martes, 17 de noviembre de 2009

Cuando seas padre comerás huevos

Creo que fue 1962 el año que resultó del todo completo, se dieron bien los cereales, había salido la cosecha de a veinte, se decía. Fue también un buen año de corderos y la lana cotizaba todavía al alza, nunca vi a mi padre más contento con los resultados del año agrícola y ganadero.

Entonces se puso de moda las granjas de gallinas en explotación intensiva, se les dejaba la luz encendida por la noche para que produjeran más. A mis padres no se les ocurrió mejor idea que invertir los buenos resultados obtenidos en la cosecha en transformar el salón de baile en una granja de gallinas. Asesorados por unos técnicos de Ministerio de Agricultura adecuaron el salón para trescientas gallinas ponedoras de la marca Wilcos, las trajeron en un camión desde Valladolid, recuerdo que el que las trajo preguntaba que era lo que hacía tanta gente agachada debajo de los árboles.

La respuesta que le dieron de que la gente se encontraba en las viñas recogiendo la aceituna, al pobre vallisoletano no le debió quedar muy claro eso de que en las viñas se recogiesen aceitunas, tampoco debía tener mucho mundo el de Valladolid, pues mira que no saber que esos árboles eran olivos y que estos dan aceitunas. La gente se arrastraba literalmente, por el frío, rugoso e inhóspito suelo de las viñas para recoger las aceitunas desparramadas.

El último año que estuve en Monroy fui a recoger aceitunas junto con mis hermanas, Mena y Paqui, hasta entonces siempre las habían recogido gente contratada por mi padre. En mi vida lo he pasado peor, hacía frío, las manos se me quedaban heladas, me dolía el cuerpo de estar agachado, pero lo peor para mi autoestima, era que chicos de mi misma edad e incluso menores, me duplicaban en la cantidad de aceituna que recogían y además no se quejaban de que les doliese nada.

Yo le decía a mi padre que por qué antes de varear no se colocaban mantas alrededor del olivo y luego nada más que habría que separar las hojas, de esta forma se ahorraría un montón de tiempo en la tarea y no habría que estar agachado tanto tiempo, sólo sería necesario agacharse para recoger las que hubieran caído fuera de las mantas. Ahora vas a venir tú a cambiar las cosas, si se han hecho siempre así, por algo será, fue la respuesta de mi padre. No sé por qué no entraba esto en la cabeza de la gente, ahora casi todo el mundo recoge la cosecha extendiendo plásticos alrededor del olivo y el terreno se alisa, en lugar de tener surcos. Quizás ese algo fuese debido a que se tenía en más estima el valor de unas mantas que el valor de la mano de obra y es que ésta, entonces, era muy barata.

Debió funcionar muy bien la publicidad de los criadores de gallinas de granja ya que a toda Extremadura le dio por poner granjas de intensivas gallinas ponedoras, hasta el cura párroco, Don Abilio, puso una, y claro está, se cumplió una de las leyes fundamentales de la economía, y que fue una máxima que yo aprendí en carne propia, y que me vino muy bien para cuando estudié esta asignatura en ICADE. La máxima es que cuando la oferta es mayor que la demanda se produce deflación, dicho en términos más coloquiales, que si hay muchos que venden y pocos que compran los precios de las cosas bajan. Vamos lo contrario de la inflación. Se pusieron tantas granjas, que los huevos bajaron tanto que con el producto de su venta no se alcanzaba para pagar el pienso compuesto que se comían las gallinas, que, por cierto, sabía mucho a pescado.

Menuda diferencia entre el sabor de los huevos de las gallinas de corral y el de las de granja, yo pude contrastarlo y apreciarlo in situ. Debido a un principio de estrabismo que tuve y que mi madre achacó a flojera, todos los días a las once me zampaba dos huevos fritos.

Es verdad que con las granjas intensivas de producción hoy todo el mundo puede comer huevos y pollos, que por entonces eran un artículo de lujo e incluso han contribuido a una mejor alimentación y a que la talla de los españoles supere a la media europea, y hay que reconocer que hoy los piensos compuestos ya no saben a pescado, pero, donde se ponga el sabor de los huevos que dan las gallinas alimentadas con piensos naturales al aire libre y el de los pollos igualmente alimentados, que se quiten los sabores de los de granja.

Recordad que hay un refrán, machista donde los haya, afortunadamente hoy ya obsoleto, que dice: Cuando seas padre comerás huevos. Pues bien yo, sin ser padre y para envidia de mis hermanas, todos los días del año me comía dos huevos, por supuesto de las gallinas del corral. ¡Qué injusticia¡ Yo comiendo huevos y mis hermanas mirando. Claro que esto lo promovía otra mujer, mi madre, no toda la culpa del machismo hay que atribuírsela sólo a los hombres, las madres han contribuido también bastante a que fuera así, e incluso todavía hoy, las madres consienten que los hijos realicen menos tareas en la casa que las hijas.

Y esto no es nada bueno para la educación de los varones, la mujer está consiguiendo cada vez más cuotas de empleo y preparación que los hombres, así que los chicos cada día que pasa lo tienen peor, pues la mujer está alcanzando, e incluso en muchas profesiones, superando a los chicos, así que estos lo van a tener crudo.

¡Por favor, madres, por el bien de los hombres eduquen a sus hijos en las tareas de la casa! Ya que si no es así, éstos lo van a pasar realmente mal, pues las mujeres de hoy no los van a cuidar y tratar como lo hacían las de antes.

3 comentarios:

jarri dijo...

Es decir: Madres, ¡dar dos huevos tambien a las chicas!

Andrés Gómez Ciriaco dijo...

Jarri, en aquel momento si hubiera sido necesario haber gritado ¡Madres dar dos huevos tambien a las chicas! Hoy afortunadamente la discrimación en la comida no existe, al menos, en España. Fíjate si hemos cambiado que ahora sucede todo lo contrario los problemas son el sobrepeso, la anorexia y la bulimia, problemas estos impensables entonces.

chaly vera dijo...

A una amiga le preguntaron:
-¿como le gustan los huevos?
Y ella respondió:
-¡Junto al culo!