viernes, 2 de julio de 2010

DEMASIADO RESPETO



Recordar no es repetir, sino escuchar lo que nunca estuvo callado (W.S. Merwin)

Uno lleva bastante tiempo sin escribir en este blog y es que ya quedan pocos capítulos para terminar de contar las vivencias de su infancia. Infancia que termina abruptamente un veintitantos de septiembre de 1964, día que tuve que abandonar el encinar poniendo rumbo al norte, siguiendo otras pisadas. Es como si mi subconsciente se resistiera a terminarlas, y no quisiera abandonar el refugio que es volver una y otra vez a donde se ha sido feliz, o al menos, se piensa que se ha sido feliz, ya se sabe: el olvido se lleva la mitad, las cosas malas.

Y uno piensa, al igual que Albert Camus, que: el sol de mi infancia me privó de todo resentimiento. Esto ha hecho que se sienta muy reconfortado cada vez que se acuerda de su pueblo y ahora piense que esta salida tan abrupta, a la larga, le ha beneficiado, pues Monroy ha quedado inexorablemente unido a su niñez. Para uno decir Monroy es decir infancia.

Me había quedado en mi última entrega en septiembre de año 1963, cuando me quedó un ejercicio de Cuarto y Reválida, de modo que para el año siguiente sólo tenía que repasar lo ya estudiado del grupo de ciencias que, curiosidades de la vida, era donde mejor nota media tenía, gracias a las matemáticas. Debido a que en el curso no tenía que estudiar mucho este año mi madre me empezó a encargar tareas para ayudar en la casa.

Dentro de las tareas asignadas lo que peor llevaba era barrer el corral, más que nada por las escobas que se utilizaban, hechas con retamas de una forma muy tosca, y a las primeras de cambio en cuanto empezaba a barrer, me salían ampollas en mis tiernas y protegidas, hasta entonces, manos de niño.

Todos los días, nada más levantarme, tenía que limpiar el tinado donde estaban las vacas, y llevar sus excrementos al estercolero, También limpiaba todos los días la zahúrda de los cerdos, la cuadra de los caballos se limpiaba cada tres o cuatro días y el gallinero se solía hacer una o dos veces al año, aunque para éste había premio por limpiarlo, dos suculentos huevos fritos para desayunar.

Otro de los cometidos asignados era vaciar el estercolero del corral cuando éste se llenaba. El estiércol se llevaba a la era, para este menester el caballo asignado era el Perche, que como su nombre indica era un percherón, se le había escogido porque en apariencia era el más tranquilo de los caballos que teníamos en casa. Pero era sólo en apariencia, porque el muy resabiado cuando estábamos de vuelta después de haber vaciado el serón, se paraba en seco daba un respingo levantando las patas de atrás. La primera vez que lo hizo me pilló desprevenido y me lanzó hacia delante con bastante violencia y di con todos mi huesos en el suelo, hay que tener en cuenta que era muy difícil afianzarse en la montura ya que este llevaba albarda y encima de ésta iba el serón doblado que hacia imposible poder abarcarlo con las piernas.

El día que murió Juan XXIII (3/6/1963) subí al campanario acompañando a los monaguillos y en honor del mejor Papa de la historia, mientras se tocaba a duelo, nos fumábamos un Ducados, era el primer cigarro emboquillado que probábamos, pero la boquilla no quitaba para que me marease igual que me sucedía con los Celtas, o con los canarios de papel dulce: Antillana, Rumbo. Era como pasar de la patatera al chorizo, para compararlo con el jamón tendríamos que esperar al rubio americano.

Cuando fumaba, al tragarme el humo, me mareaba, pero eso no era óbice para seguir fumando, por entonces nadie decía que el tabaco perjudicase. Hasta que no venías de la mili no estabas autorizado a fumar delante de tu padre, la madre solía hacer la vista gorda y te dejaba fumar, si no de una forma explicita, si tácitamente. Los padres sabían que los hijos fumaban pero no se podía hacer delante de ellos, los hijos se salían de la reunión donde estaban los padres a la calle, lo mismo que hacen ahora los empleados de las oficinas, para fumar. Era una norma de respeto a la autoridad del padre.

Recuerdo que un día iba yo tan ufano montado en mi yegua blanca cuando vi venir a mi padre, que también iba montado en un caballo, y no se me ocurrió otra cosa mejor que meter el cigarro en el bolsillo. Nada más llegar a casa mi madre se interesó por el estado de mi bolsillo, pero sin hacer ningún reproche, al contrario, creo que lo hacía con orgullo pensando que me iba haciendo hombre y que respetaba las tradiciones.

Siempre he pensado que esta medida de respeto era un tanto absurda. Hasta que no venías de la mili, es decir: hasta que no alcanzabas la mayoría de edad y te hacías hombre no estabas autorizado a fumar delante de tu padre. Por lo tanto, era obvio que fumar era cosa de hombres, y por eso tratábamos a toda costa de imitarlos, a pesar, que como era mi caso, casi siempre nos mareásemos.

Lo mismo de absurdo resulta, con la perspectiva de hoy, el llamar de usted a tus padres, mis hermanos y yo lo hicimos hasta que nos vinimos a Madrid, entonces fuimos poco a poco tuteándolos, pero curiosamente, mi padre si bien aceptaba el tuteo, cuando se refería a algo que algún hijo le había dicho, siempre lo citaba como si le hubiésemos tratado de usted y no de tú, que era como realmente lo hacíamos.

Fue también en este año de 1963, cuando jugando con mi hermano Miguel Ángel, que tenia más o menos un año, lo subí sobre mis hombros y comencé a saltar imitando a un caballo, en un momento determinado dije: mira sin manos y nada más soltar sus manos de las mías, se cayó dando con la cabeza directamente en el suelo, el golpe fue tremendo, aún retumba en mi cabeza el estruendo que se produjo. Pensé que se había matado, me quedé sin habla y estuve varios días vigilando su sueño en la cuna, me acercaba para comprobar que seguía respirando, fue terrible, pero una vez más pude comprobar la gran entereza de mi madre, en lugar de hacerme reproches me animaba y trataba de que no me sintiera culpable.

Creo que este episodio de la caída no ha influido para mal en la cabeza de mi hermano pequeño, pues hoy es Ingeniero Superior de Telecomunicaciones, carrera que sacó, al igual que mi otro hermano, Vicente, la carrera de Psicología, al mismo tiempo que trabajaba. Creo que no es fruto de la casualidad que los tres hermanos varones hayamos hecho nuestras carreras al mismo tiempo que trabajamos, sin duda algo tuvo que ver la mano de nuestra madre que con sus ideas y con su ejemplo de mujer trabajadora y abnegada, nos transmitió que con esfuerzo y dedicación se pueden conseguir las metas propuestas.

2 comentarios:

Mimi dijo...

te sigo leyendo, saludos, Mimi

Mimi dijo...

estuve en Monroy, y ya tengo el libro,firmado por Jose Mari saludos, Mimi