martes, 14 de enero de 2014

SERES SENSATOS



Uno es de humilde cuna, tan humilde que la suya y la de sus seis hermanos, fueron dos butacas de mimbre puestas una frente a otra. 

Pero ser de humilde cuna  no quiere decir que no se sea de una buena cuna  y lo prueba el hecho de que las butacas debían ser de un excelente mimbre, pues soportaron a siete niños durante veinte años que son los que se llevan mi hermana Puri y mi hermano Miguel Ángel. 

Uno se puede preguntar por qué nunca mis padres compraron una cuna y sin embargo tuviésemos niñera, puede parecer chocante, pero no lo era tanto en esos tiempos de miseria y carencias, la mano de obra era tan barata que costaba más comprar una cuna que pagar a una niñera. 

Y el ser de humilde cuna tampoco incapacita para la felicidad, yo me recuerdo muy feliz en mi pueblo jugando a todo lo que se nos ponía por delante y sin las precauciones que se toman hoy. 

Por supuesto que había  riesgos, pero qué es la vida sino un riesgo permanente, que indefectiblemente acaba siempre  en la muerte. Y uno como Sócrates al despedirse de sus alumnos, no sabe que es mejor si vivir o morir. “Debemos irnos ahora, yo a morir, tú a vivir. Qué es mejor. Sólo el dios sabe” Que es lo mismo que decir que nadie lo sabe. (La cita de Sócrates tomada del blog de Andrés Trapiello)..

Uno llega a pensar en algunos momentos, no siempre,  que es preferible correr algún riesgo y pasarlo bien, que estar permanentemente preocupado y constreñido en aras de la seguridad, si hay que morirse pues se muere uno y ya está.   

Entre los riesgos que corríamos en el pueblo recuerdo uno que estuvo a punto de ocasionarme la muerte fue cuando me quedé materialmente pegado a los cables, cordones de la luz, se decía en Monroy, jugando a ser electricista subido en  la reja de una ventana de la casa de la Calle Nueva que hoy es de mi prima Pupe.  

Aquellos cables estaban revestidos de un  material que no aguantaba la intemperie, estaban pelados y al alcance de los niños, toqué los dos cables a la vez, la corriente entonces era de 125 Voltios,  mis manos se quedaron materialmente pegadas una a cada cable,  por todo mi cuerpo pasó la corriente eléctrica, era incapaz de soltarme, me sentía atrapado, alguien intento separarme y  le dio a él también la descarga eléctrica, a final después de un gran  susto y con los cabellos de punta,  no sé cómo  logré desengancharme.  

Los chicos nos peleábamos continuamente, pero al momento estaba olvidada la pelea y nos reconciliábamos, se organizaban pedreas entre bandas rivales los de arriba contra los de abajo, los de arriba eran los de la Calle Nueva, los de abajo éramos los de la carretera. 

Una vez  en unas de estas peleas me pusieron un ojo a la virulé, y por eso en la fotografía del primer carné de familia numerosa aparezco de perfil para que no se me viese el ojo morado. 

Hay otra fotografía de ese mismo día, donde aparezco de frente y con el ojo morado, no es  que por entonces uno estuviese casi todos los días haciéndose fotografías como ocurre ahora, sino que aprovechando que en la boda de mi primo Jesús con Teresa (q.e.p.d) había fotógrafo nos hicimos la foto de familia numerosa.  

Las reconciliaciones son un acto de generosidad por parte de los implicados, y yo me sentía alegre cuando estaba a bien con todo el mundo. Recuerdo especialmente la reconciliación con Iñaqui, el hijo pequeño del teniente de la Guardia Civil, nos habíamos peleado no sé muy bien por qué, pero si recuerdo la aproximación que hicimos para limar asperezas, me acerqué y le dije que me gustaba mucho su corte de pelo,  él me preguntó por  mi viaje a la boda en Madrid, en ese momento los dos nos sentimos y así nos lo hicimos saber, contentos,  reconfortados y amigos para siempre. 

Uno de los más belicosos era Tomás Peñato, claro que era monaguillo y eso imprimía carácter, entre las muchas anécdotas que cuenta Tomás, algunas ya las hemos contado en este blog,  está la del campanario cuando algunos monaguillos  hicieron sus deposiciones en un periódico y nos se les ocurrió mejor manera para deshacerse de la olorosa carga que arrojarla al vacío, la casualidad quiso que le cayese encima a Andrés Vega  que pasaba por allí. Este montó en cólera y con su acostumbrado  deslenguado decir se acordó de todo lo habido y por haber, de todo lo divino y humano que se le vino a la cabeza. Don Abilio, el cura párroco, intentaba hacerle creer que aquello era cosa de las cigüeñas, pero él con una lógica aplastante, le decía que aquello no era de las cigüeñas que aquello no solo parecía y olía, sino que era mismamente mierda natural.  La de las cigüeñas según el parecer del ínclito  Andrés Castuera  no era natural.  

Andrés Vega era primo hermano de mi padre, tenía un  pronto incontrolable, aunque en el fondo era una buena persona, se le iba la fuerza por la boca. Vendía pan en su casa de la plaza, el pan se horneaba y también se vendía en la panadería de su hijo Críspulo en la carretera. Cuando alguien se quejaba de que el pan no era reciente, que era del día anterior, éste les decía que eso no era cierto, pero de todas formas les recriminaba y les decía  en voz alta que qué se habían creído, si toda la vida habían estado comiendo pan  que hacía  una semana que estaba horneado y ahora se habían vuelto tan finos y escrupulosos.

Andrés era la antitesis de su mujer,  contrastaba su carácter con la dulzura y las buenas maneras  de  Teodora.  

Cuenta también Tomás, que en clase de Don Juan Casares un día dando la lección, no estoy muy seguro de sí era  a Dionisio Mohedas o a su hermano Vicente, le intentaba meter en la cabeza el maestro que la tierra era redonda. Resulta que Don Juan Casares no pronunciaba la erre, y decía  repite conmigo: La tiega es guedonda, y Dionisio muy obediente repitió: La tiega es guedonda. Os podéis imaginar lo que le ocurrió al pobre Dionisio, teniendo en cuenta, que Don Juan Casares tenía fama de tener la mano muy suelta  y una vara muy larga. 

Una noche del caluroso verano de Monroy, estando en la plaza sentado en la terraza del Casino, mi hermano Vicente se admiraba de la destreza, la elegancia y el desparpajo con que los gatos andaban por las cornisas y por los aleros  de los tejados.
Tomás Tobías,  extrañado,  le respondió que no entendía tanta admiración  pues de toda la vida de Dios los gatos habían andado así por los tejados.
Virtudes, la mujer de Tomás, estuvo padeciendo bastante tiempo por un espolón (callo interno) que le había salido en la planta de los pies, un día mi hermano Vicente le preguntó: ¿Virtudes cómo andas con los piedinos? E inmediatamente mi hermano cayó en la cuenta de que no había otra manera de andar que no fuera con los pies y le dio la risa floja y ahora cada vez que ve a Virtudes le espeta: ¿Virtudes como andas? Y el mismo se responde: con los piedinos.
Y a propósito de gatos, hay un refrán extremeño que dice:
¿Cuál es el sitio más fresco de la aldea? Donde el cura se pasea

 ¿Cuál es el sitio mas caliente de la casa? Donde el gato descansa.
 
Por tanto de todo lo anterior se infiere que los curas y los gatos son los seres más sensatos

Andrés Gómez Ciriaco

(Esta entrada fue publicada en el blog el 18 de julio de 2011, los duendes de internet la hicieron desaparecer)