miércoles, 28 de mayo de 2008

A POR AGUA A LA FUENTE


Sobre una jaca alazana
ibas por agua a la fuente
a la Fuente La Juntana.
No había agua corriente.

Yo iba a la fuente del Huerto
sobre una yegua blanca
En invierno a la República
En el verano a Las Guapas.

Una mano en la cadera
Las aguaderas de esparto
Cuatro cántaros de barro
De corcho sus tapaderas

Soga de humilde caldereta
Esparto embebido en agua
tu aroma a paja mojada
tu olor a hierba reseca
me traen todas las veces
los aires de mi tierra.

Las mocitas sin pereza
con equilibrio andando
un cántaro sobre su cabeza
otro aguantado en su regazo.

Donaire, garbo y salero
acompañados de gracia
caminan por el sendero

La Guardia Civil aguarda
escondida entre los setos
la Guardia Civil amarga
a las muchachas sus gestos

Quieren ponerles multas
a pesar de ir sin resuello
Quieren que vayan juntas
por donde decidan ellos.

A la fuente del Manantío
Guardias Civiles no irán
los sueños, el libre albedrío,
jamás detener podrán.

Andrés Gómez Ciriaco

miércoles, 21 de mayo de 2008

Un ligero desayuno, una frugal colación

Foto tomada prestada de www.spanjemetgevoel.nl página de Rene, un holandés que siente a España en su corazón, y que creo que corresponde a las dependencias de la casa que fue de Eustasio y su familia.

Un día en la odiosa libretita controladora, que nos hacían presentar a la firma de nuestros padres, Don Juan puso que Eustasio se había comportado mal y no se había sabido la lección, y a éste, no se le ocurrió mejor forma de desagravio que ir poniendo por las pocas aceras que había entonces en el pueblo:

Don Juan Soria es un maricón

Ese día, al salir de clase, nos fuimos juntos desde las escuelas del canal hasta la casa que fue de mi abuelo, hoy es de los hermanos Galea, y entonces era donde, nuestros comunes tíos Ignacio, hermano de su madre e Inocencia, hermana de la mía, que había heredado la casa, hacían la matanza, por este motivo, como era costumbre, estábamos invitados a comer.

Eustasio, sin pararse a pensar en las consecuencias de su irreflexivo acto, conmigo de testigo, aunque no mudo, porque bien le advertí que iban a saber enseguida que era él, pues tenía una inconfundible y bonita letra, sin hacerme caso, siguió escribiendo su rabia y además la firmó.

Don Juan Soria no era ni mucho menos maricón, creo que nosotros entonces ni siquiera sabíamos su verdadero significado. Tuve claro que lo que había hecho Eustasio era una cosa muy grave, cuando al terminar la comida de matanza y dirigirme hacia mi casa vi, nada mas doblar la esquina, a Doña Águeda, la mujer de Don Juan, que también era maestra, leyendo junto con varias niñas alumnas suyas, lo que había escrito Eustasio en la acera de casa del Topo. Mandó a una de las niñas que avisara inmediatamente a Don Juan, me volví y tuve tiempo de hacerle señas con la mano a Eustasio, que aún no había doblado la esquina hacia su casa, de que se las había cargado.

Aquella misma tarde, ante todos los estudiantes, se escenificó, sin previo juicio, el castigo contra Eustasio. La máxima que se perseguía entonces era que todo castigo tenia que ser ejemplarizante, pero no sólo para el que se le infligía, sino, también para todos los demás, por si alguno tenía la debilidad de imitarle, por eso a los que iban a esa hora a la clase de Don Jacinto, se les hizo pasar a la clase de Don Juan y allí, casi sin mediar palabra, el padre de Eustasio con una fina y flexible vara de olivo, que traía preparada desde su casa, empezó a darle con ella, una y otra vez, en sus desprotegidas piernas a la altura de las corvas, entonces llevábamos pantalón corto, cada golpe que recibía Eustasio, era como si lo recibiésemos cada uno de nosotros, se me hizo interminable el castigo, nunca he podido olvidar aquella tarde, las piernas de Eustasio, varios días después, seguían estando completamente negras.

Eustasio, apenas se quejó, recibió el castigo con mucha dignidad, y el propósito de que éste fuera ejemplar no sé si lo consiguieron, lo que sí consiguieron fue que desde aquel día, Eustasio fuese para todos nosotros un valiente.

A los pocos días del castigo a Eustasio, dando la lección de matemáticas don Juan nos preguntó: ¿lados de un triángulo rectángulo? La respuesta era obviamente los catetos y la hipotenusa. Recuerdo que empecé contestando yo: los ángulos de un triángulo rectángulo son... no me dejó terminar, he dicho los lados, replicó Don Juan. A ver tú: ¿lados de un triángulo rectángulo? El siguiente en contestar volvió a decir: los ángulos de un triángulo rectángulo son... Y así uno tras otro, todos los que estábamos dando la lección fuimos incapaces de contestar correctamente el enunciado de la pregunta, eran los lados no los ángulos.

Esto de repetir siempre el enunciado de la pregunta que se nos hacía, creo que era debido, fundamentalmente, a la influencia de como estaban formuladas las preguntas en el catecismo, en éste, casi siempre, la contestación empezaba con el enunciado de la pregunta y además, se contestaba literalmente lo que decían las respuestas escritas, esto formaba parte de la filosofía de nuestra educación que era, salvo raras excepciones, totalmente memorística.

Don Juan creyó que le tomábamos el pelo, pero no era así ni mucho menos, todos nos habíamos bloqueado y éramos incapaces, siquiera, de repetir correctamente el enunciado de la pregunta. El motivo, quizás, estuviese en la rima ángulo, triángulo, rectángulo, pero, yo me inclino más a pensar que era el miedo lo que nos hacía bloquearnos de esta manera tan unánime, por otro lado, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga, desde este día nos quedó muy claro a todos lo que era un ángulo, lo que era un lado y la relación entre los catetos y la hipotenusa en el famoso teorema de Pitágoras.

Otra anécdota, ésta más simpática, fue cuando dando la lección de catecismo Don Juan nos preguntó en que consistía el ayuno y la abstinencia, la definición de catecismo de lo que era la bula de la Santa Cruzada no se me ha olvidado desde entonces.

La lección de aquel día era la 31 del Catecismo de la Doctrina Cristina, Segundo grado, Texto Nacional Madrid 1958, he tenido la suerte de conseguir a través del señor Google, el texto completo de aquel famoso Catecismo heredero de la filosofía y la retórica del Padre Ripalda, que éste heredó a su vez del Padre Astete, y que reproduzco aquí literalmente, casi en edición facsímil, aquella inolvidable, para mí, lección:

Cuarto y quinto mandamiento de la Iglesia

El ayuno, la abstinencia y la ayuda a las necesidades de la Iglesia

¿Cuál es el cuarto mandamiento de la santa Madre Iglesia? – El cuarto mandamiento de la santa Madre Iglesia es: ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la santa Madre Iglesia.

¿En qué consiste la ley del ayuno?- La ley del ayuno consiste en no hacer más de una comida al día, si bien se permite un ligero desayuno y una frugal colación.

¿A quiénes obliga la ley del ayuno y de la abstinencia?- La ley del ayuno obliga a los que han cumplido veintiún años y no han llegado a los sesenta; la ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido siete años.

¿Qué es la Bula de la santa Cruzada?- La Bula de la santa Cruzada es un privilegio pontificio, que concede a los españoles gracias especiales, y les dispensa del ayuno y de la abstinencia en ciertos días.

¿Cuál es el quinto mandamiento de la santa Madre Iglesia? – El quinto mandamiento de la santa Madre Iglesia es: ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

¿Cuáles son las principales necesidades de la Iglesia? – Las principales son: el sostenimiento de las necesidades de la Iglesia culto y sus ministros, el Seminario, las Misiones y las obras católicas.


¡El Papa nos concedía gracias especiales por ser españoles! Eso si bajo pago añado yo, y con tarifas distintas, no se pagaba igual por un miembro de la familia que por un sirviente, la tarifa de éste era la mitad. Sería a esto a lo que se refería San Ignacio de Loyola cuando hablaba del “negocio de la salvación”.

Y lo de la Santa Cruzada ¿quién era ésta, yo no llegué a conocer a ninguna santa que se llamase Cruzada? ¡Ah qué no se referían a una persona que se llamase Cruzada o que al menos estuviese cruzada de brazos! Qué lo de cruzada era ir a la guerra contra el infiel, y por eso la guerra era santa. Ahora resulta que una de las cosas peores que ha conocido la humanidad como es la guerra, para la Iglesia católica, apostólica y romana merece el nombre de santa, pues lo siento, yo estoy más con Quevedo, pues quien de verdad merece el nombre de santa es la pobreza.

Estos dos mandamientos estaban íntimamente relacionados, había que ayudar a la iglesia en sus necesidades, decía el quinto, y para librarse de la abstención de comer carne pagabas a la santa Madre Iglesia por la burla, perdón por la bula y de ésta manera estabas ayudando a la iglesia en sus necesidades, no tiene nada extraño que en esta lección el catecismo englobe a los dos.

Pues bien, cuando alguien contestó a la pregunta con aquello del ligero desayuno y la frugal colación, nuestro ínclito Eustasio, se apresuró a formular su particular visión sobre lo que quería decir la pregunta. Según nos manifestó Eustasio, sus hermanos mayores, Emilio, Benito y Ángel, eran fieles cumplidores de esta obligación pues aunque desayunaban mucha cantidad, eso sí, se daban mucha prisa al hacerlo.

La rica y hermosa lengua castellana
nos juega estas malas pasadas,
¿pues no es ligero ir deprisa?
entonces ¿por qué nos da tanta risa?

Amigo Eustasio Collazos Simón
en verdad tenías toda la razón
sería cosa de necios o de un loco
trabajando tanto, comer tan poco.

La retórica del catecismo contagiaba sin lugar a dudas, si no, que se lo digan a Don Abilio Rubio Neila, natural de Hervás, párroco que fue de Monroy muchos años, gran consumidor de colonia, y gustoso sermoneador a la antigua usanza, cuando los sermones se daban desde el púlpito y se usaba el preceptivo bonete, que le daba al orador un aire muy académico y doctoral.

Tengo grabado en la memoria el comienzo de un sermón que dio este señor cura párroco, creo que era con motivo de la festividad de la Asunción de la Virgen Maria, que comenzaba así:

Un alférez una estrella de seis puntas.
Un teniente dos estrellas de seis puntas
Un capitán tres estrellas de seis puntas
Un comandante una estrella de ocho puntas
Un teniente coronel dos estrellas de ocho puntas
Un coronel tres estrellas de ocho puntas
Un general .....)

Así hasta que llegó a Capitán General.
Para a continuación añadir haciendo gran énfasis:

¡La Virgen Maria lleva una corona con doce estrellas, muchas más que nadie de los que mandan en cualquier ejército del mundo! (No recuerdo si llegó a decir las puntas que tenían las estrellas de la Virgen)

Con esto quería hacernos entender que la Virgen era más importante que todos los mandamases del ejército ¿incluyendo también a Franco?

Yo era muy pequeño, pero este sermón se me ha quedado grabado como el prototipo de la retórica ¿No entendía que pintaban las estrellas, con pocas o muchas puntas, con el poder de la Virgen Maria? ¿Son comparables el poder terrenal y el celestial? ¿No habíamos quedado que había que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César?

Aunque bien mirado, a lo mejor, el sermón no era tan inocente y nos quería lanzar el mensaje subliminal de que la Iglesia mandaba más que Franco que era Capitán General, bueno, era más todavía, era Generalísimo, pero, eso sí, no había dudas de que nuestra imagen de la Virgen, tenia una corona con más estrellas, que las que Franco llevaba en la bocamanga.

No me extraña que oyendo este tipo de comparaciones que se hacían en los sermones, aquel niño de Alburquerque, coetáneo del gran escritor Luis Landero, se hiciese un lío y se preguntase ¿qué era más: Franco o toro?

lunes, 19 de mayo de 2008

Gorriones cantando, geranios exhalando

El verano extremeño tenía y tiene los cielos más azules que yo haya visto nunca, no voy a caer en el tópico de decir que son los mejores, pues los he visto iguales en Portugal, en Badajoz o en Huelva, creo, eso sí, que es en el oeste de la península, donde se dan los cielos con el azul más intenso y es también donde, por las noches, se ven las mejores estrellas y se puede apreciar la Vía Láctea en toda su inmensidad. Bueno, dicen que en el Sahara estas visiones son todavía más espectaculares, también dicen que hace mucho calor, en el verano extremeño también lo hace, aunque, no sé si tanto como en el desierto, pues allí todavía no he estado.

Las clases de verano, a pesar del calor, las recuerdo con mucho cariño, las ventanas de la clase estaban abiertas y entraba el dulce aroma de los geranios y el canto de los pájaros, que, aunque eran la mayoría gorriones, gurriatos para nosotros, nos amenizaban las clases gratamente. Sólo daba clase por la mañana, pues eran sólo dos asignaturas, Geografía y Lengua, de las que tenia que prepararme, porque de gimnasia no daba clase, ya corría yo bastante por las calles del pueblo y jugando en la era, no me hacía ninguna falta dar clases de gimnasia para estar en plena forma.

En septiembre aprobé las tres asignaturas que me habían quedado en junio, con un cinco raspado. A este examen me acompañó mi padre, que aprovechó el viaje, para ultimar la contratación de los músicos que luego vendrían a tocar, en las fiestas de los toros, a nuestro salón de baile.

A mí me gustaba ir a Cáceres con mi padre, más que con mi madre, pues ésta era más austera, sobretodo, en lo relacionado con la comida, aunque para otras cosas era bastante más espléndida. Me gustaba porque mi padre me llevaba con él a los bares a tomar aperitivos. No recuerdo haber comido nunca unos calamares tan ricos y tan blanditos, como aquellos que comía en un bar, que estaba en los soportales de la parte sureste de la Plaza Mayor. Además, después de tomar el aperitivo, me llevaba a comer al Figón de Eustaquio, aquello era un verdadero festín, sobre todos, recuerdo un plato con verdadero deleite, las migas con huevos fritos. Algunas veces, cuando voy a Cáceres, recupero en mi mente ese olor a calamares de la infancia, en cuanto al olor y el sabor de las migas, procuro recuperarlo en la cocina de mi casa, de vez en cuando las hago y de paso doy satisfacción a mis hijos, pues es uno de sus platos favoritos.

La contratación de los músicos la hacía mi padre, en el hoy desaparecido, Hotel Jámec, éste hotel era el punto de reunión de todos los que venían de los pueblos a hacer negocios a la capital, aquí recuerdo que los aperitivos que solían poner eran gambas, aceitunas rellenas de anchoas y patatas fritas a la inglesa. Había unos grande ventanales por donde, unos ociosos y orondos señores, sentados en sillones de cuero, con sombrero y bastón, miraban como pasaba la gente por la ya, entonces, peatonal, bulliciosa y comercial calle Pintores.

Desde que fui la primera vez con mi padre al Hotel Jámec, tuve claro que de mayor me gustaría poder disfrutar de igual libertad y parecerme a aquellos señores clientes del hotel. No en el sentido de ser gordo, con sombrero y bastón, y estar sentado en sillones de cuero, eso se parecería más a lo que Machado denunciaba de los hombres de un casino provinciano, eso nunca, no me gustaría: "Sentir el vacío del mundo en la oquedad de mi cabeza".

Yo pensaba, más bien, en un ambiente más cosmopolita y viajero, en lugar de vacío y hastío, sentir entusiasmo y admiración por lo que nos rodea, y sobre todo, si los que nos rodea es una bonita plaza de una ciudad histórica como Salamanca, una mañana de primavera, también me vale una de verano, si se está a la sombra, viendo pasar a la gente, acompañado de buenos amigos conversadores, con una fría y rubia cerveza, unas aceitunas rellenas de anchoas y buen un plato de patatas fritas.

Tampoco me importaría que fuese en alguna mítica terraza de algún famoso café de ciudades como Roma, Paris, Viena, Madrid. Y sin ir tan lejos, no se está nada mal en la terraza del Casino de mi pueblo, Monroy, en las noches del mágico verano extremeño conversando con los amigos, teniendo como testigos la luna, las estrellas y el castillo.

Y para patatas fritas, las que hacía mi madre con aceite de oliva de nuestra propia cosecha, las echaba una a una en la sartén para que no se pegasen, así, una a una, con una tremenda paciencia iba llenando cestos bien grandes, y de las que yo daba buena cuenta cogiendo a puñados, luego las que quedaban, se servían como aperitivos en nuestro bar en las fiestas de los toros.

Ya he dicho que teníamos salón de baile, y que mi padre contrataba músicos para las fiestas importantes, recuerdo, que mi padre contrataba normalmente a la orquesta Cámara, estaba formada por batería, saxo, trompeta, trombón y clarinete. De batería estaba Caso, de trompeta, un buen músico El Chiqué, que hacía las veces de director. Hablando con propiedad, más que una orquesta era una orquestina, los músicos se alojaban en una pensión, pero desayunaban, comían y cenaban en mi casa.

El salón de baile se iluminaba con bombillas de muchos vatios, había bancos por todo el perímetro, que era un perfecto cuadrado de unos doce por doce metros, en ellos se sentaban las madres que no se fiaban de sus hijas, los solteros pagaban, los casados entraban gratis, el precio de la entrada era distinto para el chico que para la chica, las chicas pagaban menos, también recuerdo, que las chicas bailaban entre ellas.

Yo solía sentarme en la tribuna y desde allí me sentía un espectador privilegiado, me encantaba escuchar la música y ver bailar. Uno de los que a mí me parecía que bailaba muy bien era mi primo Antonio (q.e.p.d), llegaba un momento de la noche que ya no podía aguantar más y me quedaba dormido sentado en la tribuna, entonces los músicos aprovechando un descanso me bajaban en brazos a la cama.

¡Cuántas veces me he dormido oyendo la trompeta y el saxofón! Hasta mi cama, llegaban sus sonidos un poco amortiguados por la distancia, es esa una sensación que nunca he olvidado. En la película de la Lengua de las Mariposas, está perfectamente tratado el efecto del sonido de saxofón en la distancia, me encanta esa película y sobre todo el momento de la interpretación, en el baile del pueblo, del pasodoble “En er Mundo”.

El solo de un saxofón que interpreta
en Er Mundo, Suspiros de España
o el solo que toca una sola trompeta
Cerezo Rosa, llegando a las entrañas

miércoles, 14 de mayo de 2008

Las misiones

Por si no era suficiente la influencia que, ya de por sí, ejercía la Iglesia a través de su párroco, entonces todavía no había coadjutor, llegaría aquel mismo año, el obispado de Plasencia nos había organizado, creo que fue, durante el mes de mayo de 1960, unas misiones.

Sí, así como suena, misiones, no es que estuviésemos en África, aunque la aparición ya por entonces de algún elanio azul, a lo mejor despistaba a nuestras autoridades eclesiásticas. Dicen que la llegada de estos pájaros a estas tierras, me refiero a los elanios, es un síntoma de que caminamos inexorablemente hacía la desertificación, parece ser, que en cuanto al clima, nos vamos pareciendo cada vez más a África.

Pero creo, que no era por lo de la desertificación por lo que nos mandaban a dos misioneros, era más bien un calculado ejercicio de marketing, ni más ni menos que la aplicación de la tesis del negocio de la salvación, que tan buenos resultados le ha dado a la iglesia, pues ha conseguido que durante mucho tiempo la clientela se mantuviera fiel, gracias sobre todo a fomentar el miedo al infierno, aplicando las teorías del santo varón guipuzcoano Ignacio de Loyola, siguiendo al pie de la letra las consignas puestas de manifiesto en sus famosos ejercicios espirituales.

Los misioneros eran el padre Santos y el Padre Miguel, y la verdad es que eran dos verdaderos expertos en movilizar por medio de la palabra y de las artes escénicas a todo un pueblo sin excepción alguna.

El padre Miguel se ponía en la puerta de la iglesia con un aparatito, que a mi se me antojaba mágico, pues creía que cada vez que pasaba una persona el aparatito la contaba automáticamente, en realidad quien lo hacía funcionar era el dedo del misionero, que de esta forma sabía el número de asistentes e iba comprobando como su poder de convocatoria, cada día que pasaba, era mayor.

La estrategia la tenían bien aprendida, primero convocaban a los niños con actos realizados ex profeso para ellos. Recuerdo que una de las representaciones que se hicieron a mí me tocó hacer de San José, elegido por la misma mano, aunque no sé si por el mismo dedo que apretaba el contador. La chica elegida para hacer de la Virgen, creo que se llamaba también María, era una Castaño, una chica muy guapa, que por cierto no he vuelto a saber nada de ella, ni de su hermano Julian el de Sotillo, su otro hermano Manolo es vecino mío en el pueblo, desde mi terraza veo la suya que está una calle más abajo.

A Maria y a mí nos tocó representar en vivo, en directo y sin ensayo previo, la anunciación por parte del Arcángel San Gabriel del misterio de la concepción por obra del Espíritu Santo de la Virgen Maria.
En realidad nosotros no decíamos nada, lo decía todo el padre Miguel, cuando llegó el momento culminante, el padre Miguel con un libro en las manos y con voz solemne mientras recitaba: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo y bendita tú eres entre todas las mujeres, hizo un movimiento rápido y el libro que tenía cogido con las dos manos desapareció como por arte de magia, bueno sería más bien por obra y gracia del Espíritu Santo que nos daba a entender que el libro se había convertido en el cuerpo de Jesús. La representación de San José la hice perfectamente, pues no tuve ni arte ni parte, hice exactamente lo que él cuando el momento de la concepción, nada.

A través de la convocatoria de los niños se convocaba también a las madres, se nos pidió a todos los que tuviésemos imágenes en casa que las llevásemos a la iglesia ya que se iba a organizar una gran procesión con todas ellas, pero claro está, para llevarlas en procesión había que tener andas y casi nadie tenía andas en su casa, había las que tenia la iglesia y poco más, así es que todos los carpinteros del pueblo estuvieron fabricando andas para la procesión a destajo.

Nosotros teníamos una imagen de un Niño Jesús con una bola azul en la mano, creo que ésta simboliza la bola del mundo, le llamábamos el niño de la bola, la imagen era muy pequeña de unos treinta centímetros de alto, creo que todavía la conserva mi hermana Paqui, curiosamente, aunque, todavía no se había ido al espacio, ya se intuía que nuestro planeta se veía desde fuera de color azul.

Llegado el momento de la procesión yo no tenía ninguna duda de que la imagen, que por derecho me tocaría llevar, sería la de nuestro Niño Jesús de la Bola, pero, como había más niños que imágenes que portar empezaron, cómo era lógico, por los más pequeños y les daban las imágenes pequeñas, así que, cuando llegó mi turno ya habían asignado el niño Jesús a otros.

Monté en cólera, me dio un ataque de ira, de soberbia, diría mi hermana Paqui, siempre dice que yo era muy soberbio y les quise arrebatar la imagen a los que llevaban a mi niño Jesús. El padre Miguel intervino al ver el revuelo que se formó en plena procesión, le dije bien claro que aquel niño Jesús era mío y que no consentía que lo llevasen otros, que se quedasen sin llevar imágenes aquellos que no las tenían en su casa.

¡Pero bueno, San José no se puede enfadar, tiene que está por encima de esto, además, San José también se merece que le lleven en andas!

Al decir esto, me agarró elevándome por los hombros y me apartó de los demás niños. Creyendo que iba en serio lo de que me iban a llevar en andas, le dije que bueno, que no era para tanto, que me conformaba con ir andando. Gran sicología la del padre Miguel, se las sabía todas, él ya había calado que yo era un gran tímido y sabía que de ninguna manera aceptaría ir en andas.

Y pensándolo bien ¿Cómo que San José no se podía enfadar? Si hay alguien que tenga motivos para enfadarse, ese, sin duda, es San José, encima de que la Virgen va a tener un hijo de otro, aunque este otro sea el Espíritu Santo, el arcángel San Gabriel lo anuncia a bombo y platillo, y no sólo eso, sino que todos los días, a las doce, la hora del Ángelus, va Radio Nacional de España y nos lo recuerda.

Una vez conseguida la convocatoria de las madres, el padre Miguel y el padre Santos insistían mucho en que debían ir a los actos de por la noche acompañada por todos sus hijos, pero lo más importante era que no faltasen por nada del mundo sus maridos pues era muy importante para su salvación.

Los actos de por la noche estaban bien preparados, había hasta efectos especiales, cuando tenían a la gente amedrentada por medio de la palabra dirigida con verdadera maestría oratoria desde el púlpito, al sermón que de por sí era ya terrorífico, se le acompañaba de efectos que imitaban el sonido de los truenos, se apagaban y se encendían las luces imitando los relámpagos, vamos, que dejaban al personal totalmente conmovido y presto para acudir al confesionario a pedir perdón por sus pecados y por los de los demás si hacía falta, hombres hechos y derechos que hacían que no se confesaban desde que hicieron la primera comunión, acudían y hacían colas para confesarse y comulgar, el éxito de la estrategia de marketing del padre Santos y padre Miguel había sido rotundo.

Claro que si hubieran sido otros tiempos, se les podría haber dicho como al del chiste: Está bien, sí ya sabemos que vamos a ir a todos al infierno cuando muramos, pero por eso mismo, ahora aquí en vida, dejennos en paz, por favor no nos acojonen.
Si Dios fuese como Dios manda, sin duda, sólo existiría el cielo, no habría ni infierno, ni purgatorio, ni limbo, bueno lo del limbo se lo inventó Santo Tomás de Aquino en un ejercicio de lógica aristotélica. Los niños que morían sin bautizar no podían ir al cielo por aquello del pecado original, pero sería una putada que fueran al infierno, si los pobrecitos no habían hecho nada, así que según él, éstos no sufrirían en el infierno pero tampoco gozarían del cielo, irían al limbo de los justos.

La mayoría de los teólogos de ahora critican a Santo Tomás de Aquino, diciendo que estaba equivocado que el limbo no existe. Yo precisamente pienso todo lo contrario, creo que en lo único que acertó Santo Tomás fue en lo del limbo, no sé sí el de los justos o de los injustos. Pienso que no habrá ni premio ni castigo cuando abandonemos este mundo, que por otra parte es único que tenemos.

Así que cuando morimos descansamos” dice el sabio Jorge Manrique en las Coplas a la Muerte de su padre, eso mismo creo yo: ni cielo ni infierno, la nada. O si lo prefieren el limbo de Santo Tomás de Aquino, pues no creo que nadie, por muy malo que haya sido, se merezca el infierno.