martes, 24 de julio de 2012

RESILIENCIA


Estado de la habitación numero 1035 del Hospital 12 de 0ctubre de Madrid.


Siempre que en Monroy compraba agua mineral Soláns de Cabra,  Pablo Benito solícito me preguntaba: ¿Andrés es que padeces de riñón? Yo, invariablemente, le contestaba muy ufano:  ¿Yo?, que va.  Del riñón estoy muy bien. Eso es lo que yo creía, pero la realidad era muy otra, el pasado día 7 de mayo me diagnosticaron,  así de sopetón,  Insuficiencia renal aguda, bueno esto en el Centro de Salud que está al lado de mi casa, en la calle Toledo, en el Doce de Octubre, donde ingresé ese mismo día, menos eufemísticos ellos, lo llamaron: Fracaso renal agudo y hemoptisis.


 Y de pronto uno se ve dentro de un hospital, eso si en el mejor hospital para tratar enfermedades del riñón que hay es España, que es lo mismo que decir que hay  en el mundo, pues no es casualidad que España esté a la  cabeza de trasplantes en el mundo y  que el Doce de Octubre sea el primero de España en esos menesteres. Bien mirado, uno sabe elegir sus enfermedades, si tengo que caer enfermo pues lo hace en la especialidad de su vecino y amigo el Coordinador de trasplantes del Doce de Octubre el Dr.  Amado Andrés.

A mi, por domicilio, el Hospital que me corresponde es La Clínica Jiménez Díaz, conocida popularmente por La Concepción, pero al tener como vecino a Amado, nada más tener el diagnostico del Centro de Salud, mi mujer no lo dudó un momento y en el ascensor dio al quinto en el lugar de al tercero. Por cierto que  el diagnóstico fue realizado en dos días: el jueves cita con el médico de familia Dr. José Nemesio  Villarroel, viernes a las ocho y media análisis (cinco minutos de espera) y a las  16:30 salí con las placas del tórax hechas, estaba citado a las 16:35. Lunes 7: diagnóstico, previas llamada del Dr. Villarroel, (dos perdidas al móvil  y una al fijo) para citarme esa misma tarde a las 19:30 horas. La Seguridad Social constata uno,  funciona muy bien. Por favor  señores gobernantes, por favor Señora Aguirre déjenosla como está, por favor, no nos la desmantele.

Por la cara que puso Amado nada más ver los análisis supe que lo mío  era serio, sin peder un minuto, Amado llamó a su compañero Dr. Enrique Morales que estaba de guardia,  él mismo me llevó en su coche. A las nueve estaba ingresado, a las nueve y media me habían hecho una ecografía y placas del tórax. A las ocho de la mañana del día siguiente ya me habían realizado  una biopsia en el riñón izquierdo. A las cinco de la tarde tenía el diagnóstico principal: Glomerulonefritis extracapilar tipo III. Otros diagnósticos: Vasculitis de pequeño vaso (probable granulomátosis con poliangeitis/enfermedad de Wegener) con afectación renal y pulmonar. Neumopatía pulmonar intersticial bilateral. Anemia ferropénica.

En definitiva una enfermedad autoinmune donde son mis propios anticuerpos los que me atacan, no puedo echar las culpas a nadie, la enfermedad me la provoco yo mismo. A todo esto, el Dr. Amado Andrés, nada más ver los análisis realizados en el Centro de Salud, y antes de realizarme  las pruebas, ya me había diagnosticado certeramente lo que tenía y el tratamiento está siguiendo el mismo curso de como él me lo planteó,  los hechos punto por punto le están dando la razón. Él se quita méritos y dice que es su especialidad, pero lo cierto es que en otros diagnósticos y  en otras enfermedades también acierta, es un gran profesional y uno tiene la suerte de tenerlo por amigo además de cómo vecino. 

El tratamiento consiste en siete sesiones de plasmaféresis, esteroides inicialmente  3 g vía intravenosa y a continuación Prednisona vía oral, empecé con 80 mg. y ahora estoy en 20 mg. Y seis sesiones de Ciclofosfamida intravenosa mensual durante seis meses (Quimioterapia). Llevo cuatro sesiones aunque las dos últimas las programaron  a veinte días en lugar de un mes, la próxima,  el día 31 de julio, será la quinta. Me complementan el tratamiento con Calcio y hierro diariamente y con EPO, una  dosis cada diez días, hasta completar seis.

La plasmaféresis consiste en cambiar el plasma donde están los anticuerpos agresores por plasma  de donantes del mismo grupo. Me cambiaban casi cuatro litros por sesión. Para ello te enchufan a una máquina,  previamente te han introducido un catéter en la vena femoral con un tubo de  entrada y uno de salida que se conectan a la máquina y ésta va extrayendo la sangre y  separando mi plasma malo e introduciendo el plasma bueno, así más o menos durante cuatro horas. Las cinco primeras sesiones  me cambiaron plasma,   las dos ultimas sólo me cambiaron la albúmina. 

La experiencia en el  hospital  con mi autoinmune enfermedad ha sido para mi positiva. Hay una palabra, que desde que la escuché la primera ve me interesó vivamente, es la palabra resiliencia, se suele usar en términos psicológicos y significa que antes hechos muy desagradables como pueden ser  la pérdida de seres queridos en catástrofes o desgarraduras importantes que se producen en el ser humano por enfermedades o otras contrariedades importantes, éste lucha por superarlas y en esa lucha sale fortalecido pues  valora otros aspectos de la vida que no había tenido en cuenta y que sin duda son los importantes.

A pesar de la enfermedad y por gracia de la Prednisona (corticosteroide) me sentía eufórico y muy hablador, además de madrugador, siempre digo que el plasma que me han puesto debe ser de un madrugador pues he cambiado radicalmente mis costumbres en cuanto al sueño, he pasado de ser un trasnochador a levantarme antes de las seis de la mañana y esto me gusta. 

La atención del todo el personal en el Doce de Octubre ha sido excepcional, todo el personal sanitario sin excepción,  desde auxiliares, enfermeras y médicos se han portado maravillosamente conmigo. Es ésta una profesión en la que se nota lo vocacional y la gran mayoría del personal  del Doce de Octubre muestra esta predisposición. 

Otro asunto sería el de las instalaciones, ya que estas dejan mucho que desear, no es de recibo que la planta 10ª donde he estado ingresado tenga el nivel de desidia y deterioro que tiene. Señores gerentes del Hospital Doce de Octubre a mi se me caería la cara de vergüenza si fuese el responsable, y no me digan que no tiene presupuesto, que para dar una mano de pintura no hace falta tanto dinero, es más las empresa de mantenimiento podría hacerlo por el mismo precio que se les paga.

Y el tema de los ascensores roza ya en el esperpento, siempre están colapsados, vamos a ver señores gerentes, el edificio del DOCE es un edificio exento, se podrían poner veinte ascensores nuevos sin ningún problema y con ello se eliminaría el gran problema de logística que tiene actualmente el hospital. El dinero para los ascensores saldría de suprimir más de la mitad de los puestos de celadores del hospital, hay mas celadores que médicos.

El tiempo para hacerme un TAC del tórax duró mas o menos cinco minutos, pues bien desde que salí de mi habitación de la planta 10 hasta que regresé habían pasado hora y media, todo este tiempo fue empleado en el transporte. Me llevaron en cama,  iban parando cada dos por tres, te dejaban en medio de los pasillos, la gente casi no podía pasar, las señoras mayores pasaban a tu lado y apenas miraban, estando en esto se me ocurrió que cuando pasase la próxima señora junto a mi me incorporaría de repente  y le pegaría un susto, no lo hice, pero no fue por falta de ganas. 

Cuando me fue a buscar la celadora le preguntaron que cuando tardaría en hacerme el TAC,  una de las hermanas de mi compañero de habitación respondió por ella, diciendo que un TAC duraba diez minutos, la celadora muy ofendida dijo que la gente estaba muy equivocada con la duración de un TAC ya que si tenían que hacerlo con contraste, se tardaba por cada riñón media hora y otra media hora de preparativos, total hora y media. Conclusión:  las visitas de mi compañero fueron a buscar a mi mujer que había bajado a comer y le dijeron que me habían llevado a hacer un TAC con contraste de los riñones.

A los pies de la cama llevaba todo mi historial, como uno es de natural inquieto me puse a ojearlo y allí me enteré de que el joven médico que me atendió el Dr. Miguel Ángel Sevillano al ingresar puso que yo era un persona joven, subidón de moral, que se me pasó enseguida, al leer a continuación en el informe de la biopsia que el patólogo  consideraba mi edad en setenta años, ocho años más de los que tengo.

 A la vuelta las mismas peripecias paradas en los pasillos y a esperar tu turno para subir al ascensor, yo veía que los que iban en silla de ruedas y que habían llegado después que yo los subían antes que a mí,   llegó un ascensor y subieron a tres de sillas de rueda, llegó otro ascensor y lo mismo, al tercero dije que ya me tocaba a mi, la celadora puso mala cara pero accedió a mi petición.

La primera vez que bajé a la sesión de plasmaféresis me bajaron en silla de ruedas, podía haber bajado perfectamente por mi pie pero el protocolo no lo consentía, al quinto día vienen a buscarme por la mañana, las sesiones anteriores las había tenido por la tarde, y me dice el celador  que tiene que bajarme en la cama, yo muy digno digo que siempre me ha bajado en silla de ruedas y que voy en silla de ruedas, cuando llego, las enfermeras de plasmaféresis se enfadan porque no he ido en la cama, les digo que es que yo siempre he bajado en silla de ruedas y ellas me explican muy amablemente que la máquina que van a utilizar es distinta a la de días anteriores, que esta es de una sola vía y es más cómodo para el paciente que esté en la cama y para ellas ya que de esta forma pueden controlar mejor las posiciones para que la máquina funcione correctamente. 

Pues bien al día siguiente que ya estaba de acuerdo en que tenía que bajar en cama, cuando aparece el celador la enfermera da la orden que se me baje en silla de ruedas. No, yo voy en cama. La enfermera: Pero si tú has ido siempre en silla de ruedas- Ya pero es que ahora conviene que vaya en cama. Con esto quiero decir que las prescripciones y las comunicaciones debe ser claras, concisas, precisas y explicadas, que las apariencias engañan, yo podía haber ido a todos los sitios, no ya sin cama, sino sin silla de ruedas, pero a veces es conveniente no en función de uno sino de los demás hacerlo de otra manera.

En una de las vueltas de la sesión de  plasmaféresis el celador decidió que el camino más rápido era ir en los ascensores para el público, el ascensor iba lleno, el celador  echaba a la gente hacia  dentro  empujando con la silla, una señora mayor  se puso nerviosa y dijo que tenía que bajarse en la segunda y que no se apartaba, yo le dije que no se preocupara que cuando llegásemos a la segunda planta el celador retiraría mi silla y  la dejaría salir. El celador dijo que los enfermos teníamos prioridad y  que yo estaba muy débil porque  me acababan de cambiar un montón de  litros de sangre,  de pronto todo el mundo que iba en el ascensor se solidarizó conmigo y casi linchan a la pobre señora. Al final la señora salió  pidiendo perdón.  Una gitana me decía todo el rato: Hay que ver no parece que esté usted enfermo tiene usted un aspecto muy bueno, es verdad afirmaban todos los que iban en el ascensor. Y es que uno estaría enfermo pero en lo tocante a la ropa procuraba ponerme elegante, de hecho el pijama que llevaba era de Calvin Klein  me lo compró Maribel, para esta ocasión, normalmente no suelo llevar pijamas, pero una cosa es estar enfermo y otra tener que llevar el pijama que te dan en la Seguridad Social. 

He dicho antes que en cuanto a la atención por parte del todo el personal de 12 de Octubre de diez, ahora en cuanto a las instalaciones de la planta 10ª cero. El primer día que me ingresaron me llevaron a una habitación para mi solo,  pero allí no podía recibir visitas porque estaba en la unidad de recién transplantados,  así que el segundo día me llevaron a otra habitación compartida con otro enfermo, el cambio fue brutal, una habitación pequeña llena de gente todas hablando al mismo tiempo y lo peor de todo un desagradable olor a pies. Menos mal que el olor de pies no provenía del enfermo, sino de dos de sus visitas, al menos cuando estas no estaban no olía a pies.

Debido sobre todo al olor a pies me iban a cambiar de habitación, pero, le dije a Amado que si me daban de alta el jueves en vez del viernes no hacia falta que me cambiasen ya que solo estaría esa noche más. Pues así se previó me darían el alta un jueves por la tarde, un poco antes de la salida procederían a quitarme el catéter y me iría para casa. 

Cuando me pusieron el catéter en la vena femoral, a la altura de la ingle, vinieron a la habitación mi  doctora Ana Huerta, la anestesista, la ayudante de la anestesista, una MIR, un MIR y una enfermera, a cual más guapa por cierto, no tuve menos que evocar  a Don Quijote y decir aquello: Nunca hubo caballero de damas tan bien servido.  Y es que en verdad tenían todas unos ojos preciosos, el chico tampoco estaba mal pero eso a mi no me competía y así se lo hice saber.

Para quitarle solemnidad al asunto y quitarme yo también de paso un poco el miedo, el vecino de mi habitación me había dicho  que eso dolía bastante, me puse a evocar a Serrat y dije aquello de que al techo de la habitación no le iría nada mal una mano de pintura. Y por supuesto les dije que daba gusto verse atendido por unas chicas que tenían los ojos tan bonitos.  Lo cierto es que se creó un clima muy agradable y apenas me dolió la conexión del catéter a mi vena femoral. 

Nadie daba importancia el hecho de quitar el catéter, yo tampoco se lo dí y menos cuando solo vino una enfermera a quitármelo,  me dijo textualmente: Aprietas con el dedo. Si te sangra un poco, aprietas más fuerte y así estás durante veinte minutos. Juro que fue lo que hice.

Me puse todo elegante para salir, mi hijo Gonzalo se fue a buscar el coche al parking para que cuando saliese estar en la puerta esperándome. Ya me disponía a salir de la habitación para que me quitasen la vía del brazo, cuando de pronto estando en el aseo dándome los últimos retoques, sentí un calor intenso en el muslo e inmediatamente salió un chorro de sangre propulsada por el orificio donde había estado el catéter. Todo sucedió en  segundos, mi mujer salió a pedir auxilio y en ese momento pasaba por la puerta la enfermera que me lo había quitado. Enseguida se llenó la habitación de médicos y enfermeras con el consiguiente revuelo en la planta 10ª, ya que las visitas mías y las de mi vecino de  habitación se encontraban dentro y habían visto el reguero de sangre.

El pantalón que acababa de estrenar, los calzoncillos,  las sabanas, el colchón,  el suelo todo estaba empapado de sangre, y resultaba muy escandaloso. Bromeé con los médicos y enfermeras que me atendían, alguien preguntó qué hacía con los calzoncillos que estaban completamente empapados de sangre y le dije que no se preocupase que los tirase. Es que una lástima, respondió, son de Emilio Tucci. No te preocupes si los he comprado con el 70% de descuento, y era verdad. El pantalón lo había comprado también con el 70%,  pero este después de varios lavados ha quedado sin manchas.

Yo pretendía relajar el ambiente y les dije que no iba a presumir yo nada de la cornada que había tenido en la femoral, pues la cicatriz ya la tenia de cuando me rompí la cadera y aunque era en la otra pierna, yo contaría que me había cogido un toro y que las enfermeras que me atendían no me habían hecho ni puñetero caso, que casi me desangré, cosa que era todo lo contrario de lo que me estaba sucediendo, pues las enfermeras y los médicos, en especial el Dr. Eduardo Gutiérrez y la Doctora Ana Huerta, se desvivían por atenderme.

La verdad es que me atendieron muy bien, enseguida limpiaron toda la sangre, me pusieron sabanas limpias y me plastificaron el muslo como si fuese un jamón de pata negra, me transfundieron sangre y vitamina K y me dijeron que reposase unas dos horas y,  que si todo iba bien saldría esa misma tarde.

A las dos horas empecé otra vez con el protocolo para salir, me puse a pasear por los pasillos y cuando vi que todo iba bien, me dispuse a vestirme para salir. A todo esto yo estaba nervioso por mi hijo Gonzalo que había quedado con mi hijo  Javier, con Ana mi nuera y  mi nieto Mario, que venían directamente de París para ir a un concierto de Rosendo en un teatro de la Gran Vía y  que si se retrasaba la salida, él se quedaría sin ver el concierto. Me quedaba más tranquilo si se iba al concierto y le dije que se fuese con el coche, que su madre y yo nos iríamos en un taxi. Pero resulta que la ropa que tenia se la llevó en el coche y no tenia otra para ponerme, bueno, saldría del Hospital en pijama, al fin y al cabo el pijama era del Calvin Klein.




Pero cuando iba a proceder a vestirme, antes me habían quitado la vía del brazo, observé que el orificio de catéter estaba sangrando de nuevo, ya si que no podría salir esa tarde del jueves, día diecisiete de mayo. Resultado inmovilización total durante doce horas y a esperar que se taponase el dichosa agujerito del catéter.

Esa noche era la una  y en mi habitación se encontraban, mi mujer, la mujer del compañero de habitación, su hermana y un hermano que no se hablaban con su mujer.  La mujer había ocupado el sillón que estaba a la cabecera de mi cama  y su hermana el otro sillón que estaba a los pies, y mientras tanto, mi mujer se encontraba de pie trabajando con el ordenador. Yo me estaba empezando a violentar viendo que pasaba el tiempo y que ninguna de las dos se levantaba y cedía el sillón a mi mujer. Hubo un momento que salieron las dos hermanos y entonces Maribel aprovechó para sentarse en el sillón que estaba en mi cabecera.

Volvieron los dos hermanos y sobre todo el varón, que tenia una voz de barítono no paraba de hablar, yo intentaba hacerme el dormido para hacerles ver que estaban molestando, pero ni a la de tres se daban por enterado. Cometí el error, ante una pregunta que hizo, de responderle. Se puso a los pies de mi cama y la movía con sus potentes manos, el tío estaba cuadrado, mientras me decía: Señor Andrés con lo bien que estaba usted esta mañana, y ahora está usted aquí sin poderse levantar, y así una y otra vez. Yo estaba desesperado porque a todo esto, cada vez que terminaba una frase le salía un ronquido muy desagradable.

A todo esto había que añadir el insoportable olor a pies de la mujer de mi compañero. Por fin entró una enfermera hacia las dos y les dijo que a esas horas no podía haber tanta gente en la habitación, aún así no se sentían  aludidos y ninguno de los tres hacia intención de marcharse, cuando vieron que yo ponía mala cara al fin se marchó el hermano, la hermana ocupó el sillón que estaba a los pies y la mujer se sentó en un reposa pies al otro lado de la cama de su marido, al menos el mal olor se había retirado un poco, aunque no demasiado. 

Con todo mi paso por el hospital ha resultado muy positivo, uno se ha sentido querido y muy bien tratado por médicos y enfermeras, se nota que estas profesiones son vocacionales y  se les ve a todos ellos una predisposición especial en el trato con los pacientes. Me he sentido muy querido por mi familia y amigos, aunque los corticosteroides,  a veces, me hacían decir cosas desagradables a la gente querida. 

Uno se ha sentido en solidaridad con los pacientes del planta 10ª, sobre todo y a pesar de todo con mi vecino de habitación Juan Carlos, que ha rechazado el trasplante de riñón que le hicieron hace cinco años y tenía dolencias que no sabían muy bien a que se debían. Con Carlos que estaba en la habitación de enfrente y es amigo de Antonio Sanz ex de Marca, que no solo estaba esperando un trasplante de riñón, sino también de hígado y siempre estaba de buen humor y bromeaba sobre cual trasplante sería el primero, yo le decía que no tuviese miramientos que el primero que llegase. De Jaime, un joven sevillano fuerte y apuesto que fue trasplantado la semana siguiente de abandonar yo el hospital. 

Hubo un momento mágico, estando Carlos, Jaime y yo el en hall de la planta 10ª, mientras nos limpiaban las habitaciones, tenía el libro de poesías, Segunda Oscuridad, de Andrés Trapiello, que me acababa de regalar mi hijo Gonzalo. Precioso título lo de Segunda Oscuridad, referido a que en los sitios que no se conocen la noche tiene una doble oscuridad.

Cada vez siento más afinidad entre lo que escribe Andrés Trapiello y lo que siento. No había leído nada de su poesía, las circunstancias han querido que llegasen al mismo tiempo dos de sus libros de poesía: El Volador de Cometas y Segunda oscuridad. Este último es un prodigio de sensibilidad, aunque destacaría, junto con la de Niños en la calleja, la de las Tres gracias, Lilas fuera del tiempo, Gorriones del rastro.  Y la de Mota de polvo, si hasta parece que el último verso, "Andrés escribe: Andrés, mota de polvo" lo hubiera escrito yo, más que nada porque me llamo Andrés, ya quisiera uno escribir como lo hace Trapiello. Aunque me conformo con tener el inmenso privilegio de sentir su poesía.
Gracias, muchísimas gracias Andrés Trapiello por sentir tan bien, él repite siempre el dicho de Cervantes: Quien sabe sentir sabe decir.
 

Pues bien, al tener el libro en las manos no pude por menos que leerles en voz alta la última poesía del libro: Niños en la calleja.  "¿Verdad que este camino no da miedo? Y por un momento nos creímos que el camino que nos esperaba, a pesar de nuestra  enfermedad, no daba miedo y así nos lo hicimos saber los tres, por un momento no  sentimos miedo sino una inmensa paz interior. 



Andrés Gómez Ciriaco.  


NIÑOS EN LA CALLEJA
Los oímos llegar por la calleja,
pequeños, tres o cuatro,
igual que los corderos rezagados
cuando entra la noche, entre dos luces.
La charla que traían, las esquilas,
eran del mismo cobre. Simulaban
acaso ser adultos por lo serios
que venían tratando sus ingenuos negocios.
Se creían a salvo estando solos,
se creían mejores caminando,
se creían felices en lo desconocido.
Al llegar al laurel que angosta y ensombrece
con sus verdes más negros los portillos
se percibió su duda. El más audaz,
de no más de diez años, sacó pecho
y fingiendo valor mandó seguir.
Podíamos oír su aliento incluso
desde el viejo jardín, y sin ser vistos
contuvimos nuestra respiración
como hubiéramos hecho ante lo esquivo
de un silvestre animal o tal revelación
oída por azar tras de una puerta.
Reemprendieron la marcha, y el más chico,
el recental, fingiendo indiferencia
como su capitán fingió valor, le dijo:
«¿Verdad que este camino no da miedo?».
Oímos que su charla se alejaba
todavía más íntima. El silencio volvió
a este oscuro rincón de Extremadura
y leyendo seguimos cada cual nuestro libro
o fingiendo nosotros que leíamos,
exhaustas ya las luces del crepúsculo.
A la primera estrella fugaz que vea esta noche
le pediré eso mismo: alguien que al lado,
cuando llegue el momento de partir,
me asegure fingiendo que el camino
no puede darme miedo, y yo lo crea.  

Última poesía del libro Segunda Oscuridad
De Andrés Trapiello