jueves, 27 de noviembre de 2008

LA PROVIDENCIA DE MI ABUELO


A mi abuelo Miguel, el único abuelo que conocí, le recuerdo siempre en el mismo sitio, sentado en la misma silla, alrededor de la misma mesa, dentro del bar de mis padres, mirando hacia fuera por la misma ventana donde veía pasar siempre a la misma gente.

Permanecía en su rincón desde que se levantaba hasta que se acostaba, allí desayunaba, comía y cenaba, solamente lo abandonaba para hacer sus necesidades al aire libre en el corral, en cuclillas. A su edad no era nada fácil mantener el equilibrio y más de una vez se cayó cuando estaba agachado y hubo que levantarle.

Todos los días, antes del almuerzo y de la cena, se bebía su ración de vino blanco, que se le servía en una botella, cuyo uso original era el de contener gaseosa de la fábrica, que había por entonces en Monroy, propiedad de Jacinto Flores. Gaseosa cuyo sabor no tenía nada que envidiar al de Seven- Up que se vende hoy fabricado por una gran multinacional.

Mi hermana Paqui era la encargada de ir a por las gaseosas a la fábrica, a veces la acompañaba yo, íbamos a por ellas en un burro y las transportábamos en las aguaderas de esparto.

Había en el bar de mis padres varios parroquianos de la edad de mi abuelo, que tenían también la costumbre de tomar el vino en botellas de gaseosas de cuarto de litro, pistola, decían ellos.

Mi abuelo llegó a Monroy proveniente, creo que del hospicio de Plasencia, fue adoptado por una familia que no tenía hijos, Torrente era el mote de su padre adoptivo, apodo que luego heredó él.

Hizo la mili en Marruecos, cuando aquella duraba tres años y había soldados de cuotas, esos a los que se refería la famosa canción que cantaban, todos los años llegado el sorteo, los quintos del pueblo, ésa que recomendaba resignación si alguno le tocaba África:

Si te toca te jodes
que te tienes que ir
que tu padre no tiene
seis mil reales pa ti.

No sabría precisar si le tocó la carnicería que fue la guerra con Marruecos y el celebre Desastre de Annual, que tan bien contó Ramón J. Sender en su gran novela Imán, donde relata con gran maestría lo dura, inútil, áspera y desoladora que fue aquella guerra, bueno, como todas las guerras, se destaca en esta novela la gran corrupción que imperaba en el ejército Español y el sufrimiento de los más de doscientos mil soldados que les tocó padecerla.

Luego a muchos de los que quedaron vivos de aquellos les tocó también pasar las penurias de la guerra del 36, fue sin duda una generación muy desgraciada.

Lo que único que recuerdo que contaba, sobre sus peripecias de la mili, era que la había hecho con El Gallo, aunque a mí me cuesta creer que el famoso torero Rafael Gómez El Gallo, hiciese la mili, pues éste sí que tenía los seis mil reales de los que hablaba la canción.

A este torero es al que se le atribuye la famosa frase: Lo que no pue ser, no pue ser, y además es imposible. O esta otra: Tiene que haber gente pa to. La soltó cuando le presentaron a Ortega y Gasset y le dijeron que era filosofo. Este torero, que al parecer era el que creó la escuela que luego siguieron Curro Romero y Rafael de Paula, también decía, que prefería una bronca a una cornada: Las broncas pasan, se las lleva el viento, las cornás me las quedo yo.

Mi abuelo se quedó viudo muy joven, con cuarenta y tantos años, a mediados de los años cincuenta partió su herencia entre sus tres hijas, aunque creo que se reservó algunas fincas para él, porque, mi madre le insistía que cuando muriera esas fincas me las debería dejar a mi para que pudiese estudiar una carrera, el siempre contestaba que sería en partes iguales para las tres hijas, que no podía hacer distingos.

Mi madre le decía que de acuerdo, que muy bien, pero entonces que se fuese también a vivir por turnos con las otras dos hijas, él se hacía el loco. Lo cierto fue que yo no heredé las fincas, y él si estuvo viviendo en mi casa, hasta que se murió en año 1965. Por entonces, mis hermanas Mena, Paqui y yo, vivíamos en Rentería con mi padre en casa de mi tía Ángeles. Mis hermanas y yo no asistimos a su entierro, si lo hicieron mi padre y mi tía Ángeles y su marido, Paco.

Yo estudiaba sentado al lado de mi abuelo en la misma mesa, dando la espalda a la ventana para no distraerme con la gente que pasaba. En el invierno al calor del brasero de picón, que era la principal fuente de calor, por no decir la única, que había entonces en el pueblo.

El brasero se colocaba sobre el agujero hecho al efecto en la tarimilla, en las mesas del bar no teníamos la acogedora bayeta, (faldas) que llevaban las mesas camillas de dentro de las casas.

A veces estudiaba en voz alta, pues creía que de esta manera me entraban mejor las lecciones. Recuerdo una mañana que estaba estudiando religión de cuarto, la lección trataba de demostrar la existencia de Dios, hablaba de perfecto orden que había en la naturaleza, ( los astros, los espacios, las plantas, las fuerzas físicas, las estaciones, los días, el hombre), para que reinara este orden no había más remedio que pensar que tenía que haber un ordenador, que no podía ser otro que Dios.

Mi abuelo, que casi nunca hablaba y permanecía siempre ensimismado, ese día al escuchar la lección de mis labios dijo:

Todo eso es mentira, Dios no existe.

¡Pero abuelo! Repliqué con vehemencia ¿Cómo no va a existir Dios? Todo este perfecto orden cósmico que existe, ¿Quién puede hacerlo posible?

Mi abuelo, con mucha tranquilidad respondió: No sé, será la providencia, pero no Díos

Lo de perfecto orden cósmico me sonaba muy bien y lo repetía sin cesar, no comprendía como mi abuelo y algunos parroquianos ponían en duda la existencia de Dios, con lo claro que estaba que tenía que haber un ser supremo que rigiera nuestros destinos.

Esta lección me la aprendí muy bien y la soltaba de carrerilla antes los asiduos parroquianos del bar, que casi todos asentían y alababan mi discurso, le decían a mi padre lo listo que yo era y que bien aprovechaba mis estudios.

Yo que tenía la madre más religiosa del mundo, resultaba que su padre era ateo, pobre abuelo Miguel, estabas condenado para siempre al infierno.

Claro que tienes que comprender, aunque creo que tu lo entendías, que un niño que estaba influenciado por esa atmósfera tan religiosa que se respiraba a su alrededor, no podía pensar de otra manera y considerar que su abuelo era poco menos que un monstruo.

Esa atmósfera que hacía que todo girase en relación con lo que la Santa Madre Iglesia ordenaba, y que la mayoría de las veces ordenaba o no las condenaba, cosas tan inhumanas que hacían la vida, ya de por sí llena de privaciones en aquella época, mucho más desgraciada, sobre todo a las mujeres.

Si alguna joven en edad de merecer tenía la desgracia de que se le muriese un ser muy allegado, por ejemplo el padre, la madre o un hermano, ya le habían arruinado la vida por una gran temporada, tenía que guardar luto riguroso durante cuatro años, no podía salir ni siquiera a pasear, no podía escuchar música, tenía que vestir de negro, no podían reír ni cantar porque estaba mal visto y lo más grave, aunque no sintiese pena, tenía que fingirla.

Costumbres como la de la petición de la patente, o piso, cuando alguna chica se hacía novia del algún chico de fuera, le obligaban a pagar a éste el tributo de tener que invitar en los bares a todos los jóvenes del pueblo y si se negaba ya estaba el lío servido.

O la de la famosas campanillás, que consistía en ir con cencerros a molestar e insultar a la viuda que se había vuelto a casar, curiosamente si era el viudo el que se casaba no se lo hacían.

La calificación moral de los espectáculos que se atribuía la Iglesia en exclusiva, cuando una película era calificada con 3R, mayores con reparos, las mujeres no asistían a la película. Que bien contado está en la excelente película Cinema Paradiso, cuando el cura cortaba las escenas de besos, esto sucedía en un pueblo italiano, pero allí también era la Iglesia Católica la que mandaba.

Estaba mal visto que las mujeres fumasen, que se pintasen en exceso, que se pusiesen pantalones, no podían ir solas a los bares, estaba hasta mal visto, incluso, que las chicas hablasen pronunciando las eses, se criticaba a las que estaban sirviendo en Madrid cuando venían al pueblo por finolis y si venían muy maquilladas y pintadas se las calificaba directamente y sin ningún recato de fulanas.

A la Iglesia las mujeres tenían que entrar con velo, en verano, si llevaban manga corta tenían que colocarse unos mangos hechos ex profeso para la ocasión. El luto, según el tiempo que hacía del óbito, tenía sus estadios, primero las mujeres tenían que llevar un manto entero, después medio manto, hasta que se llegaba al alivio de luto. A los hombres les bastaba con llevar un brazalete negro en la manga y corbata negra.

En el islamismo las costumbres actuales de esta religión musulmana son inmensamente machistas. De modo que esta religión autoriza a los hombres a tener varias mujeres y, sin embargo, las mujeres sólo pueden tener un hombre y encima tienen que compartirlo con otras mujeres ¡Vaya morro el del señor Mahoma!

Sus mujeres tienen que llevar velos, burkas y demás zarandajas, no pueden asistir a espectáculos, lo mismo que pasaba con nuestras mujeres hace menos de cincuenta años.

Ojalá, que dentro de cincuenta años, todos los países se encuentren con respecto a la religión, al menos, como estamos nosotros ahora, aunque sea en un estado aconfesional, y les quede algún que otro signo religioso en sus colegios, en su caso la media luna. sería un gran paso sobre todo de cara a la liberación de la mujer.

Aunque a algunos nos guste que los estados sean laicos y que la religión quede estrictamente para el ámbito privado, echando la vista atrás nos damos cuenta, que no es poco lo que hemos conseguido en estos años de democracia con respecto a las libertades de todo tipo y sobre todo las relacionadas con la libertad de la mujer, aunque, todavía quede mucho por hacer, los logros conseguidos han merecido la pena.

Y a ti, mi incomprendido abuelo Miguel, quién te iba a decir, que aquel niño que le sentó tan mal que no creyeses en Dios, aquel niño que rezaba todos los días con su madre el Rosario y se sabía todos los misterios: lunes y jueves los gozosos; miércoles y sábados los gloriosos; martes y viernes los dolorosos; que recitaba la letanía en latín de carrerilla, como un papagayo y que estuvo tentado de irse al seminario de Plasencia, hoy sea tan descreído como lo fuiste tú.

Y que ahora piensa, que el no creer en Dios no hace a nadie un monstruo, que a pesar de no creer y precisamente por ello, se puede ser bueno. Si no creemos en un ser superior, lo más importante que nos queda es el hombre y es pensando en su dignidad donde debemos basar nuestro comportamiento.

Me estoy acordando escribiendo ahora esto, de cuando a mi madre se la llevaron en una ambulancia a Cáceres con una gran hemorragia, debido a un aborto y tú, al ver que se la llevaban y que nadie te decía nada, te levantaste de tu rincón y te dirigiste al mostrador donde estaba despachando, yo tampoco sabía muy bien lo que le pasaba a mi madre, pero me pareció mucho más grave al ver que llorabas desconsoladamente, implorando que te dijésemos qué le pasaba a tu hija. Estaba presente nuestro asiduo parroquiano, el inefable Perche y a él como a mí, se nos saltaron las lágrimas. No abuelo, no eras un monstruo a pesar de no creer en Dios tenías sentimientos.

Precisamente el Perche era el que te preguntaba de vez en cuando, con sorna, cuanto te habías gastado invitando a una de las bailarinas, animadoras se les llamaba, que actuaban contratadas en las fiestas de los toros en el “concierto” de mediodía. Nunca supe si habías ligado o no, porque a mi madre le sentaba muy mal este episodio y le pedía al Perche que por favor se callase, pues no quería que yo lo oyese. Hoy pienso que llevando tantos años viudo, bien te merecías haber disfrutado un poco de aquella bailarina, por eso no hacías daño a nadie, pero eso era incomprensible en aquellos tiempos.

Pienso que la humanidad tiene derecho a sufrir en ésta vida lo menos posible, entre otras cosas, porque no hay otra donde poder resarcirnos y es en esta premisa en la que baso mi ética, en procurar que los que estén a mi lado sufran lo menos posible, no quiero hacer a los demás, lo que no quiero que hagan conmigo.

Creo que la dignidad del ser humano debe estar por encima de todas las cosas.

viernes, 14 de noviembre de 2008

LOS DEL BABATEL


También formaban parte de nuestra pandilla, cuando venía de vacaciones, Luis Melguizo Gutiérrez, hijo del Comarcal, así llamábamos, al que creo que su verdadera denominación era Juez Comarcal del Servicio Nacional del Trigo. Luis estudiaba en Toledo y tocaba en la tuna de su Colegio que estaba regido por los hermanos Maristas, a los que nosotros les decíamos los del babatel, por el blanco almidonado de sus pecheras, que semejaba un babero de niño.

Una tarde salió en un programa en directo con la tuna de su colegio, entonces todos los programas se hacían en directo, lo presentaba el mítico locutor Jesús Álvarez, fui a avisar a su madre que vivía en una de las casas de los maestros que daban al canal, y aunque, sólo interpretaron una canción, dio tiempo a que viese a Luis que estaba muy repeinado, a su madre se le saltaron las lágrimas.

Con Luis hice muy buenas migas, era de Polán, un pueblo de Toledo, su familia se dedicaba a la elaboración de mazapanes, es curioso pero todos los Comarcales que conocí eran originarios de la provincia de Toledo, el primero que recuerdo era uno que tenía un coche parecido al biscuter, que le llamaban el Huevo, después del padre de Luis, vino el padre de Frutos y Aníbal que también fuimos amigos, estos eran de Alcañizo.

Tengo grabado en la memoria una tarde de domingo de finales de verano, fuimos Luis y yo con su padre y Don Juan Soria a la caza de la tórtola, esperábamos al atardecer apostados detrás de una pared a que las tórtolas se acercaran a los bebederos.

Esa tarde la recuerdo como una tarde mágica, había una luz muy especial, era la atmósfera de los grandiosos atardeceres, que luego he vuelto a contemplar y sentir en Monroy, pero, ésta era la primera vez que era consciente de lo que significaba una puesta de sol, los rastrojos eran de un dorado intenso que armonizaba perfectamente con el verde de las encinas, era tal la sensación de paz, armonía y serenidad, que me sentía en perfecta comunión con el país, con el paisaje y con el paisanaje.

Cuando más tarde empecé a leer a los de la generación del 98 y sus famosos escritos dedicados a los campos de Castilla, entendía perfectamente su predilección por los campos dorados.

Luis fue mi rival, sin que él lo pretendiera, en mi relación platónica con Esperanci. Recuerdo con tristeza una tarde que íbamos de paseo y nos paramos delante de su casa, estaba enfrente de la fábrica, a esperar que saliese su hermano José Manuel. Esperanci salió a la puerta y sólo hacía caso a Luis, coqueteaba con él, se mostraba muy simpática y sonriente.

Sentí una gran frustración, fueron mis primeros celos, más que celos, lo que sentí fue inferioridad, yo era un niño de pueblo que llevaba unos pantalones que pretendían ser vaqueros, y ni siquiera eran largos, encima estaban zurcidos y remendados, mientras que Luis iba vestido como un niño bien, además era guapo y apuesto, no podía competir con él, yo era un pobre niño de pueblo y él un niño de ciudad que estudiaba en un colegio de pago.

La canción famosa Esperanza de Enrique Montoya, servía de bálsamo a mis penas:


Esperanza, Esperanza
sólo sabes bailar cha cha cha

Te conocí y me enamoré
y me ilusioné
ahora todo se acabó
No sé por qué tu fingido amor
le causó dolor
a mi pobre corazón

De nada vale la vida que he vivido
si de mujeres nunca se sabe
la que no es mala lo parece algunas veces
y la que es mala no lo parece.

Ay qué pena me da Esperanza por Dios
tan graciosa pero no eres buena.
Ay qué pena me da Esperanza por Dios
tan graciosa y sin corazón

Esperanza, Esperanza
sólo sabes bailar cha cha cha



Poco importaba que Esperanci no supiese bailar cha, cha, cha, tampoco había fingido nada conmigo, y no se puede calificar de mala a una mujer porque no te corresponda en el amor, creo que lo único cierto de la canción con respecto a mí, era que mi pobre corazón si estaba dolorido, me sentía muy triste y desesperanzado, nunca mejor dicho.

Aunque esto no era óbice para entender que las chicas se enamorasen de él antes que de mí, no era cuestión de culparlas, ni a ellas ni a Luis, la culpa la tenían las famosas circunstancias del señor Ortega y Gasset.

Luis tenia dos hermanos pequeños, Julián, que era muy rubio, y Pilarin, una niña también rubia muy guapa, con los ojos muy bonitos, venía con frecuencia a casa a ver al bebé, que era entonces, mi hermano Miguel Ángel y de paso se quedaba a jugar conmigo, debería tener tres o cuatro años, creo que Pilar es enfermera en el Complejo Hospitalario de Toledo.

Recuerdo, un día poco antes de las elecciones del 2003, que estando con la concejal de Urbanizaciones Carmen Castillo, en su despacho en el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, se acercó un momento, el entonces alcalde, José Martín Crespo. Cambiamos impresiones sobre los planes del Ayuntamiento que afectaban a los terrenos colindantes del Complejo de oficinas ÁTICA 7, del que soy Administrador-Gerente, me confirmó que iban a hacer un centro comercial y un hotel de lujo, me hizo incluso un boceto, que todavía conservo, de cómo iban a quedar ubicados.

Martín Crespo estaba muy enojado, acababa de enterarse, después de veinte años siendo alcalde por el PP, de que no figuraba en las listas. Comentó sin ningún recato, que los que iban eran todo unos niñatos sin experiencia, que el primero que figuraba en la lista iba en ella por ser marido de quien era, se le notaba muy resentido, e incluso amenazaba con formar un grupo independiente.

El alcalde hacia estas manifestaciones, dando por sentado, que los que estábamos allí éramos todos de su cuerda, no sé por qué, siempre que he ido al Ayuntamiento de Pozuelo todos los concejales y funcionarios con lo que me entrevistaba daban por sentado que soy de derechas, la verdad es que yo no hacía nada para desengañarlos, pues me convenía para mis gestiones que pensasen que era uno de los suyos, en aquella ocasión iba con dos abogadas, una si es de derecha, la otra no tanto, pues es amiga personal de José Luis Rodríguez Zapatero.

Sabía por su hermano Julián, que me lo encontré un día en Monroy, que Luis vivía en Pozuelo, y no sé por qué, con este solo dato me dio por preguntarles que si conocían a Luis Melguizo Gutiérrez, fue el Teniente de Alcalde Adolfo Dodero, el que dijo: Me suena mucho ese nombre, creo que está en el Comité Electoral del PP de Pozuelo. Pero, ahí quedó la cosa.

A los pocos días salieron las listas y en la de los candidatos a concejal para el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón para las elecciones del 2003, en el puesto número 22, figuraba Luis Melguizo Gutiérrez, era uno, a los que el ínclito alcalde Martín Crespo, tachaba de niñato.

Aunque, a alguien que cuenta con cincuenta y tantos años es Ingeniero Naval y Subdirector General Adjunto de la Dirección General de la Marina Mercante (DGMM), dudo que se le pueda calificar de niñato, eso sí, en la lista los que figuraban en los primeros lugares eran bastante más jóvenes que Luis Melguizo. Y el primero de todos el alcalde, Jesús Sepúlveda, era marido de Ana Mato, hoy creo que ya no lo es, quiero decir que no es su marido, alcalde sigue siéndolo.

Sin duda ser alcalde de Pozuelo es un destino muy apreciado por todos, y no en vano, pues Pozuelo está entre los pueblos con la renta per cápita más alta de España, claro que hay que tener en cuenta que vive Emilio Botín y esto hace que la media suba considerablemente, ya sabéis eso de que si uno come un pollo y otro ninguno, las estadísticas dicen que cada uno ha comido medio pollo.

También viven en Pozuelo, muchos políticos y hombres influyentes entre ellos destacan dos presidentes del Gobierno de España: Felipe González y José Maria Aznar, y uno de Monroy, que no tiene mucho que envidiar a ninguno de estos personajes ilustres, tiene una gran frutería en la Plaza del Ayuntamiento que es famosa en todo Pozuelo y sus alrededores, pues suministra a domicilio a toda esa gente importante que vive en lujosas urbanizaciones, se trata de Manolo Fernández Durán, de la familia de los Tabacos.

Manolo es hermano del celebre Paco, fallecido no hace mucho y al que desde aquí quiero rendir homenaje y dejar constancia de mi reconocimiento por ese derroche de simpatía, buen humor y optimismo que transmitía cada vez que me encontraba con él en Monroy. A uno, cuando sea mayor, le gustaría tener ese buen humor y afrontar la vida con tanto optimismo, como el que tú tenías siempre a gala, incluso en tus últimos días, a pesar de tu dolorosa enfermedad. Descansa en paz amigo Paco.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Los duros e infumables Ideales, los excelsos Jirafas














Ya he dicho en alguna ocasión, que no teníamos permitido ir al cine del pueblo, porque había un enfrentamiento entre el propietario y nuestra familia, por aquello de la competencia, además de cine, tenían también salón de baile como nosotros. Mi madre para paliar esta situación nos regaló un cine NIC sonoro, bueno eso de que era sonoro, lo decían las instrucciones, porque la realidad era muy otra.

El sonido se conseguía mediante placas, así se llamaban antes a los discos, el principio de transmisión del sonido de este aparato de cine era el mismo que el de una gramola que tenía mi abuelo Miguel y que, en otros tiempos, había amenizado a los parroquianos de su bar. La gramola y un billar americano, que también era de mi abuelo hoy serían piezas muy cotizadas como antigüedades, pero entre todos los nietos acabamos por estropearlas y las dejamos inservibles.

Las placas eran de pizarra y cada cinta de película venía con una, las cintas eran de papel con dibujos pintados que se animaban mediante una manivela que hacía girar, al mismo tiempo, la placa y la película. Mediante un artilugio que terminaba en una aguja como la de los tocadiscos, se pretendía que se escuchase el sonido. Se oían todas igual, tan igual de mal, que terminábamos por inventarnos el argumento.

La película que más nos gustaba era una donde unos ladrones robaban un caballo y para camuflarlo lo pintaban, luego resultaba que llovía y el caballo se desteñía y los ladrones eran arrestados.

El cine NYC en sonoro
con las placas de pizarra
aquel caballito pintado
por la lluvia denunciado
su robo por los macarras


Las noches de los domingos de invierno nos las pasábamos unas viendo películas en el cine Nic, otras yendo a casa de mi tía Juana. Íbamos todos menos mi padre, que se quedaba atendiendo el bar, no sentábamos alrededor de la mesa camilla al calor de brasero, solíamos jugar con mi prima Mena y mi primo Isaac a la Oca, mi tía Juana siempre tenía en la vitrina una botella llena de aguardiente con uvas verdes dentro, que eran especialmente gordas, nosotros las llamábamos de cogujón de gallo, creo que era porque no nos dejaban llamarlas como estáis pensando.

Otras noches tocaba ir a casa de mi tía Maria, y allí solíamos jugar al parchís, las casas de mi tía Maria y de mi tía Juana estaban en la calle Nueva, una enfrente de otra. Contigua a la de mi tía María, estaba la casa donde yo había nacido y vivido hasta los tres años, que fue cuando nos mudamos de una casa vieja de la calle Nueva a una casa nueva de la vieja Carretera.

Una vez terminada la visita de vuelta a casa nos arremolinábamos los seis hermanos, junto a mi madre, y ella nos echaba su abrigo por encima para quitarnos el frío, la gente decía mira la Pura parece una gallina clueca con sus pollitos, a mi madre no le disgustaba que la llamaran gallina clueca, al contrario, creo que le gustaba la comparación.

Hacía tanto frío que por las noches de invierno mi madre sacaba al patio, al sereno, un recipiente lleno de leche con azúcar, a la mañana siguiente estaba helado. Las temperaturas y el acondicionamiento de las casas no eran muy propicios para comer helados en invierno, pero como en verano, pocas veces podíamos permitir el lujo de comer helados, mejor era tenerlos en invierno que no tenerlos nunca.

Los primeros helados de corte que llegaron al pueblo eran los CAMAY, fue mi primo Justo Simón el que los trajo, los domingos no los vendía en el comercio, lo hacía donde vivía, que era la casa donde yo había nacido, costaba uno tres pesetas, como la paga que tenía asignada era de una peseta, me compraba uno cada tres semanas.

Por esta época llegó a Monroy un teniente de la guardia civil, que procedía del País Vasco, entonces Las Vascongadas, eran de Fuenterrabía, hoy Hondarribia, tenía tres hijos: Arsenio, Elías e Iñaqui, las primeras botas de fútbol que vi en mi vida eran las de Arsenio, los tacos eran de cuero y a mí me parecían el no va más

En los días de lluvia organizábamos partidos de fútbol, en la planta de arriba de casa de Iñaqui, en el sobrado, jugábamos con cajas de cerillas, las utilizábamos como si fuesen chapas, entonces las cajas de cerillas venían ilustradas con las caricaturas de los jugadores de fútbol de primera división, cada uno jugaba con los jugadores de su equipo favorito, los equipos más valorados por nosotros eran el Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid y Atleti de Bilbao.

En este tiempo casi todo el mundo utilizaba cerillas para encender los cigarrillos, por lo que no era difícil hacerse con todos los jugadores de un equipo. Los mecheros no eran de uso tan extendido como ahora, los había de mecha que eran utilizados por las personas mayores, también los había de gasolina, en el bar de mis padres había una máquina expendedora de gasolina para mecheros a diez céntimos la carga.

Eran muy simpáticos los tres hermanos vascos, el más gracioso era Elías siempre se estaba riendo y haciendo bromas, a su madre también la recuerdo con mucha simpatía y su padre, a pesar de lo que imponían entonces los guardias civiles, era también bastante afable, de vez en cuando subía a vernos jugar. Me llamaba poderosamente la atención la forma de hablar de toda la familia, me chocaba su acento, tan distinto al nuestro.

A propósito de cerillas, los sábados después de salir de clase, ya de noche, nos escondíamos a fumar detrás de las escuelas, en donde entonces había una peña muy grande. Normalmente fumábamos Peninsulares que eran los más baratos, eran unos cigarros con la cajetilla y el papel blanco, también fumábamos Ideales que eran igual de baratos y de malos. No hay que confundirlos, con otros que aunque en su etiqueta figurase la palabra Ideales en letras bien grandes, eran llamados, popularmente, Caldo Gallina, éstos lo fumaban liados la gente mayor con posibles, los menos pudientes fumaban picadura.

Entonces todo el mundo liaba sus pitillos, tenían su correspondiente petaca de cuero, donde guardaban el tabaco suelto y el librito de papel de fumar, de cada cigarro de Caldo Gallina, liaban dos tercios, dejando el tercio restante para el próximo. Los Ideales nuestros tenían el papel amarillo, tanto éstos como los Peninsulares eran sin boquillas y estaban tan apretados y tenían unas estacas tan grandes que no tiraban y se nos apagaban con frecuencia, creo que nosotros fuimos la primera generación que no supimos liar los cigarrillos.

Los cigarros y las cerillas los comprábamos sueltos en Casa de Tía Piedad, antes nos habíamos iniciados fumando los de anís, estaban hechos con paja de la planta del anís, venían cinco sujetos con una cinta de papel, costaban un real y picaban como demonios.

Recuerdo una vez que Eustasio trajo un paquete de cigarrillos rubios de la marca Jirafa, al parecer se le había caído a su tía Catalina en el suelo del estanco y a él se le olvidó devolverlo a la estantería. El paquete era más largo que el de Bisonte, que era el rubio nacional por excelencia, quien fumaba rubio era considerado un potentado, téngase en cuenta que por esta época todavía existían los colilleros, yo los he conocido, éstos iban con un bastón que tenia un pincho en la punta recogían las colillas que se encontraban por el suelo, luego las deshacían, liaban el tabaco resultante y se lo fumaban, entre los colilleros famosos de Cáceres estaban los hermanos Margallo.

Ni que decir tiene que los Jirafas nos sabían a gloria, nos sentíamos unos privilegiados, comparados con los duros e infumables Peninsulares e Ideales, estos nos parecían excelsos, el no va más.

No se me olvidará nunca el olor del primer Chesterfield que vi fumar, fue en el salón de baile de mis padres, quién lo fumaba, era un chico joven, Justo, creo que se llamaba, había tenido que emigrar como tantos otros, venia a pasar las fiestas de los toros. Sin lugar a dudas, que le había ido bien, porque, por entonces, fumar cigarrillos rubios americanos, no estaba al alcance de cualquiera.

Un día íbamos Eustasio y yo por el campo, era en las vacaciones de Navidad, nos gustaba mucho pasear y hablar de lo divino y de lo humano, habíamos comprado dos cigarros y cuatro cerillas en la pipera el pueblo, que ya he dicho que se llamaba Piedad. Hacia viento y las cerillas se nos apagaron, aparte de que no había nadie en el campo porque el tiempo era desapacible, aunque lo hubiese, tampoco le habríamos pedido lumbre, pues todos nos conocían y estaba rigurosamente prohibido fumar, hasta que no se hiciese la mili, delante de los mayores.

Cuando ya habíamos perdido toda esperanza, e implorábamos al cielo para que nos permitiese lograr encender los duros cigarros, Eustasio dio una patada desesperado a unas cenizas que había en el suelo y ¡Oh milagro, aún quedaban rescoldos! Era sin duda una señal divina, Dios se había apiadado de nosotros, no era tan fiero como nos lo pintaban.

A pesar de las privaciones y carencias que soportábamos, creo que entonces, como dice Serrat, en su canción, yo era feliz.

Siempre que recuerdo estos momentos vividos con Eustasio, y salvando las debidas distancias, no puedo evitar asociarlos e identificarme con Blasillo y su inseparable amigo, esos dos tiernos y entrañables personajes de los chistes de gran maestro del humor, Antonio Fraguas “Forges”. Le leo desde cuando publicaba en Informaciones, y los jóvenes de entonces teníamos a gala, como signo de progresía, llevar doblado bajo el brazo un ejemplar del periódico, del que era santo y seña el chiste de Forges.

En mi despacho tengo el honor de tener enmarcado, un chiste original suyo, publicado en Informaciones el día 12 de febrero de 1972, fue el único recuerdo que pudo recoger, Maribel de su paso por el tristemente desaparecido diario de la tarde.

Mi niñez
(Letra y música J. M. Serrat)
Tenía diez años y un gato
peludo, funámbulo y necio,
que me esperaba en los alambres del patio
a la vuelta del colegio.


Tenía un balcón con albahaca
y un ejército de botones
y un tren con vagones de lata
roto entre dos estaciones.

Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines
y una historia a quemar temblándome en la piel.

Era un bello jinete
sobre mi patinete,
burlando cada esquina
como una golondrina,
sin nada que olvidar
porque ayer aprendí a volar,
perdiendo el tiempo de cara al mar.

Tenía una casa sombría,
que madre vistió de ternura,
y una almohada que hablaba y sabía
de mi ambición de ser cura.

Tenía un canario amarillo
que sólo trinaba su pena
oyendo algún viejo organillo
o mi radio de galena.

Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,
una acequia, un establo y unas ruinas al sol.

Al viento los ombligos,
volaban cuatro amigos,
picados de viruela
y huérfanos de escuela,
robando uva y maíz,
chupando caña y regaliz.

Creo que entonces yo era feliz.

Tenía cuatro sacramentos
y un ángel de la guarda amigo
y un "Paris-Hollywood" prestado y mugriento
escondido entre mis libros.

Tenía una novia morena,
que abrió a la luna mis sentidos
jugando los juegos prohibidos
a la sombra de una higuera.

Crucé por la niñez imitando a mi hermano.
Descerrajando el viento y apedreando al sol.

Mi madre crió canas
pespunteando pijamas,
mi padre se hizo viejo
sin mirarse al espejo,
y mi hermano se fue
de casa, por primera vez.

Y ¿dónde, dónde fue mi niñez?