jueves, 19 de marzo de 2009

EL ESFÉRICO


Todos los días del año, hiciese frío o calor, como dice la canción que Carlos Cano les dedicó a las luchadoras madres argentinas de la Plaza de Mayo, jugábamos al fútbol. Al principio solíamos ir un cuarto de hora antes de entrar en clase, pero, poco a poco, fuimos anticipando el tiempo de llegada a la escuela. En cuanto los chicos de la Nacional terminaban el recreo, allí estábamos nosotros en la plazuela que había entre las casas de los maestros y las escuelas dándoles patadas a un balón.

Por la tarde íbamos media hora antes para seguir dándole más patadas al esférico. Es curioso lo de llamar esférico al balón, se aceptó con toda naturalidad, esto fue inculcado por los cronistas deportivos y en gran medida se debió a Antonio Valencia, que escribía en Marca, y presumía de culturizar al pueblo mediante sus crónicas.

Palabras como esférico, cancerbero, ariete, elástica, “Pérfida Albión” (término despectivo referido a la selección Inglesa, aunque mal empleado porque Albión alude a Gran Bretaña) eran usadas y acogidas con toda naturalidad por el pueblo llano. Si el uso hubiera sido propiciado por periodistas de ahora los tacharíamos, sin lugar a dudas, de cursis redomados, pero era tiempos donde la libertad de expresión brillaba por su ausencia, y quizás por ello, la única libertad que se permitían era la de expresarse retóricamente.

Al principio nuestros esféricos eran de goma, eran como las pelotas con las que jugaban las chicas. A instancias de don Juan Soria, entre todos los estudiantes, pusimos dinero y compramos un balón, que aunque no era de cuero, eso hubiera sido un verdadero lujo, no estaban entonces las economías para despilfarros, el balón era de plástico, creo que era de waterpolo, pero para nosotros, comparado con las pelotas de goma, era el no va más.

Don Juan se percató de que cada vez íbamos antes a jugar al fútbol, y un mal día se enfadó y nos confiscó el balón, quedando éste depositado, dentro de la papelera que estaba al lado de su mesa, hasta nueva orden.

Cuando don Juan terminaba de dar la clase a los alumnos de la Escuela Nacional, se dirigía hacia su casa, que estaba enfrente, para hacer un receso, después volvía al mismo aula para darnos clases particulares a los que estudiábamos bachillerato. Todos los días, todos le esperábamos a la salida, implorándole que nos dejase coger el balón y todas las veces obteníamos la misma respuesta:

¡No, hasta que no estudiéis todos más, no habrá balón!

Ahora, lo que terminó de encorajinarme, fue ver a los chicos de la Escuela Nacional durante el recreo, jugando con nuestro esférico, me interpuse entre ellos y éste, pidiéndoles explicaciones del porqué jugaban con un bien que no era suyo, ellos argüían que se lo había dejado Don Juan y que iban a seguir jugando. Si eh, eso ya lo veremos. Le pegué tal patada al balón que lo “encajé” (así decíamos en nuestro argot) en el tejado del corral de Jacinto Flores.

Y claro llegué a la hora de clase enfadadísimo, dispuesto a armarla, les solté esta arenga a los demás copropietarios:

No podemos consentir que nadie juegue con nuestro balón. O sea, que a nosotros que lo hemos pagado no nos deja jugar y en cambio, se lo deja a los otros que no han puesto un duro, es toda una provocación en regla, no hay derecho. Puedo tolerar que nos lo haya confiscado, pero de ninguna manera, que se lo deje a otros, él no tiene ningún derecho a hacerlo, el balón no es suyo. Bajo mi responsabilidad voy a coger el balón de la papelera y el que quiera jugar que juegue, además, el balón debe quedar bajo nuestra custodia ya que es nuestro y no de Don Juan.

Mi primo Vidal, siempre tan diplomático, dijo que esperase antes de cogerlo por las bravas, que iba a negociar con Don Juan para que nos lo dejase por las buenas, yo no estaba muy de acuerdo con pedirle permiso, porque si no nos lo daba, estando yo dispuesto, como estaba a desobedecerle, la desobediencia se haría más patente al habérselo pedido.

Vidal obtuvo la misma respuesta de siempre: ¡No, hasta que no estudiéis todos más, no habrá balón!

¡Hasta que no estudiéis todos más! ¿Qué culpa tengo yo si los demás no estudian? Lo justo es que se castigue al que no estudie, pero no a todos, por esta regla de tres nunca tendríamos balón, pues siempre habría alguien que no hubiera estudiado lo suficiente. Así que, no aguanté más y sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo entré en clase cogí el balón y todos, sin ninguna excepción, jugamos un partido.

Los castigos, como he contado cuando le tocó a Eustasio, eran ejemplarizantes, don Juan nada más salir de su casa y ver que estábamos jugando con nuestro balón, nos reunió a todos, incluido las chicas, en sesión plenaria y solemne.

La pregunta era obligada: ¿Quién ha cogido el balón? Sin dudarlo un momento, me levanté retador y dije: He sido yo. Tampoco don Juan dudó mucho en quitarse el cinturón y darme unos cuantos correazos por detrás de mis desprotegidas piernas a la altura de los muslos, fue una soberana paliza.
A pesar de la humillación que supone siempre un castigo físico, además, agravado en este caso al hacerlo delante de todos tus compañeros, la verdad es que, en mi fuero interno, salí reforzado, pues me había sentido respaldado en mi decisión por todos los compañeros sin ninguna excepción, todos habían jugado y todos estaban dispuestos a no dejar más el balón a la custodia del maestro.
Este episodio iba a tener repercusión en mi comportamiento futuro y fue el causante de haber obtenido los peores resultados, de toda mi vida académica, en junio, suspendí tres asignaturas: matemáticas, latín y francés. En septiembre, me volvieron a quedar las matemáticas y el francés, aprobé latín solamente, eso si, con sobresaliente, pero he de reconocer que tercero fue un mal curso.

Es muy sintomático que aprobase latín con muy buena nota, y sin embargo, las matemáticas, que siempre se me habían dado muy bien, volviera a suspenderlas en septiembre. Sin duda, influyó mucho en estos malos resultados mi rebeldía a raíz del castigo que me infligió Don Juan y quizás fuese una manera de vengarme de él.

Por otro lado, no consideraba injusto el castigo en sí, sino, más bien el hecho, para mi mucho más grave, de requisarnos un bien que era nuestro y dárselo a otros, a fin y al cabo, el castigo por desobediencia, tal vez, si me lo tenía merecido.

De todas formas, justo es decir, que de latín se ocupó de darnos clase Don Marcelo Blázquez Rodrigo, el coadjutor polivalente y entusiasta que tanto hizo por la juventud de Monroy. La verdad es que nunca he estudiado más que entonces, don Marcelo nos ataba corto y nos ponía tal cantidad de deberes, que nos hacia dedicarle mucho tiempo a su asignatura, el resultado fue premiado con un sobresaliente, que para un alumno que estudiaba por libre era toda una hazaña.
Pero a mí, lo que me dejó muy tocado, fue suspender las matemáticas en segunda convocatoria, lo consideraba un fracaso, que no aliviaba de ninguna manera el sobresaliente del latín.
En esta época me recuerdo en permanente estado de rebeldía, quizás no sólo fuese por el episodio del balón, sino también por los efectos lógicos del paso de niñez a la pubertad, estaba a punto de cumplir trece años, una edad sin duda convulsa y decisiva en la trayectoria de todo ser humano.
En nuestra rebeldía sin causa aparente, llegábamos con nuestros tirachinas, (tiradores para nosotros) a romper sin ton ni son las bombillas del alumbrado público de las calles. Si veíamos un gato lo perseguíamos sin desmayo y le propinábamos una sarta de tiros de piedras, sin importarnos donde el gato se escondía, hubo algún caso, en el que el gato trataba de refugiarse entre la gente que estaba sentada a la puerta de sus casas, pero esto no nos arredraba y seguíamos propinándole pedradas al gato sin importarnos el que pudiéramos lastimar a la gente que estaba sentada tranquilamente tomando el fresco, eran tantas las prohibiciones que se nos imponían, que quizás por eso llegábamos a desahogarnos de esta manera tan poco civilizada.
Lo bueno de todo esto es que tanto Don Juan, como yo, rectificamos a tiempo, y tácitamente llegamos a un acuerdo de no agresión, cedimos en nuestro pulso particular, él bajó el listón en la disciplina, creando un ambiente más distendido en clase, y consiguió que superara el bache de las malas notas, estimulado por los resultados obtenidos en la asignatura de latín, me di cuenta de que si uno estudiaba todos los días, los buenos resultados sin duda llegarían.
Y creo, que aprendimos también, que todos los extremos son malos, que tan malo es el exceso de permisividad, la falta de autoridad y de respeto, como ocurre hoy en día en las relaciones alumno profesor, ni tampoco era bueno la represión y exceso de disciplina que imperaba entonces. En el término medio está la virtud.

(La tercera entrada que hice en este blog fue una poesía que la titulé El Balón, pinchad aquí para leerla.)

martes, 3 de marzo de 2009

LAS MUJERES Y SUS ¿FRÁGILES CABEZAS?

Fotografía de Josip Cigonovic

El entorno donde hemos crecido determina en gran medida nuestro carácter, es muy importante para el desarrollo emocional del niño crecer en un ambiente protector y de cariño para que éste se sienta seguro y confiado y pueda desarrollar su aprendizaje sin traumas, pero, creo que también tiene gran influencia en el desarrollo futuro del niño el contacto diario con la naturaleza.

Los que hemos tenido la suerte de crecer con la naturaleza de nuestro lado, ésta llega a formar parte indisociable de nosotros y nos condiciona y nos marca de tal manera, que cuando no la tenemos cerca, la echamos mucho de menos.

Entre los recuerdos de mi infancia, se encuentra en un lugar privilegiado, cuando mi padre me llevaba con él montado en su caballo y yo trataba de abarcarle con mis brazos, y casi no podía, y me refugiaba del mundo apoyando mi cabeza sobre su ancha y confortable espalda.

Recuerdo también muy especialmente, una mañana que fui con él a llevar las vacas con sus crías a la cerca, heredada por mi madre, de las callejas Montosas, los terneritos saltaban y brincaban, era un día espléndido, el campo estaba verde, debía ser que era ya primavera en Monroy, mi padre se sentía feliz y dichoso, había dejado atrás el mal humor de los días grises del pesado y crudo invierno, cuando puesto en pie se pasaba las horas muertas mirando llover a través de la ventana y se lamentaba clamando al cielo de que era demasiada la lluvia que caía sobre ya el encharcado suelo.

Otras veces era al contrario, juraba en arameo por la pertinaz sequía, el suelo necesitaba que el cielo se abriera dejando caer la lluvia que haría que creciese la hierba, el trigo, la cebada, y ahorrarse el pienso para dar de comer a las ovejas y vacas, o protestaba porque hacia demasiado frío y por las noches se morirían los borreguitos recién nacidos, en definitiva, que hacia verdad el refrán de que nunca llueve a gusto de todos, haciendo patente en mi fuero interno el dicho que recoge Serrat en una preciosa canción:

Por la mañana rocío
Al mediodía calor.
Por la tarde los mosquitos
No quiero ser labrador.

Ese día, cuando los terneros saltaban y brincaban, un señor mayor que era pastor, Sandalio, creo que se llamaba, andaba por allí con sus ovejas. Los corderitos, al igual con los terneros, también saludaban a la primavera pegando brincos, aunque estos eran más y también más disciplinados, pues jugueteaban y corrían todos juntos hacia un mismo lado, y luego volvían en sentido contrario todos al unísono, parecían, más que animales, niños felices jugando al escondite.

Sandalio se acercó a hablar con mi padre y me preguntó cuántos hermanos éramos, aunque él me lo preguntó a su manera, me dijo ¿Cuántos hermanos seis? Respondí: Seis. Pero para que no pareciera que me estaba burlando de él recriminándole que no se decía “seís”, sino, sois y que entendiera que realmente éramos seis hermanos, me apresté a matizar, que muy pronto íbamos a ser siete, porque mi madre estaba esperando a la cigüeña.

Y fue pocos días después, concretamente un 29 de abril de 1962, domingo y víspera del Lunes Albillo, cuando nació mi hermano Miguel Ángel, la noticia de su nacimiento se la di yo a mi padre, estaba pesando los borregos que había vendido y sin saber muy bien en que lugar se encontraba del Término, guiado por la intuición y la suerte di con él, y al verle desde lejos le grité: Hemos tenido un niño. Aunque nada más verme el ya se imaginó la noticia que iba a darle.

Miguel Ángel es el único de los siete hermanos que no nació en su casa del pueblo, nació en Cáceres en el Sanatorio de Don Andrés Meral.

Me hizo mucha ilusión que le pusieran Miguel Ángel, creo que algo tuve que ver en la elección de su nombre, pues estaba estudiando por entonces el Renacimiento y su nueva concepción del mundo, con el humanismo como bandera, quedé impresionado por las figuras de Miguel Ángel Buonaroti y Leonardo da Vinci, y desde entonces he sido un firme defensor de este movimiento, que junto con la Revolución Francesa y su Enciclopedia, han sido para mí, los hitos más importantes en la historia de la humanidad.

En ésta primavera de 1962 fue también cuando mi padre compró la televisión, una Philips negra, con una antena grandísima, que costó treinta mil pesetas, una barbaridad, si tenemos en cuenta qué poco más era lo que costaba un motocarro.

La televisión llegó al pueblo, junto con otras dos que también las habían comprado propietarios de bares, El Lobino y Tio Panta.

Al principio de la llegado de la televisión, ésta se veía de forma multitudinaria, de hecho, al principio la pusimos en el salón de baile, se hizo ex profeso una repisa en alto y se colocaban las sillas en fila y aunque no se cobraba entrada, había que consumir algo para verla.

Los niños solían consumir polos hechos por mi madre en el congelador del frigorífico, a peseta la unidad, los polos eran de vainilla o de esencia de limón, no había más variedad, pero esto constituía toda una novedad, la llegada de la televisión coincidió con la llegada del frigorífico y aunque éste no era muy potente para un bar, al menos servía para hacer los polos y enfriar, un poco mejor que lo hacía el pozo, las botellas de refrescos y las cervezas, que por cierto entonces no se consumían mucho.

Cuando salí del pueblo septiembre de 1964, aún no había llegado la Coca-cola, recuerdo que el primer refresco de cola que me tomé fue una Pepsi, fue en el Salto de Torrejón, cuando fuimos de excursión organizada por Don Marcelo, en pleno mes de agosto, a Monfragüe, estaba entonces en construcción el embalse de triste recuerdo, pues al año siguiente hubo un accidente que costó la vida a cientos de personas, entre las que se encontraban gente de Monroy.

Había un poblado con casas construidas para los ingenieros de Hidroeléctrica y tenían un bar con todos los adelantos de la época, tenían hasta máquinas expendedoras de bebida, y allí fue, con una temperatura de más de cuarenta grados a la sombra, donde me bebí mi primera Pepsi-Cola bien fría, que me supo a gloria, aunque luego no haya sido muy aficionado a las bebidas de cola, para eso está mi hijo Gonzalo que bebe Coca-Cola por todos los de la familia.


Antes de la llegada del frigorífico las bebidas se enfriaban con hielo, con barras que se compraban en Cáceres y que parecían vigas por su gran tamaño, recuerdo que para que soportasen las grandes temperaturas y aguantasen sin deshacerse se introducían entre la paja dentro del pajar.

Luego hubo fábrica de hielo en Monroy, la puso José Camarero, pero aunque había fábrica, el hielo sólo se compraba para los domingos y las fiestas, el resto de los días, por lo menos en mi casa, se metían las bebidas en el pozo con un procedimiento muy rudimentario, en un cubo grande, más bien era un bidón pequeño, al que previamente se le había agujereado se introducían las botellas hasta lo mas profundo del mismo, ni siquiera había una polea para elevar el cubo cargado de botellas, había que subirlo a pulso y claro está, más de una vez, debido a su gran peso, a mí se me resbalaba y al impactar el cubo con el agua algunas botellas salían despedidas cayendo dentro del pozo.

Menos mal que entonces la gente bebía muy pocos refrescos y cervezas, casi todo el mundo en el pueblo bebía vino, bueno lo bebían los hombres, pues las mujeres no pisaban los bares a diario, si acaso, y no todas, sólo en las fiestas importantes.

Imaginaros la situación, cada vez que alguien pedía una cerveza, o un refresco, Citrania era el de la época, había que salir al corral donde estaba el pozo, había que subir el cubo, sacar la botella, reponer otra y bajar el cubo, todo este trabajo para servir una cerveza, que siendo muy generoso podríamos decir que estaba fresca, nunca fría. En su maravilloso libro, Viaje a la Alcarría, Cela cuenta que en algún pueblo de los que visitó enfriaban las bebidas en el pozo.

En el caluroso verano extremeño, mi madre se las ingeniaba poniendo a las botellas de vino fundas de bayeta a las que empapaba previamente en agua, por la tarde las colocaba en el pasillo donde se generaba una corriente de aire al abrir, al mismo tiempo, la puerta de la calle y la puerta que daba al corral, de esta manera al llegar la noche el vino estaba fresco y los parroquianos se lo agradecían.

Creo que era la víspera del 18 de julio cuando la fábrica de hielo de José Camarero se averió, entonces mi padre decidió que había que ir a por hielo a Talaván, como yo tenía doce años, pensó que era demasiado pequeño para que fuese solo, así que me acompañó Dionisio Chiola.

Sobre las cuatro de la tarde, con un sol de justicia Dionisio y yo, montado cada uno en un caballo, salimos rumbo hacía Talaván. Al llegar a la altura de la Cruz de los Caídos, vimos apostados a la sombra de una encina, sentados sobre la pared de la cerca, que estaba enfrente, a la pareja de la Guardia Civil, nosotros íbamos por nuestra derecha uno detrás de otro, pero en ese momento al ver a la Guardia Civil me puse nervioso y me asaltó la duda, a ver, los peatones tienen que ir por su izquierda, y los vehículos por la derecha, pero, los caballos que no son personas ni tampoco vehículos ¿Por dónde narices tienen que ir?

Y fue en el justo momento que llegábamos a la altura de los dos guardias civiles, cuando decidí que los caballos se parecían más a las personas que a los vehículos y me cambié hacia la izquierda, Dionisio me siguió, el resultado de esta equivocación fue que nos multaron con doscientas cincuenta pesetas.

Es cierto que el desconocimiento de las leyes no te exime de su cumplimiento, pero me parece demasiado castigo que yendo, como íbamos, por el buen camino, nunca mejor dicho, lo lógico hubiera sido que los guardias nos hubieran advertido de que íbamos bien, era justo a su altura cuando nos cambiamos. Pero no, los muy ca...., esperaron a que cometiéramos la infracción para multarnos, unos de los guardias se apellidaba Bosnadiego, después de este episodio quedó bautizado por todos los muchachos del pueblo como “Burrodiego”.

Lo bueno fue, que cuando llegamos de Talaván con el hielo, mi padre había comprado un frigorífico que estaba ya funcionando en el bar, además, ya sabía también lo de la multa. Parece ser, que tío Nicasio que estaba por allí como testigo mudo y camuflado, le había contado muy indignado lo de la multa, haciendo hincapié de que nosotros hasta llegar donde los guardias íbamos por la derecha, que sin lugar a dudas, y más en aquellos tiempos, era por donde se debía ir.

Pero, si mal me sentó que la guardia civil me sancionase en lugar de corregirme y que volviera por el buen camino, peor, me pareció siempre, que a las pobres mujeres que iban a por agua con un cántaro a la cabeza y otro sobre la cadera, encima las multasen con 25 pesetas por ir, por donde les correspondía a los caballos, es decir por la derecha.

Y a propósito de los cántaros sobre la cabeza, el otro día leí un atinado artículo de mi admirado Manuel Rivas, en el que hacia notar que los hombres en España nunca han llevado cosas sobre la cabeza, sin embargo, las abnegadas mujeres siempre han usado ésta para llevar desde leña, hasta cestos de ropa, desde cántaros de leche, hasta cántaros de agua ¿Por qué será?

Cómo muy bien apunta, Manuel Rivas, a mí también me lo parece que lo hacen para tener las manos libres por si se tercia, que por cierto, se terciaba casi siempre, atender a sus criaturas.


¡Ay! Fuente de la Amapola
donde iban las lavanderas
a cuestas con sus tristezas
y rebosantes cestos de ropa
sobre sus frágiles cabezas....

A POR AGUA A LA FUENTE

Sobre una jaca alazana
ibas a por agua a la fuente
a la Fuente La Juntana.
No había agua corriente.

Yo iba a la fuente del Huerto
sobre una yegua blanca
En invierno a la República
En el verano a Las Guapas.

Una mano en la cadera
Las aguaderas de esparto
Cuatro cántaros de barro
de corcho sus tapaderas

Humilde soga de caldereta
Esparto embebido en agua
tu aroma de paja mojada
tu olor de hierba reseca
lo asocio todas las veces
a los aires de mi tierra.

Las mocitas sin pereza
con equilibrio van andando
Un cántaro sobre su cabeza
otro sobre su bonito regazo.

Donaire, garbo y salero
acompañados de gracia
caminan por el sendero

La Guardia Civil aguarda
escondida entre los setos
la Guardia Civil amarga
a las muchachas sus gestos

Quieren ponerles multas
a pesar de ir sin resuello
Quieren que vayan juntas
por donde decidan ellos.

A la fuente del Manantío
Guardias Civiles no irán
los sueños, el libre albedrío,

jamás detener podrán.