jueves, 13 de marzo de 2008

LOS TOROS

Foto tomada prestada del libro Monroy en el recuerdo de Jesús Baños Collazos

Decir toros, en Monroy, es decir fiestas, todo en ellas gira alrededor de ése mítico y totémico animal, sin él, no se conciben las más importantes, las tradicionales, las del mes de septiembre, la de Los Toros, así se las denomina. Antiguamente comenzaban siempre el día 16, ahora, aunque duran cinco días, se suele adecuar su comienzo al fin de semana.

Es paradójico que en un pueblo, donde la Iglesia y el Castillo, se han repartido el poder desde tiempos inmemoriales y no sólo el espiritual, sino, el más tangible, el terrenal, el poder que da el dinero vía impuestos, diezmos y alcabalas, las fiestas más importantes no estén bajo la advocación de algún cristo o alguna virgen, a algún santo o santa, fuesen éstos, vírgenes o no. Aunque bien mirado, bastante sometidos estaban al Señor Obispo de Plasencia y al Señor Marqués de Monroy, todo el resto del año, que quizás por eso, es por lo que se tomaban éstas como válvula de escape, para hacer un paréntesis y olvidarse unos días, pocos, del mundo y de Dios.

Cuando se han vivido las cosas tan de cerca y con tanto atavismo como nosotros hemos vivido la fiesta de los toros, es muy difícil sustraerse a todos los tópicos típicos que nos han alimentado. Una parte muy importante del aprendizaje está en la imitación de los mayores, los toros para un niño de pueblo, forma parte integrante y destacada en sus vivencias y por tanto han tenido gran influencia en su personalidad y no es nada exagerado decir que sin las fiestas de los toros y todo lo que la rodea, seguramente, hubiésemos sido distintos en cuanto a la forma de relacionarnos con los animales.

Hoy en día se critica mucho las atrocidades que se cometen con los animales en las fiestas de los pueblos, y sin duda tienen razón, pero es que entonces estábamos tan inmersos en ésta tradición, que no tenía cabida otro punto de vista que no fuera el vivir intensamente nuestra fiesta, hacíamos lo mismo que habíamos visto hacer a nuestros antepasados, y esto era además motivo de orgullo.

Las vísperas, toda la vida de los niños, transcurría alrededor de la plaza del pueblo, era en ésta donde se ponían los tablaos, así se llamaban las plataformas que se montaban para poder asistir al espectáculo ancestral de los toros, estos se construían con maderas, tablones y palos, los solían hacer los albañiles del pueblo y a cada maestro de obra se le concedía una zona, y creo que éstos se financiaban con las entradas que pagaban luego la gente por utilizarlos, también había alguno particular, como era el caso del de mi tío Churro, que lo hacía a sus expensas y era gratis para su familia y amistades.

En los años cincuenta y primeros sesenta que son los que yo recuerdo, los tablaos estaban ubicados de la siguiente manera:

En la parte norte en la calle, hoy llamada, Empedrada, entonces creo que se llamaba de José Antonio Primo de Rivera, la que está entre el Ayuntamiento y el Casino, el tablao lo realizaban entre el Lobo y su hermano Ruperto.

Al sur, desde la acera de la casa del Señorito, hasta la acera de la casa de tío Lázaro, el tablao que era el más grande con diferencia, estaba asignada su construcción y explotación a la saga de los Crispines, formada por Rufino Durán y sus hermanos, Antonio, Ramón, Andrés y Manolo.

Al oeste, en la bocacalle, creo que sin nombre, hoy Cuesta del Manantío, el tablao le correspondía a tío Daniel Sierra y su cuadrilla, que fueron los que construyeron nuestra casa y yo la recuerdo formada por la saga de los rubios Espiches, Arturo “Cuello” y Antonio Monega.

Al este, tapando la estrecha calle del Beso estaba un tablao tan pequeñito, como el que lo construía, el Sillerino, a continuación, venia el de mi tío Churro que ocupaba la fachada de su casa. El resto de la plaza se cerraba con palos colocados a la distancia justa para que cupiese un hombre de perfil y que el toro no pudiese meter la cabeza.

Luego estaban los balcones y terrazas, la terraza más famosa era la del Casino, que estaba dividida en partes iguales y cada una asignada a un socio. Otra terraza, desde dónde alguna vez vi los toros, era la de las Damianas, que hacía esquina con el Ayuntamiento en el vértice por donde salían los toros.

Los niños jugábamos en la plaza con verdadero entusiasmo, imitábamos a los mayores en la forma de citar al toro y también en sus expresiones, de vez en cuando se nos escapaba una palabrota, petico decíamos, pero no hacíamos otra cosa que repetir lo que veíamos y oíamos a los mayores. Uno hacia de toro y todos los demás de toreros. También aprovechábamos los palos para hacer columpios, bastaban unos cuantos tablones apilados y un palo para tener el mejor de los balancines.

El fútbol todavía no había calado mucho, no formaría parte fundamental de nuestros juegos hasta el año 1960, que fue cuando vino de coadjutor Don Marcelo, un cura recién salido de seminario de Plasencia, que iba a cambiar y a influir de una manera positiva en la vida de gran parte de los jóvenes del pueblo.

Mi relación con la fiesta ha sido siempre muy comprometida, tenía que estar a la altura de mi historial, dos cogidas, una a los tres años, la vaca de Tío Piloto y la otra la de Vicentino, no eran ninguna broma, yo presumía de ellas, después vendrían otras tres, e incluso en una salí en los periódicos.

Luego ya de mayor, tengo que confesar que he disfrutado mucho bajando a la plaza, aunque, ésta ya era portátil y había perdido todo el encanto que para mí tenía la antigua plaza de tablaos y empalizada. La sensación de miedo al tratar de superarla descarga adrenalina y hace que te sientas de una forma muy especial. Citaba al toro, eso sí, a suficiente distancia, aunque, una vez estuve muy cerca de llevarme un gran susto, cité al toro y me quedé parado pensando que no me haría caso, pero vaya si me hizo caso, cuando quise reaccionar tenía el cuerno del toro a pocos centímetros de mi pecho.

Otro momento, que siempre que me viene a la cabeza me entra la risa floja, fue la tarde que estábamos en un burladero, como siempre Emilio Galea, su inseparable muleta y un servidor. Aquel día y aunque no eran ninguno hijo de ganadero, si se revistieron de valor y se quedaron a nuestro lado Antonio Garullo, Tomás Peñato y Domiciano.
Al ser citado por la muleta del bueno de Emilio, nada más salir, un toro de más de quinientos kilos se arrancó raudo y veloz hacía nosotros, la brutal embestida hizo que en un santiamén saltaran por los aires, hechas añicos, dos de las tablas que configuraban el burladero protector. Lo estoy escribiendo y me vuelve a dar la risa una vez más, al recordar la cara desencajada por el pánico de nuestros amigos, en menos que canta un gallo, los tres se habían subido a lo más alto de la plaza.

Los niños solíamos ver los toros en una especie de alero que tenían los tablaos, mi madre se ponía muy nerviosa, yo creo que pensando en mi historial taurino y en mi natural inquieto, me ataba con un cinturón al palo para evitar la tentación de que me tirara a la plaza.

En el alero de tablao de tío Daniel me encontraba, o al menos eso era lo que yo recordaba, aunque hablando con mi hermana Mena, ella nos situaba en la terraza de las Damianas, cuando nada más salir a la plaza, un precioso toro negro zaino, metió la cabeza entre los palos, en el hueco contiguo donde se encontraba mi abuelo Miguel Torrente, que intentó ingenuamente con su bastón disuadir al toro. Fue en la parte de la empalizada que estaba delante de la acera de tío Lázaro casi en la confluencia con el tablao de abajo. Todavía resuenan en mi cabeza el grito unánime y al unísono de toda la gente que estaba en la plaza, el toro se había escapado y en su huída había arrollado a Julia, la mujer de mi vecino Antonio que iba con un niño en brazos y otro cogido de la mano, afortunadamente todo quedó en un susto, el toro fue abatido a tiros por la Guardia Civil en la dehesa del pueblo.

Este episodio que sucedió en los primeros años sesenta del pasado siglo, ha quedado grabado en mi cabeza y asociado para siempre con la tristeza que para mí tiene todo lo relacionado con la emigración, el toro se había escapado porque los huecos de los palos estaban vacíos, no había suficiente hombres para cubrirlos, la gente se había tenido que marchar a buscarse la vida a otras tierras, siguiendo otras pisadas, el camino, indudablemente no acababa en el encinar, pero se fueron, luego yo me fui con ellos, demasiados.

El primer recuerdo que tengo de Los Toros, está asociado con el tablao de mi tío Churro, era por la mañana, había capea y traían los toros y las vacas desde la dehesa, estaba lloviendo mucho y Rufino, un señor de Garrovillas, aunque no sé si fue el que:

se comió cuatro morcillas
echó las culpas al gato

Y dijo luego:

sape, sape, que te mato.

Ah no, que era el llorón, bueno Rufino pudo ser un llorón, eso no quita para que de mayor, fuese un simpático señor.

Lo que sí sé, es que Rufino, iba vendiendo melocotones sueltos uno a uno, por debajo de los tablaos, y que nos lo compraban a los niños como si de una golosina se tratara, como un artículo de lujo. Este hombre venia casi todas las semanas a vender al pueblo y según la temporada, lo mismo vendía piñones, que sandalias y botas, hechas con suela de goma, como la de las cubiertas de las ruedas de los coches, hoy se venden como auténtica artesanía extremeña en una tienda que está muy próxima a la Plaza Mayor de Madrid, en la calle donde vivo, la de Toledo.

Tampoco sé si Rufino, le decía a sus nietos:

Misino gato ¿qué has comido? Pan y tocino. ¿Quién te lo ha dado? Mi padrino. ¿Qué padrino? El del Molino. Misino, misino, misino. (Al mismo tiempo que se le cogen las dos manos al niño se le restriegan éstas sobre las mejillas del adulto)

O este otro:

Cuando vayas a la carnicería le dices al carnicero, que no te echen ni tanto, ni tanto, ni tanto... (Simulando cortar en trozos el brazo del pequeño y aproximándose lentamente hacía el hombro, para terminar haciéndole cosquillas en el sobaco)

Y este:

¡Mira un pajarito sin cola! ( Se señala hacia arriba)
Gola, gola, gola (Cuando el infante mire hacia arriba se le hacen cosquillas en la garganta)

Estos arrumacos que forman parte del acervo popular de Monroy, me los hacían a mí mis padres cuando era pequeño, se los he hecho yo a mis hijos, y a todos los niños pequeños que he conocido, también estoy deseando hacérselo a mi nieto Mario, que nació el pasado 26 de febrero, ya salió de la incubadora y hoy ha tomado posesión de su casa donde le estaba esperando El Principito.

Me conformaría, que cuando todos ellos me recuerden, aunque sólo sea por estas carantoñas, sientan la misma emoción y cariño, que estoy sintiendo en este momento, pensando en mi padre, en mis hijos y en mi nieto