jueves, 23 de septiembre de 2010

PROHIBIDO EL CANTE A CORO

Cosas dejadas en el tintero.

A lo largo de estos relatos de mi infancia de niño de un pueblo de derechas, se han quedado algunas cosas en el tintero, no sé si porque en su momento no las consideré importantes o porque las consideraba más intimas, lo cierto es que no salieron a la luz en su momento. Entonces tanto el pueblo como uno eran de derechas, ahora creo que nos hemos escorado un poco hacia la izquierda aunque no demasiado.

Entre las cosas dejadas en el tintero está mi primera confesión después de la primera comunión, cuando don Abilio me pedía a gritos que no dijese mis pecados en voz alta, que la confesión era una cosa privada entre el sacerdote y el pecador y que no debía enterarse nadie más, varias veces me conminó a que hablase en voz baja. Esto lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi infancia, me sentía tremendamente avergonzado por la reprimenda de Don Abilio, uno se acercaba al confesar con todos los miedos y temores imbuidos y no esperaba que el confesor le recriminase por decir los pecados en voz alta.

Pero ¿qué pecados puede tener un niño de siete años para que tenga que confesarlos? Don Abilio me acuso de haber dicho “peticos”. Así llamábamos a las palabrotas, el petico era como un pecado menor, un pecado que no llegaba ni siquiera a venial. Cuando llegó don Marcelo y nos dijo que el decir palabrotas no era pecado, estuvimos todos los chicos del pueblo diciéndolas a la menor ocasión que se nos presentaba e incluso sin venir a cuento.

Ahora la jerarquía eclesiástica quiere que los niños hagan la comunión a los siete años, con esta edad la hice yo, no sé exactamente qué es lo que persiguen, pero si les sirve mi experiencia les diré que a pesar de haber hecho la comunión a los siete años, hoy me considero liberado totalmente de mi pasado de creyente, ¡Ojo doña Esperanza Aguirre! liberado de libre, es decir un librepensador, nunca he tenido nada que ver con los liberados sindicales que tan poco le gustan a usted.

Otra de las cosas que se quedaron en el tintero fue como mi madre, con lo estricta y religiosa que era, consintió en ocultar a los parroquianos el resultado de una especie de porra dirigida. La porra estaba patrocinada por alguien que ahora no recuerdo, consistía en elegir el nombre de un equipo de fútbol entre los de primera y segunda división, tío Guzmán eligió al Extremadura. El premio no debía ser muy gordo, no sé cuatrocientas o quinientas pesetas, lo cierto es que no se terminó de completar el panel y nunca se llegó a dar el premio al ganador. El ganador era el que hubiese elegido al Real Madrid. Esto lo descubrí abriendo antes de tiempo, y contraviniendo las normas de la porra. Cuando yo le dije a mi madre que el ganador era el Real Madrid y que había que darle el premio, mi madre me dijo que me callase y no dijese nada pues la gente se había olvidado de la porra, y el premio era superior a lo recaudado, mi madre me dijo que se les devolvería el dinero aportado por cada uno pero sólo en el caso de que lo reclamasen.

Ahora que hablo del bar de mis padres me viene a la memoria el cargador que había para rellenar los mecheros de gasolina, era de color verde y funcionaba con una moneda de diez céntimos, una perra gorda, hace poco he leído el porqué se les llamaba a las monedas de cinco y diez céntimos de peseta perra chica y perra gorda, parece que la acuñación no fue muy afortunada y los leones que aparecían en las mismas se parecían más a una perra que a un león y de ahí su nombre.

En el bar de mis padres, había también una tabla pintada de color verde, el mismo verde que tenía el cargador de gasolina de los mecheros, con el texto en letra inglesa negra que decía: Prohibido el cante a coro en este establecimiento. Uno recuerda la gracia que le hizo a su hijo Javier el cartel, hasta el punto que se lo quedó para él. El cartel dejaba patente el espíritu individualista de mi familia, se podía cantar pero de uno en uno. Ahora me explico yo mi carácter tan poco gregario, cada vez que se pone el Paquito el Chocolatero me niego a participar en él. Igual me ocurre cuando se hacen las coreografía en las que todo el mundo tiene que hacer lo mismo, me niego a participar por sistema, a mí me gusta bailar a mi aire, como me dé a mi la gana, y no que todos tengamos que hacer lo mismo. Claro que a lo mejor no lo hago porque soy tan mal bailarín que soy incapaz de realizar los ejercicios que se demandan. En cualquier caso, sea por un motivo u otro, no me gusta los bailes en el que todo el mundo tiene que hacer lo mismo y moverse al mismo tiempo, mi espíritu ácrata no va con eso. Mi espiritu se acomoda mucho mejor a la canción la Mala reputación de Georges Brassens y que yo me la aprendí por boca de Paco Ibáñez.

El bar de mis padres fue uno de los primeros en tener televisión, entonces, con su único canal, la televisión sufría muchas interrupciones, cada dos por tres aparecía un cartel: Rogamos disculpen esta interrupción. Cuando no aparecía el cartelito de marras, era la imagen que subía o bajaba sin parar y había que detenerla, para ello había que dar a una rueda hacia la izquierda o hacia la derecha hasta conseguir detenerla y centrarla en la pantalla. Otras veces la imagen desaparecía inclinándose de izquierda a derecha o viceversa, para ello había otra ruedecita que la enderezaba. Uno de los encargados de esta misión de enderezar a la televisión era yo y había veces que ésta estaba realmente rebelde y no había forma de hacerla entrar en razón con el consiguiente enfado de los parroquianos, que entonces pedían que el enderezador fuera otro y solicitaban a algunas de mis hermanas la misión de domesticarla.

En el bar de mis padres se aprendían cosas, uno hacía las veces de camarero y junto a sus hermanas ayudaba en el bar, recuerdo que una tarde de domingo cuando todas las mesas se llenaban de señores jugando a las cartas, tío Críspulo (q.e.p.d.) me pidió que le trajese un orange, uno tímido de por si, en lugar de preguntar que qué era eso, trató de hacerse el olvidadizo y no llevarle nada. Al rato un poco enfadado tío Críspulo dijo: ¿Dónde está esa naranja que he pedido hacia media hora? Me sentí realmente aliviado, resulta que la naranja en refresco se la llamaba también orange, con razón suspendí el francés de segundo y tercero ¡Mira que no saber que naranja se dice orange en francés! lo que no sé yo es por qué tío Críspulo lo sabía sin haber estudiado francés.

La emisión de la televisión terminaba a las doce de la noche con el Alma se serena, en él se hacía una especie de meditación donde se recitaban poesías con música de fondo y paisajes bonitos. La manera que tenía mi alma de serenarse era salir a contemplar las estrellas, encaramado en la ancha acera que había delante del bar mientras contemplaba la bóveda celeste, sentía un inmenso placer, me estremecía y se me ponían los pelos de punta, cuando en medio del silencio me disponía a hacer, lo que hacía todas las noches, orinar sobre la calle.

Esto que puede parecer una chorrada, nunca mejor dicho, me marcó para siempre. Cuando estoy en campo abierto, sobre todo si es de noche, me entran ganas de regar la tierra y me siento como entonces al terminar la emisión del Alma se serena me estremezco y me invade una sensación de paz y libertad.


La mala reputación.

En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal.

Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño.

No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.

Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me pudo levantar.

En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y he aplastado el perseguidor
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata

Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos tras de mí a correr
Salvo los cojos, es de creer.

A pesar de que no arme ningún lío
Porque no va a Roma el camino mío
No, a le gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Tras de mí todos a ladrar
Salvo los mudos es de pensar.

miércoles, 7 de julio de 2010

ALFA ES LA QUE ME GUSTA, ALFA ES LA QUE YO QUIERO



Manolo "Máquina" era herrador, provenía de Talaván, además de herrar caballos llevaba la representación de Ricardo Rodríguez Estecha en Monroy, emigró de Monroy hacia Madrid y le pasó la representación a mi padre.

Los Rodríguez Estecha habían iniciado una campaña muy agresiva en toda la provincia de Cáceres para vender máquinas de coser Alfa, se vendían a plazos mediante la firma de letras de cambio que tan extendidas estaban por aquella época como fórmula de financiación, creo recordar que se daban hasta treinta y seis meses para pagar. La campaña venía precedida con una caravana de furgonetas y megafonía que iba casa por casa ofreciendo, la por entonces muy usada herramienta, aunque no en todos los hogares. Yo como hijo del representante iba acompañando junto con mi padre la caravana que se parecía mucho a las que se organizaban en las primeras elecciones.

Creo que era sobrino de Ricardo Rodríguez Estecha, un muchacho bien parecido que cuando entraban en las casas aprovechando el revuelo de gente que iba en la demostración, no sólo entraban los vendedores, sino, que además se iban uniendo los muchachos del pueblo, ante el tumulto aprovechaba para arrimarse e incluso manosear a alguna chica de buen ver que se dejaba querer, luego éste se vanagloriaba y me lo comentaba, yo me ruborizaba, me decía lo buena que estaba ésta o aquella y como se había arrimado y que no se retiraban, la verdad no sé si era un poco fantasma, pero lo cierto es que mis propios ojos vieron como una de ellas, bastante guapa por cierto, se dejaba tocar complaciente y a mi me esto me disgustó bastante, aunque quizás fuese más por envidia que por otra cosa.

La campaña tuvo bastante éxito y se vendieron muchas máquinas de coser Alfa pero a mí me quedó la impresión de que mi padre no servía para vendedor, era un hombre bastante honesto como para engañar a la gente, él mismo estaba sorprendido de la manera tan tonta de que la gente se dejaba engañar comprando un producto que la gran mayoría no iba a utilizar, porque para ello primero tendrían que aprender a coser.

Este verano fue cuando me fui con mi padre unos días al Barroso de Arriba. El Barroso era la finca que mi padre estaba de mediero, así se los llamaba por la forma de pago del arrendamiento, la mitad del producto de la cosecha era para el propietario de la finca.

Recuerdo algún verano anterior haber ido a pasar dos o tres días al Barroso con mi hermana Paqui y su amiga Lilia, nos bañamos en la charca que estaba cerca del caserío, que a mí me resultaba muy señorial con sus paredes y tejados cubiertos de pizarra y sus grande árboles, creo que eucaliptos, dando sombra a la casa.

La obsesión que había entonces con la digestión, no nos podíamos bañar hasta que no habían transcurridos tres horas de haber comido, me llevó a decir la tontería más grande que recuerdo de mí y eso que habré dicho muchas en esta vida. Bebiendo agua me atraganté, (me añurgué, decíamos), sentí un gran dolor en la garganta, no se me ocurrió dar otra explicación mejor a Lilia que estaba a mi lado, le dije muy convencido que el momento de beber agua debió coincidir con el momento de la digestión y por eso me había dolido tanto. La digestión para mi no era un proceso lento en el que el estomago fuese poco a poco absorbiendo los alimentos, la digestión era una cosa mágica que sucedía dentro de las tres horas siguientes a la de comer.

Pegado a la casa de los señores estaba la casa que mi padre compartía con otro mediero Marcos, que era de Hinojal, al que recuerdo que tenía un hijo pelirrojo que se parecía más a un irlandés que uno de Hinojal, pueblo en el que se hablaba cambiando la terminación de las palabras, las acabadas en “e” se pronunciaban como “i” y las acabadas en “o” como “u”. Esta característica del habla extremeña se da en algunos pueblos cercanos a Monroy como es el caso, además de en Hinojal, en Serradilla o en Garrovillas y es para mi un misterio como en los demás pueblos cercanos no se da este fenómeno y en estos sí.

La casa asignada a los medieros, se componía de una sola estancia, que servia de cocina, comedor y dormitorio, eso si tenía chimenea, allí dormían en el suelo mi padre y sus criados que eran tres y Marcos y dos de sus hijos, a esto había que añadir a nosotros tres, aunque, creo que nosotros dormimos los tres días en la parva. También recuerdo u gran corral que se me antoja igual que los de las ventas de Don Quijote con sus correspondientes cuadras con arcos.

El menú único y repetitivo de los trabajadores era gazpacho y tocino para desayunar, tocino y gazpacho para comer y para cenar gazpacho y tocino, el orden no importaba mucho, es más solía comerse un trozo de tocino y una cucharada de gazpacho para ayudar a pasar el tocino.

Por la noche las mujeres llevaban a la era tortilla de patatas y gazpacho, claro que esto era en el pueblo. En el Barroso no había mujeres para llevar la cena. El gazpacho y el tocino eran asiduos en la dieta veraniega, que visto con la perspectiva de hoy no era una mala dieta. El tocino que tan denostado está hoy, con el trabajo tan duro y de sol a sol de los segadores las calorías que da éste se quemaban todas e incluso más, en aquellos tiempos, no recuerdo a ningún trabajador del campo que estuviese gordo.

Recuerdo que el gazpacho se hacía en un gran cuenco de madera de encina con todos los ingredientes a la vista, predominando el rojo de los tomates y el verde de los pimientos, no había platos, todos comíamos metiendo las cucharas en el centro del cuenco.

Este año que había ido yo solo al Barroso, recuerdo lo abrupto que me resultó que me despertaran a las cuatro de la mañana para ir a Monroy, con dos de los criados de mi padre que iban a llevar el trigo a lomos de los caballos. Soy un gran dormilón y desde siempre me ha costado madrugar, pero aquel día lo fue especialmente, aunque, una vez pasada la primera impresión de fastidio, el recuerdo que me ha quedado hoy, de esa noche durmiendo a la intemperie en la parva, es el de haber sentido la bóveda celeste tan cerca de mí, que casi la podía tocar con las manos, el mundo era abarcable y alcanzable, el planeta se me antojaba tan pequeño y cercano como el del Principito. De hecho, cada vez que sale a colación el precioso libro de Saint Exupéry, me viene a la memoria ese madrugón, al principio intempestivo, pero que luego me hizo sentir la inmensidad y al mismo tiempo la cercanía de la bóveda más estrellada y constelada que he visto nunca.

Esa misma mañana después del buen desayuno que me preparó mi madre, de un relajante baño en la pila del patio, recién mudado, con ese olor tan agradable de la ropa limpia, con una camisa blanca, pantalón azul corto imitando a vaquero y zapatillas de lona blanca recién estrenadas, salí a dar un paseo por el pueblo.

La evocación de la mágica madrugada de ese mismo día, donde el aroma de la mies humedecida por el rocío y el azul oscuro, casi negro, de la bóveda del cielo, se mezclaba con el olor a melocotones de los puestos del mercadillo de la plaza. Todas esas sensaciones juntas, hicieron que me sintiese en paz, sereno, esperanzado, en armonía conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba, el mundo era un lugar maravilloso.


Y supe, como Juan Manuel Serrat en su bonita canción Soneto a mamá, que lo sencillo no es lo necio, que no hay que confundir valor y precio, que un manjar puede ser cualquier bocado si el horizonte es luz y el rumbo un beso.

viernes, 2 de julio de 2010

DEMASIADO RESPETO



Recordar no es repetir, sino escuchar lo que nunca estuvo callado (W.S. Merwin)

Uno lleva bastante tiempo sin escribir en este blog y es que ya quedan pocos capítulos para terminar de contar las vivencias de su infancia. Infancia que termina abruptamente un veintitantos de septiembre de 1964, día que tuve que abandonar el encinar poniendo rumbo al norte, siguiendo otras pisadas. Es como si mi subconsciente se resistiera a terminarlas, y no quisiera abandonar el refugio que es volver una y otra vez a donde se ha sido feliz, o al menos, se piensa que se ha sido feliz, ya se sabe: el olvido se lleva la mitad, las cosas malas.

Y uno piensa, al igual que Albert Camus, que: el sol de mi infancia me privó de todo resentimiento. Esto ha hecho que se sienta muy reconfortado cada vez que se acuerda de su pueblo y ahora piense que esta salida tan abrupta, a la larga, le ha beneficiado, pues Monroy ha quedado inexorablemente unido a su niñez. Para uno decir Monroy es decir infancia.

Me había quedado en mi última entrega en septiembre de año 1963, cuando me quedó un ejercicio de Cuarto y Reválida, de modo que para el año siguiente sólo tenía que repasar lo ya estudiado del grupo de ciencias que, curiosidades de la vida, era donde mejor nota media tenía, gracias a las matemáticas. Debido a que en el curso no tenía que estudiar mucho este año mi madre me empezó a encargar tareas para ayudar en la casa.

Dentro de las tareas asignadas lo que peor llevaba era barrer el corral, más que nada por las escobas que se utilizaban, hechas con retamas de una forma muy tosca, y a las primeras de cambio en cuanto empezaba a barrer, me salían ampollas en mis tiernas y protegidas, hasta entonces, manos de niño.

Todos los días, nada más levantarme, tenía que limpiar el tinado donde estaban las vacas, y llevar sus excrementos al estercolero, También limpiaba todos los días la zahúrda de los cerdos, la cuadra de los caballos se limpiaba cada tres o cuatro días y el gallinero se solía hacer una o dos veces al año, aunque para éste había premio por limpiarlo, dos suculentos huevos fritos para desayunar.

Otro de los cometidos asignados era vaciar el estercolero del corral cuando éste se llenaba. El estiércol se llevaba a la era, para este menester el caballo asignado era el Perche, que como su nombre indica era un percherón, se le había escogido porque en apariencia era el más tranquilo de los caballos que teníamos en casa. Pero era sólo en apariencia, porque el muy resabiado cuando estábamos de vuelta después de haber vaciado el serón, se paraba en seco daba un respingo levantando las patas de atrás. La primera vez que lo hizo me pilló desprevenido y me lanzó hacia delante con bastante violencia y di con todos mi huesos en el suelo, hay que tener en cuenta que era muy difícil afianzarse en la montura ya que este llevaba albarda y encima de ésta iba el serón doblado que hacia imposible poder abarcarlo con las piernas.

El día que murió Juan XXIII (3/6/1963) subí al campanario acompañando a los monaguillos y en honor del mejor Papa de la historia, mientras se tocaba a duelo, nos fumábamos un Ducados, era el primer cigarro emboquillado que probábamos, pero la boquilla no quitaba para que me marease igual que me sucedía con los Celtas, o con los canarios de papel dulce: Antillana, Rumbo. Era como pasar de la patatera al chorizo, para compararlo con el jamón tendríamos que esperar al rubio americano.

Cuando fumaba, al tragarme el humo, me mareaba, pero eso no era óbice para seguir fumando, por entonces nadie decía que el tabaco perjudicase. Hasta que no venías de la mili no estabas autorizado a fumar delante de tu padre, la madre solía hacer la vista gorda y te dejaba fumar, si no de una forma explicita, si tácitamente. Los padres sabían que los hijos fumaban pero no se podía hacer delante de ellos, los hijos se salían de la reunión donde estaban los padres a la calle, lo mismo que hacen ahora los empleados de las oficinas, para fumar. Era una norma de respeto a la autoridad del padre.

Recuerdo que un día iba yo tan ufano montado en mi yegua blanca cuando vi venir a mi padre, que también iba montado en un caballo, y no se me ocurrió otra cosa mejor que meter el cigarro en el bolsillo. Nada más llegar a casa mi madre se interesó por el estado de mi bolsillo, pero sin hacer ningún reproche, al contrario, creo que lo hacía con orgullo pensando que me iba haciendo hombre y que respetaba las tradiciones.

Siempre he pensado que esta medida de respeto era un tanto absurda. Hasta que no venías de la mili, es decir: hasta que no alcanzabas la mayoría de edad y te hacías hombre no estabas autorizado a fumar delante de tu padre. Por lo tanto, era obvio que fumar era cosa de hombres, y por eso tratábamos a toda costa de imitarlos, a pesar, que como era mi caso, casi siempre nos mareásemos.

Lo mismo de absurdo resulta, con la perspectiva de hoy, el llamar de usted a tus padres, mis hermanos y yo lo hicimos hasta que nos vinimos a Madrid, entonces fuimos poco a poco tuteándolos, pero curiosamente, mi padre si bien aceptaba el tuteo, cuando se refería a algo que algún hijo le había dicho, siempre lo citaba como si le hubiésemos tratado de usted y no de tú, que era como realmente lo hacíamos.

Fue también en este año de 1963, cuando jugando con mi hermano Miguel Ángel, que tenia más o menos un año, lo subí sobre mis hombros y comencé a saltar imitando a un caballo, en un momento determinado dije: mira sin manos y nada más soltar sus manos de las mías, se cayó dando con la cabeza directamente en el suelo, el golpe fue tremendo, aún retumba en mi cabeza el estruendo que se produjo. Pensé que se había matado, me quedé sin habla y estuve varios días vigilando su sueño en la cuna, me acercaba para comprobar que seguía respirando, fue terrible, pero una vez más pude comprobar la gran entereza de mi madre, en lugar de hacerme reproches me animaba y trataba de que no me sintiera culpable.

Creo que este episodio de la caída no ha influido para mal en la cabeza de mi hermano pequeño, pues hoy es Ingeniero Superior de Telecomunicaciones, carrera que sacó, al igual que mi otro hermano, Vicente, la carrera de Psicología, al mismo tiempo que trabajaba. Creo que no es fruto de la casualidad que los tres hermanos varones hayamos hecho nuestras carreras al mismo tiempo que trabajamos, sin duda algo tuvo que ver la mano de nuestra madre que con sus ideas y con su ejemplo de mujer trabajadora y abnegada, nos transmitió que con esfuerzo y dedicación se pueden conseguir las metas propuestas.

martes, 13 de abril de 2010

LIBRO SOBRE MONROY

PRÓLOGO DEL LIBRO EDITADO EL PASADO MES DE AGOSTO CON MOTIVO DE LA CONMEMORACIÓN DEL 700 ANIVERSARIO Y QUE SE PUEDE ADQUIRIR EN LOS ESTABLECIMIENTOS DE MONROY Y EN LA ASOCIACIÓN CULTURAL EL BEZUDO

El amigo Juan Vicente Rosado Gómez, entusiasta y trabajador Presidente de la Asociación Cultural El Bezudo, me pide que prologue este Volumen que contiene el interesante, riguroso y meritorio trabajo de investigación que han realizado los profesores Santiago García Jiménez y José María Sierra Simón, también amigos; además se incluye un excelente trabajo realizado sobre nuestra fiesta de “Las Purificás” por Maria Teresa Gómez Camarero, Mari para todos nosotros, a la que le viene como anillo al dedo (dicho en monroyego: le viene ello por ello) la definición que el gran Neruda hizo de los poetas de pueblo: Poeta natural de la tierra que en el viejo corazón del pueblo ha nacido y de allí viene su voz sencilla.

Para mí es todo un honor figurar en este libro, aunque sólo sea a través de este modesto prólogo, junto a tan brillantes autores. Lo único que comparto con todos ellos es haber nacido en el mismo pueblo. Considero que no es ningún mérito nacer donde nacemos, pero si lo es amar, compartir emociones y ser tolerantes con lo que nos hemos encontrado a nuestro alrededor, y es en este sentido donde creo que nos une algo más que el lugar de nacimiento, nos une, fundamentalmente, el ser monroyegos por dedicación, comprensión y amor.

A Santiago y a José Maria, además de haber realizado este exhaustivo estudio de la Villa Romana, cabe adjudicarles, también en comandita, el gran mérito de haber sido sus descubridores, acontecimiento este que considero de los más relevantes en la historia de Monroy, al mismo nivel que la fundación del pueblo, en 1309, o la remodelación del Castillo que hizo el insigne pintor Pablo Palazuelo.

Aunque la mayoría de estos trabajos ya estaban en la página web de la Asociación El Bezudo, creo que es muy oportuno publicarlos en el libro que conmemora el 700 Aniversario de la fundación del pueblo. Un libro hace que las cosas sean más patentes y reales que en el mundo virtual, al menos hasta ahora, y este libro es pertinente en este momento, porque, como podremos comprobar a través de la lectura del primer capítulo, queda muy clara la influencia que ha tenido el hecho de que Monroy naciera, hace siete siglos, alrededor de un castillo.

El libro abarca desde el estudio del patrimonio artístico -la Villa Romana, la Iglesia de Santa Catalina y el Castillo- hasta el estudio del patrimonio cultural y etnográfico con sus fiestas, costumbres y vocabulario autóctono.

Santiago García ha confeccionado un exhaustivo vocabulario donde se recogen todas las palabras que usamos en Monroy, y que, después de estar mucho tiempo sin oírlas, de pronto uno las escucha y se siente inmediatamente transportado a los tiempos de su niñez.

La mayoría de los localismos se producen por la tergiversación de las palabras, ya que debido a la transmisión por vía oral, las sílabas se trastocan y se convierten en sonidos parecidos al de las palabras originales. Algunos de estos localismos tienen mucha gracia, a veces se encuentra uno con expresiones como ésta: ¿Qué vamos a comer hoy? Preguntaba José Manuel a Matilde, su madre. Muchachinos con chalecos. Respondió ella de la forma más natural. Se refería a que iban a comer alubias de la variedad carilla.

En Monroy llamamos a la alubia: frejón. El Diccionario de la R.A.E. da como palabra usada en Extremadura frejol, que no es otra que el fréjol o fríjol de los mejicanos.

“Le han operado de la pendi” se dice en referencia a la extirpación del apéndice que todos tenemos en nuestro intestino, como reminiscencia de nuestros antepasados los primates y que a ellos les servía para fermentar las hojas para su dieta, pero que a nosotros no nos sirve para nada, y cuya inflamación nos provoca una apendicitis, o, en el peor de lo casos, una peritonitis.

A principios de los años sesenta del pasado siglo, se puso de moda un corte de pelo denominado “garçon”, chico en francés. Pues bien, mi madre que era muy aficionada a las revistas de moda, decidió que la palabra para denominar este corte de pelo que las chicas se hacían para parecerse a los chicos y estar más cómodas se pronunciaba guasón. Siempre me he preguntado quien sería el guasón ese que las tomaba el pelo.

Cuando se decidió que nos viniéramos de San Sebastián a Madrid, uno de los argumentos favoritos de mi madre era que también en Madrid había fábricas importantes donde podríamos colocarnos, que en “Las Tandas” se habían colocado varios de Monroy. La fábrica a la que se refería mi madre no era otra que “Stándar Eléctrica”, hoy Alcatel.

Creo que fue Camilo José Cela el que dijo que ‘se es de donde se ha estudiado el Bachillerato’, entendido esto, no en el sentido de haberlo estudiado, sino por el lugar donde se ha vivido cuando se tiene la edad de estudiarlo. Todos los que aquí figuramos hemos vivido con esa edad en Monroy, pero es que, atendiendo literalmente a esta premisa, tanto José Maria Sierra cómo yo, somos, sin lugar a dudas, muy de Monroy, pues los dos hemos estudiado el Bachillerato en el pueblo.

Lo hicimos por libre, aunque no libremente, pues no teníamos otra opción. Siempre que recuerdo estos tiempos de libertad condicionada, pero de libertad al fin y al cabo, aparece el amigo José Mari, al que teníamos como ejemplo a seguir pues fue el primero de los alumnos de don Juan Soria que consiguió aprobar Cuarto y Reválida.

Decía también el gran poeta Rainer Maria Rilke, que ‘la verdadera patria del hombre es la infancia’, y yo no puedo estar más de acuerdo con él; incluso añado que los veranos de la infancia son la patria de la patria, vamos que son la repatria.

A propósito de lo de repatria, me viene a la memoria una anécdota que contó Santiago García cuando yo tenía siete años. Era verano, Santiago y todos sus amigos estaban sentados, en la Calle Nueva, en el umbral de la tienda donde hoy se venden los periódicos y que entonces era una casa. Entre sus amigos estaban su hermano Ramón, Virgilio, Manolo Vega, Daniel Sierra, Ulpi (q.e.p.d.), y mi primo Isaac, que aquella tarde fue capaz de beberse de un trago, sin respirar, una botella de litro de gaseosa La Casera. Pues bien, Santiago contó que cuando se estaba representando en el teatro romano de Mérida “La Orestíada” un alcalde de un pueblo cercano dijo que le habían invitado a ver una obra que se llamaba La Reostia.

A mí siempre me ha gustado escuchar las conversaciones de los mayores, con esto no quiero decir que Santiago sea muy mayor pues sólo me lleva tres o cuatro años. Ponía gran atención en lo que decían. La edad que teníamos cuando Santiago contó esta anécdota, puedo precisarla porque también recuerdo que comentaba con sus amigos el conflicto que estaba a punto de estallar con Marruecos en el Sidi Ifni, y esto sucedió en 1957.

Santiago y sus amigos compartían la preocupación por este conflicto ya que había muchachos de Monroy haciendo la mili allí, e Isaac y yo estabamos especialmente preocupados porque entre ellos se encontraba nuestro primo Justo Gómez Durán (q.e.p.d.)

Es curioso como me van aflorando los recuerdos de la infancia. Dicen que la miel es muy buena para la memoria. Cuando éramos pequeños existía la costumbre de untar el chupete con miel, y, a lo mejor, es por esto por lo que tengo tantos recuerdos. Contaba mi madre que un día se extrañó de que con lo zampón, como buen Gómez, que soy me pasase tanto tiempo sin protestar. Cuando, preocupada, fue a ver el motivo de mi silencio me encontró de pie sobre la cuna comiéndome la miel a dos manos: había vaciado el recipiente que estaba en la mesilla lleno del rico néctar.

Mi buena memoria quizás sea debida, también, al fósforo que tomé cuando estudiaba, pues mi madre me hacía tomar pastillas de Fosglutén, que, según el prospecto, servía para reforzar la memoria. Era tal la fe que mi madre tenía en las medicinas que me pedía que no le contase a nadie que tomaba Fosglutén, porque iban a pensar que si aprobaba era debido a las pastillas, que hacían que tuviese más memoria.

Nos hacía tomar a todos los hermanos Adetín, que era un complejo vitamínico para combatir el raquitismo, seguramente la constitución ósea tan fuerte que tengo se debe a la ingestión de esta medicina.

También nos daba continuamente yodo, aunque creo que esto se lo daban a todos los niños del pueblo, estaba muy extendido en esta época en Extremadura el tomar yodo, pues la falta de este elemento era lo que provocaba la pandemia del bocio causante del cretinismo en la zona de Las Hurdes.

El Doctor Marañón supo ver que el verdadero problema de Las Hurdes era debido a una paupérrima alimentación, y que no tenía nada que ver con una raza maldita, ya que en cuanto comieron como era debido, se acabó el cretinismo.

Con catorce años salí del pueblo hacia Rentería, trabajé de botones en una agencia de publicidad de la calle Garibay de San Sebastián. Mi trabajo consistía en llevar los anuncios a la radio, a los cines y, sobre todo a los periódicos. En aquella época se editaban El Diario Vasco, La Voz de España y el vespertino Unidad. Enseguida hice amistad con los empleados de los distintos medios, que, en general, eran bastante simpáticos y afables, y también con los botones de las demás agencias, pues solíamos coincidir varias veces al día en los mismos lugares. Allí todo el mundo te preguntaba dónde habías nacido. Cuando les decía que era de un pueblo de Cáceres, siempre me decían que no lo parecía, y, enseguida, sacaban a colación Las Hurdes. Sin embargo, en Madrid, como pude comprobar un año después, a nadie le importaba de donde era.

¿Qué no parecía extremeño? ¿Qué concepto tenían ellos de los extremeños? Pude comprobar que no muy bueno, pues nos llamaban despectivamente manchurrianos; también usaban nuestro gentilicio, cacereño, en tono despectivo.

Hubo un grupo de exaltados, capitaneados por un fotograbador de La Voz de España, que trató de captarme para su causa, que no era otra que la del nacionalismo vasco (entonces estaba ETA en embrión), y cuando se enteraron que era extremeño y que no estaba dispuesto a dejar de serlo, dejaron de hablarme y me hicieron el vacío.

Este episodio me marcó para siempre y pienso que en sentido positivo, pues me hizo darme cuenta de lo tremendamente injusto que es juzgar a la gente por su lugar de procedencia. Desde entonces tengo un inmenso respeto por todos los que se han visto obligados a emigrar.

Si ya de por sí, en condiciones normales, todo ser humano es débil y vulnerable, no digamos si encima uno es todavía un niño, se encuentra lejos de la otra mitad de la familia, su madre y cuatro hermanos, y se siente menospreciado y rechazado por un grupo que forma parte de su entorno diario.

Hay que decir, en honor a la verdad, que hubo otros que se solidarizaron totalmente conmigo, entre ellos no puedo olvidar a un chico de mi misma edad, Jesús, botones también como yo de una agencia de publicidad, que en todo momento me prestó su apoyo. Descubrí con él lo importante que era la amistad, y también descubrí el colorido tan espectacular que tenía la Vuelta Ciclista a España, sobre todo, después de estar acostumbrado a verla por la televisión en blanco y negro.

Jesús me presentó a Gabica, que era familiar suyo, y ciclista integrante del famoso equipo Kas, y pude ver, y casi tocar, al mítico Rik Van Looy, aquel que era citado en el libro “María Matrícula de Bilbao”, para nosotros titulado “Luiso”, y que nos habían mandado leer para la asignatura Formación del Espíritu Nacional, ahí es nada, claro que nosotros, más prosaicos y cándidos, la llamábamos sencillamente Política.

Acostumbrados como estábamos a estudiar de memoria y aprendernos las lecciones casi al pie de la letra, el libro de “Luiso”, que era una novela, pensé que también me lo tendría que aprender de memoria, y, según mis recuerdos, el libro empezaba más o menos así:

Al capitán del Maria no le importaba ni poco ni mucho la Vuelta Ciclista a España. Pero al oír la radio en su camarote se alegró pensando que su hijo Luiso estaría muy contento, que se le pondría la carne de gallina al saber que su ídolo Bahamontes se había encaramado en lo más alto de la clasificación de escaladores. Rik van Loy, había vuelto a ganar al sprint una etapa más...

Pues allí estaba yo, junto a mi amigo Jesús, viendo de cerca a Rik van Loy, casi tocándole. Es una de las escasas alegrías que recuerdo de aquella época.

Nunca he olvidado la inmensa tristeza que sentí un Lunes de Albillo, siempre mi corazón de lunes ha sido mucho más triste que mi corazón de viernes, y, encima, ese lunes me habían mandado a cobrar unas facturas a las instalaciones de Tintorerías París, que estaba en el Barrio de Loyola, y que me costó bastante tiempo encontrarlas, a pesar de que no era pequeño el edificio que las albergaba.

Aquel lunes no pude evitar que se me saltaran las lágrimas pensando que, en ese mismo momento, en Monroy, muchos de mis amigos estarían montando un caballo bellamente enjaezado, mientras yo me encontraba a cientos de kilómetros de distancia, empapado por la lluvia. Y aunque no estaba en cualquier parte, ni en cualquier lugar, porque San Sebastián es un lugar precioso, estaba lejos de mi otra gente y del encinar; había seguido otras pisadas, tanto nos habíamos seguido las pisadas unos a otros los monroyegos que –pasado el tiempo- Rentería y Monroy se hermanaron, al comprobar, por el censo, la gran cantidad de monroyegos que habían emigrado en los años sesenta a esa industriosa población.

También se le saltaron las lágrimas a mi padre cuando llegué a casa de mi tía Ángeles, que era donde vivíamos en Rentería, y le recriminé que el año anterior no me hubiera dejado ir al Lunes de Albillo montado en la preciosa yegua blanca que había comprado en la feria de Cáceres y que un buen día descubrí que se saltaba las paredes de las cercas conmigo de jinete. Entonces me había prometido que el próximo año me dejaría ir, que estrenaría el bocado que llevaba varios años colgado sin haberse utilizado, y me compraría una albardilla nueva.

Ese próximo año había llegado y ya no teníamos ni bocado, ni albardilla, ni yegua blanca, ni cercas, ni Lunes de Albillo, ni nada de nada. Si me hubiera dejado ir el año anterior, por lo menos, podría haber vivido la experiencia por la que tanta ilusión tenía, pues, desde muy pequeño, soñaba con poder ir a la romería del Lunes de Albillo con un caballo enjaezado y con una amazona al lado.

Al evocar todo esto me pongo en el lugar de mi padre y pienso en el enorme sufrimiento que debió sentir al verme a mi tan compungido y triste. Hoy que ya soy abuelo, sé, por experiencia, que esto le debió doler a mi padre más que a mí.

Mi padre después de haber vivido más o menos bien en el pueblo, con cincuenta y un años tuvo que trabajar de peón de albañil en la construcción de La Papelera Española, de Rentería, y de descargador en el Puerto de Pasajes. Las circunstancias le obligaron a abandonar su tierra y emprender una nueva vida muy diferente a la que había tenido en el pueblo, pero tengo que decir en su honor, que mi padre, lejos de lamentarse, nos dio todo un ejemplo de dignidad y de saber adaptarse, incluso le cambió el carácter para bien: tenía que trabajar duro, pero el fin de semana recibía la remuneración por su trabajo, y ya no tenia que esperar todo un año para ver el resultado de la cosecha, que casi siempre, y sobre todo en los últimos años, era un mal resultado.

Como ya dije, estoy totalmente de acuerdo con Rilke que la patria de cada uno es su infancia, y porque esto es así, no importan tanto el país, ni siquiera el paisaje, lo importante de verdad para la infancia es el paisanaje.

Un lugar puede tener un inmenso mar azul y playas de arena fina y otro sólo tiene un río con muchas piedras, pero su cielo es de un azul tan intenso que quien lo mira se olvida de las piedras del río. Uno puede ser muy feliz montado en un barco, otro montando en un caballo.

Como siempre estoy hablando de mi pueblo y de mi infancia es posible que algunos puedan meterme en el mismo saco que a los nacionalistas. Pero una cosa es amar y defender las cosas de mi tierra que merecen la pena, no todas por cierto, y otra muy diferente sería el que yo negase en los otros estos mismos sentimientos. Precisamente porque yo he amado mucho mi pueblo y he sentido mucho tener que abandonarlo, por eso mismo, entiendo y me pongo en el lugar de otros que sienten lo mismo que yo por su lugar de origen.

El nacionalismo es excluyente, en el fondo todo nacionalista niega al otro al considerarse superior, es cierto que debido a variados factores en unos sitios se vive, económicamente hablando, mejor que en otros, pero hay un principio universal y fundamental para el desarrollo del individuo, que no es otro que el principio de la igualdad de oportunidades.

Cuando los extremeños hemos tenido las mismas oportunidades que otros hemos demostrado que somos iguales a los demás. Mi estancia en San Sebastián me hizo reafirmarme en mi sentimiento por todas las cosas de Extremadura, pero no en el sentido de considerarlas mejores y diferentes, sino en que no son inferiores, ni las cosas, ni nosotros, porque nadie es superior a nadie por su lugar de nacimiento, lo decía muy bien mi admirado don Miguel de Cervantes: Uno no es más que otro, si no hace más que otro.

Pues apliquémonos el cuento, la única forma que tenemos los extremeños de demostrar que no somos inferiores a nadie es mediante el esfuerzo diario, en prepararnos y trabajar por conseguir los logros que, sin duda, vendrán, pues estamos tan capacitados para ello como lo pueda estar el que más.

Tuvimos que salir y pagar un peaje bastante alto por no tener industrias en Extremadura, pero por eso, y gracias a ello, nuestro paisaje se conserva inmaculado. Dicen que Monroy se encuentra en medio de la nada, pero yo siempre digo que esa nada es, nada más y nada menos, que un mar de encinas; un remanso de paz y de sosiego, donde se puede escuchar el silencio, porque de puro que es, se hace sonoro; es un azul intenso en un inmenso cielo; es el bosque mediterráneo en estado puro, un privilegio que hay que saber apreciar y conservar para que no desaparezca.

Tenemos aves y animales salvajes que han desaparecido ya en otros sitios. La zona de influencia de Monroy se encuentra entre los puntos más recomendados por naturalistas ingleses y alemanes para la observación de aves de la Península Ibérica.

Tenemos la más exuberante de las primaveras, con esencia de olores y sabores, que hace que tengamos productos, que solamente nosotros podemos obtener, el queso de pasta blanda mejor del mundo que eso dicen que es la torta del Casar. La del Casar y la de Monroy, digo yo, pues tenemos los mismos ingredientes para hacerla, a saber, leche cruda de oveja merina, cuajo vegetal y los mismos pastos.

Recuperemos nuestras materias primas, como diría Antonio Gala, refiriéndose precisamente a los nacionalistas excluyentes, nosotros tenemos el jamón, el jamón puro y único que da la crianza en montanera, con bellotas de nuestras encinas. Por esta misma razón, la de tener las mejores encinas y los mejores pastos tenemos el mejor cabrito, el mejor cordero, y la mejor ternera del mundo. Podemos hacer el pan candeal horneado con leña de encina avivado con el aroma de la jara.

Restauremos nuestros molinos y nuestras almazaras, recuperemos nuestros hornos árabes, ofrezcamos turismo de calidad, turismo con encanto, turismo basado en las mejores materias primas, en la naturaleza, en las ciudades bellas con historia (Cáceres y Trujillo nos limitan), creemos turismo del futuro, lo que los italianos han bautizado con el nombre de ‘turismo de las ciudades lentas’.

Dicen que no hay mal que por bien no venga, por no tener industrias tuvimos que emigrar, pero por no tener industrias tenemos hoy algo que les queda a muy pocos: una atmósfera tan pura y tan diáfana que parece la noche una pura metáfora.

Andrés Gómez Ciriaco


jueves, 25 de marzo de 2010

EGOS Y ZAPATOS REVUELTOS




El otro día iba por unos de los tramos favoritos para mi paseo diario, la calle Alcalá en su confluencia con la Gran Vía, cuando vi a Juan José Millás que se dirigía hacía el Círculo de Bellas Artes. Al verle me acordé que El País anunciaba para ese día, 23 de febrero, la presentación de un libro de Juan Cruz. No lo dudé un momento y entré en la librería del Círculo. Cogí el libro que se presentaba, Egos revueltos, al ir a pagarlo me volví a encontrar a Millás que estaba con dos libros en las manos esperando para pagar, abandonó un instante la cola para saludar a Emilio Lledó que salía en ese momento de la librería, le guardé el sitio. Observé que llevaba unos zapatos como los que yo me había comprado el verano pasado en Cádiz, le pregunté que si los zapatos eran MBT, me dijo que sí, le manifesté que era lector suyo y que los zapatos eran muy confortables, pero no le dije más. Pagó los dos libros y se despidió amablemente de mí.

Cuando pagué en la librería del Círculo que está en la planta baja, subí por las escaleras hasta la cuarta planta que era donde estaba el salón en el que se había programado el acto de presentación de libro, había muchas caras conocidas, además de los ya citados Millás y Lledó, éste se sentó en una fila delante de la mía, en esa fila también se encontraba Rosa Montero. En la última fila estaban sentados Jesús Ceberio, Javier Rioyo, Alfredo Relaño y Eduardo Mendicutti. Relaño estaba en el asiento detrás del mío, le saludé y me presenté como padre orgulloso de Javier Gómez Matallanas, su adjunto en la Dirección del Diario As, estuvo muy simpático, se le ve un hombre muy afable, somos prácticamente de la misma edad, salieron a colación los ídolos futbolísticos de nuestra época, y las primeras alineaciones que recordábamos del Real Madrid.

Sentado en mi misma fila estaba Ian Gibson, había por medio dos asientos, en los que se sentaron dos señoras que me resultaban conocidas, cuando terminó el acto y esto mi mujer no se lo cree, me pidieron mi número de teléfono, resulta que eran dos actrices, una de ellas luego recordé que acaba de verla en la obra de teatro Toc Toc, era la actriz Gracia Olayo la que sufría el síndrome de trastorno obsesivo compulsivo por la limpieza, me pidieron el teléfono para hacerme una encuesta para una obra de teatro que están preparando sobre lo que piensan los hombres sobre las mujeres, al menos esto fue lo que me dijeron, la verdad es que a fecha de hoy no me han llamado.

El acto fue presentado por Monserrat Domínguez y David Trueba el salón estaba completamente lleno, mucha gente se quedó de pie. Juan Cruz tiene fama de ser muy hablador y recordó en la presentación que una vez estando con Francisco Ayala este le dijo: “Siéntese aquí, mire esa ventana y recupere conmigo el valor del silencio” A lo que David Trueba replicó con ironía: ¿No es una manera bonita de decirle a alguien que se calle?”

Cuando se anunció que el libro Egos revueltos iba sobre escritores, yo mantenía la secreta esperanza de que Juan Cruz contase su versión sobre el incidente de años atrás en el Hispano con Andrés Trapiello y efectivamente Juan cuenta su versión de los hechos justificándose de que había bebido más de la cuenta, se echa toda la culpa y pide perdón por lo que le dijo a Trapiello.

Pero es que por la lectura del libro de los Egos revueltos uno se entera de algo que se lo había preguntado muchas veces ¿Quién era el traductor del poema “If” de Rudyard Kipling, en la versión rimada que se conoce como Serás hombre? Poema favorito de Cruz, de Petón, de José Antonio Primo de Rivera, de Adolfo Marsilach y de un servidor. En el libro se cuenta que el traductor es el poeta Jacinto Miquelarena, si, aquel de: “Qué país, Miquelarena”, frase que al parecer se la dijo Pedro María Michelena, cuando aquel fue a despedirle al tren y en el andén había bocadillos de chorizo, gallinas, ruidos y mucha algarabía.

Y también se entera por la lectura de Egos que Juan Cruz fue compañero sentimental de Dulce Chacón, paisana admirada y ya desaparecida, autora de un libro que me gustó especialmente Cielos de Barro.

Y uno no tiene más remedio que acordarse que en una de las entradas de este blog: La feria de los libros, se menciona a Andrés Trapiello y su incidente con Juan Cruz, y allí se manifiesta el deseo de oír la versión del otro y aparece también Inma Chacón, la hermana gemela de Dulce citada, entre otras cosas, también en referencia a este incidente y sin tener la menor idea de la relación entre su hermana y Juan Cruz, allí también uno se pregunta quién era el traductor del famoso poema de Kipling. Y mira tú por dónde uno obtiene respuestas gracias a la lectura de un libro sobre escritores y sus egos ¿Quién ha dicho que la literatura no es útil?

Cuando terminó la presentación me acordé de lo que le había dicho a Juan José Millás y me recriminé a mí mismo: Anda, vaya pregunta más tonta que le he hecho, mira que preguntarle por los zapatos. La pregunta no era muy literaria que digamos, pensé para mis adentros que le podía haber hablado de que leo todos los viernes en la última de El País su columna, (bueno, quizás sea más correcto decir su viga sobre cuatro columnas) o los domingos en el Suplemento EPS con sus acertadísimos, pies de fotos, o de su excelente conferencia que dio, más bien leyó, en la Biblioteca Nacional a la que tuve la suerte de ir y que a pesar de estar de pie se me hizo cortísima, al final de la misma recibió una gran ovación por parte de los asistentes.

Pero el subconsciente, que muchas veces es más listo que nuestro consciente, aunque no nos demos cuenta, por eso es subconsciente, no pensaba lo mismo y fue el que me impulsó a hacerle la pregunta sobre los zapatos.

Y es que de pronto uno se acuerda de qué a instancias de lo que leí en alguno de sus libros me compré dos pares de zapatos con cámara de aire de la marca Clark, que me ha hecho mucho más gratificante mi paseo diario por este Madrid de mis pecados.

El pasado verano en Cádiz en una tienda de zapatos que hay próxima a la catedral que vende exclusivamente de la marca MBT me compré unos negros, son horrorosos estéticamente hablando, pero la verdad es que son muy confortables, están basados en la forma de andar de los masais, al principio hay que acostumbrarse a usarlos, tienen, además, otra ventaja adicional y es que creces de pronto cinco centímetros debido a su forma abarquillada y al gran grosor de la suela.

Estuve dándole vueltas preguntándome cuál sería el libro de Millás dónde había leído lo de los zapatos con cámara de aire, pensé, por la fecha que lo había leído, que debía ser la novela El mundo, Premio Planeta 2007, siempre pongo la fecha en la primera página cuando termino de leer un libro, esta costumbre la adquirí imitando a mi mujer que ha sido mucho más lectora que yo, aunque últimamente la estoy alcanzando, Maribel siempre pone la fecha cuando termina de leer un libro y si le ha gustado especialmente lo resalta con un juicio breve. Concretamente en la primera página de este libro aparece “setbre 08” y la firma de Maribel y debajo la mía “octubre 2008”, y añadido debajo con mi fea letra El día que le concedieron el premio Nacional de Narrativa 14-15/10/08”. Uno ahora duda si la fecha es una casualidad, o más bien es que debido a la concesión del premio uno decidió leer el libro que llevaba más de un año comprado, y por cierto también aparece citado en la entrada ya referida más arriba La feria de los libros.

Empecé a hojear y también a ojear el libro tratando de buscar donde se hablaba de los dichosos zapatos con cámara de aire. Como con el ejercicio de hojeo no lo localicé, empecé a leer desde el principio, y me quedé enganchado, no en las alturas como Joan Manuel Serrat, sino en su relectura. Y efectivamente di con el texto donde un tal doctor Rafael Lozano hombre afable, mayor, le explicaba a Juan José Millás la importancia de llevar zapatos con cámara de aire. A pesar de haber dado con lo que buscaba y sentirme feliz por ello, continúe con la relectura hasta que prácticamente lo terminé de releer.

Lo dejé cerca de las cuatro de la madrugada, pero, más que vencido por el sueño, fue porque si seguía leyendo me iba a encontrar mi mujer sin acostarme. Ella se levanta a las seis de la madrugada. Yo me suelo levantar hacia las diez, cosa esta que a mi vecinito Jorge le trae a mal traer, valga la redundancia y dice que de mayor quiere ser como Andrés. Le pregunta a su madre que qué hay que estudiar para hacer lo que yo hago que según él es fundamentalmente levantarse tarde.

Ahora en la primera página debajo de lo que ya estaba, aparece escrito a lápiz con mi letra anárquica y fea:

“¡Tu no eres interesante para mí!

Releída el 9/10 marzo 2010

y me encantó”.

(Las líneas, unas más que otras, están inclinadas de izquierda a derecha y de abajo a arriba).

La lectura, aparte de la satisfacción que podamos obtener por su mero ejercicio, que no es poca cosa, nos ayuda a conocernos a nosotros mismos a través del que escribe. En esta novela de Millás, me he sentido en muchos pasajes muy identificado con él. La familia numerosa, los fríos años sesenta, la letra con sangre entra: Yo también hice novillos porque me pegaban en el colegio. El desengaño del primer amor: “Tu no eres interesante para mí”. Se lo dice la chica de la que estaba enamorado. A mi no me lo dijeron explícitamente porque ni siquiera me atrevía a decir que estaba enamorado, pero yo a esa edad y en esa época sentía que no era interesante para nadie.

Y a través de la literatura, de vez en cuando, aprendemos cosas útiles. El escritor hace las veces y actúa ante el lector como si de una prescripción facultativa se tratase, dando o transmitiendo consejos tan útiles, como que hay que comprarse zapatos con cámara de aire para aliviar nuestros pesares, aunque no diga la marca y sólo diga el genérico que es, sobre todo últimamente, política y económicamente hablando lo correcto.

Y querido vecinito Jorge, para llegar a estar en la situación, sin duda privilegiada, en que yo me encuentro actualmente, lo peor de todo es que hay que tener sesenta años, y no sé lo que tendrías que estudiar, pero por si te sirve de algo te diré lo que yo he hecho.

Empecé a trabajar con catorce años en una agencia de publicidad en San Sebastián. A los dieciséis, el 7 de agosto de 1966, ya en Madrid entré a trabajar en S.A.C.R.A una empresa de construcción de carreteras, de aspirante a auxiliar administrativo, no se podía ser auxiliar hasta que no se cumplían los dieciocho años. Antes había estado trabajando seis meses de botones en una librería de la Calle Carretas. En S.A.C.R.A pasé por casi todos los puestos de la Administración de la empresa, siendo nombrado con veintisiete años Jefe de Contabilidad General y Analítica, este puesto lo desempeñé hasta el año 1983 fecha en la que desapareció la empresa.

Luego he ocupado el puesto de Director Administrativo-financiero en una empresa de Ingeniería, cinco años. Gerente de un grupo de empresas inmobiliarias, cuatro años. En la actualidad, llevo más de diecisiete años, siendo Administrador-Gerente de Ática, un complejo empresarial de alquiler de oficinas en Pozuelo de Alarcón.

Estudié a la vez que trabajaba, con dieciocho años hice Bachillerato Superior nocturno en una filial del Ramiro de Maeztu en la calle Cadarso perteneciente a la Fundación Hogar del Empleado. Trabajando, casado y con un hijo ingresé en horario nocturno en ICADE en la calle Alberto Aguilera y en 1977, ya con dos hijos, salí con el titulo de Graduado en Dirección Económico-financiera.

Llevo cuarenta y cinco años trabajando y cotizando a la seguridad social. En Francia o Alemania ya hubiera podido jubilarme con el 100 % de la pensión, aquí, si quiero jubilarme ahora recibiría sólo el 70 % y sin ir tan lejos, en España los maestros pueden jubilarse con sesenta años con el 100%.

Por eso cuando me dicen que qué suerte tengo que no tengo jefes y que puedo tener el horario que yo quiero, no siento en absoluto remordimiento de conciencia uno ha trabajado duro cuarenta y cinco años, muy duro a veces, y pienso que me lo tengo merecido. Otra cosa es que haya otros en mis mismas circunstancias que no tienen los privilegios que yo tengo, pero pienso que deberían tenerlo. Y no digo nada si me comparo con los prejubilados, de por ejemplo el sector bancario, que llevan desde los 52 años sin trabajar y cobrando el 100% , no ya de la pensión, sino del sueldo, que suele ser en estos casos superior a la pensión.

Y Jorge en esta vida para conseguir la confianza de los otros. (Cría fama y échate a dormir). Antes se lo ha tenido que ganar uno con su trayectoria y su ejemplo, y no sólo con los jefes, sino también con los compañeros, que esto es casi lo más importante, no hay cosa mejor que el trabajo en equipo y crear un buen equipo de trabajo se consigue sobre todo creando un buen ambiente en las relaciones personales. Para que te den puestos de responsabilidad, hay que ser honesto, trabajador, hay que esforzarse, los objetivos se consiguen con un 10% de talento y un 90% de esfuerzo, hay que estudiar y hay que leer mucho, aunque con esto solamente a veces no basta, también es necesario tener un poquito de suerte para que te lo reconozcan, y también es verdad que en mi época éramos muy pocos los que estudiábamos y no había tanta competencia, en cuanto alguien adquiría conocimientos se lo reconocían inmediatamente en el trabajo, e incluso, como fue en mi caso, la empresa te pagaba los estudios.

miércoles, 17 de febrero de 2010

A DÓNDE HUIR DE LAS INCLEMENCIAS DEL TIEMPO









Uno es un entusiasta lector de los diarios, novela en marcha, le gusta llamarlos a su autor, Andrés Trapiello. Me aficioné a ellos desde que le vi en un programa entrevistado por Sánchez Dragó y este los elogiaba. El primero que compré fue El FANAL HIALINO, había publicado además de diez anteriores, creo, otros dos posteriores, pero fue éste el que me vendieron en la primera librería que pregunté por El Salón de pasos perdidos en la Feria del libro de Madrid.
Luego han ido cayendo con fruición y deleite y por este orden de lectura: LA COSA EN SÍ, LA MANÍA, LOS HEMISFERIOS DE MAGDEBURGO, TROPPO VERO.
Al principio me disgustaba sus famosas X, pero luego le he ido cogiendo el tranquillo y uno disfruta reconociendo a los personajes, unas veces deduciéndolo directamente por el propio relato de los hechos y otras con la inestimable ayuda de Google. Uno va ya conociendo a sus amigos: J.M. (Juan Manuel Bonet), R.G (Ramón Gaya), M.B.(Manuel Borrás), a M (su mujer Miriam) a sus hijos: R (Rafael) y G (Guillermo) a sus adversarios Javier Marías, Andrés Sánchez Robayna, Juan Cruz. Lo que menos me gusta es cuando entran es descalificaciones personales autores que uno estima, caso por ejemplo de Juan Cruz y Javier Marías, ese resentimiento le deja a uno triste, pero es la condición humana y la envidia está presente casi siempre en estos lances, aunque, como dice su y mi admirado Rafael Sánchez Ferlosio, conoce uno a más que se quejan de que son envidiados, que a los que dicen que envidian, aunque claro está, esto se debe a que nadie le gusta contar su debilidades. Sin embargo, hay que reconocerle a Andrés Trapiello, su valentía al contar muchas veces sus debilidades y lo hace como si fuera de otro y no de él de quien está hablando, y este ejercicio de desnudarse uno lo agradece porque lo humaniza y lo acerca al lector.
En la última Feria del Libro de Madrid, tuve el honor de saludarlo y cambiar impresiones con él, nos dedicó a mi mujer y a mi su novela, que compramos en ese momento, Los Confines, salió la conversación sobre la casa que tanto sale en sus diarios Las Viñas, está cerca de Madroñera el pueblo donde estuvo de sacerdote Ulpiano, al decirle que era de Monroy, me dijo que lo conocía porque la persona por la que conoció Las Viñas tenía una finca cerca de Monroy, le pregunté que si era con el que se había distanciado últimamente y me confesó que la relación con él era ya imposible porque estaba loco.
Indagando en Internet con la ayuda del señor Google, para comprobar algunos de los nombres de sus personajes con incógnitas, me encuentro en uno de sus tomos del Salón de pasos perdidos, concretamente en Do fuir, este texto que creo aparece, según una reseña del libro en Internet, en la solapa de la edición de PRE-TEXTOS, digo creo, porque esta edición me dijeron ayer en la Casa del Libro de la Gran Vía, que está agotada:
“EL pintor Pancho Ortuño tenía, hace años, una pequeña rehala de beagles y perros de muy variada estirpe venatoria. Cuando quería adiestrarlos se los llevaba al campo y allí, en una dehesa cercana al pueblo extremeño de Monroy, los soltaba durante todo el día, desde el amanecer hasta el crepúsculo. Los perros, por instinto, en cuanto encontraban un rastro, se lanzaban con entusiasta algarabía en pos de él, y no era en absoluto infrecuente que a veces se perdieran de vista durante dos o tres horas en lances que no siempre coronaban con éxito. Su dueño, guiado únicamente por una ladra cada vez más desvanecida, se limitaba entonces a seguir su jauría a distancia, distraído por los amenos y filosóficos panoramas de la naturaleza. Cuando llegaba el momento de recogerse, hacía sonar el cuerno de caza. En la soledad misteriosa de aquellos encinares, tan profundo y melancólico halalí parecía perderse no sólo en la lejanía, sino en el medievo. Acudían disciplinados los sabuesos, se reposaban en el furgón y el cuerno de caza volvía a su bien talabarteada funda de cordobán. Era un cuerno de res en el que Pancho Ortuño, -con extraordinaria minucia, había grabado a fuego una estampa conmovedora. Se veía, en medio de una pradera, a una liebre con las manos levantadas y las orejas tiesas, atenta y advertida, y debajo esta leyenda: 'Do fuir'; dónde huir, palabras con las que manifestaron su desesperación y su congoja los enemigos de Gaston de Foix, el belicoso duque de Nemours, lanzado contra ellos en una codiciosa cuanto insensata persecución tras la batalla de Ravena en la que les acababa de derrotar. La literatura es un extraño viaje, y el que realizó ese epígrafe, desde aquel 11 de abril de 1512 hasta un cuerno de caza de hacia 1980, está lleno de la irrefutable poesía que ha unido para siempre el nombre de un capitán legendario, muerto a la edad de veintitrés años justamente en esa su más sonada victoria, y una liebre que mira el porvenir incierto desde su carpe diem”
Luego ha visto uno el libelo que le lanza uno de esos anónimos recalcitrantes, que alguien los definió como valientes con embozo, y que yo prefiero llamarlos cobardes con antifaz, este además actua como un Pessoa de mala baba utiliza varios heterónimos, y no duda en implicar a algún amigo vivo e incluso a alguno muerto, para expresar su odio a muerte al anterior amigo y compañero de andanzas. Uno de los heterónimos usados es el de El Crítico Constante, más bien debería haberse bautizado como El Odiador Constante.
Con el seudónimo de El Crítico Constante dice en uno de sus múltiples comentarios en el blog de Arcadi Espada:
Conozco al pintor Ortuño desde la lejana juventud. Una vez, divertido tras leer lo que dice Trapiello en la solapa de uno de sus diarios, me aclaró la historia. Al parecer el diarista se confundió de personaje pues mi amigo se refería con la cita al Gaston de Foix, señor de Foix y de Béarn (1331-1391), llamado Gaston Phebus a cuenta de su radiante cabellera dorada y autor de un famoso tratado de caza. El lema de su cuerno de caza no fue, como parece desprenderse del texto de Trapiello, “Do fuir” sino “Toco-i Se Gausos” (toca si osas). En realidad el Do Fuir es un invento del pintor, algo que se le ocurrió mientras visitaba la capital de los albigenses.
A la sazón, se atribuye a Gaston de Foix la creación del viejo sabueso occitano, la raza Bleu de Gascogne. Utilizando un sobre y un peculiar azul, Pancho Ortuño hizo un collage titulado justamente así, “Azul de Gascuña”, que dio que hablar cuando se expuso allá en los años setenta del pasado siglo.
Quizás debido al anterior comentario y a las múltiples descalificaciones que ha hecho en la blogosfera, sobre el escritor Andrés Trapiello, otrora su amigo, quizás por todo eso y por muchas cosas más, en la edición de bolsillo del Salón de los Pasos Perdidos que publica la editorial Destino figura en la contraportada el siguiente texto:
Novena entrega de los diarios de Andrés Trapiello, recogidos bajo el título Salón de pasos perdidos.
Vio el autor hace años grabada al fuego en un cuerno de caza una liebre de pie, con las orejas tiesas, extenuada y angustiada por la persecución de los sabuesos, y debajo esta leyenda: Do fuir, `dónde huir`, palabras que el perrero atribuía a Gaston de Foix, y que el belicoso duque de Nemours referiría a los enemigos a quienes no daba cuartel, o acaso melancólicamente a sí mismo. Sea o no apócrifa, esa divisa no es muy diferente de la acuñada por Horacio: carpe diem. La literatura oscila entre ambas, del mismo modo que estos libros son una huida imposible hacia el futuro y una pérdida irremediable del presente.
«Al autor le gustaría que estos libros llevaran el título general de Salón de pasos perdidos. Libros en los que sería absurdo quedarse, pero sin los cuales no podríamos llegar a esos otros lugares donde nos espera el espejismo de que hemos encontrado algo. A ese espejismo lo llamamos novela, y a ese algo lo llamamos vida.»
Y uno lo siente de veras, porque ha desaparecido en esta edición de bolsillo de Do fuir, de la editorial Destino, que uno compró ayer mismo en La Casa del Libro, la mención de su pueblo Monroy, pero lo siente más porque las inclemencias del tiempo, léase la envidia, nos conduzcan a los seres humanos a tirar por la borda tantos años de amistad.
La envidia y su consecuencia más perversa el odio nos lleva a ser muy infelices, hay que conseguir, por todos los medios a nuestro alcance, convertir la envidia en admiración como Bertrand Russell preconizaba, admirar es mucho mejor que envidiar, presumir de amigos y compartir sus éxitos es mucho mejor para nuestra salud mental y física que odiarlos.
Uno, (prefiero poner uno a poner yo aunque no le guste a Arcadi Espada) por lo menos hasta hoy admira a Bertrand Russell, a Sánchez Ferlosio, a Javier Marias, a Juan Cruz y a Andrés Trapiello, todos ellos para mi excelentes escritores. Claro está que a lo mejor si uno fuese un escritor importante y consagrado y no un humilde aficionado que cuenta en un blog sus memorias de un niño de pueblo de derechas, a lo mejor también soltaría alguna pulla sobre ellos de vez en cuando.
Por cierto también admiro como escritores a Umbral, y hasta a Camilo Jose Cela, a pesar que no me gustaba nada del carácter de ambos, pero lo cortés no quita lo valiente o al revés y hay que reconocer que leyendo Viaje a la Alcarria o La familia de Pascual Duarte uno encuentra rasgos de verdera ternura y compasión en Cela, y no digamos en Umbral y su Memoria de un niño de derechas, donde se nos muestra con toda la vulnerabilidad de un niño de la posguerra en su Valladolid natal, cuesta creer leyendo este libro su estereotipada actitud ante la vida, aunque uno cree que no era más que una pose para no parecer vulnerable.

Y uno piensa, como Andrés Trapiello pensaba antes de pelearse con su amigo, que Monroy no es un mal lugar dónde huir, dónde apreciar la misteriosa soledad de los encinares y dónde distraerse con los amenos y filosóficos panoramas de la naturaleza que lo circundan.

POSDATA (15/11/2010):

Posteriormente a la publicación de esta entrada leí el tomo de Los pasos Perdidos correspondiente al año 1992, Locuras sin fundamento, sobre este mismo episodio el autor publica lo siguiente:

HACE unos años iba de caza con un buen amigo. ¨Él llevaba la escopeta, la recova de sabuesos y la merienda. Yo iba de oyente. Pasábamos el día fatigando los montes de la dehesa y discurriendo sobre lo humano y lo divino. A mediodía, después de comer, mientras los perros descansaban, sesteábamos debajo de una encina, junto a un pequeño fuego. Mi amigo tenía un cuerno de caza para llamar a sus admirables bleus de Gascogne, si éstos se desmandaban. Fue en aquel cuaderno de caza donde leí ese lema por primera vez. Mi amigo había dibujado en él, como lo hacen los marinos y esquimales con los scrimshaw, una liebre. Era una liebre muy bien traída levantada, con las orejas tiesas y esos ojos de no entender nada que tiene las liebres. Debajo mi amigo había metido en un orla las dos palabras que sirvieron de lema al esforzado Gaston de Foix: "Do fuir?" No sé por qué, pero también yo hoy, como la liebre, levanto las orejas y miro al retortero del alma sin encontrar otra cosa que desolación y tristeza, sin saber adónde huir, ni para qué, si acaso lo supiese.

Y acabo de leer, en el excelente libro el Arca de las palabras, en la edición de enero 2006, como Andrés Trapiello al referirse a la palabra liebre dice lo siguiente:

De todas las liebres ideales, una sobre todo, aquella que un sabuesero había grabado en el cuerno de caza con el que llamaba a los perros de su rehala. Se la veía de pie, con las orejas tiesas, alerta, angustiada acaso, sobre un lema que, aseguraba ese perrero para darse pisto, había sido el de albigense Gaston de Foix: "Do fuir?"

Aquí se puede ver muy claramente como las inclemencias del tiempo nos afectan poderosamente.

jueves, 4 de febrero de 2010

UNA PANDERETA SUENA Y NO ES NAVIDAD



Fiesta de las Candelas

con su procesión, sus velas

guapas chicas ataviadas

de gran elegancia heredada

con sus pañuelos bordados

de indiscutible belleza,

encima de sus espaldas

y sobre sus lindas cabezas

Serena emoción, sublime canto,

sencillos, mágicos momentos,

de puro canto sin instrumentos

y sentimientos de puro encanto.

Estuve dudando de si iba o no a las Candelas, pero el lunes, día 1, nada más salir de trabajar me animé al ver que las previsiones meteorológicas auguraban buen tiempo. ¡Y vaya si mereció la pena acercarse a Monroy! Nada más llegar el rosal que hay en el alcorque de la fachada de mi casa me recibió con una olorosa rosa y un precioso y reventón capullo. Dicen que Dios nos dio la memoria para poder tener rosas en invierno, pero, éstas no eran un recuerdo sobrevenido, eran rosas verdaderas que han florecido en el invierno monroyego y que olían como las rosas del mes de mayo las de "con flores a María".

Aunque, a éstas inesperadas rosas yo las llamaría con flores a Victoria (q.e.p.d.), prima de mi madre y nuestra vecina de enfrente, como recuerdo de gratitud te las ofrezco a ti Victoria, pues fuiste tú quien plantó el rosal, y además, a la virgen ya se las ofrecen muchas veces, en muchos lugares y en todo los tiempos, incluso en invierno.

Antes de que cerraran me acerqué al comercio de los Hermanos Benito Gómez e hice provisión de magdalenas, patatas fritas El Gallo y un magnífico cabrito lechal de unos cinco kilos envasado al vacío, del que daremos buena cuenta asado al horno, sólo por el cabrito ya hubiera merecido la pena ir a Monroy.

Aproveché también para recoger mi cosecha anual de naranjas, bueno, sólo tengo un naranjo, pero da unas naranjas tan excepcionales y ricas como no hay otras, recogí sesenta naranjas a cual mas gorda, auténticas naranjas ecológicas Washington Navel (naranjas guachi decíamos de pequeño) con un sabor inmejorable y gran cantidad de zumo.

Después de la recolección fui al museo de iconos de mi hermana, que hace también las veces de casa de invierno, a dejarle a mi cuñado Gerva la excepcional novela de Felipe Trigo Jarrapellejos, libro que explica muy bien lo dura e injusta que fue la vida en Extremadura a principios de siglo XX. Sería interesante tratarlo en algún libro-forum. Mi hermana me invitó a cenar unas excelentes sopas de ajo.

Después de la agradable cena en casa de mi hermana, estuve en el Bar de los apartamentos Cristina, departiendo con Ricardo en animada charla hablando entre otras cosas, de su Atlético, de mi Madrid y de nuestro Liverpool y de la canción que tanto nos gusta a los dos: Los macarras de la moral, de nuestro cantante favorito Joan Manuel Serrat.

El día de las Candelas a las diez de la mañana me llamó Maribel desde Madrid para despertarme, abrí el balcón, como hago siempre cuando me levanto en Monroy, salí a la terraza y pude contemplar la privilegiada vista del Castillo y el espléndido día que hacía con esa luz tan especial que tiene Monroy, donde la atmosfera en tan diáfana que hace que el cielo sea de un azul muy intenso.

Me duché y me fui al Bar de Ricardo a desayunar café con churros, me comí cuatro recién hechos que me supieron a infancia. Es curioso pero las tres veces que he ido a desayunar a casa de Ricardo nunca he pagado, las tres veces me han invitado, en ésta ocasión me invitó Jose Benito, el hijo mayor de mi prima Pupe, la primera fue Ana Simón, la hija de mi primo Justo (q.e.p.d.), la segunda fue Jesús Simón, el hijo de mi primo Jesús, qué casualidad, los tres que me han invitado son hijos de primos hermanos míos. Uno agradece mucho este gesto de ser invitado pues se siente uno querido, no hay cosa mejor que sentirse querido en este mundo y sobretodo si este mundo es el lugar donde has nacido.

En el vídeo que he puesto más arriba aunque corto, no puede ser mayor por problemas del blog, se puede apreciar la excelente interpretación de las Purificás de este año, parece ser que pertenecen al grupo Recordanzas, y se les nota el oficio, por cierto gran labor la del grupo Recordanzas, tienen todos sus componentes un gran mérito.

La fiesta de la Purificás se celebra en muchos pueblos de la provincia de Cáceres con los mismos ritos y canciones que en Monroy, de ahí su dificultad para otorgar a Monroy fiesta de interés regional, pues todos eso pueblos podrían protestar. Incluso el escritor nacido en Monroy, Víctor Chamorro, en su excelente enciclopedia de Extremadura sitúa la fiesta en Ceclavín. Pues bien, últimamente y sobre todo a raíz de la composición de Acetre que así la titula: Purificás de Monroy, todo el mundo sitúa la fiesta en Monroy y esto creo que hay que agradecérselo al grupo Recordanzas pues ha sido y sigue siendo un gran embajador de folclore de Monroy, lo mismo podría valer para La Jota Cuadrada que todo el mundo la identifica con Monroy y en esto tiene también mucho que ver el grupo Recordanzas.

La Jota Cuadrada, según Víctor de la Serna forma parte de las jotas palaciegas que se bailaban alrededor de los castillos y es de una gran elegancia tanto en la danza como en la letra. En el libro de viajes de este autor, La Vía de Calatraveño, que tuve la suerte de que me lo regalase dedicado su hijo Jaime, dice que estando descansando en el patio de una casa de Ciudad Real vio a unas chicas muy guapas bailar unas danzas elegantísimas que eran como pavanas: lentas, delicadas y cortesanas. La canción comenzaba así:

Quítate de esa esquina,

galán, que llueve.

Deja correr el agua

Por donde viene.

Esto que cuando lo leí, tengo que reconocer que me disgustó un poco, pues presumía que la Jota Cuadrada era autóctona de Monroy, hoy ya que uno ha superado su localismo, valora como algo insustancial el hecho de que se pueda bailar también en otros sitios, que más da de dónde sea, si cuando se baila y se canta, tan bien como lo hace el grupo Recordanzas, nos emociona.

A propósito de la versión de Acetre de las Purificás de Monroy, recuerdo hace ya varios años cuando Acetre estaba haciendo la presentación del disco, un sábado por la mañana estaba en casa, yo casi nunca pongo la radio estando en casa, pero en ese momento sentí como un impulso y puse Radio Nacional de España, creo que era Radio Tres, y de pronto nada más ponerla escucho al locutor presentar más o menos de la siguiente manera:

Ahora van ustedes a escuchar una bella melodía recogida por el grupo extremeño Acetre, melodía que entronca con unas bellas composiciones de origen cántabro, y que ha sido recogida del folclore del pueblo cacereño de Monroy.

Os podéis imaginar el salto que pegué, me acordé de mi madre que no hacía mucho que había fallecido y pensé que quizás fuese ella la que había intercedido para que lo escuchase . Por cierto muy buena la versión de las Purificás, muy bueno el disco en general y el Grupo Acetre en particular.

Nada más verme a la entrada de la Iglesia, mi primo Ceferino vino con su teléfono móvil a mostrarme la fotografía que está en la entrada anterior a ésta, llamó a José Barra para mostrársela, a José le hizo mucha ilusión también, luego se la enseñó a Fulgencio y a Urbano que también andaban por allí y a todos se les notaba contentos por haber salidos retratados en Internet .

Cuando terminó la ceremonia estuve tomando el aperitivo con Emilio, con mis hermanas Mena y Paqui, mis cuñados José y Gerva y con los consuegros: Antonio y Carmen, Virtudes y Tomás. Primero estuvimos en los apartamentos Cristina y luego fuimos al Casino. Nada más entrar en el Casino se me acercó Crispín muy efusivo diciendo: ¡Me he enterado en Cáceres! Se refería a la entrada de este blog: La escopeta de Crispín. Por fin se había enterado que el que escribía en Internet sobre nuestra infancia era yo, le había hecho mucha ilusión, tanta, que había pedido a su hija que se lo imprimiese y se lo enseñaba a todo el mundo en el casino.

Después nos fuimos a comer a casa de mi hermana Mena, comimos en el comedor donde comíamos siempre cuando vivíamos con mis padres en Monroy, fue una sensación extraña, me senté en el mismo sitio donde me sentaba cuando era pequeño, estábamos cinco comiendo, mi dos hermanas, mis dos cuñados y yo el comedor lo veía más pequeño, me parecía imposible que cuando estábamos en Monroy nos sentáramos a comer nueve. Muy buena la carne guisada de mi hermana Mena, muy buenas las croquetas de mi hermana Paqui y muy bueno el vino, uno de mis favoritos Abadía Retuerta, que le habían regalado en la cesta de Novartis a mi sobrina Ana y mi hermana tenía especial interés en que lo probase.

Cuando salimos de casa de mi hermana Mena y nos dirigíamos hacia la plaza para asistir al sorteo de las Roscas, un señor muy simpático al que yo no conocía, me espetó desde la acera de enfrente: La letra con sangre no entra, enseguida comprendí que era un lector de este blog. Está casado con una hija de Albino y Antonia, vive en Illescas, y es un fiel lector de este blog, me recordó algunos detalles que le gustaban de lo que yo escribía y además, fue muy amable al decirme que en la fotografía del blog parecía mas viejo que en la realidad.

Nos dirigimos hacía la plaza acompañados de él, su mujer y su cuñada, hermana de su mujer que tiene los ojos igual que Albino, su padre, de pronto ésta al llegar a la altura de la casa de la madre de Ricardo , dijo: vamos a saludar a la mujer más buena de este pueblo, ya iba a despedirme de ellos, cuando mi hermana Mena me cogió de la mano y me dijo: pasa tú también a saludarla. Resulta que la madre de Ricardo, seguramente a instancias de sus hijas, que me consta que son dos buenas lectoras de este blog, Margari y sobre todo Mari Carmen la que vive en Sabiñánigo, le han sacado a impresión lo que uno escribe y ella lo lee, tengo que reconocer que en ese momento se me saltaron las lágrimas, la mujer me cogía las manos y me daba las gracias.

Cuando llegamos a la plaza nos enteramos que a mi hermana Mena le había tocado una de las tres roscas que se rifaban. Sí, definitivamente había merecido la pena ir a Monroy a Las Candelas.

Ah, la rosa la dejé en rosal, pero el capullo lo corté y me lo traje a Madrid para Maribel.