jueves, 27 de noviembre de 2008

LA PROVIDENCIA DE MI ABUELO


A mi abuelo Miguel, el único abuelo que conocí, le recuerdo siempre en el mismo sitio, sentado en la misma silla, alrededor de la misma mesa, dentro del bar de mis padres, mirando hacia fuera por la misma ventana donde veía pasar siempre a la misma gente.

Permanecía en su rincón desde que se levantaba hasta que se acostaba, allí desayunaba, comía y cenaba, solamente lo abandonaba para hacer sus necesidades al aire libre en el corral, en cuclillas. A su edad no era nada fácil mantener el equilibrio y más de una vez se cayó cuando estaba agachado y hubo que levantarle.

Todos los días, antes del almuerzo y de la cena, se bebía su ración de vino blanco, que se le servía en una botella, cuyo uso original era el de contener gaseosa de la fábrica, que había por entonces en Monroy, propiedad de Jacinto Flores. Gaseosa cuyo sabor no tenía nada que envidiar al de Seven- Up que se vende hoy fabricado por una gran multinacional.

Mi hermana Paqui era la encargada de ir a por las gaseosas a la fábrica, a veces la acompañaba yo, íbamos a por ellas en un burro y las transportábamos en las aguaderas de esparto.

Había en el bar de mis padres varios parroquianos de la edad de mi abuelo, que tenían también la costumbre de tomar el vino en botellas de gaseosas de cuarto de litro, pistola, decían ellos.

Mi abuelo llegó a Monroy proveniente, creo que del hospicio de Plasencia, fue adoptado por una familia que no tenía hijos, Torrente era el mote de su padre adoptivo, apodo que luego heredó él.

Hizo la mili en Marruecos, cuando aquella duraba tres años y había soldados de cuotas, esos a los que se refería la famosa canción que cantaban, todos los años llegado el sorteo, los quintos del pueblo, ésa que recomendaba resignación si alguno le tocaba África:

Si te toca te jodes
que te tienes que ir
que tu padre no tiene
seis mil reales pa ti.

No sabría precisar si le tocó la carnicería que fue la guerra con Marruecos y el celebre Desastre de Annual, que tan bien contó Ramón J. Sender en su gran novela Imán, donde relata con gran maestría lo dura, inútil, áspera y desoladora que fue aquella guerra, bueno, como todas las guerras, se destaca en esta novela la gran corrupción que imperaba en el ejército Español y el sufrimiento de los más de doscientos mil soldados que les tocó padecerla.

Luego a muchos de los que quedaron vivos de aquellos les tocó también pasar las penurias de la guerra del 36, fue sin duda una generación muy desgraciada.

Lo que único que recuerdo que contaba, sobre sus peripecias de la mili, era que la había hecho con El Gallo, aunque a mí me cuesta creer que el famoso torero Rafael Gómez El Gallo, hiciese la mili, pues éste sí que tenía los seis mil reales de los que hablaba la canción.

A este torero es al que se le atribuye la famosa frase: Lo que no pue ser, no pue ser, y además es imposible. O esta otra: Tiene que haber gente pa to. La soltó cuando le presentaron a Ortega y Gasset y le dijeron que era filosofo. Este torero, que al parecer era el que creó la escuela que luego siguieron Curro Romero y Rafael de Paula, también decía, que prefería una bronca a una cornada: Las broncas pasan, se las lleva el viento, las cornás me las quedo yo.

Mi abuelo se quedó viudo muy joven, con cuarenta y tantos años, a mediados de los años cincuenta partió su herencia entre sus tres hijas, aunque creo que se reservó algunas fincas para él, porque, mi madre le insistía que cuando muriera esas fincas me las debería dejar a mi para que pudiese estudiar una carrera, el siempre contestaba que sería en partes iguales para las tres hijas, que no podía hacer distingos.

Mi madre le decía que de acuerdo, que muy bien, pero entonces que se fuese también a vivir por turnos con las otras dos hijas, él se hacía el loco. Lo cierto fue que yo no heredé las fincas, y él si estuvo viviendo en mi casa, hasta que se murió en año 1965. Por entonces, mis hermanas Mena, Paqui y yo, vivíamos en Rentería con mi padre en casa de mi tía Ángeles. Mis hermanas y yo no asistimos a su entierro, si lo hicieron mi padre y mi tía Ángeles y su marido, Paco.

Yo estudiaba sentado al lado de mi abuelo en la misma mesa, dando la espalda a la ventana para no distraerme con la gente que pasaba. En el invierno al calor del brasero de picón, que era la principal fuente de calor, por no decir la única, que había entonces en el pueblo.

El brasero se colocaba sobre el agujero hecho al efecto en la tarimilla, en las mesas del bar no teníamos la acogedora bayeta, (faldas) que llevaban las mesas camillas de dentro de las casas.

A veces estudiaba en voz alta, pues creía que de esta manera me entraban mejor las lecciones. Recuerdo una mañana que estaba estudiando religión de cuarto, la lección trataba de demostrar la existencia de Dios, hablaba de perfecto orden que había en la naturaleza, ( los astros, los espacios, las plantas, las fuerzas físicas, las estaciones, los días, el hombre), para que reinara este orden no había más remedio que pensar que tenía que haber un ordenador, que no podía ser otro que Dios.

Mi abuelo, que casi nunca hablaba y permanecía siempre ensimismado, ese día al escuchar la lección de mis labios dijo:

Todo eso es mentira, Dios no existe.

¡Pero abuelo! Repliqué con vehemencia ¿Cómo no va a existir Dios? Todo este perfecto orden cósmico que existe, ¿Quién puede hacerlo posible?

Mi abuelo, con mucha tranquilidad respondió: No sé, será la providencia, pero no Díos

Lo de perfecto orden cósmico me sonaba muy bien y lo repetía sin cesar, no comprendía como mi abuelo y algunos parroquianos ponían en duda la existencia de Dios, con lo claro que estaba que tenía que haber un ser supremo que rigiera nuestros destinos.

Esta lección me la aprendí muy bien y la soltaba de carrerilla antes los asiduos parroquianos del bar, que casi todos asentían y alababan mi discurso, le decían a mi padre lo listo que yo era y que bien aprovechaba mis estudios.

Yo que tenía la madre más religiosa del mundo, resultaba que su padre era ateo, pobre abuelo Miguel, estabas condenado para siempre al infierno.

Claro que tienes que comprender, aunque creo que tu lo entendías, que un niño que estaba influenciado por esa atmósfera tan religiosa que se respiraba a su alrededor, no podía pensar de otra manera y considerar que su abuelo era poco menos que un monstruo.

Esa atmósfera que hacía que todo girase en relación con lo que la Santa Madre Iglesia ordenaba, y que la mayoría de las veces ordenaba o no las condenaba, cosas tan inhumanas que hacían la vida, ya de por sí llena de privaciones en aquella época, mucho más desgraciada, sobre todo a las mujeres.

Si alguna joven en edad de merecer tenía la desgracia de que se le muriese un ser muy allegado, por ejemplo el padre, la madre o un hermano, ya le habían arruinado la vida por una gran temporada, tenía que guardar luto riguroso durante cuatro años, no podía salir ni siquiera a pasear, no podía escuchar música, tenía que vestir de negro, no podían reír ni cantar porque estaba mal visto y lo más grave, aunque no sintiese pena, tenía que fingirla.

Costumbres como la de la petición de la patente, o piso, cuando alguna chica se hacía novia del algún chico de fuera, le obligaban a pagar a éste el tributo de tener que invitar en los bares a todos los jóvenes del pueblo y si se negaba ya estaba el lío servido.

O la de la famosas campanillás, que consistía en ir con cencerros a molestar e insultar a la viuda que se había vuelto a casar, curiosamente si era el viudo el que se casaba no se lo hacían.

La calificación moral de los espectáculos que se atribuía la Iglesia en exclusiva, cuando una película era calificada con 3R, mayores con reparos, las mujeres no asistían a la película. Que bien contado está en la excelente película Cinema Paradiso, cuando el cura cortaba las escenas de besos, esto sucedía en un pueblo italiano, pero allí también era la Iglesia Católica la que mandaba.

Estaba mal visto que las mujeres fumasen, que se pintasen en exceso, que se pusiesen pantalones, no podían ir solas a los bares, estaba hasta mal visto, incluso, que las chicas hablasen pronunciando las eses, se criticaba a las que estaban sirviendo en Madrid cuando venían al pueblo por finolis y si venían muy maquilladas y pintadas se las calificaba directamente y sin ningún recato de fulanas.

A la Iglesia las mujeres tenían que entrar con velo, en verano, si llevaban manga corta tenían que colocarse unos mangos hechos ex profeso para la ocasión. El luto, según el tiempo que hacía del óbito, tenía sus estadios, primero las mujeres tenían que llevar un manto entero, después medio manto, hasta que se llegaba al alivio de luto. A los hombres les bastaba con llevar un brazalete negro en la manga y corbata negra.

En el islamismo las costumbres actuales de esta religión musulmana son inmensamente machistas. De modo que esta religión autoriza a los hombres a tener varias mujeres y, sin embargo, las mujeres sólo pueden tener un hombre y encima tienen que compartirlo con otras mujeres ¡Vaya morro el del señor Mahoma!

Sus mujeres tienen que llevar velos, burkas y demás zarandajas, no pueden asistir a espectáculos, lo mismo que pasaba con nuestras mujeres hace menos de cincuenta años.

Ojalá, que dentro de cincuenta años, todos los países se encuentren con respecto a la religión, al menos, como estamos nosotros ahora, aunque sea en un estado aconfesional, y les quede algún que otro signo religioso en sus colegios, en su caso la media luna. sería un gran paso sobre todo de cara a la liberación de la mujer.

Aunque a algunos nos guste que los estados sean laicos y que la religión quede estrictamente para el ámbito privado, echando la vista atrás nos damos cuenta, que no es poco lo que hemos conseguido en estos años de democracia con respecto a las libertades de todo tipo y sobre todo las relacionadas con la libertad de la mujer, aunque, todavía quede mucho por hacer, los logros conseguidos han merecido la pena.

Y a ti, mi incomprendido abuelo Miguel, quién te iba a decir, que aquel niño que le sentó tan mal que no creyeses en Dios, aquel niño que rezaba todos los días con su madre el Rosario y se sabía todos los misterios: lunes y jueves los gozosos; miércoles y sábados los gloriosos; martes y viernes los dolorosos; que recitaba la letanía en latín de carrerilla, como un papagayo y que estuvo tentado de irse al seminario de Plasencia, hoy sea tan descreído como lo fuiste tú.

Y que ahora piensa, que el no creer en Dios no hace a nadie un monstruo, que a pesar de no creer y precisamente por ello, se puede ser bueno. Si no creemos en un ser superior, lo más importante que nos queda es el hombre y es pensando en su dignidad donde debemos basar nuestro comportamiento.

Me estoy acordando escribiendo ahora esto, de cuando a mi madre se la llevaron en una ambulancia a Cáceres con una gran hemorragia, debido a un aborto y tú, al ver que se la llevaban y que nadie te decía nada, te levantaste de tu rincón y te dirigiste al mostrador donde estaba despachando, yo tampoco sabía muy bien lo que le pasaba a mi madre, pero me pareció mucho más grave al ver que llorabas desconsoladamente, implorando que te dijésemos qué le pasaba a tu hija. Estaba presente nuestro asiduo parroquiano, el inefable Perche y a él como a mí, se nos saltaron las lágrimas. No abuelo, no eras un monstruo a pesar de no creer en Dios tenías sentimientos.

Precisamente el Perche era el que te preguntaba de vez en cuando, con sorna, cuanto te habías gastado invitando a una de las bailarinas, animadoras se les llamaba, que actuaban contratadas en las fiestas de los toros en el “concierto” de mediodía. Nunca supe si habías ligado o no, porque a mi madre le sentaba muy mal este episodio y le pedía al Perche que por favor se callase, pues no quería que yo lo oyese. Hoy pienso que llevando tantos años viudo, bien te merecías haber disfrutado un poco de aquella bailarina, por eso no hacías daño a nadie, pero eso era incomprensible en aquellos tiempos.

Pienso que la humanidad tiene derecho a sufrir en ésta vida lo menos posible, entre otras cosas, porque no hay otra donde poder resarcirnos y es en esta premisa en la que baso mi ética, en procurar que los que estén a mi lado sufran lo menos posible, no quiero hacer a los demás, lo que no quiero que hagan conmigo.

Creo que la dignidad del ser humano debe estar por encima de todas las cosas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero Andres, que todos estos tus,y a veces nuestros recuerdos, los estes archivando devidamente, pues tal vez algun dia podamos imprimirlos y publicarlos.
Son tus sentimientos,razonamientos
y expresiones,demasiado profundas, para alguien que estudió en la mesa de un bar de pueblo sentado junto a su abuelo.
Juanvi.

un loro dijo...

Vibrante, estemecedor y maravilloso relato el que acabo de leer. ¡Qué bien has hilvanado los recuerdos latentes de tu abuelo Miguel con sus respetables creencias y su interpretación en los tiempos que corren!
Sin conocer al hombre taciturno que, sentado en una mesa camilla, observaba el paso del mundo, del mismo mundo diario, como si se tratara de un delirio o preludio de lo que luego fue la película "Atrapado en el tiempo" con Bill Murray y su recurrente feliz día de la marmota; he llegado a hacerme una idea de él - aunque esto suene pretencioso - , de su aspecto o de sus pensamientos.
Te felicito por este valioso texto.
Un saludo

Andrés Gómez Ciriaco dijo...

Amigo Juanvi muchas gracias, pero no es para tanto. Cuando se estudia, si se estudia bien, da lo mismo donde se haga, a lo mejor incluso es mejor en un pueblo por aquello de la tranquilidad y el recogimiento y tampoco está mal hacerlo con un abuelo al lado, estoy seguro de que mi abuelo Miguel le gustaba que yo estudiase al suyo.

Muchas gracias Manuel Ángel, creo que exageras. Felicidades por tu blog y por el éxito que sé que tuvo tu obra de teatro, espero que nos sigas deleintándonos, aunque sea a través del ese Loro intrépido y repetidor natural de Alcollarín.