir con él al encuentro, el del asiento de lado nos increpó porque animábamos a Fernando y le insultó llamándole niñato y algo más fuerte. Le dejé sin argumentos cuando le dije que yo era del Real Madrid, pero que antes, era amigo de Fernando Torres y que el señor que estaba a mi lado era su padre y que teníamos todo el derecho del mundo a animar a Torres, no sólo porque fuésemos allegados, sino porque el derecho a animar lo tiene todo el mundo, y a lo que no hay derecho, es a insultar y menos sin saber quien se tiene a lado.

Creo que también tenía mucho que ver, en este desencuentro circunstancial con el Real Madrid, los rumores de que a mi hijo le habían echado de Marca, por culpa del presidente del Madrid, y que además, se hubieran cargado a Vicente de Bosque gran entrenador y mejor persona.

De Vicente del Bosque tengo una anécdota que lo define como lo buena persona que es. Mi hijo Gonzalo se estuvo probando, cuando era benjamín, en el Real Madrid, un día nos presentamos al entrenamiento y no había nadie. Cuando estábamos consultando los horarios de entrenamiento en el tablón de anuncios de la Ciudad Deportiva, salió Del Bosque y nos preguntó que nos pasaba, le dijimos que el niño no sabía muy bien que día entrenaba, nos pidió que no le culpásemos, que la culpa era de ellos por no haberle dado el horario de entrenamiento por escrito, sobre todos cuando se trataba de niños tan pequeños y con gran humildad nos pidió perdón.

Don Marcelo, aparte de ejercer de cura, de profesor de música, de director de teatro, hacía también de entrenador, formó dos equipos uno con los pequeños hasta los doce o trece años y otro con los mayores, a mí me colocó de defensa central en el equipo de los pequeños, el primer partido que lo jugábamos contra los mayores en la era, en un terreno en cuesta, nos dio unas pequeñas nociones de la demarcación que debíamos ocupar cada uno, y dibujó en el suelo a modo de pizarra la posición de cada jugador. Nos tomábamos tan a rajatabla nuestra posición, que nos colocamos en el campo exactamente igual que el dibujo que había hecho el entrenador, parecíamos, más que jugadores de fútbol, muñecos de futbolín.

Estaba muy ilusionado con el equipo de fútbol, con los balones de cuero y sobre todo con las porterías, nunca las habíamos tenido de madera, antes se señalizaban con piedras cubiertas con las chaquetas de los que jugábamos, por eso el día que se estrenaron, aun sin redes, suponía todo un acontecimiento.

Pero Don Marcelo estimó que las porterías debían ser inauguradas por los chicos mayores y formó dos equipos con ellos, sin darnos bola, nunca mejor dicho, a los pequeños, yo confiaba que luego hubiese un partido entre nosotros, pero el tiempo se echó encima y nos tuvimos que ir a comer.

Mi frustración fue tan grande que en el camino de vuelta no pude más y exploté, le solté muy enojado una sarta de improperios a nuestro bien intencionado cura, le dije que teníamos que jugar todos porque los terrenos donde estaban las porterías eran del pueblo, creo que dije que era de los agricultores del pueblo y que le iba a decir a mi padre, que además de agricultor era hermano del alcalde, que no permitiera jugar al fútbol a nadie si no jugábamos todos, era mi versión infantil adelantada al grito de la transición: Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios.

Ricardo Canelo, que nos acompañaba, porque fue a comprobar si las porterías estaban bien puestas y darles los últimos toques, comentó a Don Marcelo y yo lo oí, “Este Pitachina es muy soberbio” En eso coincidía con mi hermana Paquí, que siempre dijo de mí que era un gran soberbio y es posible que los dos tuvieran razón, pero en realidad era, y a veces lo sigo siendo, creo, que más que soberbio, iracundo, sobre todo en el pronto, cuando pienso que alguien comete una injusticia o no estoy de acuerdo con lo que dice, salto enseguida, luego cuando reflexiono y veo que la gente lo hace sin mala fe pido perdón, me pierden las formas, en el fondo trato de hacer todo lo posible por ser tolerante.




Alineación del partido 9-11-60 . COPA EUROPA REAL MADRID-BARCELONA 2-2


Real Madrid: Vicente, Pachin, Marquitos, Casado, Vidal, Del Sol, Herrera, Mateos, Di Stefano, Puskas, Gento.
Barcelona: Ramallets, Rodri, Garay, Gracia, Verges, Gensana, Villaverde, Evaristo, Kocsis, Suarez, Czibor.

viernes, 10 de octubre de 2008

La Virgen de Lourdes y el miedo escénico

La maestra Doña Carmen, con la colaboración del cura Párroco Don Abilio, había decidido hacer la representación de la obra de teatro sobre la aparición de la Virgen en Lourdes, titulada Bernardita.
A mí me tocó hacer de comisario, a mi primo Vidal de médico. No sé como con los antecedentes que teníamos Vidal y yo, en cuanto a dotes artísticas, volvieron a confiar en nosotros.

Antes, por San Isidro nos habían hecho bailar, junto a un montón de chicas, una isa canaria, la famosa “Esta noche no alumbran las farolas del mar...” La coreografía se las traía: Dos niños extremeños vestidos de baturros interpretábamos un baile canario. Bueno lo de bailar es un decir, éramos los dos tan sosos, que en mitad de la canción, en lugar de bailar, lo que hicimos fue agacharnos para recoger los caramelos que la gente nos tiraba.

La obra de teatro se representó en el Casino, en su salón de baile, en la escena que nos tocó hacer, primero salgo yo (El comisario) con una gorra de plato del alguacil, que me estaba grandísima y se movía al andar, a continuación sale Vidal ( El médico) con un reloj de su padre, la pulsera era más del doble de ancha que la muñeca de mi primo, y para que el reloj no se le cayese, salió llevando el brazo extendido, la gente nada más vernos salir ya comenzó a reírse.

Empiezo la escena gritando todo lo más que puedo:

“Inocencia dice, vaya inocencia, pues no se le ha ocurrido a estas mocosa más que decir que la Virgen se le ha aparecido, no está mal...”.

Pego un bastonazo enérgicamente en el suelo y en ese mismo momento, se me cae la gorra encima de los ojos y me tapa la cara. Mientras, Vidal trata de coger la muñeca de Ponchi, (Bernardita) para tomarle el pulso y claro está, como el reloj le bailaba en la muñeca, tiene el brazo completamente extendido y lo mueve muy lentamente para que el reloj no se le caiga. Os podéis imaginar, el contraste entre mi brusquedad ante el movimiento instintivo para recoger la gorra y la parsimonia y la lentitud de Vidal, para impedir que el reloj se le cayese. Las carcajadas son unánimes y alguien grita pidiendo, creo que fue Don Juan Soria: “Que lo repitan, que lo repitan”.

Los nervios de antes de salir al escenario eran horrorosos, angustiosos, terribles, yo me maldecía por ser tan cobarde y estar temblando por salir a escena, que lejos estaba de esos héroes de las películas del Oeste, que no temían a nada, si embargo yo, ante una simple representación de una obra de teatro ante gente conocida, temblaba y me entraban unas ganas de orinar tremendas, nunca llegarás a nada, pensaba para mis adentros.

Uno, ya de mayor, ha podido comprobar, como hasta los grandes actores y actrices tienen nervios antes del estreno de una obra de teatro. Cuanto hubiera agradecido entonces que alguien me hubiera dicho que no era raro sentir nervios antes de salir a un escenario, que eso era lo normal y que lo raro era lo de los héroes de las películas que nunca sentían miedo, que todas las personas tenemos miedos y somos vulnerables, que lo malo no es sentir miedo, sino, no conseguir superarlo, tal vez, con esta sencilla reflexión, no me hubiera comportado en la vida con tanta timidez y no me hubiera considerado, durante tanto tiempo, un bicho raro, con un desmesurado sentido del ridículo.

De esta época, recuerdo también, que traté de leer mi primer libro, me lo facilitó Doña Carmen de la biblioteca de su escuela, era Moby Dick, he dicho que traté de leerlo, pero no conseguí terminarlo, malos mis principios como lector, tal vez veía demasiada violencia en la lucha obsesiva y destructiva entre el capitán Ahab y la inmensa ballena blanca. Nunca me han gustado las obras demasiado violentas, no me gustaba esa lucha a muerte por la supervivencia.

De mayor si que me gustó mucho, la lucha desesperada entre un hombre y un pez, pero fue en el libro El Viejo y el Mar de Hemingway.

Ahora, cuando van a cumplirse casi cincuenta años de esa primera lectura fallida, quizás no sea mal momento para retomar el libro de Moby Dick, que está considerado como obra maestra, y pueda sentir en mi fuero interno, la satisfacción de aprobar una asignatura pendiente que ha durado demasiado tiempo. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Uno que estos últimos años ha descubierto el placer del hábito a la lectura, da gracias al haber podido superar esa inercia perezosa que te hacía posponer la lectura, con demasiada frecuencia, ante otras alternativas como era, por ejemplo, ver la televisión.

Antes, solía leer libros con verdadera fruición, pero lo hacía muy de tarde en tarde. Hoy una de mis mayores pasiones es leer, sobre todo libros de ensayo, memorias o de viajes, a uno le gusta pensar que gracias a la lectura, puede escribir estas modestas líneas, que sin duda, si no hubiera adquirido el gusto y el hábito por la lectura, difícilmente, podría escribirlas. Alguien dijo que para poder escribir un libro, antes hay que haber leído mil.