jueves, 16 de abril de 2015

BENDITA INGENUIDAD


Fotografía año 1967: Un servidor, Emilio Méndez y Tomás (ambos estudiantes de Física e inseparables), Fernando Casillas y Carmen su mujer, entonces novia.

En mi entrada anterior contaba como cuando supe la calle donde tenia que llevar un libro, me asaltó una especie de inquietud y desasosiego, la calle me sonaba mucho pero no sabía bien el porqué.

Resulta que en esa misma calle, hace casi cincuenta años, uno sufrió acoso sexual por parte de una persona de total confianza, era tal la confianza, que uno en su ingenuidad, hasta pasados unos años no supo interpretar que lo que había sufrido era intentos de abusos sexuales.

Este señor era una especie de director espiritual, nos daba clase de valores humanos, estaba casado y tenia cinco o seis hijos, me citó en su casa a tomar café un domingo, después de decirle que había una chica que estaba detrás de mí, y que a mi no me gustaba, la chica había ido a visitar a mi madre varias veces y yo no sabía como quitármela de encima, incluso ese día se empeñó en  acompañarme.

Tomamos café con su mujer y algunos de sus hijos, y al cabo de un rato me pidió que fuésemos a su despacho, la chica se quedó con su mujer.

Yo iba confiado en que me iba dar consejos sobre como desengañar a la chica, pero él debió de tomarse lo de que no me gustara esa chica en particular, porque no me gustaban las chicas en general, y en la intimidad de su despacho me pidió que me bajase los pantalones y empezó a tocarme, no sé como lo envolvería, con que palabrería, era un gran orador, que yo llegué a creerme que era una terapia para vencer mi timidez, la cosa no llegó a más porque a mi en ningún momento me produjo el menor estimulo, todo lo contrario, y él debió entender de que no había nada que hacer.

Susurraba que yo debía sentirme muy orgulloso al mirarme en el espejo, que era un chico muy sensible, que debería tener mayor autoestima, que me desinhibiera, yo esto me lo tomaba por la parte positiva, pensando que lo hacía para comprobar que no era homosexual, como una terapia, nunca pensando que en realidad el que era homosexual era él.

He dicho susurraba, hoy creo más bien, que lo que hacía era jadear y me viene a la mente que le olía mal, muy mal el aliento.

Afortunadamente esta ingenuidad mía me salvó de sufrir un gran desengaño, yo salí de allí sin ningún resquemor, fue muchos años después cuando uno se enteró de que un sacerdote, también del círculo de este señor fue condenado por pederastia, uno sufrió tal desengaño a pesar de que ya había perdido la fe, que se le abrió la mente.

El sacerdote en cuestión era el prototipo de místico y entregado, muy espiritual, intelectual, secretario del Arzobispado de Madrid, profesor de francés en el Seminario, muy culto y refinado.

Una vez a la semana teníamos visita eucarística nocturna, dirigidos por él  en la Iglesia de las Clarisas de General Ricardos, entonces Parroquia de la Virgen de las Gracias, donde se había constituido un club parroquial que gozaba de gran dinamismo e interesantes apuestas por lo cultural, deportivo, el ocio y naturalmente lo religioso.

Si me hubieran preguntado quien era el mejor sacerdote que había conocido sin dudar diría que era él, Don Rafael.

Un buen día viniendo de trabajar  oyendo la radio, escuché que un sacerdote llamado Rafael Sanz Nieto, había sido acusado de pederastia, fue tal el impacto de la noticia que aparqué en el arcén, y llamé inmediatamente a mi amigo Manolo Figueras, en la confianza de que me desmentiría que nuestro  Don Rafael no tenía esos apellidos, que estaba equivocado. Pero si que  era nuestro Don Rafael y tanto a Manolo como a mí nos dio una gran tristeza.

Uno desde su más tierna infancia ha sido educado, mas que educado, ha estado inmerso en un ambiente donde la religión católica, apostólica y romana lo copaba todo. 

Mi madre era muy religiosa y me inculcó su fe, me gustaban mucho todos los ritos y liturgias que había alrededor de la  religión:

Las procesiones, recuerdo con gran cariño la procesión de la aurora y el cántico “entre todas las mujeres” o la del Silencio del viernes de Dolores cuando la acompañábamos con los farolinos hechos ex profesos para la procesión. 

Los villancicos por Navidad cantados desde el coro, al mismo tiempo que iniciábamos el besamanos del niño Jesús que sujetaba el sacerdote al terminar la misa. 

Las Purificás y ese ambiente de epifanía que se respiraba el 2 de febrero en todo el pueblo y en particular en mi casa cuando mi hermana Puri, era la protagonista principal, pues, ella era la de la Pandereta. 
Rezaba  todos los días con mi madre, mientras ella cosía, el rosario, lo llevaba yo y me sabia de memoria todos los misterios y letanías, e incluso en algún momento cuando tenia doce años me planteé la posibilidad de ir al seminario. 

Este era el ambiente en que yo me había criado, y claro está si uno  confía en su entorno no tiene por qué dudar de las consignas que se le inculcan y lo normal es que las acepte y las haga suyas. 

Cuando llegué a Madrid, con dieciséis años recién cumplidos seguí con mis convicciones religiosas, antes había estado más de un año en Rentería y aunque iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar no recuerdo haberme confesado. 

Nada mas llegar a Madrid, ya con mi madre al lado,  me confesé, no  con un cura de la ribera, como dice la bonita canción, sino con uno chapado a la antigua de la parroquia de San Roque, que era la que me correspondía. La confesión fue dramática, un cura iracundo diciéndome que me iba a condenar, que me quedaría  ciego,  que era un pecador empedernido, un pecador casi irredento, que estaba arruinando mi vida. Fue el tal varapalo que  recibí que deje ipso facto, de hacer, lo que por otro lado, era lo más natural cuando se tienen dieciséis años y uno está sano y tiene las hormonas en su  sitio. 

Me ayudó bastante a conseguirlo el deporte, entré a formar parte del equipo de baloncesto  del club  parroquial Virgen de las Gracias, y aunque no era nada bueno como jugador, si que me entregaba en los entrenamientos  que me servían para gastar las energías propias de la edad, nos duchábamos con agua fría, esta costumbre la seguí practicando durante mucho más tiempo, sobre todo desde que leí Camino del ínclito Monseñor Escribá de Balaguer (otro que tal baila) y recomendaba las duchas de agua fría para evitar la tentación de Onán.  

En el equipo de baloncesto tuve el honor de tener como compañeros a Guillermo Rodríguez Mingorance, pintor que fue galardonado con el Premio Nacional de Pintura y con Emilio Méndez  premio Príncipe de Asturias en 1998 de Investigación Científica y Técnica. Emilio también formaba parte de los adoradores nocturnos que íbamos con Don Rafael.    

Recalé en el Club Virgen de las Gracias,  gracias y valga la redundancia, a Manolo Figueras, que le conocí en Crédito Editorial Hernando en la calle Carretas, cuando comencé a trabajar, en el mes de Febrero de 1966,  de aspirante a auxiliar administrativo, no se podía ser auxiliar hasta los 18 años.


Manolo vivía en Carabanchel, en la Colonia de Hermandades del Trabajo que daba nombre a la Parroquia, como yo vivía cerca me invitó a ir a club y de ahí nació una bonita amistad que aún perdura, enseguida congeniamos y fui admitido en su panda de amigos que estaba formada, por Santiago Lería, Justo Santos y Miguel Muñoz (q.e.p.d) formando un grupo muy unido, autodenominado los Indomables. 

Yo fui el nexo de unión por el que Santiago conoció a Tere, hermana de Telesforo nuestro alcalde,  ya que la llevé al club y allí se conocieron y están juntos hasta hoy. También gracias al Club conocí a Maribel, vivía al lado, y también continuamos juntos hasta hoy. 

El ambiente que se vivía en el Club era muy sano, quizás demasiado, teníamos nuestra misa yeyé, nuestros guateques los domingos, nuestras Aulas Poéticas, nuestras escalas en HIFI, Teatro, excursiones culturales y recreativas, y nuestras clases de valores humanos impartidas por él, por un lado muy didáctico y entusiasta profesor, y por otro lado por un inimaginable e impensable pederasta. 

En este ambiente formamos un grupo de elite  dentro del club, que hoy lo considero demasiado espiritual y alejado de los problemas del nuestro entorno, éramos todos de comunión diaria, visto con la perspectiva que tengo ahora éramos un poco meapilas, no queríamos mezclarnos con nuestro entorno no fuera a contaminarnos, uno echaba de menos un poco de rebeldía y de solidaridad con los problemas de los demás.  

Pues bien en estas circunstancias fue cuando uno se vio involucrado en el asunto que he relatado al principio, y claro está uno en este ambiente no se podía imaginar por lo más remoto que alguien al que admiraba, al que le consideraba  una autoridad moral y cultural podía pensar que fuese un ser que tuviera inclinaciones perversas. 

Y gracias a mi pureza de pensamiento, a mi ingenuidad este episodio no hizo ninguna mella en mí, seguí siendo un ser confiado y quedó olvidado, al menos conscientemente, hasta el fatídico día en el que escuché en la radio que un sacerdote había sido condenado por abusar de menores en una parroquia de Aluche, y este, no era otro que mi querido Don Rafael.   

El hecho, de que Lola me enviase un correo,  pidiéndome ayuda para encontrar un libro sobre Monroy, que aliviara la vida a una querida amiga suya, amiga que resultó ser la tía de mi amigo de la infancia Crispín, me ha llevado  además a la calle en la que un día alguien intentó cargarse la bendita inocencia de un adolescente, pero que afortunadamente no lo consiguió. 

Por cierto la calle es Federico Mayo, situada también en una colonia de Hermandades del Trabajo, la colonia Eijo Garay. Hermandades del Trabajo hizo en su día una gran labor social, construyendo viviendas baratas y fundando filiales de los Institutos de Enseñanza Media en los barrios de Madrid,  fue fundada por Don Abundio, sacerdote  natural de Jaraicejo, también eran muy conocidas en Madrid por ser la propietaria de  las Piscinas de San Miguel, famosas por la separación de sexos, los hombres en una piscina y las mujeres en otra.   

En alguna de las entradas de este blog he argumentado que la pederastia se producía, a mi modesto entender, en alto grado en la Iglesia Católica  como consecuencia de la represión debida al celibato, puede ser una de las causas, pero en el caso que nos ocupa el pederasta estaba casado y tenia hijos ¿Cuál sería el motivo? La homosexualidad reprimida tal vez. Afortunadamente ahora en el mundo occidental, la homosexualidad se empieza a considerar como lo que es, una opción del individuo tan natural como la heterosexualidad y nadie debería fingir sus gustos sexuales. 

¿Qué culpa tengo yo  de que no me guste el queso? ¿A quién hago mal porque no me guste? Pues por la misma razón  ¿Qué culpa tiene un hombre de que no le gusten las mujeres o que una mujer no le gusten los hombres? Suelen decir  que no es natural. Pues amigos míos, lo natural es lo que sucede en la naturaleza,   y en ésta hay gustos para todos y siempre que no se haga daño a terceros y las relaciones sean consentidas, a nadie le debería importar la inclinación sexual de cada cual. 

Pero la pederastia es otra cosa se hace daño y mucho a seres indefensos y vulnerables. 

Por hoy ya está bien, ya iré contado mi evolución de pasar de ser un meapilas a ser un escéptico total en materia religiosa, quizás episodios de este tipo le hicieron a uno alejarse poco a poco de la religión, pero  sobre todo la causa primordial fue el descubrimiento de los grandes pensadores del Siglo de las luces, con Voltaire a la cabeza.