martes, 17 de noviembre de 2009

Cuando seas padre comerás huevos

Creo que fue 1962 el año que resultó del todo completo, se dieron bien los cereales, había salido la cosecha de a veinte, se decía. Fue también un buen año de corderos y la lana cotizaba todavía al alza, nunca vi a mi padre más contento con los resultados del año agrícola y ganadero.

Entonces se puso de moda las granjas de gallinas en explotación intensiva, se les dejaba la luz encendida por la noche para que produjeran más. A mis padres no se les ocurrió mejor idea que invertir los buenos resultados obtenidos en la cosecha en transformar el salón de baile en una granja de gallinas. Asesorados por unos técnicos de Ministerio de Agricultura adecuaron el salón para trescientas gallinas ponedoras de la marca Wilcos, las trajeron en un camión desde Valladolid, recuerdo que el que las trajo preguntaba que era lo que hacía tanta gente agachada debajo de los árboles.

La respuesta que le dieron de que la gente se encontraba en las viñas recogiendo la aceituna, al pobre vallisoletano no le debió quedar muy claro eso de que en las viñas se recogiesen aceitunas, tampoco debía tener mucho mundo el de Valladolid, pues mira que no saber que esos árboles eran olivos y que estos dan aceitunas. La gente se arrastraba literalmente, por el frío, rugoso e inhóspito suelo de las viñas para recoger las aceitunas desparramadas.

El último año que estuve en Monroy fui a recoger aceitunas junto con mis hermanas, Mena y Paqui, hasta entonces siempre las habían recogido gente contratada por mi padre. En mi vida lo he pasado peor, hacía frío, las manos se me quedaban heladas, me dolía el cuerpo de estar agachado, pero lo peor para mi autoestima, era que chicos de mi misma edad e incluso menores, me duplicaban en la cantidad de aceituna que recogían y además no se quejaban de que les doliese nada.

Yo le decía a mi padre que por qué antes de varear no se colocaban mantas alrededor del olivo y luego nada más que habría que separar las hojas, de esta forma se ahorraría un montón de tiempo en la tarea y no habría que estar agachado tanto tiempo, sólo sería necesario agacharse para recoger las que hubieran caído fuera de las mantas. Ahora vas a venir tú a cambiar las cosas, si se han hecho siempre así, por algo será, fue la respuesta de mi padre. No sé por qué no entraba esto en la cabeza de la gente, ahora casi todo el mundo recoge la cosecha extendiendo plásticos alrededor del olivo y el terreno se alisa, en lugar de tener surcos. Quizás ese algo fuese debido a que se tenía en más estima el valor de unas mantas que el valor de la mano de obra y es que ésta, entonces, era muy barata.

Debió funcionar muy bien la publicidad de los criadores de gallinas de granja ya que a toda Extremadura le dio por poner granjas de intensivas gallinas ponedoras, hasta el cura párroco, Don Abilio, puso una, y claro está, se cumplió una de las leyes fundamentales de la economía, y que fue una máxima que yo aprendí en carne propia, y que me vino muy bien para cuando estudié esta asignatura en ICADE. La máxima es que cuando la oferta es mayor que la demanda se produce deflación, dicho en términos más coloquiales, que si hay muchos que venden y pocos que compran los precios de las cosas bajan. Vamos lo contrario de la inflación. Se pusieron tantas granjas, que los huevos bajaron tanto que con el producto de su venta no se alcanzaba para pagar el pienso compuesto que se comían las gallinas, que, por cierto, sabía mucho a pescado.

Menuda diferencia entre el sabor de los huevos de las gallinas de corral y el de las de granja, yo pude contrastarlo y apreciarlo in situ. Debido a un principio de estrabismo que tuve y que mi madre achacó a flojera, todos los días a las once me zampaba dos huevos fritos.

Es verdad que con las granjas intensivas de producción hoy todo el mundo puede comer huevos y pollos, que por entonces eran un artículo de lujo e incluso han contribuido a una mejor alimentación y a que la talla de los españoles supere a la media europea, y hay que reconocer que hoy los piensos compuestos ya no saben a pescado, pero, donde se ponga el sabor de los huevos que dan las gallinas alimentadas con piensos naturales al aire libre y el de los pollos igualmente alimentados, que se quiten los sabores de los de granja.

Recordad que hay un refrán, machista donde los haya, afortunadamente hoy ya obsoleto, que dice: Cuando seas padre comerás huevos. Pues bien yo, sin ser padre y para envidia de mis hermanas, todos los días del año me comía dos huevos, por supuesto de las gallinas del corral. ¡Qué injusticia¡ Yo comiendo huevos y mis hermanas mirando. Claro que esto lo promovía otra mujer, mi madre, no toda la culpa del machismo hay que atribuírsela sólo a los hombres, las madres han contribuido también bastante a que fuera así, e incluso todavía hoy, las madres consienten que los hijos realicen menos tareas en la casa que las hijas.

Y esto no es nada bueno para la educación de los varones, la mujer está consiguiendo cada vez más cuotas de empleo y preparación que los hombres, así que los chicos cada día que pasa lo tienen peor, pues la mujer está alcanzando, e incluso en muchas profesiones, superando a los chicos, así que estos lo van a tener crudo.

¡Por favor, madres, por el bien de los hombres eduquen a sus hijos en las tareas de la casa! Ya que si no es así, éstos lo van a pasar realmente mal, pues las mujeres de hoy no los van a cuidar y tratar como lo hacían las de antes.

viernes, 6 de noviembre de 2009

San Manuel, bueno y mártir

Las vacaciones las recuerdo como mucha alegría, especialmente las de Navidad, venían los que estudiaban fuera en Cáceres, los más, algunos de Madrid y muy pocos de Salamanca. En mi casa teníamos futbolines y era cita obligada de los estudiantes. La idea de los futbolines había sido de mi madre que vio un anuncio en un periódico. Los futbolines eran de Talleres LASUNCION calle Marquesa de Árgüeso, Madrid. Aunque ahora dudo y quizás en la chapa pusiese La Asunción. El sesenta por ciento de la recaudación era para los de talleres propietarios y el cuarenta restante para nosotros.

De mi madre también fue la idea de poner los futbolines en una casa que tenía mi abuelo en la calle al lado de la posada, casa que hoy ya no existe. Allí en el zaguán se instalaron un futbolín y un juego de esos que tenían dos tablas a cada lado para parar y lanzar las bolas. La tarifa era una peseta para seis bolas. Algunos avispados limaban las monedas de dos reales para hacerla más fina y sacaban con ellas las mismas bolas por la mitad de precio.

Yo invitaba a veces a jugar y claro está no pagaba, abría el candado y sacaba las bolas, allí aprendí a jugar al futbolín y, aunque, tengo fama de ser un poco torpe de movimientos, lo hacía con bastante destreza y era de los que mejor jugaba, junto con Pepe Pondera, que ya era novio de Cristina, creo que ya eran novios cuando hicieron la primera comunión.

La vida me ha demostrado que cuando se practica y se ensaya uno llega a desarrollar aptitudes que parecen no tenerlas, eso mismo me ocurrió con la destreza que desarrollé con la sumadora cuando trabajaba en el departamento de contabilidad, entonces no existían ordenadores y todo había que hacerlo manualmente, ni siquiera había calculadora electrónicas eran mecánicas, teníamos un truco para ahorrar tiempo en las multiplicaciones, si poníamos como multiplicador la cantidad más larga la máquina tardaba menos en hacer la operación que si lo hacíamos al contrario.

A la casa de mi abuelo acudían todos los mozos del pueblo a jugar a los futbolines uno de los más asiduos era Julio Sierro (q.e.p.d.) ya era también novio de Puri.

Un día un chico mayor me quiso pegar dentro de la casa de los futbolines por llamarle, eufemísticamente hablando, poco hombre, lo que le llamé en realidad fue maricón, y se lo llamé no sólo yo, sino también todos los que fuimos a bañarnos esa tarde a la charca de la Era, él quiso vengarse, como era lógico, era mayor que nosotros y era muy fuerte, afortunadamente no quiso hacer demasiada leña de mí y creo que no llegó ni a pegarme, me amenazó con hacerlo si seguía insultándole, no me arredré y le hice frente, pero en honor a la verdad hay que decir que yo no estaba solo me defendieron Telesforo, Eustasio, Ángel de la Montaña, Marcelo y alguno más que ahora no recuerdo.

Qué crueldad la de entonces con el tema de la homosexualidad, yo no sé si realmente ese chico era o no era homosexual, lo que si sé, es que hoy, afortunadamente, pienso que el serlo no es ningún desdoro.

¿Qué culpa tengo yo de que a mí no me guste el queso? Y por ende: ¿Qué culpa tienen los homosexuales de que no les guste el sexo contrario? ¡Ah! ¿Qué no es lo mismo? Y quién decide que nos es lo mismo. Se dice que ser homosexual no es natural, pues miren lo natural es lo que ocurre en la naturaleza y es un hecho incontrovertible que hay gente a quien no le gusta el sexo contrario, lo mismo que existe gente a la que no nos gusta el queso y eso es natural porque está en la naturaleza. Si por el hecho de que a mi no me guste el queso pudiera estar estigmatizado de por vida, porque a alguien se le antojase que lo mío es una enfermedad y que soy un pervertido, diríamos, con razón, que eso es una barbaridad, pues es exactamente la misma barbaridad si se dice de los homosexuales.

Cuanta gente homosexual en los días aciagos del Nacional-Catolicismo ha tenido que sufrir lo indecible por estar estigmatizado, con un complejo de culpa que a mucho les has hecho infelices de por vida, a ellos, a sus padres y a la gente que les quería, algunos llegaban hasta el suicidio. Afortunadamente en los tiempos que corren esto se va superando y la sociedad va tolerando y aceptando que lo que haga cada uno con su cuerpo y su alma en el ámbito de su intimidad, mientras no violente a nadie, es cosa de él y de quien lo comparta.

Hoy pienso muy distinto de como pensaba entonces con respecto al tema de la intolerancia con los homosexuales, pero que otra cosa podía pensar entonces si el segundo libro que llegó a mis manos y el primero que leí se titulaba Te vas haciendo hombre. El primero había sido Moby Dick y no tuve mucho éxito en su lectura leí el prólogo y poco más, lo he leído hace poco y me ha causado gran placer, Herman Melville es un gran escritor.

El libro Te vas haciendo hombre me lo prestó mi primo Vidal, todavía está catalogado, la editorial es Ediciones Paulinas, aunque no sé si lo habrán revisado, espero que por el bien de los jóvenes de ahora que lo lean sí lo esté. En ese libro se encontraban perlas de este tenor: La masturbación reblandece la médula espinal y te puedes quedar ciego.

Hoy con la perspectiva que da el tiempo puedo asegurar que ha sido el libro que más influyó en mi adolescencia y el más nefasto de todos cuando haya leído a lo largo de mi vida, no se pueden decir más mentiras juntas y meter más miedo a unas pobres criaturas. El libro preconiza la castidad, el celibato y llegar virgen al matrimonio, preceptos imposibles de cumplir cuando los jóvenes son sanos, si no es a costa de perder muchas cosas en el camino, entre ellas la salud física y psíquica. Estos preceptos desquician y obsesionan a los sujetos que intentan de buena fe, como era mi caso, cumplirlos, y esto si que a mi se me antoja antinatural, pienso, que es a causa de estas prohibiciones de la Iglesia Católica, a lo que se debe el índice de pederastia tal alto que se da en esta institución.

Por la época que leí el libro e influenciado por Don Marcelo contemplé la posibilidad de ser cura e irme a estudiar en el seminario de Plasencia. Muchas veces me da por pensar que si hubiera sido cura y pensase como pienso ahora, hubiera sufrido un verdadero trauma al tener que tomar una decisión de dimitir de mi estado religioso. Pienso en tantos otros jóvenes de pueblo como yo, que en mis mismas circunstancias, optaron por hacerse sacerdotes y el desgarro que debió suponerles no sólo la crisis de fe en sí, sino el defraudar todas las expectativas que sus familiares y allegados habían depositado en ellos. Todos ellos eran pequeños cuando fueron reclutados, la mayoría en pueblos como el mío, casi todos hijos de labradores, que veían una salida airosa e importante para sus hijos, pues ser sacerdote era como estudiar una carrera que les salía gratis.

Pienso en mi madre que le hubiera hecho mucha ilusión, pues era muy religiosa, que hubiera sido sacerdote. Y pienso en el momento de tener que decirle que no, que yo ahora no creía en todo eso que me habían inculcado de pequeño, que difícilmente podía ser representante de un Dios en el que no creía en su existencia.

Claro, que a lo mejor, hubiera hecho lo que el protagonista de la extraordinaria novela de Unamuno: San Manuel Bueno. Mártir, que para no desosegarla y causarle sufrimiento me hubiese guardado mis dudas, aunque creo, que en el caso de Unamuno y en el mío, más que dudas de fe eran certezas de no tenerla, me hubiera llevado éstas conmigo a la tumba, como hizo el bueno de San Manuel y sin lugar a dudas hubiese sido un desgraciado, porque no hay mayor frustración que representar a alguien en el que no se cree.

viernes, 2 de octubre de 2009

Libertad condicionada de un alumno libre

Foto del Libro de Calificación cuando me matriculé de Reválida de cuarto.


Suspender dos asignaturas en septiembre de tercero de Bachillerato supuso un gran varapalo para mi autoestima, era la primera vez que empezaba un curso sin haber aprobado el anterior, pero, creo que en mi fuero interno, y a pesar de la inseguridad que me produjo el hecho de no ser capaz de sacar el curso, albergaba la esperanza de que si estudiaba, como había estudiado latín con Don Marcelo, los resultados serían mejores.

Y, efectivamente, así fue, me examiné un día de matemáticas y francés de tercero, y al día siguiente de todas las asignaturas de cuarto, tuve que esperar para entrar en el examen de matemáticas de cuarto, que siempre era la primera asignatura de la que nos examinábamos, a que llegara el profesor con la nota del examen del día anterior. Afortunadamente, saqué un ocho y recuerdo con agrado las palabras amables del Catedrático don Rodrigo Ávila, diciéndome: Ánimo chaval, ahora a por las de cuarto.

Francés lo aprobé con un cinco raspado, menos mal que en cuarto no había francés.

Y si, también aprobé las matemáticas de cuarto, me quedaron: Física y Química, Historia y Lengua, las aprobé en septiembre con un cinco raspado.

Y en septiembre venía, después de haber aprobado cuarto, el examen tan temido de la Reválida, se hacía en tres ejercicios, uno por grupo, se tenía en cuenta para la calificación final la nota media obtenida en los cursos, curiosamente aprobé los grupos donde tenía menor nota media: El grupo I.- Religión e Idioma moderno, y el grupo II.- Latín, Lengua y Literatura españolas, Geografía e Historia. Me quedó el grupo III.-Matemáticas, Física y Química y Ciencias Naturales, que era donde mejor media tenía debido, fundamentalmente, a las notas obtenidas en Matemáticas.

En el examen de Reválida nos examinábamos los alumnos que estudiábamos por libre junto con los de los colegios particulares. En el primer examen dejamos sobre el pupitre el libro de calificación abierto con nuestra fotografía y en el resto de ejercicios nos sentábamos en el mismo sitio. Vigilándonos estaban los profesores del Instituto el Brocense, pero también estaban los profesores de los colegios particulares. La verdad es que mucho control no había, éramos más de quinientos alumnos examinándonos y los profesores encargados del control, más que controlar lo que hacían era favorecer a sus alumnos soplándoles las preguntas.

A mí me tocó sentarme entre las alumnas de un colegio de monjas, creo que eran las Josefinas, y cuando éstas les chivaban a sus alumnas las preguntas, yo ponía la antena para captar algo. En el segundo ejercicio ya tenía familiaridad con las monjas y les preguntaba mis dudas como si fuese su alumno. Hubo una que me dijo: ¡Oye, que tú no eres de mi colegio, pregúntaselo a tu profesor! Respondí: A mi profesor no le han dejado entrar porque yo soy un alumno libre, pero creo que también soy hijo de Dios y que tengo el mismo derecho que sus alumnas a una ayudita. Le hizo gracia la cosa y desde ese momento me soplaba a mí las respuestas antes que a sus alumnas, luego les decía a ellas que me preguntaran a mis las dudas. Fue un acuerdo inteligente, ella no levantaba sospechas de ayudar a sus alumnas ante los demás profesores y yo me beneficiaba, en el buen sentido, de los conocimientos de la monja.

Es curioso, pero con lo tímido que he sido siempre, en estos lances perdía toda la vergüenza y mi comportamiento rayaba en el descaro, debía ser la lucha por la supervivencia, las notas eran muy importantes y no dudaba en arriesgarme para obtener el máximo provecho de la situación.

Tiene gracia lo de que yo era un alumno libre ¡vaya eufemismo! Éramos libres, porque nuestros padres no tenían dinero para que pudiésemos estudiar, no ya en un colegio de pago, no había dinero ni siquiera para estudiar en un Instituto, ya que había que pagar la estancia en Cáceres. Hoy en día esto no supone ningún impedimento se puede vivir en Monroy y estudiar en Cáceres, yendo y viniendo todos los días, entonces los alumnos que estudiaban en Cáceres sólo iban al pueblo en vacaciones, ni siquiera, venían los fines de semana.

La gran mayoría de la gente que ha estudiado en Monroy son maestros, y la razón es muy sencilla, en Extremadura no había Universidad, sólo estaba la Escuela de Magisterio. Yo también estuve a punto de estudiar para maestro, pero como el examen de Revalida lo realicé en septiembre y el plazo para matricularse de Magisterio terminaba antes, se permitía matricularse en éste antes de saber las notas de Reválida, matrícula condicional, creo que se llamaba, Don Juan Soria, solicitó en mi nombre la matrícula condicional y la denegaron porque tenia trece años, para estudiar Magisterio había que tener catorce años cumplidos.

Es posible que si no me hubieran denegado la matricula hoy sería maestro ¿quién sabe? Aunque, no sé si hubiera sido un buen maestro, Mi primera y única experiencia como profesor no fue muy halagüeña que digamos, Don Juan Soria tuvo un compromiso ineludible, y me pidió que diera un día la clase por él. Era imposible hacerse con la clase, yo tenía catorce años y claro está, no imponía ningún respeto, los chicos tenían dos o tres años menos que yo y todos me conocían. Alguien se me sublevó más de la cuenta y le amenacé con pegarle, ni siquiera le pegué, solamente le amagué. Pero por la tarde se acercó la madre, acusándome de que había pegado a su hijo, cuando le vi llegar con su madre, que era de armas tomar, me dieron ganas de saltar por la ventana.

Como pude le hice ver que yo no tenía nada contra su hijo, sino que mi intención era conseguir hacerme con la clase, ya que todos se habían soliviantado y no había forma de que entraran en razón y por eso amenacé a su hijo, pero que no le había llegado a tocar. Parece ser que la madre se apiadó de mí y no hubo mayor trascendencia, pero a mí se me quedó grabado para siempre lo difícil que es hacerse respetar si los demás no quieren hacerlo y máxime si estos son numerosos, pues terminan contagiándose unos de otros.


Sin duda el oficio de maestro es un gran oficio, pero requiere aparte de conocimientos, unas dotes de persuasión, entusiasmo y dedicación, que no están al alcance de cualquiera, no todo el mundo puede ser buen maestro, para serlo se necesita, aunque suene a tópico, vocación.

Mi amigo, Javier Recas, buen profesor, Catedrático de Filosofía en el Instituto Gran Capitán, dice que hubiera sido un excelente maestro, porque ha observado que todos los niños de la urbanización donde vivo en Madrid, me conocen y quieren jugar conmigo, sobre todo, cuando estoy dentro de la piscina en mi hora de ejercicios, a mí me gusta jugar con ellos y me lo paso muy bien, al mismo tiempo que realizo ejercicios al lanzarlos por los aires.


Tengo muchas dudas y muy pocas certezas en esta vida, y las pocas certezas que tengo no son para ser muy optimista, pero hay una que es muy importante para mí y que me hace seguir teniendo fe en el género humano, esta certeza es que los niños son los seres más importantes que hay en este mundo y que si se les da cariño ellos te corresponden sin condiciones.

miércoles, 29 de julio de 2009

LA ESCOPETA DE CRISPÍN


Cuando veo lo descarados que son los gorriones y también las palomas, que no se apartan aunque uno los espante, me acuerdo de la escopeta de Crispín y pienso que pronto se nos iban a quedar tan cerca si estuviésemos en el pueblo con las utensilios que usábamos entonces.

No sólo teníamos escopetas, bueno tampoco voy a exagerar, el único que tenia escopeta era Crispín, pero con una nos bastaba para mantener a raya a todos los pájaros del pueblo, me refiero a los que vuelan. Teníamos también tiradores y cepos, recuerdo aquellos cepos de cobre acerado, al que nada más comprarlos les quitamos la varilla metálica que traían para sujetar el engaño y la sustituíamos por un hilo al que atábamos, con mucho esmero, un grano de trigo, al que previamente, habíamos hecho un canalillo para que el hilo se incrustase.

Algunos reforzaban los cepos con un armazón de madera para darles mayor consistencia para que los pájaros no pudiesen alejarse mucho del lugar donde habían sido atrapados. Los cepos reforzados o no, se camuflaban deshaciendo sobre ellos con las manos los cagajones de los caballos y burros, que por aquel entonces abundaban mucho por todas las calles del pueblo.

Con los tiradores nunca vi a nadie que consiguiese dar a un pájaro, pero al menos los asustábamos. Ahora en el pueblo los árboles están repletos, fundamentalmente, de gorriones, que sobre todo al anochecer arman una auténtica algarabía. En nuestra época no les hubiésemos dejado que armasen tanto alboroto, hubiéramos mandado a todos las aves con la música a otra parte. Definitivamente, los pájaros de ahora son todos unos descarados. Claro, que esto es así porque se lo consentimos, si nos dejasen tener a Crispín y a mi un tirador, sólo para asustarlos, otro gallo cantaría, porque a los gallos, aunque sean aves si que los respetaríamos, ya que su canto forma parte de uno de los bellos atractivos de que gozan las mágicas noches del verano monroyego.

Ah, amigo Crispín, cuando voy al pueblo me preguntas si he visto que en Internet hablan de ti, de mí, de Eustasio y yo te pregunto que quién es el que escribe todo eso, me contestas que tú no lo has visto que te lo ha contado alguien y que es uno que firma con un apodo, yo me río para mis adentros y pienso que si de verdad no sabes que ese que firma con el alias Piezarza soy yo, no te lo voy a desvelar, pues de este modo pienso que contribuyo un poco más a la magia que se consigue, a veces, a través de Internet. Fíjate que he dicho alias (apodo, mote) no Alías que es tu segundo apellido y que tú con buen criterio crees que deriva de Alía, el pueblo que está próximo a Guadalupe, pero que yo, para hacerte rabiar, te digo que el pueblo es Alía sin ese y que también podría derivar de alias, claro que tú me dices que tu apellido lleva acento en la i.

Por cierto, el día de Santa Ana hubiera cumplido Eustasio sesenta años, e Isarique los mismos el día de Santiago, aunque igual es al revés, no estoy seguro.

Precisamente Eustasio, tú y yo, nos escapábamos con frecuencia y nos íbamos, unas veces, al Cabril en busca de nidos, otras, donde las pedreras a jugar con la grea y hacer muñecos de barro que secábamos al sol. En primavera, jugábamos con las espadas y flechas hechas con ramas de las higueras y escudos de cartón. En invierno, nos entreteníamos engañando a los charcos con los zancos que unas veces eran de leño y otras los hacíamos con botes de leche condensada y una cuerda.

Jugábamos a las chapas en los bordillos de las pocas aceras que había, a veces las chapas las aplastábamos y hacíamos platillos, simulando que eran monedas de curso legal con las que jugábamos contra la pared, como los mayores lo hacían con las perras chicas y las perras gordas, juego este que consistía en tirar la moneda contra la pared y luego tiraba otro y si quedaba a menos de una cuarta se quedaba con la dos monedas.

Nuestras escapadas al Cabril tenían consecuencias, al menos para mí, cuando alguien le decía a mi madre que nos había visto por allí, inmediatamente me castigaba a no salir el domingo siguiente, solamente me dejaba salir para ir a misa de ocho, siempre que mi madre nos castigaba nos hacía ir a la primera de la mañana. De modo que cuando íbamos a misa de ocho todo el pueblo se enteraba de que estábamos castigados, ésto me sentaba todavía peor que el castigo, la pregunta obligada que te hacían era ¿Andresin por qué te ha castigado esta vez? No bastaba con estar castigado, encima, se tenía que enterar todo el pueblo.

Mi madre me tenía rigurosamente prohibido ir al Cabril, pues era muy miedosa y le tenía pánico a que me pudiese caer por el acantilado denominado la Cisterna, eso y los riberos del Almonte en la carretera de Cáceres la traían a mal traer, para ella ir en coche por los riberos era una verdadera pesadilla.

Mi madre tenía una frase para justificar el castigo por ir al Cabril, decía: Para que llore yo lloras tú. Tenía también otra frase proverbial, cuando uno de nosotros estaba lloriqueando sin saber muy bien el porqué, te daba un cachete y decía: ¡Toma, para que llores por algo!

Ahora la que mejor define el talante de mi madre es una frase que ella decía cuando alguien se enzarzaba en disputas y rencillas sin sentido: Quien tenga educación que la ponga.

lunes, 27 de julio de 2009

LA CAÍDA DEL CARRO


A finales de los cincuenta y principio de los sesenta del siglo pasado, había pocos coches en el pueblo, podría hacerse un inventario con los dedos de una mano y sobrarían dedos, el primer coche que yo recuerdo era uno amarillo de los Blancos y que mi madre alquiló para ir con todos nosotros a la Virgen de la Montaña, parece ser que en cumplimiento de una promesa. Creo que era el único coche que había y era el taxi del pueblo. Fulgencio Blanco padre, a la cabeza, y sus tres hijos: Manolo, Andrés y Fulgencio eran los titulares de la linea regular de autobuses Monroy-Cáceres, recuerdo a la mítica camioneta "La Cirila" que, más de una vez, cuando llegaba a Monroy, más de uno intentábamos subirnos a las escalerillas que daban acceso a la baca repleta de maletas.

Después vino el coche de los Reales, uno negro con el que muchos domingos por la tarde iba acompañando a mi primo Vidal al Baldío de Ordóñez, lo conducía su tío Luis, llevando siempre de copiloto a mi tío Vidal. En invierno había que pasar un charco, seguramente sería un regato, pero a mí me parecía un arroyo y siempre me ponía nervioso pensando que el coche no pasaría y se quedaría en mitad del charco.

Anteriormente hubo otro de triste recuerdo, fue el de Sebastián García, a la sazón dueño consorte de la fábrica de harina, que alcanzó ésta su mayor apogeo gracias a la dirección de Sebastián. El coche con el que perdió la vida al volcar en el cruce de la carretera de Cáceres con la de Monroy, se decía que tenia muchos caballos. Mi madre contaba que esa tarde pocos minutos antes de accidente, al pasar a la altura de casa, él la saludó con la mano. Tenía entonces seis años pero esa tarde la recuerdo como una tarde trágica de un trágico domingo, hay que tener en cuenta que mi madre y su viuda Matilde, eran amigas inseparables desde la niñez y todos nosotros éramos amigos, respectivamente, de cada uno de sus hijos.

Luego vino el SEAT 1500 de los Blancos que sustituyó al amarillo, y que el día que lo compraron recuerdo a Fulgencio hijo enseñándoselo a su hermana Felipa y haciendo especial hincapié que tenia calefacción.

Reyes Blanco (q.e.p.d) primo de los otros Blancos, los titulares de la linea regular Monroy- Cáceres, se compró un coche para servicio público de segunda mano, creo que era un SEAT 1400, se pasaba todo el día arreglándolo enfrente de la casa de Tere su mujer, donde se fue a vivir cuando se casó con ella, la casa estaba por debajo de la Palma. Alrededor de su coche, practicando el deporte nacional por excelencia, que es el de ver trabajar a los demás, se creaba una tertulia muy animada en la que participaba siempre el Palmero, recuerdo la gran preocupación que había cuando la crisis de los mísiles en Cuba y el ultimátum que lanzó Kennedy a los rusos, las noticias que se manejaban en la tertulia no eran nada halagüeñas se temía por una guerra mundial de consecuencias muy trágicas pues Kennedy amenazó, o al menos yo lo entendí así, con lanzar la bomba atómica. Esto sucedía en octubre de 1962.

A mí que siempre me ha gustado mucho escuchar las conversaciones de los mayores aprovechaba la menor ocasión para acercarme y, aunque, nuestras familias estaban enfrentadas por aquello del baile y la competencia, a mí me podía más la curiosidad y pensaba para mis adentros que de todas formas en las rencillas de nuestras familias no teníamos culpa ni Reyes ni yo, afortunadamente el tiempo que todo lo cura y hace ver la cosa con otra perspectiva me ha reafirmado en esa primera impresión, la culpa de los padres no tienen por qué heredarlas los hijos.

Verbi gratia, esto también es aplicable al pecado original y a cualquier pecado que hayan cometido, tanto nuestros primeros, como nuestros últimos padres. Claro, que esto es también válido para las virtudes, los méritos de nuestros padres y antepasados no son los nuestros, cada uno tiene que ganarse los suyos, no se puede vivir de lo que hayan hecho nuestros ascendientes, uno, legítimamente debe sentirse orgulloso de su estirpe, pero eso es una cosa y otra muy distinta es pensar que uno tiene más mérito que otro por su ascendencia, el verdadero aristócrata es aquel que tiene en consideración y estima a todos los demás seres humano, y este rango, como el de la autoridad no se obtiene por herencia o imposición, sino que se lo tiene que ganar cada uno por su prestigio, calidad competencia, credibilidad y saber hacer.

Camiones, recuerdo que había uno, el que conducía Amable, que una vez nos llevó a recoger arena a un montón de chavales al arroyo de Talaván. Motos tampoco había muchas, la Guzzi de Juan Andrés, la Vespa de Fulgencio Blanco júnior y la Lambretta de Daniel Sierra.

Me viene a la memoria una camioneta que El Choto se compró y que debió ser de la guerra, sonaba como una carraca. Era idéntica a una que se compró mi padre nada más acabar la guerra y que en lugar de aprender a conducir, no se le ocurrió otra cosa que asociarse con su hermano Vidal, este tampoco aprendió a conducir, sino que contrataron un chofer, claro que el negocio no daba para tanto y tuvieron que malvender la camioneta.

Luego estaba la furgoneta de mis primos Justo y Jesús, y que alguna vez me dejaron ir con ellos en su DKV, a llevar gaseosa y cervezas a Santiago y a Hinojal. Un día dieron por la radio la noticia de que los dos hermanos de Monroy habían tenido un accidente con ella, afortunadamente no fue nada de importancia todo se quedó en un susto no hubo que lamentar desgracias personales solo un poco de chapa.

Estos, creo que eran todos los vehículos de tracción mecánica que había por entonces en el pueblo, había también tractores el de Juan Vicente Rosado y el de Castañita, estos también tenían máquinas cosechadoras, primero estuvo en solitario la de Juan Vicente y luego la de Castañita, aunque creo que la de éste era además segadora.

Sí había bastantes caballos, burros, carros de mulos y carretas de bueyes. El amigo Cipri me recuerda con frecuencia cuando yendo con él y su padre Rufino en su carro, por mi natural inquieto, me caí de cabeza y a punto estuvo la rueda de aprisionármela, gracias a que su padre pudo parar el carro en el último momento, mi cabeza quedo indemne y todo se quedó en un susto. Las ruedas que llevaban entonces los carros eran de madera recubierta su circunferencia con hierro.

Íbamos a por agua a la fuente, en burros, algunos a caballo, con las aguaderas de esparto y con la caldereta, rivalizamos entre nosotros a ver quien conseguía llenar antes los cuatro cántaros, desarrollamos tal habilidad en el manejo de la caldereta que conseguíamos de un solo impulso subir la cadereta llena de agua. En verano era muy divertido ir a por agua, no lo era tanto en invierno cuando el viento desparramaba el agua y nos empapaba la ropa y eran inevitables los persistentes sabañones. Las mujeres, siempre tan abnegadas, iban a por agua andando y muchas llevaban un cántaro sobre la cabeza y otro sobre la cadera.

Como nosotros teníamos bar y baile en las fiestas había que hacer gran acopio de agua, el encargado de esta tarea era yo, así que había días, sobre todo en las vísperas, que iban hasta cinco veces a por agua. Aunque nunca llegué a hacer tantos viajes como el amigo Ángel Lobato (q.e.p.d) que estaba empleado en casa de Juan Andrés el de la Guzzi y se pasaba todo el santo día trayendo cargas de agua desde una fuente propiedad de sus padres Emilio y Emilita hasta su casa de la plaza (a su padre apodado “Cartilla” le vimos inmediatamente después de poner fin a sus días colgado de un árbol varios niños del pueblo) La fuente que estaba en una cerca, la recuerdo muy parecida a la que está pintada en un cuadro de Antonio López Torres, tenía una mesa y las sillas de mampostería alrededor, esta fuente con la mesa y las sillas siempre se me ha antojado como el paradigma de la vida romántica, hasta me la imagino visitada al atardecer por esas mujeres y sus sombrillas magistralmente retratadas por Sorolla el pintor de la luz por antonomasia, aunque, algunos lo descalifiquen llamándole el pintor de la pincelada vil, a mi, sin embargo me encanta este pintor.

Al pobre de Juan Andrés nunca le conocí oficio ni beneficio, siempre iba montado en su Guzzi roja y el cigarrillo en los labios, su padre era el prototipo de señorito extremeño sin nada de que ocuparse y su hijo, Juan Andrés sin llegar a tanto, pues era más simpático acabó sus días recluido en su casa sin apenas salir, triste forma de vida la del padre y la del hijo, hoy me pregunto para qué querrían tantas cargas de agua, si sólo eran tres de familia.

Hace ya bastantes años cuando uno viajaba en el metro, escuchó una conversación entre dos señoras mayores que trabajaban de asistentas en las casas de La Castellana, le decía una a la otra: Son unas guarras, se refería a las señoras de la casa, mira si serán guarras que se tienen que duchar todos los días. Estas señoras asistentas debían ser de la escuela de mi mujer que me repite muchas veces, sobre todo, cuando cocino y mancho mucho, aunque luego lo limpie: No es más limpio quien mucho limpia, sino quien poco mancha.

viernes, 19 de junio de 2009

LA MAGIA DE INTERNET









Hace pocos días recibía un correo de Luis Melguizo, alguien le había dicho, que en la entrada de este blog titulada LOS DEL BABATEL se le mencionaba.

Pues bien, hoy Luis me ha enviado estas cuatro fotos:

En la foto del convite en la que están Emilio (médico natural de Garrovillas) María Luisa su mujer, la madre y el padre de Luis, en el fondo, en el centro de la fotografía, con el pelo blanco está mi padre y creo que de espaldas, mi madre. Es más, me atrevería a decir que los niños, el que está de espaldas es mi primo Vidal y creo que yo soy el que está a su izquierda, debió ser la boda de mi prima Mena con Cipri Rosado (q.e.p.d) que se celebró en el Casino y el catering lo sirvió el Hotel Jámec de Cáceres. Recuerdo que ese día hacía mucho calor y el abuelo de Juan Vicente Rosado, Bernabé, (en la foto con el pelo blanco a la derecha) se quejaba de que hasta el hielo estaba caliente.

La foto de los cinco niños está hecha en la plaza, de izquierda a derecha están: Luis Melguizo, Juan Vicente Rosado, Julián Melguizo, los otros dos niños no los identifico.

La foto de la moto el padre de Luis es el que está a la izquierda, los otros dos señores no los conozco, parece ser que está hecha en Talaván

La foto del niño y la niña, creo que son los hermanos de Luis: Julián Y Pilarín

Cazadora de velvetón


Cuando llegaba el verano gran parte de nuestra vida transcurría en la plaza. La plaza era nuestro ágora, el punto de encuentro de todos los niños del pueblo donde jugábamos sin desmayo al marro, a pídola, a los toros, a policías y ladrones, al verdugo, juego éste que daba nombre a ese hueso de las extremidades de los cerdos o corderos, que en otros sitios llaman taba y que no es otro que el astrágalo.

Los chicos nos jugábamos castigos o premios, en función de como cayera el hueso. Los castigos consentían en recibir un número determinado de cinturonazos El premio, no recuerdo muy bien cual era, parece ser que estaba en darlos.

Las chicas, más listas ellas, sólo se jugaban los botones, de los que hacían grandes acopios quitándoselos a las prendas obsoletas, aunque alguna, llevada por su celo acaparador, se los quitaba a los abrigos de sus hermanas mayores que acababan de estrenarlos.

La plaza la recuerdo amenizada las noches de los domingos por la música que salía de un único altavoz situado en la entrada del castillo, que era la entrada al cine de verano RECA. La música que emitían los del cine era, fundamentalmente, pasodobles, pero a mí me hacía sentir una atmósfera distinta a la de los demás días, la música servía de banda sonora a nuestros infantiles juegos, donde nuestro tiempo pasaba sin darnos cuenta de tanto como disfrutábamos jugando.

Algunas veces venía en el mes de agosto una tómbola, donde apenas podíamos comprar boletos, porque no teníamos dinero, y la verdad es que tampoco nos hacía mucha falta, nos conformábamos deleitándonos oyendo la música que sonaba a través de su, también, único altavoz.

Entre las canciones que amenizaban nuestras adolescentes vidas recuerdo la de Moliendo Café, Si yo tuviera un martillo, Cuando calienta el sol y algunas del Dúo Dinámico, como: Mari Carmen, Quince años tiene mi amor, Bailando twist, Oh Carol, Perdóname. Y sobre todas la de: “Hasta luego cocodrilo no pasaste de caimán”, canción ésta que se iba a convertir en recurrente y repetitiva no sólo de aquel verano, sino, también de algún invierno enfriador de ánimos, cuando uno pensaba que no iba a llegar a ser nada de provecho en esta vida. Nunca llegarás a nada, me reprochaba, eres un cocodrilo que no has pasado de caimán.

En esta época ya me había reconciliado con mi madre con respecto a la ropa, pues me había comprado unos pantalones largos de tergal grises, unos mocasines blancos y una camisa de Tervilor blanca, con ésta equipación para los días de fiestas me encontraba yo de lo más elegante. Atrás había quedado la ropa que me hacía y sus reincidentes zurcidos, por fin tenía pantalones largos hechos por el sastrino, así le decían en el pueblo al padre de los Canelada, que tenia la sastrería y la vivienda en la plaza, aunque creo que estos grises me los hizo Dionisio Gómez, el sastrino me hizo unos marrones también de tergal. Mi madre siempre procuraba dar trabajo a todos los del pueblo para que no se enfadasen y de paso, justo es también reconocerlo, para que ellos también visitasen nuestro negocio de bar y baile.

Aunque aborreciese la ropa que me hacía mi madre, más que por su corte y confección, por su pertinaz afan de aprovechamiento, tengo que reconocer, que me hizo una cazadora de velvetón marrón que era la admiración de mucha gente en el pueblo y sobre todo de mi madrina Ana, cuando estaba con mis padrinos en Valdefuentes, le gustaba ponérmela siempre, aunque hiciese calor y repetía cada vez que me la ponía: Qué cazadora más bonita te ha hecho tu madre, y la verdad es que ésta no tenía nada que envidiar a las de piel vuelta a las que he sido siempre tan aficionado, afición que han heredado mis cuatro hijos, todavía hoy, se pelean los cuatro por una que me compré cuando nació mi hijo David, va a hacer ya treinta y tres años y a la que ha habido que cambiarle varias veces el forro.

Esta cazadora la compré ¡cómo no! en el Corte Inglés de Preciados, porque era lo más perecido a la idea que yo tenía de como era la que me hizo mi madre, y qué mejor homenaje a la autodidacta modista autora de mis días y de mi cazadora, que el hecho de que mis cuatro hijos hayan querido tanto a la cazadora que me compré pensando en la que mi madre me había hecho y de la que me sentía tan orgulloso, aunque no fuese de piel vuelta, sino de pana lisa que parece terciopelo, esta es una de las definiciones que he encontrado de lo que era el velvetón, resistente material que soportó más de un teñido, por supuesto, realizado por mi madre.

También me había comprado mi madre un bañador azul, un meyba, marca reconocida mundialmente, en nuestro pueblo, desde luego, era reconocida por todo el mundo, sólo teníamos uno para todos los días de todos los veranos, se consideraba que un meyba era el no va más, claro es que era de nylon, (decíamos nilón, lo de pronuciar nailon era para los cursis) porque este material, como todo el mundo sabía, tenía propiedades mágicas.

Entonces ya gozaba de permiso paterno para ir a bañarme al río, ya había aprendido a nadar y conseguía atravesarme el tablazo, todo entero, así llamábamos al charco que se quedaba todo el verano con agua entre el molino de abajo y las “pasaeras”, no estaba hecho todavía el puente de la carretera de Trujillo. El conseguir nadar entero el tablazo te daba prestigio entre los chicos del pueblo.

Cuando se tienen trece años, ir a bañarse al río, un dorado y cálido atardecer de un día del verano monroyego, montado en una yegua blanca, comerse un bocadillo de jamón, bueno con más tocino que jamón ¡pero qué tocino! Después de haber nadado varias veces ida y vuelta el mítico tablazo, tumbarse en un trocito de césped a esperar que se secase el meyba, que por cierto se secaba rápidamente, tan rápido que uno podía ponerse los pantalones encima sin necesidad de quitárselos, fijar la mirada en el azul intenso del inmenso cielo, contemplar el vuelo de las aves mecidas por las térmicas formadas por un calmado aire, a la orilla de un río, si, lleno de piedras, pero uno se olvidaba de ellas, cuando miraba el cielo tan azul, recortado por el verde de los acebuches, en medio de una orilla transparente, cálida, sosegada y armónica de verano, es lo más parecido a la felicidad que uno puede obtener en este mundo, doy fe.

jueves, 30 de abril de 2009

A MODO DE REFLEXIÓN


Qué pena de egolatría
que nos hace ser crueles,
nos empuja sin medida
a dañar a los que quieres.

Qué pena de hipocresía
que nos hace tan correctos
nos lleva a representar
lo que no sentimos dentro.

Qué pena de suspicacia
que nos hace desconfiar
nos lleva a tergiversar
lo que el otro está diciendo.

Qué pena de envidia
nos ofusca la mente
nos amarga la vida
nos maltrata inútilmente

Tomar partido sin condición
nos hace ser hemipléjicos
solo vemos una parte
la otra mitad no la vemos.

Andrés Gómez Ciriaco

jueves, 19 de marzo de 2009

EL ESFÉRICO


Todos los días del año, hiciese frío o calor, como dice la canción que Carlos Cano les dedicó a las luchadoras madres argentinas de la Plaza de Mayo, jugábamos al fútbol. Al principio solíamos ir un cuarto de hora antes de entrar en clase, pero, poco a poco, fuimos anticipando el tiempo de llegada a la escuela. En cuanto los chicos de la Nacional terminaban el recreo, allí estábamos nosotros en la plazuela que había entre las casas de los maestros y las escuelas dándoles patadas a un balón.

Por la tarde íbamos media hora antes para seguir dándole más patadas al esférico. Es curioso lo de llamar esférico al balón, se aceptó con toda naturalidad, esto fue inculcado por los cronistas deportivos y en gran medida se debió a Antonio Valencia, que escribía en Marca, y presumía de culturizar al pueblo mediante sus crónicas.

Palabras como esférico, cancerbero, ariete, elástica, “Pérfida Albión” (término despectivo referido a la selección Inglesa, aunque mal empleado porque Albión alude a Gran Bretaña) eran usadas y acogidas con toda naturalidad por el pueblo llano. Si el uso hubiera sido propiciado por periodistas de ahora los tacharíamos, sin lugar a dudas, de cursis redomados, pero era tiempos donde la libertad de expresión brillaba por su ausencia, y quizás por ello, la única libertad que se permitían era la de expresarse retóricamente.

Al principio nuestros esféricos eran de goma, eran como las pelotas con las que jugaban las chicas. A instancias de don Juan Soria, entre todos los estudiantes, pusimos dinero y compramos un balón, que aunque no era de cuero, eso hubiera sido un verdadero lujo, no estaban entonces las economías para despilfarros, el balón era de plástico, creo que era de waterpolo, pero para nosotros, comparado con las pelotas de goma, era el no va más.

Don Juan se percató de que cada vez íbamos antes a jugar al fútbol, y un mal día se enfadó y nos confiscó el balón, quedando éste depositado, dentro de la papelera que estaba al lado de su mesa, hasta nueva orden.

Cuando don Juan terminaba de dar la clase a los alumnos de la Escuela Nacional, se dirigía hacia su casa, que estaba enfrente, para hacer un receso, después volvía al mismo aula para darnos clases particulares a los que estudiábamos bachillerato. Todos los días, todos le esperábamos a la salida, implorándole que nos dejase coger el balón y todas las veces obteníamos la misma respuesta:

¡No, hasta que no estudiéis todos más, no habrá balón!

Ahora, lo que terminó de encorajinarme, fue ver a los chicos de la Escuela Nacional durante el recreo, jugando con nuestro esférico, me interpuse entre ellos y éste, pidiéndoles explicaciones del porqué jugaban con un bien que no era suyo, ellos argüían que se lo había dejado Don Juan y que iban a seguir jugando. Si eh, eso ya lo veremos. Le pegué tal patada al balón que lo “encajé” (así decíamos en nuestro argot) en el tejado del corral de Jacinto Flores.

Y claro llegué a la hora de clase enfadadísimo, dispuesto a armarla, les solté esta arenga a los demás copropietarios:

No podemos consentir que nadie juegue con nuestro balón. O sea, que a nosotros que lo hemos pagado no nos deja jugar y en cambio, se lo deja a los otros que no han puesto un duro, es toda una provocación en regla, no hay derecho. Puedo tolerar que nos lo haya confiscado, pero de ninguna manera, que se lo deje a otros, él no tiene ningún derecho a hacerlo, el balón no es suyo. Bajo mi responsabilidad voy a coger el balón de la papelera y el que quiera jugar que juegue, además, el balón debe quedar bajo nuestra custodia ya que es nuestro y no de Don Juan.

Mi primo Vidal, siempre tan diplomático, dijo que esperase antes de cogerlo por las bravas, que iba a negociar con Don Juan para que nos lo dejase por las buenas, yo no estaba muy de acuerdo con pedirle permiso, porque si no nos lo daba, estando yo dispuesto, como estaba a desobedecerle, la desobediencia se haría más patente al habérselo pedido.

Vidal obtuvo la misma respuesta de siempre: ¡No, hasta que no estudiéis todos más, no habrá balón!

¡Hasta que no estudiéis todos más! ¿Qué culpa tengo yo si los demás no estudian? Lo justo es que se castigue al que no estudie, pero no a todos, por esta regla de tres nunca tendríamos balón, pues siempre habría alguien que no hubiera estudiado lo suficiente. Así que, no aguanté más y sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo entré en clase cogí el balón y todos, sin ninguna excepción, jugamos un partido.

Los castigos, como he contado cuando le tocó a Eustasio, eran ejemplarizantes, don Juan nada más salir de su casa y ver que estábamos jugando con nuestro balón, nos reunió a todos, incluido las chicas, en sesión plenaria y solemne.

La pregunta era obligada: ¿Quién ha cogido el balón? Sin dudarlo un momento, me levanté retador y dije: He sido yo. Tampoco don Juan dudó mucho en quitarse el cinturón y darme unos cuantos correazos por detrás de mis desprotegidas piernas a la altura de los muslos, fue una soberana paliza.
A pesar de la humillación que supone siempre un castigo físico, además, agravado en este caso al hacerlo delante de todos tus compañeros, la verdad es que, en mi fuero interno, salí reforzado, pues me había sentido respaldado en mi decisión por todos los compañeros sin ninguna excepción, todos habían jugado y todos estaban dispuestos a no dejar más el balón a la custodia del maestro.
Este episodio iba a tener repercusión en mi comportamiento futuro y fue el causante de haber obtenido los peores resultados, de toda mi vida académica, en junio, suspendí tres asignaturas: matemáticas, latín y francés. En septiembre, me volvieron a quedar las matemáticas y el francés, aprobé latín solamente, eso si, con sobresaliente, pero he de reconocer que tercero fue un mal curso.

Es muy sintomático que aprobase latín con muy buena nota, y sin embargo, las matemáticas, que siempre se me habían dado muy bien, volviera a suspenderlas en septiembre. Sin duda, influyó mucho en estos malos resultados mi rebeldía a raíz del castigo que me infligió Don Juan y quizás fuese una manera de vengarme de él.

Por otro lado, no consideraba injusto el castigo en sí, sino, más bien el hecho, para mi mucho más grave, de requisarnos un bien que era nuestro y dárselo a otros, a fin y al cabo, el castigo por desobediencia, tal vez, si me lo tenía merecido.

De todas formas, justo es decir, que de latín se ocupó de darnos clase Don Marcelo Blázquez Rodrigo, el coadjutor polivalente y entusiasta que tanto hizo por la juventud de Monroy. La verdad es que nunca he estudiado más que entonces, don Marcelo nos ataba corto y nos ponía tal cantidad de deberes, que nos hacia dedicarle mucho tiempo a su asignatura, el resultado fue premiado con un sobresaliente, que para un alumno que estudiaba por libre era toda una hazaña.
Pero a mí, lo que me dejó muy tocado, fue suspender las matemáticas en segunda convocatoria, lo consideraba un fracaso, que no aliviaba de ninguna manera el sobresaliente del latín.
En esta época me recuerdo en permanente estado de rebeldía, quizás no sólo fuese por el episodio del balón, sino también por los efectos lógicos del paso de niñez a la pubertad, estaba a punto de cumplir trece años, una edad sin duda convulsa y decisiva en la trayectoria de todo ser humano.
En nuestra rebeldía sin causa aparente, llegábamos con nuestros tirachinas, (tiradores para nosotros) a romper sin ton ni son las bombillas del alumbrado público de las calles. Si veíamos un gato lo perseguíamos sin desmayo y le propinábamos una sarta de tiros de piedras, sin importarnos donde el gato se escondía, hubo algún caso, en el que el gato trataba de refugiarse entre la gente que estaba sentada a la puerta de sus casas, pero esto no nos arredraba y seguíamos propinándole pedradas al gato sin importarnos el que pudiéramos lastimar a la gente que estaba sentada tranquilamente tomando el fresco, eran tantas las prohibiciones que se nos imponían, que quizás por eso llegábamos a desahogarnos de esta manera tan poco civilizada.
Lo bueno de todo esto es que tanto Don Juan, como yo, rectificamos a tiempo, y tácitamente llegamos a un acuerdo de no agresión, cedimos en nuestro pulso particular, él bajó el listón en la disciplina, creando un ambiente más distendido en clase, y consiguió que superara el bache de las malas notas, estimulado por los resultados obtenidos en la asignatura de latín, me di cuenta de que si uno estudiaba todos los días, los buenos resultados sin duda llegarían.
Y creo, que aprendimos también, que todos los extremos son malos, que tan malo es el exceso de permisividad, la falta de autoridad y de respeto, como ocurre hoy en día en las relaciones alumno profesor, ni tampoco era bueno la represión y exceso de disciplina que imperaba entonces. En el término medio está la virtud.

(La tercera entrada que hice en este blog fue una poesía que la titulé El Balón, pinchad aquí para leerla.)

martes, 3 de marzo de 2009

LAS MUJERES Y SUS ¿FRÁGILES CABEZAS?

Fotografía de Josip Cigonovic

El entorno donde hemos crecido determina en gran medida nuestro carácter, es muy importante para el desarrollo emocional del niño crecer en un ambiente protector y de cariño para que éste se sienta seguro y confiado y pueda desarrollar su aprendizaje sin traumas, pero, creo que también tiene gran influencia en el desarrollo futuro del niño el contacto diario con la naturaleza.

Los que hemos tenido la suerte de crecer con la naturaleza de nuestro lado, ésta llega a formar parte indisociable de nosotros y nos condiciona y nos marca de tal manera, que cuando no la tenemos cerca, la echamos mucho de menos.

Entre los recuerdos de mi infancia, se encuentra en un lugar privilegiado, cuando mi padre me llevaba con él montado en su caballo y yo trataba de abarcarle con mis brazos, y casi no podía, y me refugiaba del mundo apoyando mi cabeza sobre su ancha y confortable espalda.

Recuerdo también muy especialmente, una mañana que fui con él a llevar las vacas con sus crías a la cerca, heredada por mi madre, de las callejas Montosas, los terneritos saltaban y brincaban, era un día espléndido, el campo estaba verde, debía ser que era ya primavera en Monroy, mi padre se sentía feliz y dichoso, había dejado atrás el mal humor de los días grises del pesado y crudo invierno, cuando puesto en pie se pasaba las horas muertas mirando llover a través de la ventana y se lamentaba clamando al cielo de que era demasiada la lluvia que caía sobre ya el encharcado suelo.

Otras veces era al contrario, juraba en arameo por la pertinaz sequía, el suelo necesitaba que el cielo se abriera dejando caer la lluvia que haría que creciese la hierba, el trigo, la cebada, y ahorrarse el pienso para dar de comer a las ovejas y vacas, o protestaba porque hacia demasiado frío y por las noches se morirían los borreguitos recién nacidos, en definitiva, que hacia verdad el refrán de que nunca llueve a gusto de todos, haciendo patente en mi fuero interno el dicho que recoge Serrat en una preciosa canción:

Por la mañana rocío
Al mediodía calor.
Por la tarde los mosquitos
No quiero ser labrador.

Ese día, cuando los terneros saltaban y brincaban, un señor mayor que era pastor, Sandalio, creo que se llamaba, andaba por allí con sus ovejas. Los corderitos, al igual con los terneros, también saludaban a la primavera pegando brincos, aunque estos eran más y también más disciplinados, pues jugueteaban y corrían todos juntos hacia un mismo lado, y luego volvían en sentido contrario todos al unísono, parecían, más que animales, niños felices jugando al escondite.

Sandalio se acercó a hablar con mi padre y me preguntó cuántos hermanos éramos, aunque él me lo preguntó a su manera, me dijo ¿Cuántos hermanos seis? Respondí: Seis. Pero para que no pareciera que me estaba burlando de él recriminándole que no se decía “seís”, sino, sois y que entendiera que realmente éramos seis hermanos, me apresté a matizar, que muy pronto íbamos a ser siete, porque mi madre estaba esperando a la cigüeña.

Y fue pocos días después, concretamente un 29 de abril de 1962, domingo y víspera del Lunes Albillo, cuando nació mi hermano Miguel Ángel, la noticia de su nacimiento se la di yo a mi padre, estaba pesando los borregos que había vendido y sin saber muy bien en que lugar se encontraba del Término, guiado por la intuición y la suerte di con él, y al verle desde lejos le grité: Hemos tenido un niño. Aunque nada más verme el ya se imaginó la noticia que iba a darle.

Miguel Ángel es el único de los siete hermanos que no nació en su casa del pueblo, nació en Cáceres en el Sanatorio de Don Andrés Meral.

Me hizo mucha ilusión que le pusieran Miguel Ángel, creo que algo tuve que ver en la elección de su nombre, pues estaba estudiando por entonces el Renacimiento y su nueva concepción del mundo, con el humanismo como bandera, quedé impresionado por las figuras de Miguel Ángel Buonaroti y Leonardo da Vinci, y desde entonces he sido un firme defensor de este movimiento, que junto con la Revolución Francesa y su Enciclopedia, han sido para mí, los hitos más importantes en la historia de la humanidad.

En ésta primavera de 1962 fue también cuando mi padre compró la televisión, una Philips negra, con una antena grandísima, que costó treinta mil pesetas, una barbaridad, si tenemos en cuenta qué poco más era lo que costaba un motocarro.

La televisión llegó al pueblo, junto con otras dos que también las habían comprado propietarios de bares, El Lobino y Tio Panta.

Al principio de la llegado de la televisión, ésta se veía de forma multitudinaria, de hecho, al principio la pusimos en el salón de baile, se hizo ex profeso una repisa en alto y se colocaban las sillas en fila y aunque no se cobraba entrada, había que consumir algo para verla.

Los niños solían consumir polos hechos por mi madre en el congelador del frigorífico, a peseta la unidad, los polos eran de vainilla o de esencia de limón, no había más variedad, pero esto constituía toda una novedad, la llegada de la televisión coincidió con la llegada del frigorífico y aunque éste no era muy potente para un bar, al menos servía para hacer los polos y enfriar, un poco mejor que lo hacía el pozo, las botellas de refrescos y las cervezas, que por cierto entonces no se consumían mucho.

Cuando salí del pueblo septiembre de 1964, aún no había llegado la Coca-cola, recuerdo que el primer refresco de cola que me tomé fue una Pepsi, fue en el Salto de Torrejón, cuando fuimos de excursión organizada por Don Marcelo, en pleno mes de agosto, a Monfragüe, estaba entonces en construcción el embalse de triste recuerdo, pues al año siguiente hubo un accidente que costó la vida a cientos de personas, entre las que se encontraban gente de Monroy.

Había un poblado con casas construidas para los ingenieros de Hidroeléctrica y tenían un bar con todos los adelantos de la época, tenían hasta máquinas expendedoras de bebida, y allí fue, con una temperatura de más de cuarenta grados a la sombra, donde me bebí mi primera Pepsi-Cola bien fría, que me supo a gloria, aunque luego no haya sido muy aficionado a las bebidas de cola, para eso está mi hijo Gonzalo que bebe Coca-Cola por todos los de la familia.


Antes de la llegada del frigorífico las bebidas se enfriaban con hielo, con barras que se compraban en Cáceres y que parecían vigas por su gran tamaño, recuerdo que para que soportasen las grandes temperaturas y aguantasen sin deshacerse se introducían entre la paja dentro del pajar.

Luego hubo fábrica de hielo en Monroy, la puso José Camarero, pero aunque había fábrica, el hielo sólo se compraba para los domingos y las fiestas, el resto de los días, por lo menos en mi casa, se metían las bebidas en el pozo con un procedimiento muy rudimentario, en un cubo grande, más bien era un bidón pequeño, al que previamente se le había agujereado se introducían las botellas hasta lo mas profundo del mismo, ni siquiera había una polea para elevar el cubo cargado de botellas, había que subirlo a pulso y claro está, más de una vez, debido a su gran peso, a mí se me resbalaba y al impactar el cubo con el agua algunas botellas salían despedidas cayendo dentro del pozo.

Menos mal que entonces la gente bebía muy pocos refrescos y cervezas, casi todo el mundo en el pueblo bebía vino, bueno lo bebían los hombres, pues las mujeres no pisaban los bares a diario, si acaso, y no todas, sólo en las fiestas importantes.

Imaginaros la situación, cada vez que alguien pedía una cerveza, o un refresco, Citrania era el de la época, había que salir al corral donde estaba el pozo, había que subir el cubo, sacar la botella, reponer otra y bajar el cubo, todo este trabajo para servir una cerveza, que siendo muy generoso podríamos decir que estaba fresca, nunca fría. En su maravilloso libro, Viaje a la Alcarría, Cela cuenta que en algún pueblo de los que visitó enfriaban las bebidas en el pozo.

En el caluroso verano extremeño, mi madre se las ingeniaba poniendo a las botellas de vino fundas de bayeta a las que empapaba previamente en agua, por la tarde las colocaba en el pasillo donde se generaba una corriente de aire al abrir, al mismo tiempo, la puerta de la calle y la puerta que daba al corral, de esta manera al llegar la noche el vino estaba fresco y los parroquianos se lo agradecían.

Creo que era la víspera del 18 de julio cuando la fábrica de hielo de José Camarero se averió, entonces mi padre decidió que había que ir a por hielo a Talaván, como yo tenía doce años, pensó que era demasiado pequeño para que fuese solo, así que me acompañó Dionisio Chiola.

Sobre las cuatro de la tarde, con un sol de justicia Dionisio y yo, montado cada uno en un caballo, salimos rumbo hacía Talaván. Al llegar a la altura de la Cruz de los Caídos, vimos apostados a la sombra de una encina, sentados sobre la pared de la cerca, que estaba enfrente, a la pareja de la Guardia Civil, nosotros íbamos por nuestra derecha uno detrás de otro, pero en ese momento al ver a la Guardia Civil me puse nervioso y me asaltó la duda, a ver, los peatones tienen que ir por su izquierda, y los vehículos por la derecha, pero, los caballos que no son personas ni tampoco vehículos ¿Por dónde narices tienen que ir?

Y fue en el justo momento que llegábamos a la altura de los dos guardias civiles, cuando decidí que los caballos se parecían más a las personas que a los vehículos y me cambié hacia la izquierda, Dionisio me siguió, el resultado de esta equivocación fue que nos multaron con doscientas cincuenta pesetas.

Es cierto que el desconocimiento de las leyes no te exime de su cumplimiento, pero me parece demasiado castigo que yendo, como íbamos, por el buen camino, nunca mejor dicho, lo lógico hubiera sido que los guardias nos hubieran advertido de que íbamos bien, era justo a su altura cuando nos cambiamos. Pero no, los muy ca...., esperaron a que cometiéramos la infracción para multarnos, unos de los guardias se apellidaba Bosnadiego, después de este episodio quedó bautizado por todos los muchachos del pueblo como “Burrodiego”.

Lo bueno fue, que cuando llegamos de Talaván con el hielo, mi padre había comprado un frigorífico que estaba ya funcionando en el bar, además, ya sabía también lo de la multa. Parece ser, que tío Nicasio que estaba por allí como testigo mudo y camuflado, le había contado muy indignado lo de la multa, haciendo hincapié de que nosotros hasta llegar donde los guardias íbamos por la derecha, que sin lugar a dudas, y más en aquellos tiempos, era por donde se debía ir.

Pero, si mal me sentó que la guardia civil me sancionase en lugar de corregirme y que volviera por el buen camino, peor, me pareció siempre, que a las pobres mujeres que iban a por agua con un cántaro a la cabeza y otro sobre la cadera, encima las multasen con 25 pesetas por ir, por donde les correspondía a los caballos, es decir por la derecha.

Y a propósito de los cántaros sobre la cabeza, el otro día leí un atinado artículo de mi admirado Manuel Rivas, en el que hacia notar que los hombres en España nunca han llevado cosas sobre la cabeza, sin embargo, las abnegadas mujeres siempre han usado ésta para llevar desde leña, hasta cestos de ropa, desde cántaros de leche, hasta cántaros de agua ¿Por qué será?

Cómo muy bien apunta, Manuel Rivas, a mí también me lo parece que lo hacen para tener las manos libres por si se tercia, que por cierto, se terciaba casi siempre, atender a sus criaturas.


¡Ay! Fuente de la Amapola
donde iban las lavanderas
a cuestas con sus tristezas
y rebosantes cestos de ropa
sobre sus frágiles cabezas....

A POR AGUA A LA FUENTE

Sobre una jaca alazana
ibas a por agua a la fuente
a la Fuente La Juntana.
No había agua corriente.

Yo iba a la fuente del Huerto
sobre una yegua blanca
En invierno a la República
En el verano a Las Guapas.

Una mano en la cadera
Las aguaderas de esparto
Cuatro cántaros de barro
de corcho sus tapaderas

Humilde soga de caldereta
Esparto embebido en agua
tu aroma de paja mojada
tu olor de hierba reseca
lo asocio todas las veces
a los aires de mi tierra.

Las mocitas sin pereza
con equilibrio van andando
Un cántaro sobre su cabeza
otro sobre su bonito regazo.

Donaire, garbo y salero
acompañados de gracia
caminan por el sendero

La Guardia Civil aguarda
escondida entre los setos
la Guardia Civil amarga
a las muchachas sus gestos

Quieren ponerles multas
a pesar de ir sin resuello
Quieren que vayan juntas
por donde decidan ellos.

A la fuente del Manantío
Guardias Civiles no irán
los sueños, el libre albedrío,

jamás detener podrán.